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"No creo que las armas sean el mejor camino"

En diálogo con El Espectador, la guerrillera Tanja Nijmeijer asegura que las Farc tienen voluntad de paz y que la guerra en las negociaciones “es política”.

Natalia Orozco R. / Especial para El Espectador
13 de marzo de 2013 - 03:00 a. m.
La guerrillera Tanja Nijmeijer dice que la representación femenina en la mesa de negociación debería ser mayor. / ALAT Press
La guerrillera Tanja Nijmeijer dice que la representación femenina en la mesa de negociación debería ser mayor. / ALAT Press

Tanja Nijmeijer, conocida como Alexandra o La Holandesa de las Farc, expresa estar cansada de la que califica como una campaña de desprestigio y desinformación sobre ella. Es consciente de que su levantamiento en armas ha despertado mitos y fantasías en los medios de comunicación nacionales e internacionales.

Desde el primer minuto del encuentro me hizo sentir su desconfianza frente a los periodistas, en especial los colombianos, a los que “les falta un compromiso más sólido con los diálogos de paz”. El equipo técnico que me acompañaba comentó la belleza física y la complejidad de este personaje que, a pesar de su sonrisa, refleja en instantes la dureza de haber atravesado lo insoportable. Se declara lista a esquivar lo que en sus palabras son “morterazos que también se lanzan en medio de la batalla política que se adelanta en La Habana”.

La mujer amable pero distante, que ha inspirado series de TV, documentales en Holanda y libros en Colombia, me recibió en el Palco, lugar cercano a La Habana, donde Gobierno y Farc sostienen las conversaciones, y me pidió respeto para su familia y su vida privada. Accedió a hablar con El Espectador sobre su participación durante 14 años en las filas de esa guerrilla y ahora en los diálogos de paz. Se describe como una mujer silenciosa y prudente, “propensa más a escuchar que a hablar”, pero lista para explicar las razones de la beligerancia en Colombia.

Confieso que esperaba un encuentro con una militante de una izquierda trasnochada europea, como tantos radicales que buscan sentirse Juana de Arco o el Che Guevara. Antes de conocerla, me imaginaba una mujer adoctrinada, producto de un lavado de cerebro realizado a sus 20 años por una guerrilla dogmática y en medio de los furores de sus primeros amores con subversivos. Sin embargo, debo reconocer que Alexandra, como prefiere que la llamen, es a sus 34 años una mujer con un intelecto estructurado, sólida en sus convicciones y orgullosa de sus polémicas decisiones.

Terrorista para algunos, revolucionaria comprometida para otros, esta es la guerrillera y la mujer que hace tres meses dio la cara y que no pudo disimular sus sentimientos contradictorios cuando le pregunté por el secuestro y el narcotráfico y otros crímenes que Colombia y Europa no le perdonan a la guerrilla que integra. Pero Alexandra hace parte de una estructura militar, parece inquebrantablemente leal al movimiento y en el encuentro quedó claro que jamás dirá en público algo que desautorice a sus superiores.

Hace tres meses que salió de la clandestinidad en nombre de los diálogos de paz. ¿Qué ha sido lo más difícil?

Realmente hay cosas difíciles, porque la diferencia entre el ambiente allá y el ambiente acá es muy grande. Los carros, la ropa, pensar todos los días qué se va a poner, la bulla, el ruido, la prensa. Pero de cierta forma lo veo como lo mismo. Allá hay una guerra y aquí también se combate. Allá hay una guerra militar y aquí es política. En los dos frentes hay francotiradores, de vez en cuando nos echan un “morterazo” y uno tiene que reaccionar para que no lo maten. Es una misión más que cumplir a cabalidad.

Dijo que una de las mayores presiones la impone la prensa. ¿Qué lo hace tan complicado?

A la mayoría de los medios de comunicación les hace falta un compromiso más grande con el proceso de paz. Más que todo se ve en la prensa colombiana, que podría jugar un gran papel en apoyar estas negociaciones para que la población se convenza de que la paz en Colombia es necesaria. Muchas veces hace todo lo contrario y van metiendo sus pullitas a ver qué pasa.

Por ejemplo...

Ese cuento que sacaron de que en las Farc no hay unidad y no hay cohesión, que el Bloque Sur no está de acuerdo con estos diálogos, no es cierto. Incluso los camaradas dijeron que sí están comprometidos con el proceso. Las Farc somos uno, tenemos unidad de mando, y es malo que la prensa haga ese tipo de cosas.

Usted habla como insurgente y como futura aspirante política. De Tanja, la mujer, conocemos muy poco. ¿Siente que la utilizan como la cara bonita de las Farc, como dicen algunos medios?

No es así. Lo más bonito que tengo es mi cerebro, por eso estoy aquí. En cuanto a la guerrilla, el ideal de belleza que es impuesto por el capitalismo en los medios, que es la chica 90-60-90, en la guerrilla no juega. En la guerrilla el concepto de una mujer bonita, bella, es muy diferente. Entre otras cosas porque la mayoría de los guerrilleros son campesinos y en el campo una mujer bonita no es una mujer flaca, es una mujer bien alimentada, gordita, como dicen ellos. En el monte, yo soy la flaquita sin sabor, la insípida.

Usted viene de un país que, a pesar de todos los vejámenes que cometió en la colonización, lleva décadas buscando la solución dialogada de los conflictos. Usted nace y crece bajo esos preceptos. ¿Qué le hizo pensar que la forma de construir un país mejor eran las armas?

Cuando llegué a Colombia me interesé por la política y por la urgencia de combatir la injusticia que existe en el país. Me di cuenta de que quería aportar en eso. Pero para hacerlo no había otra posibilidad que coger las armas. Entendí el proceso del pueblo colombiano, la necesidad de alzarse en armas, y me nació la motivación para mostrar mi solidaridad con esa causa. Que yo venga de Europa no cambia nada. Europa utiliza un discurso. Pero sólo falta mirar lo que hacen en otros países para darse cuenta de que son sólo palabras.

Pero hay otros caminos. ¿Qué la hizo pensar que, de tantas opciones posibles, las armas eran la más expedita?

No creo que las armas sean el mejor camino. Son el último recurso de un pueblo, y en Colombia el Estado no dejó otra opción. Uno en Holanda puede vivir bien, pero ¿qué está pasando por fuera de las fronteras? ¿Soy capaz, éticamente, de vivir bien sabiendo que en otras partes del mundo viven mal, y que nosotros allá estamos viviendo bien a costa de otros pueblos?

Las mujeres en la delegación del Gobierno son pocas y, para ser sinceros, no lideran. ¿Cree que es un reflejo de la situación de la mujer en el país y en las Farc?

En Colombia, un 51% de la población son mujeres, así que me hubiera gustado que un 50% de esa mesa, tanto por parte del Gobierno como de las Farc, estuviera compuesta por nosotras. Nosotros como delegación de paz de las Farc tratamos de escuchar la voz de la mujer. He visto que las relatorías de los foros fueron hechas por mujeres y me he dado cuenta de que la mujer ha hecho escuchar su voz muy fuerte. Lo han hecho reclamando tierra, reclamando derechos. Eso me parece muy positivo.

Por primera vez está sentada frente a personas miembros de lo que ustedes llaman la oligarquía. ¿Cómo es el diálogo con sus enemigos de clase?

La guerrilla me ha ayudado a suavizarme mucho, a entender a la gente. A entender por qué las personas son como son. Por eso nunca juzgo a nadie, tampoco a las personas que han nacido en un ambiente de oportunidades, porque también nací con opciones. Pero tuve una época de rebeldía en la que juzgaba a todas esas personas y me preguntaba por qué no se comprometen, por qué no tienen solidaridad con los que no tienen oportunidades. Pero ya no, me he calmado en ese sentido. He madurado.

Usted se presenta como una mujer que cuestiona. ¿Cómo soporta que la guerrilla regule sus relaciones de pareja, su vida privada, cuándo y dónde disfrutar su sexualidad?

En la guerrilla no tengo que pedir permiso para enamorarme. Uno puede tener su vida de pareja normal, se puede pedir asociamiento, compartir la caleta y tener una vida normal. Es incluso muy bonito. Sin embargo, el primer compromiso siempre es con el pueblo colombiano. Eso implica que cuando a usted le dicen que tiene una misión, como la que tengo ahorita en La Habana, y le toca separarse de su compañero, lo asume. O al menos yo siempre lo he hecho así. Ese es el compromiso que uno hace al ingresar.

Pero para una mujer europea someterse a las reglas de las Farc tiene que ser mas difícil que cualquier caminata o entrenamiento físico...

En la sociedad colombiana el machismo es horrible, y en la guerrilla, que es una representación de esa sociedad, también está. Es cierto que en Holanda la situación es muy diferente. Para mí, como holandesa, eso a veces es complicado en la guerrilla.

Usted llega a la etapa en que se cuestiona si es momento de armar una familia. En la guerrilla no se pueden tener bebés y las mujeres no son dueñas de su cuerpo...

Las reglas que hay en cuanto a ese tema son lógicas. Imagínese un bebé en la guerra. Entonces “aparte de las dos arrobas de economía que vamos a llevar hoy, usted lleva los pañales”. Eso es imposible. En una situación como la del país, uno no piensa en tener un hijo. No se puede. Si mandan a la mujer afuera a tener un hijo, allá la capturan, los hijos de los guerrilleros son estigmatizados. No tiene sentido. Son normas que uno entiende y que cuando ingresa se las explican.

¿Sueña aún con tener un hijo?

Pienso tener un hijo, y me gustaría tenerlo, pero en un ambiente de paz y justicia social. Quiero tener un hijo para verlo crecer en la nueva Colombia, no en un país donde no tenga oportunidades. Quiero verlo crecer en el país que hemos soñado. Pero nunca voy a dejar de lado a las Farc ni a la lucha por las cosas en las que creo.

Usted tiene cargos por secuestro y narcotráfico, hechos que ni los militantes de izquierda más radical perdonan. Dicen que deslegitimó a la guerrilla. ¿Es ese su mayor pecado?

(Silencio) De eso no vuelvo a hablar. ¿Para qué vamos a seguir machucando ese tema? El año pasado, en febrero, tomamos la decisión de que las retenciones económicas no se iban a hacer más. En cuanto al narcotráfico, usted debe conocer la realidad y no sé por qué otra vez tengo que explicarlo. La impuestación (sic) a la coca... Nosotros incluso hemos presentado proyectos para la sustitución de cultivos y todo el mundo sabe que en el narcotráfico están implicados sectores del Estado colombiano. Pero de eso, entonces, nunca o casi nunca se habla.

¿Sigue convencida de la opción de las armas para defender su causa? Es decir, ¿volvería a tomar las armas en un conflicto del Congo, Sierra Leona, Bolivia u otro lugar?

Sí, también. Mi compromiso es con los pueblos del mundo, no sólo con el colombiano. Pienso que Colombia, y Latinoamérica en general, tan codiciados por el capitalismo por sus recursos naturales, son un centro del lucha en el mundo. Soy consciente de que para que el mundo cambie tiene que cambiar el sistema, y hay que empezar por algún lado. Pienso que Colombia es un buen punto de partida.

De usted se han dicho muchas cosas: que le lavaron el cerebro, que es objeto sexual de algunos comandantes, que está involucrada en una cantidad de crímenes. ¿Qué diría a los colombianos que quieren verla condenada?

Pues que están equivocados. No sé. Dejemos por ahí.

Por Natalia Orozco R. / Especial para El Espectador

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