Crónicas de Carnaval: “Quiero amanecer”… con mi loca Alicia

En carnavales, Barranquilla enloquece. Pero, sobre todo, es el momento para los amores. Quizás amores locos, como el de Manuelito Barrios –el apuesto y conocido compositor colombiano- y Alicia, su amor, una mujer loca de verdad.

Camila de la Hoz Boom - Alianza Uninorte/ El Espectador
02 de marzo de 2019 - 05:50 p. m.
Foto: Pixabay.
Foto: Pixabay.

Alicia estaba loca, por eso dejó a Manuelito. La mona, como la conocían en las calles del Barrio Abajo, era una mujer muy hermosa; bajita pero delgada, rubia de cabellos rizados, la única que tenía los ojos verdes en la cuadra, blanca como ella sola… y nunca tuvo barriga, ni siquiera después de sus 5 hijos. Manuelito estaba loco por ella, pero ella estaba loca, de verdad.

De joven solía ser una mujer muy parrandera, divertida y libre; no le gustaban las ataduras, vivía de fiesta en fiesta, de bazar en bazar, de carnaval en carnaval.

Manuelito Barrios era un moreno alto y simpático, de ojos café, acuerpado y de cabello rizado. Era alegre, amable, coqueto, todas querían con él.  Le iba muy bien de comerciante y su época favorita del año eran los carnavales, grande el problema para quien viniera a amargarle las fiestas. Todos tenían que ver con ese moreno sabrosón que le alegraba la vida a cualquiera. Una fiesta no era igual sin él y se tenía que amanecer o mejor no se hacía nada.

Orgulloso de ser el rey momo de su barrio y de los barrios vecinos, no escatimaba en gastos, por eso organizaba las mejores fiestas. Las mujeres se peleaban la corona pero para él solo había una reina.

El encuentro

Alicia conoció a Manuel en un bazar. Eran vísperas de precarnavales y La mona tenía que salir a lucir esa melena que tanto le costaba mantener, todos querían sacarla a bailar pero ella les decía alguna excusa. Solo uno tuvo éxito, decían que era el rey momo, decían que era muy famoso y decían que tenía su propia canción. Conectaron inmediatamente y se hicieron muy buenos amigos. Andaban juntos de arriba para abajo. Eran los populares del barrio. Los chismes nunca faltaron pero ellos, solo se reían. Esos fueron los buenos años.

Detrás de ese carnaval en el que Manuelito vivía constantemente, se escondía una gran pena. Era viudo. Su primera esposa había muerto dando a luz a su octavo hijo.  Muchos sabían eso, pero él “de eso no hablaba”. Con sus hijos era muy responsable y de parte de él nunca les faltó nada, ni siquiera una mamá.

Manuelito sentía que sus niños necesitaban una figura materna y se había propuesto convertir a Alicia en su reina con tal de que Alicia se volviera mamá.

A La mona le encantaba la idea de ser reina, pero no la idea de ser mamá. A ella le gustaba realmente un compañero de parranda, un cachaco desabrido y malandroso, Eduardo Forero. Pero a Barrios no le importó. Creía que si un vínculo los unía para siempre, Alicia no podría escapar a su destino.  Para asegurarse que el vínculo fuera lo suficientemente fuerte, le dio dos razones para quedarse con él: Ruth y Zunilda.

Pero los cálculos le dieron mal a Manuelito. Él pensó que 2 más 2 le daría 12 y terminó dándole 0. Alicia no quiso encerrarse en una casa a criar ocho pelaos que ni siquiera eran de ella. Manuelito tuvo que escoger y escogió a los hijos de su difunta esposa. A fin de cuentas, eran frutos de su primer y verdadero amor. Alicia y Manuel terminaron un febrero del año 65.

La vida es un carnaval

Manuelito no perdió esta vez el tiempo en lamentaciones, se casó por segunda vez con Nicolasa, una compañera de parrandas que le había presentado Alicia. Al principio no le prestó atención porque sus ojos le pertenecían a una mona de cabellos rizados, pero Nicolasa le mostró que una negra de cabello apretado podía ser lo que él realmente necesitaba.  Se convirtió en la dueña y señora de esa hermosa y gran casa en el barrio modelo y criaron a sus 14 hijos lo mejor que pudieron. Manuel trabajó muy duro para darles lo mejor.

Todos los sábados que salía con sus amigos a tomarse unas cervezas hablaba de que sus hijas mayores estaban viviendo en Nueva York, que ya había casado a gran parte de sus hijos y que los más pequeños ya se iban a graduar de la universidad. Aunque se quejaba de que ninguno de los le salió rey momo o reina. Pero aparte de eso, les decía a que había vivido bien. Que había sido feliz.

Sus amigos también le contaban cosas, le contaban que Alicia se había metido con un cachaco, que ya le había parido tres varones, que ya no salía, que vivía encerrada y que todos creían que La mona se había vuelto loca. Lo último que supo Manuelito de ella fue que al marido lo habían abierto como a un bocachico y que su locura había empeorado. Todos se burlaban de ella pero Manuelito los mandaba a callar. A él no le gustaba que le faltaran el respeto, siempre la defendió.

La despedida

Para Ruth fue muy difícil asistir al velorio del padre que la había abandonado. Fue en la gran casa del barrio modelo, cuando entró no le pareció tan grande. El difunto yacía en una caja de madera en el centro de la sala, ella casi no podía ver porque lo rodeaban sus hermanas, lloraban de manera desconsolada. Cuando las vio pensó que la que más se parecía a Manuelito, era ella. Los varones estaban en un rincón, junto a la ventana, derrumbados pero tratando de mantenerse fuertes. Ellos sí tenían los rasgos de su papá, morenos, altos y atractivos. Por último vio a la viuda, estaba sentada en el sofá, se notaba que lo habían corrido para la ocasión, estaba pegado a la pared justo al lado de los varones.

Nicolasa parecía haber llorado mucho pero estaba tranquila, vestía un conjunto de blusa y falda negra. Ruth usaba un conjunto similar, pero blanco, pensó que sería irrespetuoso usar negro con los familiares más cercanos; ella no quería problemas. Ruth pensó que tendrían puesta la canción, pero a Manuelito se le habían acabado los amaneceres y ella no sabía cómo sentirse al respecto. De repente, notó las miradas despectivas y escuchó los murmullos.

Los que conocieron a Alicia la saludaron, ella no reconoció a ninguno, un imprudente le preguntó que si venía por la herencia, que ese era su derecho. Ruth entendió la razón del recelo pero era muy tímida. No fue capaz de decirles a sus 14 hermanos que ella solo quería dar un último adiós.

Ella solo se despidió, dio media vuelta y nunca regresó a esa casa. Ruth nunca supo donde enterraron a su padre. Ni fue a la misa del domingo, ni regresó a ver a sus hermanos. Pero sí volvió a escuchar la canción. Todavía quería “amanecer… cantando”.

Por Camila de la Hoz Boom - Alianza Uninorte/ El Espectador

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