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"Por allá es mejor no ir"

El rastro de la guerra entre bandas criminales desde el lecho del río Cauca hasta la Cordillera Occidental y la aterradora soledad de El Dovio.

Nelson Fredy Padilla / Enviado especial
27 de enero de 2013 - 09:00 p. m.
Esta imagen del alcalde Miguel Guzmán evidencia la tensión en El Dovio. / Luis Ángel
Esta imagen del alcalde Miguel Guzmán evidencia la tensión en El Dovio. / Luis Ángel

Saliendo de Cartago por la vía hacia Cali, para buscar la cordillera hacia Toro, Versalles, La Unión y El Dovio, impresionan a mano derecha las pirámides rojizas que identifican al primer balneario que tuvo piscina con olas en Colombia y el tobogán más alto y largo de Latinoamérica, “obra de los mágicos”. El baquiano chofer, no taxista porque prefieren no “boletearse” yendo con desconocidos a la zona más caliente del norte del Valle, también advierte que a mano izquierda, “desde esta carretera hasta el fondo, donde empieza la montaña, es de Rasguño”. ¿Y la de allá? “Esa es de otro mágico y tiene hasta plaza de toros para los mejores carteles”.

Pasamos por el lado de Toro, donde hace 21 años la Policía y el Ejército se declararon impresionados por un laboratorio que procesaba al menos 20 toneladas de coca al mes y que no era ni del cartel de Cali ni del de Medellín. La DEA tomó nota, abrió el expediente del cartel del norte del Valle y desató otra guerra. La mayoría de los miles de muertos terminaron cargados de piedras o descuartizados en el lecho del río Cauca. “Lo del río se superó, pero quedamos con la chapa de violentos”, dice un inspector que pide no ser citado. Bajo el puente de La Victoria los campesinos que viven de sacar arena tienen otra versión. Diez familias aprovechan que en verano el agua sólo les llega al hombro. Luis Alfonso Higinio, de 47 años y con cinco hijos, es contundente: “He visto pasar a cantidad de pacientes y mi papá decía que en la época de la violencia (años 50) se amontonaban hasta 300 cadáveres en el remolino de Marsella. La peor época que yo vi fue en los 90, el furor de la mafia. Pasaban todos los días y venía mucha gente a decirme ‘ayúdeme a buscar a mi papá, a un hermano’. Al comienzo ayudábamos, pero después aprendimos a dejarlos seguir. Si los tiraron fue por torcidos, a uno no lo tiran por bueno. Ahora son menos, aunque todavía hay casos y los vienen a encontrar antes del remolino, entre vacas, perros y caballos muertos o los pescan los pescadores de barbudo, veringo, bagre, mojarra y corroncho. Yo creo que la ley ha convencido a esos personajes de que no boten tanto muerto, que no desaparezcan a la gente. Claro que mientras vivamos habrá violencia”. Sin intimidarse, descarga la arena que acarrea en mulas. “Yo soy arenero y a uno le gusta lo que le sabe”. Le timbra el celular. Es una clienta de Toro.

En Versalles hay un pasacalle que anuncia con orgullo que después de 20 años, el municipio es el que menos homicidios registra en todo el departamento. La Unión también parece tranquilo, aunque un vendedor de jugos recuerda que “el 6 de enero un sicario mató a un tipo por allí y a finales de año mataron a otros dos. Incluso aquí en el parque principal ha habido ajuste de cuentas entre traficantes”.

La antesala al alcalde Carlos Rivera, junto a una niña a la que su abuela quiere sacar de la ignorancia y al presidente de 49 juntas de acción comunal, David Perea, no da resultado. Perea es de la vereda Pájaro de Oro, un mito sobre la riqueza heredado de las épocas de guaquería, y está pendiente de la pavimentación de la calle de su caserío. Opina que el pueblo ya no depende de los bienes y empleos de la industria vinícola Grajales, sino de otras frutas. “Ahora hay emprendimiento de la gente buscando un remanso de paz”.

Me muestra en el recinto del Concejo municipal un óleo de Luis Alfredo Grajales, “fundador y pilar de este lugar, gente humilde que a través de su trabajo creó empresa, escuelas, los bomberos, la Defensa Civil”. Le digo que su herencia, las industrias Grajales, están bajo custodia de la Dirección Nacional de Estupefacientes por estar ligadas a dineros del clan mafioso de los Urdinola Grajales. “Eso lo desconozco”. También olvidó que hace un mes un vecino suyo fue asesinado por sicarios.

Advertencia de un transeúnte antes de salir hacia El Dovio: “Agarren por allá, pero tengan cuidado, porque antes de que lleguen hay gente que ya sabe quiénes van subiendo”. Desde los desfiladeros La Unión se ve presidida por la hermosa finca Vallelindo, decomisada al fallecido narcotraficante Iván Urdinola Grajales, el hombre más famoso de El Dovio, amo y señor de estos campos hasta los años 90. Una vía en buen estado, grandes haciendas, buena tierra, pero no se ven campesinos trabajando. La soledad resulta sobrecogedora, porque no transitan camiones, buses, colectivos o automóviles. Solo aparecen obreros que hacen mantenimiento al pavimento que nadie parece usar y otros abriendo zanjas para redes de gas domiciliario.

Desolado también es El Dovio, claro que es martes 15 de enero. “Territorio de paz”, “Suelo de bendición”, “Ciudad del futuro”, son los lemas oficiales que se leen camino a la amenazada Alcaldía del pueblo más violento del norte del Valle. Un par de soldados huidizos, un piquete de policías prevenidos, el comercio abierto pero sin clientes, el parque sin niños o jóvenes, la iglesia Nuestra Señora del Carmen reabierta luego de un cierre de un mes tras el asesinato, en plena misa, de Nelly Perea González, de 67 años, prima del exalcalde Henry Rodríguez Perea, cuñado de Iván Urdinola. Reciente episodio atribuido a las venganzas entre Rastrojos y Machos. Otra mujer fue asesinada en una estación de gasolina y un discapacitado mientras se asoleaba en un andén.

La niebla se asoma sobre las montañas que resguardan el Cañón del Garrapatas, baja un viento frío desde el barrio que construyó para los pobres Iván Urdinola. El Ejército reporta 1.500 hectáreas de cocales en esos páramos y laboratorios inexpugnables por el clima.

Frente a la Alcaldía están los bustos de los concejales Rodrigo Lloreda y Édgar Urdinola. Adentro, contados funcionarios, no hay turnos de espera como en los demás pueblos. Al subir al segundo piso, dos escoltas civiles reaccionan, el que está frente a la puerta del despacho anuncia la visita. El alcalde Miguel Guzmán autoriza el paso y ajusta la puerta. Las precauciones son pocas: hace tres meses le mataron a dos hermanos: Fredy, amansador de bestias de Los Rastrojos hasta cuando llegaron Los Machos; Uriel, ganadero, fue baleado frente a la casa de su familia, mientras era velado Fredy. A Miguel hace dos meses un sicario le disparó desde una moto. “Me salvé porque lo vi venir y alcancé a cerrar la puerta de mi casa cuando soltó el rafagazo. Después supe que lo habían mandado Los Machos, ahora respaldados por Los Urabeños”.

Reconoce que el municipio pasó de 14 a 22 homicidios el año pasado. “Nos disparamos”. Acaban de capturar a dos extorsionadores con pistola, revólver y una granada. Hace un mes cayó otro de 17 años, pero terminó libre. “Hay sicarios venidos hasta de Urabá”.

¿Cómo surgió esta guerra? En febrero de 2002, Iván Urdinola Grajales murió sorpresivamente en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, al parecer envenenado. Wílber Varela, alias Jabón, creó un grupo armado llamado Los Rastrojos para luchar contra Diego León Montoya, alias Don Diego, cabecilla de Los Machos, por el poder en una zona estratégica desde la que salen narcóticos hacia la costa pacífica.

Cuentan que Los Machos dominaron hasta la captura de Don Diego en 2007 y desde entonces Los Rastrojos volvieron a mandar. A los Guzmán, incluido el alcalde, durante un consejo de seguridad con el ministro de Defensa presente, los señalaron de pertenecer y liderar esta última banda. “Ese perfil de maldad que nos atribuyen como los más peligrosos del norte del Valle es falso”. ¿Entonces quién maneja tanto sicario y extorsionador? “Es lo que quedó. Es paradójico porque cuando hubo un señor llamado Iván Urdinola no había tanta violencia. En el Cañón del Garrapatas no había cultivos de coca (habla de 500 hectáreas) ni laboratorios, esto se sinverguenzó en una guerra entre lo que dejaron los Urdinola con Los Machos y los Quinteros contra Los Rastrojos. Por eso somos uno de los tres municipios con alerta temprana junto con Tuluá y Buenaventura, por eso necesito más policías y más presupuesto, porque el DANE nos sigue reportando con 9.200 habitantes, cuando ya somos 17 mil según el Sisbén, incluidos tres mil indígenas embera chamí y nasas desplazados desde el norte del Cauca”.

No parece sensato que sea la tercera vez que ejerce la alcaldía, a pesar de que lo persiguen para matarlo: a finales de los 80 lo nombraron por decreto y por elección popular en 1990 y en 2011. “Ha sido muy duro, pero yo nací aquí y me quedaré a ayudar porque no le debo nada a nadie ni tengo de qué arrepentirme”. Pretende especializar al pueblo en la producción y venta de hortalizas. Un promedio mensual de 1.500 toneladas de pimentón, tomate, fríjol, pepino, habichuela, repollo, frutas, salen desde aquí hacia los supermercados de las ciudades. Los escoltas le hacen señas y el alcalde sale apurado hacia su camioneta blindada y detrás nosotros. Los policías en guardia no hablan ni quieren fotos.

La vía hacia Roldanillo, pavimentada por los Urdinola a pesar de los despeñaderos, también es desamparada. El ventarrón es tan fuerte que desde una meseta del filo de la cordillera, sin mirar hacia atrás, se lanzan todas las mañanas los parapentistas y sobrevuelan Zarzal, La Victoria, Obando y aterrizan en Cartago, la colcha de retazos amarillos y verdes de las ricas planicies todavía acaparadas por los mafiosos del grupo que sean.

En Zarzal la noticia no son los muertos. “Ovnis sobrevolaron la vereda Guasimal. Alienígenas de dos metros de altura, ojos rojos y actitud de robots”. Roldanillo está en fiesta de comparsas en honor a las delegaciones que participaron esta semana en el Campeonato Mundial de Parapente. Un letrero brillante destaca: “Corren vientos de progreso”.

 

Espere mañana: Habla Sirleny Urdinola, la sobreviviente.

Por Nelson Fredy Padilla / Enviado especial

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