A un clic del abuso sexual: la soledad de menores en la web

Una tarde de septiembre de 2015, Paula* recibió una solicitud de amistad en Facebook de María José. Pocos días antes, había participado en un campamento mundial de scouts, donde conoció niñas y niños de diversos lugares del país y del mundo que ahora querían ser sus amigos en redes sociales. María José parecía una de ellas.

Lia Beltrán Valero 
23 de septiembre de 2019 - 04:00 p. m.
Matilde Salinas
Matilde Salinas

*Este reportaje hace parte de #HablemosDeAbusoSexualEnLínea: una conversación social sobre la necesidad de proteger a los niñas, niñas y adolescentes de los riesgos del abuso sexual en la web. Levanta la mano y participa en los canales @MutanteOrg.

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En su foto de perfil no aparentaba más 14 años y en su descripción se presentaba como una estudiante de un colegio del norte de Bogotá. Nada raro hasta entonces.  

En menos de un mes, Paula había encontrado en María José la amiga y confidente con quien podía conversar sobre cualquier tema, incluida la crisis familiar que atravesaba, desatada por la depresión de su mamá. Con el tiempo, su amiga tras la pantalla le compartió experiencias muy íntimas. Y ahí, todo se tornó oscuro para ella.

La joven de 18 años que me comparte su historia en un café en Bogotá, no parece la misma niña aislada y solitaria que hace tres años fue víctima de grooming, una modalidad de abuso sexual en línea en la que un adulto analiza las debilidades de su víctima y construye lazos de amistad, con el objetivo de obtener imágenes eróticas, pornográficas o incluso un encuentro sexual. 

Poco tiempo después de comenzar a chatear por Facebook con María José, las conversaciones migraron a Snapchat, la aplicación de mensajería para teléfonos móviles donde palabras, imágenes y videos pueden ser accesibles sólo durante un corto tiempo. 

“Hubo cosas que empezaron a parecerme sospechosas. Cuando yo le mandaba fotos, ella tomaba pantallazos. Yo le decía que no lo hiciera, luego me respondía cualquier pendejada para justificarse”, me cuenta Paula. Luego, intentó ganarse su confianza a partir de historias íntimas que inventaba con habilidad. 

“Una vez, me contó que cuando supuestamente perdió su virginidad, lo había hecho con tres personas al mismo tiempo. Y cuando yo le preguntaba si era verdad, me respondía: ‘¿no me crees?, tú ya no me quieres’. Si yo dudaba, se ofendía”.

Hasta que un día ocurrió lo que para los ojos de los expertos parece previsible, pero que ella no pudo suponer: María José le pidió un video en el que pudiera verla mientras se masturbaba. A pesar de la duda, Paula accedió.

“Dejé de hablar con esta persona dos días y entonces me dijo: ‘le vamos a mandar ese video a tu familia y a tus amigos’. Me asusté mucho, pensé que se había acabado mi vida, y decidí contarle a mi hermano mayor”, recuerda, esta vez con su voz entrecortada.

Detrás de esa identidad falsa estaba un adulto que conocía muy bien cómo manipular adolescentes a su favor. Así lo explica Claudia Sánchez, psicóloga clínica y miembro del grupo Opciones, un equipo profesional que brinda asesoría psicológica a víctimas de violencia sexual y sus familias y capacita a centros educativos en la prevención del abuso sexual en línea. 

La niña de 14 años llegó a su consultorio en 2015, remitida por el colegio privado donde estudiaba. Su alerta temprana y su red de apoyo evitaron un abuso mayor. “Es importante saber que cuando una niña, niño o adolescente está solo, es más propenso a ser víctima de este crimen. La manipulación del grooming va poquito a poquito y puede durar meses mientras el victimario se vuelve confidente”, comentó la experta.

Hasta el momento ha sido imposible identificar quién estaba tras el falso perfil de María José, un problema común en este tipo de delito, cuyas denuncias vienen en aumento en Colombia pero con lentos avances en la judicialización.  

Según los datos del CAI Virtual de la Policía Nacional, en el 2015, el año en el que Paula fue víctima de grooming y sextorsión – la amenaza de revelar su video íntimo si no entregaba más imágenes eróticas–, se denunciaron 848 casos de suplantación de identidad, publicación de imágenes o videos con material de abuso infantil con menores de 18 años, sextorsión, cyberbullying y grooming. Estas prácticas suelen estar orquestadas con bandas organizadas o redes de explotación sexual que buscan lucrarse de sus víctima.

Para 2018, estas denuncias ascendieron a 2500. Pero esta es una cifra que se aleja del reporte hecho por Te Protejo, la línea virtual de denuncia de Red PaPaz, la cual supera los 10.000 casos de material de abuso o explotación sexual en el mismo año.

Por la época que Paula conversaba a diario con María José, las páginas de los medios en Colombia publicaron la imagen del periodista Alejandro Matamoros capturado por la Sijín en un operativo contra la explotación infantil. 

Las técnicas de Matamoros fueron las mismas de las que Paula fue víctima. Al hombre que los medios mostraron como un monstruo, oculto tras los falsos perfiles de “Juliana Salazar” y “Andrés Monsalve”, le encontraron 52 videos de niños menores de 14 años masturbándose, muchos de ellos de prestigiosos colegios del norte de Bogotá. 

Cinco meses después de su captura y detención en la Cárcel La Picota, el juez 81 de conocimiento lo dejó en libertad, argumentando que la Fiscalía dejó vencer los términos para iniciar el juicio en su contra. Sin embargo, lo último que se sabe es que fue llamado a juicio y que, según fuentes de la Fiscalía, el proceso penal está en etapa final: solo falta que el juez escuche por última vez a las partes involucradas y sobre eso se emitirá un fallo.

Ante casos como estos y las dudas sobre el poder de la justicia para ponerle freno a estas violencias, queda rondando una pregunta: ¿Cómo proteger a los niños, niñas y adolescentes de un abusador que solo necesita acceso a internet?

 

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La primera y única vez en la que Paula declaró ante la Fiscalía se sintió juzgada. Mientras era grabada en video, se sentó frente a una investigadora que le preguntó: “¿A ti te gustan las mujeres?”.

Además de lo impávida que quedó con el interrogante, se presentó sin una sola evidencia. Después de enviarle el video al agresor y de las amenazas, su hermano, cuatro años mayor que ella, le aconsejó eliminar la conversación. “En ese momento fue bueno pero cuando fui a declarar, era mi palabra contra la del abusador”, me cuenta Paula.   

Su frustración es evidente, ahora que tiene 18 años y su proceso terapéutico le ha permitido entender las dimensiones del problema. “¿Por qué no me preguntaron sobre mi cuenta de Facebook? ¿Por qué no pidieron que fuera un hacker a buscar esa cuenta en ese tiempo y ver qué había en el historial? Hay mucho que se puede hacer, pero como no tenían las pruebas fáciles, no ayudaron a buscar”, dice. 

Desde una oficina en la Dirección de Protección de Servicios Especiales de Policía Nacional, el mayor Nelson Guillermo Guzmán, jefe de la seccional de investigación criminal, trata de responder a esta pregunta. “Hay técnicas que desarrollamos, como un software para recuperar información eliminada. Dependiendo del tiempo que se haya eliminado esta información, ese mismo va a ser el trabajo que se va a tener que hacer”, explica.  

Le pregunto cómo trabajan para recuperar la evidencia y me responde que la Dirección de Investigación Criminal e Interpol (DIJIN) se articula con el Ministerio de las Tecnologías y Comunicaciones para tener una comunicación directa con Facebook, WhatsApp o Instagram y puede hacer una búsqueda selectiva para saber cuál fue la dirección IP desde donde se desarrollaban estas acciones. 

Pero esto sigue siendo un mapa lleno de variables difíciles de descifrar. Mientras tanto, la persona detrás del perfil de Maria José sigue libre. 

Mario Gómez, fiscal delegado para la infancia y la adolescencia de la Fiscalía General de la Nación, reconoce que faltan esfuerzos en materia de investigación y capacitación de los investigadores criminales. “Hay poco presupuesto para la compra de laboratorios de Cibercrimen y mucho investigador forense no está suficientemente preparado”, explicó recientemente. 

Según la DIJIN, solo existen cerca de 179 agentes especializados en el país, con la capacidad de atender casos de abuso y explotación sexual de menores en línea, un total de 108 procesos investigativos en curso por estos delitos.

En Colombia, las prácticas relacionadas con el abuso sexual en línea están tipificadas de dos maneras: como pornografía con personas menores de 18 años, establecido en el artículo 215 del Código Penal, y utilización o facilitación de medios de comunicación para ofrecer servicios sexuales de menores, en el artículo 216. 

En los últimos cinco años, la DIJIN ha registrado 4.780 denuncias por los dos delitos y apenas 234 capturas. Y han sido bloqueados 17.862 sitios web de este tipo, lo que representa en promedio casi 9 páginas web diarias. Esto último no siempre es suficiente, teniendo en cuenta que, una vez el material entra en internet, se multiplica, difunde y comparte más rápido y más oculto de lo que se puede rastrear. 

Frente a esto,  ¿qué estamos haciendo cuando recibimos o nos muestran contenido de abuso sexual de menores en redes sociales? Días antes de escribir terminar este reportaje, en Twitter la discusión se viralizó por un hilo en el que se narraba con detalle cómo los pedófilos usan términos como "caldo de pollo”, “cp”, “club penguin" para conseguir y distribuir pornografía infantil en Twitter, YouTube, Facebook, WhatsApp y Telegram. 

Por eso, Viviana Quintero, experta en protección a la niñez en los entornos digitales dice que más allá de ser testigos y querer profundizar en estas redes criminales, la acción más responsable es poder denunciar. Y, por supuesto, no compartir. 

Cuando el abuso es registrado y distribuido en línea, el trauma puede ser permanente

En definitiva, internet no es Disney. Paula lo supo el día que en una de sus clases de afectividad en el colegio, meses después de conocer a María José, le mostraran un video sobre cómo ocurre el abuso sexual en línea. Se vio reflejada y sintió el impulso de contarle a la psicóloga del colegio y a sus padres la situación que había vivido.

“Ese día yo llegué a la casa y no sabía cómo contarle a mi mamá. Sabía que me iba a apoyar, pero sentía miedo. Yo sé que no era mi culpa, pero a veces creía que había permitido que eso pasara”, me cuenta. Mientras Sánchez, su psicóloga me dice que ella “tenía mucho susto de ser reconocida. Solo quería desaparecer y el victimario ya tenía todo sus datos”. 

La vergüenza, la humillación, vulnerabilidad y el miedo constante a ser reconocidos por cualquier extraño, son algunos de los efectos más notables de este tipo de violencia. También así lo evidencia el Center for Child Protection de Canadá, en su Encuesta Internacional de Sobrevivientes de abuso sexual infantil en línea, donde el 70% de los encuestados manifestaron pánico de ser reconocidos después del abuso. El sentimiento de traición y que el abuso sea registrado y potencialmente distribuido aumentan el trauma. 

La doctora Sánchez complementa y explica que también se presentan síntomas como apatía, trastornos de sueño, ansiedad y crisis de pánico, depresión, baja autoestima o ideas suicidas así como dificultades sociales, porque la persona suele retraerse y aislarse. Los efectos, dice, dependen de la personalidad y el temperamento y de qué tanto apoyo haya tenido.

Luego viene la impotencia de no poder frenar la circulación de las fotografías o videos e imaginar que, por ejemplo, alguien puede masturbarse mientras las mira. “Es como si estuvieran abusando a la víctima una y otra vez, pero más complicado aún, porque es una difusión que no para. La imagen está circulando 24 horas al día y 7 días a la semana. Así ¿dónde y cómo una víctima se puede sentir segura?”, apunta la psicóloga. 

Paula contó con una serie de privilegios que la ayudaron a continuar con su vida ¿Qué pasa con los menores de edad que no tienen esas posibilidades? 

No hay una ley, una guía o un protocolo específico que contemple la atención a niños, niñas y adolescentes que pasen por situaciones de abuso sexual en línea. Los lineamientos más cercanos los tiene la Ley 1620 de 2013, conocida como Ley de Convivencia Escolar. O el más reciente Directorio de protocolos de atención integral para la convivencia escolar y el ejercicio de los derechos humanos, sexuales y reproductivos del Comité Distrital de Convivencia Escolar, en el que se menciona el cyberbulling y se definen procesos y protocolos para la formación en educación sexual y prevención y mitigación de la violencia escolar. Hasta ahí. 

El camino institucional está a medias y, en el caso de los colegios, queda a potestad de cada uno la decisión sobre cómo actuar frente al abuso sexual en línea.

Contenido altamente sexualizado a un click

Gabriela Hermida es psicóloga y directora del programa Desafíos, con el cual ha certificado a más de 600 docentes y 3.000 padres de familia en prevención, detección y atención inicial del abuso sexual. 

Para ella, sin el acompañamiento familiar, el uso del internet puede ser un verdadero problema: “es preocupante porque los adultos inducen al mundo digital pero luego son los primeros en quejarse de las adicciones a la pantalla”.

Y es que el silencio reina en los hogares cuando de los peligros de internet se trata. “Tú preguntas, si los papás han hablado de abuso sexual en línea y el 95% dicen que no”, me lo confirma Gabriela. 

Esta preocupación la comparte Carolina Piñeros, directora de Red PaPaz, una organización dedicada a la protección de los derechos de los niños, niñas y adolescentes en Colombia. “Siempre creemos que a nuestros hijos eso no les va a pasar. Pero si al 80% de las niñas le han pedido una imagen, ¿por qué voy a creer que mi hija no ha enviado ninguna? Hay que hacer el esfuerzo por acercarnos a la realidad de ellos”, explica. 

¿Y de pornografía? ¿Están los papás hablándole a sus hijos e hijas de “porno”?

Gabriela y Carolina se detienen especialmente en este tema. Es una realidad. Los menores de edad consumen pornografía y cada vez a una edad menor, en algunos casos desde los 10 y 11 años, según lo confirman, con preocupación, las expertas. 

Además, los menores de edad acceden a este material por canales como WhatsApp y lo tienen a un clic de distancia. Con esa facilidad es posible que cualquiera entre a un grupo de WhatsApp con hasta 256 contactos y que su número quede expuesto para que cualquier desconocido le pueda hablar. 

Así lo reafirma el estudio “Contigo Conectados”, realizado en 2017 por la Universidad EAFIT de Medellín y la empresa de telecomunicaciones Tigo - Une, a 436 niños y jóvenes de Bogotá, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Pereira, Manizales y Medellín.

Esta investigación revela que un poco más de la mitad de los niños y jóvenes encuestados, entre 15 y 16 años, ha tenido contacto en internet con personas desconocidas. Además, el 35% expresó haber visualizado imágenes sexuales en el último año y el 20% de los niños entre 11 y 16 años recibió algún tipo de mensajes con contenido sexual. 

De esto hablan abiertamente Wilian Plazas de 17 y Camila Fuentes de 20 años, dos jóvenes que hacen parte del Comité Consultivo Juvenil de EICYAC, un grupo en todo el mundo que trabaja para eliminar la explotación sexual comercial y los riesgos en internet. 

“Aparte del grooming y el sexting (intercambio en línea de material sexual), lo que más hemos detectado en cualquier colegio es la circulación de pornografia por medio del ‘pack’”, me dice Wilian para referirse al conjunto de imágenes y videos con material de abuso sexual infantil que circula en redes sociales. En Bogotá, él junto a más adolescentes se encargan de hablar de abuso sexual en línea con estudiantes de colegios distritales de la zona centro y en la localidad de Chapinero.

Desde Cartagena, Camila y sus colegas trabajan con líderes de acción comunal, padres de familia y madres comunitarias y van a emisoras escolares y comerciales para llevar mensajes de prevención. 

“Como en Cartagena hay muchos lugares donde no hay internet, los jóvenes usan free.facebook.com, la página gratuita de Facebook, donde puedes mensajear y solo enviar una foto a la vez en el chat. Sin muchos datos se puede interactuar por ahí con desconocidos y los explotadores lo saben”, me comenta Camila. 

Cuando les pregunto por qué creen que los jóvenes acceden a enviar fotografías o aceptar personas desconocidas en sus redes sociales, me responden sin titubear: porque queremos ser ‘farándula’, es decir famosos. “Las personas que tienen muchos ‘amigos’, son las que reciben más likes, están en la onda, son los más top porque todo el mundo comenta lo que publican y se vuelven personas muy importantes. Es lo que te vende la sociedad: hay que ser instagramer, influencer y que la gente te siga”.

Y muchas veces, el contenido de quienes tienen fama, también es material sexualizado que otros niños y jóvenes quieren reproducir. Así lo explica Viviana Quintero, experta en protección a la niñez en los entornos digitales. “El primer mecanismo que tenemos como seres humanos es el modelado: tú ves a alguien hacer algo, lo imitas y así estás aprendiendo. Cuando un niño ve contenido en TV, en internet o en videojuegos tiende a repetir esas conductas”, dice esta psicóloga con más de 10 años de experiencia. 

 

¿Y en los colegios?

Le pregunto a Pedro José Palomeque, rector de una institución del municipio de Riosucio, Chocó, sobre prevención en abuso sexual en línea y su silencio y asombro me confirman que se trata de un tema aún marginal en las aulas de clase, mucho más en lugares donde hasta hace poco tuvieron conexión a internet. 

Sin embargo, otras iniciativas intentan hacerle frente al problema.

Monica Londoño es rectora del colegio oficial Alfonso López Pumarejo en el barrio Boston de Medellín, ubicado en el costado centro oriental de esta ciudad. En esa institución hay 2000 estudiantes de estratos 1, 2 y 3, desde preescolar hasta 11. 

Según describe, una de las situaciones más complicadas y urgentes sobre el uso de redes sociales, ha sido el chantaje entre estudiantes que comparten fotos de desnudos o invitaciones a las niñas para que vendan fotos íntimas, especialmente en grados 6º y 7º.

“En una ocasión, un hombre adulto externo a la Institución, contactó a dos niñas y logró citarlas para que se encontraran. Se ganó la confianza de ellas hasta que las fotografió. En uno de los casos hubo violación. Les ofrecía 400.000 por fotografía. Afortunadamente, la mamá del segundo caso se dio cuenta y logró denunciar”, me contó Mónica desde el otro lado de la línea. 

A raíz de estos hechos y como parte del programa de la Alcaldía de Medellín “Con mi cuerpo nadie se mete”, cuyo objetivo es prevenir el abuso sexual infantil, emprendieron su propio camino a la prevención del ciberacoso, ciberbullying y riesgos en internet. Involucraron a líderes estudiantiles con las áreas de informática, ética y proyecto de vida. Esta serie de acciones están recogidas en el proyecto que lleva por nombre “Consumo Cuidado”.

“Les enseñamos a que seleccionen los amigos que aceptan en Facebook, la información que publican, las páginas a las que acceden y, sobretodo, la valoración de sus propios cuerpos. Creemos que es mucho más convincente cuando los jóvenes se dirigen a otros jóvenes y entre pares hacen ese acompañamiento”, me cuenta la rectora. 

Este esfuerzo se alinea con otros a nivel internacional como el del Canadian Center for Child Protection de Canadá, el cual invita a los niños, a través de una estrategia digital, a enviar memes de topos, en vez de fotografías de sus penes.

Al conversar con Carlos Barrera, el rector de Qualia, un colegio personalizado de sexto grado a undécimo, con grupos de máximo seis estudiantes, ubicado en Bogotá, vuelve a la responsabilidad de los padres de familia. “Muchas veces siento que los papás no tienen ni idea de que está pasando en el mundo virtual. Hay un poquito de resignación porque saben que algunos contenidos se les salieron de las manos. Además, en el imaginario, se sigue pensando que los ‘chinos’ son iguales que hace 20 años”, recalca. 


 

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Mientras los jóvenes son cada vez más usuarios digitales, la discusión actual en Colombia vuelve al lugar de la restricción y la prohibición, como una medida de contención a los riesgos en internet. 

Actualmente, cursa en el Congreso un proyecto de ley para restringir el uso de dispositivos móviles en los colegios, liderado por el representante a la Cámara por el partido Liberal, Rodrigo Rojas. Según el documento, el proyecto busca generar entornos seguros de aprendizaje en el uso de herramientas tecnológicas en los establecimientos educativos, limitar el tiempo de acceso a internet y que padres de familia puedan supervisar el uso que hacen los menores.

A diferencia de las tabletas, computadores y dispositivos que cuentan los colegios para uso pedagógico y que están bajo supervisión institucional, el celular sigue siendo un lugar sin mayor acompañamiento. Según Rodrigo, este proyecto de ley es un primer paso para que los niños puedan acceder de manera segura a internet, ante las escasa efectividad que han tenido las políticas de prevención y pedagogía. 

Sin embargo, ¿es prohibir los celulares una medida necesaria? Carolina Piñeros, directora de Red PaPaz defiende que se deben reglamentar horarios y momentos de uso pero que debe ser el colegio quien tenga autonomía para incluirlo en el manual de convivencia, de manera conversada con padres y no como una medida estricta desde el Congreso. “Muchos colegios ya lo prohíben, pero me parece interesante que se den lineamientos y que los colegios se sientan tranquilos para discutirlo internamente y reglamentar.”

Lo que todos saben, incluido el representante a la Cámara, es que internet hoy es fundamental para la nueva generación de niños, niñas y jóvenes. Las TIC, bien usadas, podrían ser una herramienta para conocer el mundo y formarse en muchas materias.  

En esto también coinciden psicólogas, educadores, investigadores y personas preocupadas por la pedagogía sobre el abuso sexual en línea que consultamos durante esta investigación. Ellas, en su mayoría mujeres, están de acuerdo en que la prevención en los riesgos en internet tiene más sentido que la prohibición. 

“Desde la familia es un error creer que porque nuestros hijos están frente a una pantalla podemos desentendernos, porque allí están seguros y no pasa nada. En realidad, es como dejarlos en una calle o un lugar público. Si el niño está en la calle debo decirle por dónde puede transitar”, reflexiona María Isabel Villa, directora de la investigación “Contigo Conectados”

Y agrega: “Pero si no lo hago y lo dejo solo, lo dejo en riesgo. Internet no es una niñera, nosotros debemos determinar qué miran y con qué frecuencia, pero primero debemos conocer, tener alfabetización digital para saber por dónde transitar”. 

A Paula le tomó varios años pasar la página. Pensando en dejar su testimonio para evitar que esto le suceda a otros adolescentes escribió una carta. En un apartado dice:

Hay muchos sentimientos en mi cabeza, me siento mal porque abusaron de mi confianza y ahora es difícil saber en quién confiar. También siento rabia porque sabía lo que pasaba pero no fui capaz de detenerlo hasta que se me salió de las manos. Si te está pasando esto, o sabes que a alguien le pasa, habla o dile que hable, esto puede pasarle a cualquiera. Cuídate y ponte siempre alerta. 

Por Lia Beltrán Valero 

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