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Almorzando con los bandidos

Once jóvenes en situación de riesgo de delincuencia accedieron a participar en un taller literario con la autora de 'Amor enemigo' para identificar las razones que los empujaron a la violencia. El desafío es evitar que recaigan.

Patricia Lara Salive / Especial para El Espectador
24 de septiembre de 2011 - 09:00 p. m.

“Ya te tengo tus bandidos”, decía un mensaje que hace un par de meses me envió Luis Miguel Úsuga, secretario de Cultura de Medellín, y que me alegró la vida.

Se refería a que el año pasado, durante la última Fiesta del Libro, le dije que soñaba con hacer un taller sobre mi novela, Amor enemigo, con delincuentes a quienes les interesara leerla. La Alcaldía de Medellín había publicado una edición especial de ella para estimular la lectura en sectores populares e impulsar a los muchachos, a través del libro, a no involucrarse en bandas delincuenciales. Luego de la lectura de la obra me reuniría con ellos en talleres literarios, a través de los cuales trataríamos de ubicar, en las identificaciones que les surgieran con personajes o situaciones del texto, dónde estaban las raíces de su inclinación a la violencia: se sabe que quienes han sufrido maltrato físico, psicológico o sexual en su infancia tienen más probabilidades de caer en ella; o que, atados a la fórmula de que es mejor malo conocido que bueno por conocer, para huir de las situaciones de maltrato, inconscientemente eligen otros caminos que los conducen por nuevas sendas de dolor.

Los once lectores de mi libro llegaron a las 2 p.m. a la Biblioteca de La Floresta. Los acompañaban dos psicólogas, Ana María Calle y Maritza Lopera, quienes habían trabajado con ellos en ese programa, “Fuerza Joven”, que les ofrece la Alcaldía de Medellín a jóvenes en situación de riesgo de delinquir y que consiste en que los ponen a estudiar y a trabajar en oficios que no tengan que ver con armas, les dan $200.000 mensuales en bonos de mercado y otro tanto en dinero para invertir en pagar sus estudios, los útiles y el transporte, y los hacen participar en un programa psicosocial, al cual asisten antropólogos, psicólogos, sociólogos y abogados. Pero a ese programa no entran quienes hayan sido condenados o procesados, ya que no se premia la delincuencia. Sólo ingresan jóvenes que no hayan sido capturados en flagrancia.

A los pocos minutos de iniciada la charla, en la que nos identificamos, contamos nuestras historias y las relacionamos con las que surgen en Amor enemigo, —el primer libro que se leían muchos de ellos y con cuyos personajes y trama se conectaron de inmediato—, ya se había creado ese ambiente de confianza en el que aparecen las charlas que salen del corazón... Como el tiempo voló y nos quedaba demasiado por conversar, los invité a almorzar al día siguiente Donde Pompilio, exquisito restaurante popular al que me había llevado el secretario de Cultura.

Felices, estos delincuentes en potencia, pero en proceso de recuperación, se sentaron alrededor de una gran mesa en compañía de las psicólogas. Unos pidieron bandeja paisa o bagre en salsa, y algunos probaron por primera vez el salmón… A ese almuerzo se sumaron tres muchachos nuevos, invitados por los otros, entre quienes había un joven de 23 años, con mirada inexpresiva, tatuado en espalda y brazos, que seguro nunca sería admitido al programa “Fuerza Joven”, porque estuvo preso en la cárcel de Bella Vista por homicidio, pero que, inexplicablemente, a los dos años apenas, salió libre al pagar una fianza de $1’800.000.

Estos jóvenes, quienes tal vez se sentían de nuevo personas dignas de confianza, comieron mucho, rieron y hablaron en paz… He aquí tres de esas historias:

“Lo que no lo mata a uno lo hace más fuerte”

Daniel (delgado, bien parecido, con chispa de diamante en la oreja, inteligente): “Tengo 19 años. ¡Quiero salir de la violencia! Por eso, hace tres meses, entré a este programa… Vivo con mi papá y mis abuelos… Ellos estuvieron conmigo siempre… Yo no viví maltrato familiar… Sólo que mi mamá se fue cuando tenía cuatro años… A esa edad ya sabía leer… (¡Aprendí a hablar antes que a caminar!) Un día me encontré un sobre en la mesa del comedor que decía: “Para mi hijo Daniel”. Lo abrí… Era una carta de mi mamá en la que me anunciaba que se iba para Ecuador, ¡que estuviera tranquilo! ¡Sentí un dolor muy grande! ¡Pero lo que no lo mata a uno lo hace más fuerte! No volví a saber de ella hasta cuando tuve 13 años. Viví siempre confundido: me preguntaba si mi mamá viviría: ¿qué le habría hecho yo para que se hubiera ido? A esa edad recibí una segunda carta suya, con una foto de una niña, en la que me decía que ahora tenía una hermanita… Me sentí todo raro… Luego me llamó un marido que tuvo, al que le quedó debiendo plata, y me dijo que ella no se había ido para Ecuador, que vivía en un pueblo cercano… ¡Imagínese lo que yo sentí…! ¡Yo, que había tratado de buscarla siempre, y descubro que ella estaba escondiéndoseme! Más tarde, cuando ya estaba en esto, ¡se apareció a juzgarme! ¡Sentí mucho rencor al verla! Le dije que había llegado muy tarde… Digo que yo ya la perdoné… ¡Pero me quedó un gran dolor! Yo fui muy bobo… Y sufrí mucho… ¡Pero qué va a sufrir uno por alguien así, que no lo quiere a uno, por una mujer que le hace eso a un hijo! ¡Yo no sería capaz de hacerle eso a un hijo mío! ¡Claro que madre es madre! ¡Y yo soy su único hijo…! En su novela me identifiqué mucho con el man ese que trabajaba para Don Corcho (un paramilitar, asesino)… Es que uno también ha tenido que hacer cosas malas… Me tocó buscar plata en la calle, hacer cosas malas para sobrevivir… Eso en parte, y también porque me gusta lo bueno… Pero ese no era el camino… De eso prefiero no hablar… ¿Que qué hago si cuando se acabe este programa (en diciembre) no he encontrado trabajo? Pues, ¿qué voy a hacer? Volver a lo mismo, será…”

“¡Si no consigo un trabajito me tocará volver donde ‘Los Paisas’!”

Gerardo (delgado, con fea dentadura, me genera confianza aunque parezca mentira). “Tengo 28 años… Vivo en la Comuna 13… Nací en Córdoba… Vivía en Tarazá. Mi papá tenía una tienda de comida... Mi mamá vendía morcillas y era ama de casa... Éramos seis hijos… A uno lo desapareció el narcotráfico… Yo era el menor... Mi mamá era brava: me pegaba con correa, muy duro... Cuando en la noche llegaba a la casa, de jugar maquinitas, me golpeaba mucho... En esa época yo veía en el pueblo que los manes (los paras) vivían bueno, se paseaban en sus camionetas bacanas, en sus motos… ¡Yo soñaba con tener una moto! Y cuando cumplí 12 años vine a Medellín a trabajar con un hermano que tiene una casa de vicio… ¡Trabajé como jíbaro dos años! ¡Gané plata! ¡A los pocos meses ya tenía mi moto! Pero la situación se puso muy fea en el barrio y volví a Tarazá… Permanecí un año: unos amigos me preguntaron si quería ingresar a las autodefensas y me dijeron que me pagaban… Dije que sí y entré al grupo de Cuco Vanoy… Me tocaba patrullar la zona... Allá lo que se hace es defender el territorio donde está la coca: la cultivan los campesinos, se les compra, se procesa y se saca… A veces la coca se la compran a la guerrilla... Es que ya casi no pelean la guerrilla y los paramilitares… Ahí duré como tres años… Después me salí y entré al Ejército… Estuve 14 meses: me dieron de baja por mala conducta: ¡me agarré con un superior y me reportó! ¡Eso pasa porque en el Ejército no le pagan a uno, y la poca plata que le dan (en 2003 eran $47.000) no alcanza! Uno tiene que completar: entonces les roba munición, proveedores y granadas a los compañeros, y se las vende a los paramilitares, o al que sea… Después entré al grupo de ‘Los Paisas’… Allá hacía lo mismo: patrullar la zona… Estuve ahí hasta hace cinco meses, cuando pedí permiso para venir a ver a mi hijo de seis años, y me quedé... En ‘Los Paisas’ me dejaban salir de un día para otro... Pero como yo estaba patrullando en el Bajo Cauca, no me daba tiempo de venir y estar con mi hijo... Vive con la mamá. ¡Ahora no me permite verlo porque no tengo plata para darle! Hacía cuatro meses que no me pagaban los 800.000 pesitos del mes… ¡Por eso también me salí! Pero yo tengo buenas relaciones con el que era mi jefe... ¡Con ellos, desde que uno no hable, no le pasa nada! Aquí, gracias a un señor de la Defensoría del Pueblo, entré a este programa “Fuerza Joven”: el dinero que me dan debo usarlo para pagar el estudio, el transporte y lo demás… Ahora estoy cursando sexto grado... Vendo cuentos infantiles por ahí... ¡Pero la economía está muy difícil! ¡Cuando se acabe este programa de la Alcaldía no sé qué voy a hacer! ¡Si no consigo un trabajito, me tocará volver donde ‘Los Paisas’! Allá el jefe me recibe…” (1)

“Yo sigo vendiendo rosas”

Diana (madre de tres hijos, negra, robusta, bella, de finas facciones y trencitas largas, abundantes, delgaditas). “Nací en el Chocó. A mi papá lo mató la guerrilla. Mi mamá vino a Medellín por la violencia. Dormíamos en la Plazuela Nutibara… Ella trabajó en una casa de familia... Dizque me tapaban la boca con un trapo para que no llorara... Llegamos a la Comuna 13 cuando tenía cuatro años... Por ser morena tuve muchos problemas... Mi hermana y yo éramos raras en el barrio... Yo peleaba cuando me decían negra y me cogían entre varios... Pero mi abuela decía que dejara que nos dijeran negras y que nos trataran mal… Ella me pegaba mucho... Le quitaba el hilito de cobre al alambre de la luz y con eso nos daba duro... Empecé a conseguir las amiguitas, a las que dejaban meterse conmigo… Y mi mamá encontró empleo en un hospital mental… Allá me encerraba con los enfermos mentales… Yo me sentía mejor con ellos que en el barrio… Fui cogiendo malas amistades… Quería ser la mujer maravilla para defenderme… Me metí a un combo… Así me respetaban… Pero mataron a mis amigas… Y vi cómo la guerrilla las violaba... El barrio lo habían fundado las milicias guerrilleras… Las pelaítas, después de los 12, ya les servían… Nos recogían en una volqueta y nos llevaban obligadas a entrenar bajo alambres de púas en El Morro… Ya cuando nos salían tetas, éramos las mujeres de ellos y nos violaban… Pero yo me cubría mucho, me ponía dos camisetas y era como su mascota… A los 13 me volé con una amiga para Cartagena… Ella me enseñó a vender rosas… Así conocí a Víctor Gaviria: le vendí rosas y le dije: invíteme a comer… La esposa propuso: llevémosla… Fuimos a comer al hotel… Víctor me entregó al ICBF… Ahí comenzó la historia de La vendedora de rosas… Yo fui una de las protagonistas de la película, La Cachetona… Que, ¿cómo es la historia de la recaída de Lady, la protagonista que está presa? Ella nació y vivió en medio de la droga y… un día fuimos a una fiesta: a las 3 a.m. se acabaron el trago, el perico, la marihuana, el éxtasis… Y se les terminó la plata… Y les dio por ir a robar… Los pelaos estaban armados… Lady se montó al taxi… Compraron más pepas de esas que producen ganas de robar, de dormir, de matar… Y mataron a un caballo y al taxista… Le dieron 40 puñaladas… Y salieron ensangrentados para la casa de Lady… Y los cogieron y los encanaron por robo y por el homicidio del taxista… ¡Pobre Lady! Después de que habíamos ido a Cannes… vuelve y cae. Ahora vamos a empezar con Víctor Gaviria otra película que se llama El Animal… Es sobre la vida de un muchacho de un barrio popular, que es un animal con las mujeres… ¿Que yo qué?... Pues sigo vendiendo rosas… Pero ya casi no se venden… Quisiera poder cambiar de casa, irme del barrio donde vivo: es uno de los más duros… por la bala y por la droga… A la marihuana le echan basuco para que los muchachos se vuelvan más adictos… Es que me preocupa mucho mi hija de 13 años…

Posdata

Todas las historias de esos muchachos son igual de dolorosas y reveladoras que estas tres… Y salvo la ‘Vendedora de rosas’, quien gracias al director de cine Víctor Gaviria ya vislumbra un futuro en su horizonte, los demás tienen enormes posibilidades de recaer en la delincuencia si no consiguen empleo pronto, si no se implantan rápidamente programas de emprendimiento y si llega un nuevo alcalde y acaba con “Fuerza Joven”.

(1). El relato de Gerardo fue tomado de la columna ‘Sin Palabras’, de la misma autora. El País de Cali, septiembre 4 de 2011.

La estrategia de la Policía

Mientras la Alcaldía de Medellín lidera estrategias para evitar que los jóvenes sucumban ante la violencia y la delincuencia, el comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá, general Yesid Vásquez, está encargado, además, de la estrategia contra las bandas organizadas del crimen.

Para ello trabaja en tres grandes pilares desde enero pasado, cuando fue trasladado de Bucaramanga: fortalecimiento de la Policía Judicial, el Escuadrón Especial de Reacción y el acercamiento con la comunidad. Este último permitió la desarticulación de combos y la captura de más de 500 miembros de bandas en sólo siete meses.

El otro gran desafío es el microtráfico, flagelo que tiene en jaque a las principales capitales del país. Sólo en Medellín y el Valle de Aburrá fueron incautadas 6,1 toneladas de drogas ilícitas, entre marihuana y cocaína durante el año pasado. Entre enero y julio de este año fueron 10,2 toneladas.

El programa "Fuerza Joven"

“Fuerza Joven” es una estrategia de la Alcaldía de Medellín para ofrecer apoyo a los jóvenes en situación de riesgo de delinquir y les brinda alternativas distintas a la pertenencia a grupos violentos.

Su énfasis está en la población adolescente de sitios de reclusión y territorios específicos de la capital antioqueña, a quienes brinda acompañamiento psicosocial individual y familiar, ayuda para su vinculación al aparato educativo y actividades culturales y de servicio social, así como a su preparación para el desempeño laboral.

Tiene tres grandes componentes. Delinquir... no paga (para evitar que los adolescentes incurran en violación de las normas sociales y promover en ellos la autorregulación), Jóvenes en alto riesgo (para reducir la vinculación a organizaciones al margen de la ley) e Intervención social en cárceles. Según la Alcaldía, este último busca la reintegración del preliberado, el pospenado y su entorno sociofamiliar a través de la prevención del delito.

Por Patricia Lara Salive / Especial para El Espectador

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