Marcha con-sentida y con sentido

La de este 21 de noviembre pasará a la historia como una de las páginas más bellas de nuestra historia democrática. Este día se vivió una movilización social como nunca se había visto, pese al ambiente de zozobra que se generó desde el mismísimo gobierno. Yo fui dizque a marchar y lo que me encontré fue una fiesta. Una fiesta para saciar todos los sentidos.

Guillermo Zuluaga Ceballos / Especial para El Espectador
22 de noviembre de 2019 - 03:35 p. m.
Yo fui dizque a marchar y lo que me encontré fue una fiesta. Una fiesta para saciar todos los sentidos.
 / Metro de Medellín
Yo fui dizque a marchar y lo que me encontré fue una fiesta. Una fiesta para saciar todos los sentidos. / Metro de Medellín

Llegué al Parque de las Luces. De entrada me pareció increíble tanta gente. El sentido de la vista se sorprendió: no era una marcha de camisetas blancas impolutas como en otras donde estuve: en esta había rojo y naranja y rosa –mucho rosa- y también negros y grises. Banderas rojas, verdes, y verdes y rojas, banderas arcoíris, blancas… tantas banderas ondeaban y su movimiento serpentino en el aire hacia una fiesta amable y diversa.  Y esas sombrillas todas tan coloridas, vistas desde el puente peatonal: qué espectáculo de policromías y de movimiento. Todo contrastaba debajo de un cielo azul de cobalto que era la prueba de que al parecer hasta el clima confabuló con esta invitación ciudadana.


También fue fiesta para el olfato. Antes de llegar al sitio de encuentro, caminé por el centro de Medellín. Las calles más parecían las de un domingo: pocos carros pocos locales comerciales abiertos. Digamos que desde ahí, me gustó este día: el sentido del olfato vivió algo de sosiego en cuanto se podía respirar un aire menos pesado que de costumbre. Ya dentro de la marcha hubo otros: el olor a cigarrillo, y a mariguana, ah y el olor de los perros calientes y el olor dulzón del tabaco y de las empanadas que rondaban por ahí. Pero además olía a fragancias refinadas de las chicas de las universidades públicas y de las privadas que también marcharon; y también olía un poco a sudor rancio de algunos hombres que no se molestaron en muchos arreglos personales para llegar a la marcha. Quizá les dio miedo llegar tarde. Por hoy se les excusa.  

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Y el oído sí que se deleitó. La de hoy fue una que no sonó a marcha sino a carnaval: desde mi ingreso me llamaron la atención tantos tambores y tantas cornetas y hasta vuvuzelas que recordaron fechas de mundiales futboleros. Y tantos pitos. En la plaza y en la calle se oía comparsas y música de papayeras…y cuando llegaron las barras del Nacional y del Medellín, los barristas con sus cánticos le dieron un toque más de alegría al encuentro. La marcha fue un disfrute para el oído: porque también lo que se oía de la gente eran frases de alegría: de los salseros que llegaron del occidente; de los rockeros que venían del sur, de los raperos que bajaron de todas partes: la de hoy fue música o así quise oírlo: 


“Mire lleve la micheladita de la marcha” oí a un vendedor de cerveza a 20 pasos de un agente de la Policía. “A dos quinientos el vive-cien”, dijo otro, en este día en que los vendedores humildes se dejaron oír. Ah y también me gustó oír, cuando desde el puente peatonal un hombre le gritaba a otro que iba escoltado sobre la calle: “Asesino, asesino”. Y entonces se acercó un chico de veinte y algo a decirle a ese hombre de bluyín y cabello al rape: “Hermano, pero no es mejor que esté aquí y no matando soldados?”. (al rato supe que el hombre increpado era Rodrigo Londoño, senador y exjefe de las desmovilizadas FARC). 

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Fue una marcha también para el gusto. Las paletas de agua hoy sabían más dulces. El agua se deslizó por la garganta más amable; el café con el amigo, mientras comenzaba la marcha, estuvo menos ocre; fue rico tomar el revitalizante Gatorade, compartido por el amigo de al lado; alguien pasó comiendo empanadas y se veía el deleite. Unos chicos compartieron un brownie dulce que debió enredarleseles en el paladar,  antes de la marcha; y al mediodía muchos chicos cuando la marea iba por la avenida La Playa armaron grupos y se sentaron en medio de la calle y debajo de las ceibas y cauchos, destaparon sus olorosas cocas, y compartieron sus arroces unos más blancos que otros, los trozos de carne o de salchicha. Echados, ahí, desprevenidos, en circulito de amigos, viéndolos comer en ese como rito, la boca se hizo agua, pero no tanto como a las 11 de la mañana cuando la marcha cogió rumbo sur, y los vendedores pasaban con las cervecitas heladas. La tentación iba ahí, pero había un acuerdo tácito de respetar la marcha: y por ahí comenzaba el respeto. 

La de hoy fue una marcha para el tacto. Tanctos amigos…y hoy todos nos abrazamos: abrazo salsero con Julio Rpo, y con el Rafa Restrepo, y con el Flaco Trujillo. Abrazos con dos estudiantes de EAFIT, de cachetitos rosados por tanto sol, cuando me gritaron “Profe”. Y abrazos con Julio Cesar Herrera fotógrafo de EC, y con Donaldo Zuluaga, que ya no las toma  para que le paguen, sino que lo hace como rito de vida y siempre está con su cámara y su mirada, donde está su gente; hoy fue la marcha de los abrazos, y así tenía que ser: de hecho no había otra forma de estar ahí, en esa marea humana que fue juntándose-amasándose-amacizándose, y no le dio miedo juntarse; o se alegró como nunca de juntarse. Porque lo de hoy fue el abrazo de una ciudad que son tantas, y que parece que tuviera brazos partidos. Pero hoy se unió, y caminó de la mano, y se estrechó  y se sonrió y se hizo una masa humana que cantaba y que soñaba con que algún día, todos seamos uno.

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A eso de las dos de la tarde, me fui perdiendo entre las calles del centro…iba por la Carrera El Palo y alcanzaba a oír esa marea que no se cansaba aún de gritar y de cantar y de silbar…y mientras llegaba, recordaba solo otra en que vi tanta gente: una de 2008 en contra del secuestro. Y estuve en esa. Pero fue convocada desde el  Gobierno y hubo mucho eslogan oficial. Y mucha prensa palaciega. Pero la de hoy, fue un encuentro espontáneo, amable, musical, colorido; venido de abajo y un poco vilipendiada desde arriba. La de hoy fue una marcha donde nos vimos los de siempre; y también una donde llegaron los que nunca.  Salí de esa manifestación de amigos pero no he sido capaz de estar ajeno: veo en las pantallas tantas imágenes de otras ciudades de Colombia…. 


Y aunque no deberíamos estar marchando, me alegra que las haya: nos muestra que estamos vivos, y que no somos indolentes. Que, como decía en un cartelito: nos quitaron tanto que hasta el miedo nos quitaron. Lo de hoy fue una fiesta, tanto que no he podido concentrarme en otros asuntos laborales…pero qué importa: tocará esperar. Y entonces, para hacer catarsis de esta euforia, trato de dejar esta breve constancia.  Ustedes me entienden, ¿cierto?

 

 

Por Guillermo Zuluaga Ceballos / Especial para El Espectador

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