En Galapa celebran el Carnaval, que son las vacaciones de la muerte

Hoy es domingo de La Gran Parada. Los galaperos se aglutinan en las terrazas de las casas que están frente a las calles por las que pasará el desfile. Una de esas casas es la de “Lucho Muerte”.

Ever Mejía*
27 de febrero de 2017 - 12:44 a. m.
Fotos: Nathalie Pabón
Fotos: Nathalie Pabón

Todos los 20 de enero, día de San Sebastián, Andrés Cotero se disfrazaba de muerte. Recorría las calles polvorientas de Galapa y asustaba a los niños que, en forma de juego, se amontonaban a su alrededor para tocarlo, molestarlo, quererlo y, por supuesto, no querían ser atrapados. Así fue durante muchos años hasta que la misma muerte atrapó a Cotero, y por ese golpe mortal, la tradición por un buen tiempo se perdió.

Muchos años después, en diciembre de 1992, dos vecinos de Galapa se sentaron a conversar sobre las tradiciones y recordaron aquellas épocas de la niñez cuando corrían, para no ser atrapados por la muerte:

-La tradición no se debe perder. ¿Y si la rescatamos?- Dijo José Llanos

-Verdad –Respondió Luis Orellano

-¿Tú eres capaz de disfrazarte de muerte?

-Sí, yo me disfrazo

-Pero tienes que ir al cementerio

-Yo me le mido

Entonces, aprovechando un saber transmitido en el tiempo, Llanos le respondió:

 Yo te hago la máscara, tú mandas a hacer el disfraz y sales el 20 de enero.

“Salí el jueves 20 de enero de 1993 con la máscara, el gancho y la muerte a cuestas”, recuerda Luis Orellano dos semanas antes de la Gran Parada de 2017, mientras ojea el libro El Carnaval: La mirada de sus artistas, en el que aparece su agrupación Somos Muertes y Diablos.

Ese jueves en la noche, Orellano vestido de muerte dio un recorrido por las calles de Galapa sorprendiendo a los vecinos y jugando con los niños. Su amigo Édison Salcedo, también vestido de muerte, lo seguía. Ellos llegaron a la entrada del Cementerio Municipal de Galapa, simbolizando que a partir de ese entonces, Luis Orellano personificaría a la muerte que estaba ausente desde el fallecimiento de Andrés Cotero.

“Me reconocen como ‘Lucho Muerte’, pero no solo porque me disfrazo de muerte, sino porque cuando la agrupación apenas iniciaba, yo pasé por la casa de un señor popular que arreglaba neveras que era conocido como ‘La Fragua’. A los pocos días el señor falleció. Y la gente del pueblo molestando, me empezó a decir: ‘Tú mataste a ‘La Fragua’, tú eres ‘Lucho Muerte’’, recuerda Orellano.

Luis es un hombre que permanece con una sonrisa a pesar de no ser perfecta. Él es flaco, de baja estatura y de grandes orejas. Cuando habla de la muerte lo hace sin cancanear y sin sonrojarse, dice que todos nos moriremos y que es algo natural, piensa que en vez de rechazarla hay que rendirle un tributo, y él lo hace con su agrupación.

Entonces se detiene y desde la sala de su casa anota: “Mire, ese que va allá es José Llanos, el que me hizo la primera máscara de muerte”. El hombre de tez morena, baja estatura y portador de un pronunciado bigote blanco, salía de la casa del frente con una bolsa negra sobre sus hombros. Orellano advierte que a pesar de que es uno de sus grandes amigos, cada quien tiene su agrupación.

La fachada de la casa de Llanos tiene colores fluorescentes, y sobresalen un león, un tigre y una jirafa y en lo más alto dice el nombre de su agrupación: Selva Africana.

La casa de José Llanos es relativamente grande, tiene dos pisos, el primero es un patio dedicado casi exclusivamente a la fabricación de máscaras, por las cuales Llanos es uno de los personajes más reconocidos del Carnaval. Mientras está de pie y pega el papel maché en una máscara de arcilla que tiene forma de torito, lanza una pregunta al aire: “¿Quién no le tiene miedo a la muerte?”.

Cuando Llanos recuerda que creció viendo y escuchando a personajes como el Joe Arroyo, Diomedes Díaz y el ‘Pibe’ Valderrama que eludían las preguntas que los periodistas le hacían sobre la muerte, viene a la memoria un fragmento de una entrevista de Ernesto Mccausland al cantante Diomedes Díaz:

¿Usted piensa en la muerte?

Todos los días, a diario

¿Qué piensa?

No quiero morirme, le saco el cuerpo cada ratico. Si yo supiera que uno sirviera más muerto que vivo, yo me muriera hoy mismo, pero no sé. Y uno enterrao y con eso calores que hacen ahora.

José Llanos evita hablar de la muerte, le huye al tema, su temor queda en evidencia cuando desea que: “Esta entrevista no haga mella, porque no se sabe en qué momento la muerte llega, y puede ser que por aquí no llegue, porque acá lo que respiramos es carnaval”. Para Llanos el carnaval y la fiesta son el antídoto para la muerte, según él “la vida son las vacaciones de la muerte, y hay que disfrutarla”.

Hoy es domingo de La Gran Parada en Galapa, y cualquiera que se acerque al municipio se da cuenta de la importancia de la festividad para sus habitantes. En un recorrido por las calles del pueblo, se puede apreciar que la ciudad se divide en dos. En una parte transitan pocas personas y las casas tienen sus puertas cerradas. En la otra está el carnaval, todos los galaperos se aglutinan en las terrazas de las casas que están frente a las calles por las que pasará el desfile. Una de esas casas es la de “Lucho Muerte”.

Si un visitante llega a la plaza de Galapa y quiere dirigirse a la casa de ‘Lucho Muerte’, solo basta con indicarle a cualquiera de los bicitaxistas que se encuentran allí parqueados, que se dirige a la casa de ‘Lucho Muerte’. Casi al instante ellos reconocerán el camino por el que debe llegar al lugar.

La casa de ‘Lucho Muerte’ es pequeña: tiene tres habitaciones, calculo que la sala y la cocina tiene las dimensiones de una cancha de baloncesto y la mitad del patio está ocupado por ladrillos, maderas, sillas viejas y escombros, además lo comparte con una casa vecina. A pesar de esto, hoy, día de la Gran Parada, en un lapso de una hora han entrado y salido de la casa alrededor de 30 personas. La única regla para entrar parece ser gozarse el carnaval. En la terraza están los más ansiosos con sus puestos asegurados a la espera del desfile, la sala es una zona de transición y allí está el equipo de sonido a todo volumen en el que se escucha al Joe Arroyo. En dos de los tres cuartos se visten las niñas de la agrupación que lucirán su disfraz de color negro con trazos blancos; cada atuendo está compuesto por un par de medias veladas, pollera, camisilla y balaca. En la diminuta cocina se prepararon en la mañana dos calderos de sopa de costilla, que ahora reposan en el patio. Un montón de personas están al acecho y casi todos tienen una cerveza en la mano.

Inicialmente la agrupación de Luis Orellano era solo de muertes, pero su amigo Jorge Escobar lo incentivó a agregarle los diablos porque consideró que “la muerte con diablos es más elegante”.

Hoy en la Gran Parada ambos están muy festivos. Luis dice “Jorge, tú eres un diablo, pero con el ron”. Jorge agrega “y con las mujeres”. Ambos ríen celebrando el chiste y mostrando su complicidad.

Al poco rato, llega otro hombre, está tatuado y sucio de grasa de motor. Casi toda su vestimenta es negra: sus zapatos, su pantalón, su cangurera y su gorra. La camisa también es negra, pero sobre el pecho tiene el único rasgo de color en su indumentaria: “Galapa vive el Folclor”, explican las letras estampadas en color amarillo.

Es Víctor García, un diablo muy reconocido de la agrupación. Luego de tomarse un par de cucharadas de sopa de costilla, dice que viene del taller, que tiene que irse a cambiar a su casa, pero que tenía que llegar primero a donde ‘Lucho Muerte’ por puro ocio. Cuando Víctor se disfraza es el preferido de las cámaras fotográficas, quizás porque va montado en un monociclo que maneja con suma habilidad, por el maquillaje rojo en su rostro o por la corona que lleva puesta –parecida a la corona de espinas de Jesucristo- con unos grandes cachos adelante.

Uno de los visitantes de la casa conversa con Jorge Escobar en el patio, le pregunta que si la señora que está al lado de la olla de sopa es la esposa de ‘Lucho’. De inmediato suelta una sonrisa y grita: “Marujaaa”. La mujer gorda y de baja estatura responde con un tono alegre: “Yo soy la dueña de la casa”.

Maruja es una mujer que irradia alegría. Ella no sonríe, sino que directamente lanza carcajadas. Hoy ha estado atendiendo a la visita, desde las niñas a las que las ayuda a vestir, hasta los grandes a los que les sirve la sopa o les entrega una cerveza, y si tiene chance se sienta a conversar un rato. Maruja apoya a su esposo Luis en todo, y recalca que a sus hijos les ha inculcado el amor por el carnaval. Ella siempre está en todos los detalles, si a las niñas les falta agua ella se la consigue o si a los hombres les falta trago también, porque rumbera sí es. En las palabras del diablo Jorge Escobar: “Maruja es la verga, una llave, está en todo”.

Pasada las dos de la tarde, Luis Orellano anima a los integrantes de la agrupación para que se dirijan al punto de partida del desfile. Media hora se demorarían en atravesar la mitad de Galapa para llegar al punto inicial. En esos momentos Luis está atento a los detalles de su agrupación, pero sobre todo de su nieto de cinco años Matías Mero Orellano que luce un disfraz de diablo. Lo cuida y le agarra la mano a Matías porque para Luis esa es la certeza de que su agrupación conservará la tradición.

A escasos minutos de iniciar el desfile, las niñas de la agrupación se encuentran expectantes y organizadas. Varios metros atrás, protegiéndose del sol en un enorme árbol de matarratón se encuentran los hombres mayores de la comparsa, entre ellos Luis Orellano y Jorge Escobar, que destapan una botella litro de ron Cocoaniz.

Durante el recorrido el pueblo es festivo e ingenioso. Para llamar la atención de los posibles compradores, una casa tiene dos anuncios. El primero es común: “Cerveza x 2000”, el segundo le saca una sonrisa a cualquiera: “Tres polvos carnavaleros x 2000”. En Galapa todos entienden la metáfora, los vendedores se refieren a la maicena, que durante todo el año se utiliza para hacer buñuelos o natilla, pero que en época de carnavales sería un desperdicio utilizarla para un fin gastronómico, en esta ocasión la intención es ensuciar al otro para que así se evidencie que están de fiesta.

También se observa a niños vestidos de Policía y a sus padres tomando cerveza, una de las tantas formas de burlarse del nuevo Código de la Policía que prohíbe ingerir licor en el espacio público. Pero hoy en Galapa, los policías no están preocupados por sancionar a nadie, sino en participar del carnaval. Toman fotos y selfies, y a su vez conversan con las personas que están tras las vallas.

Con solo observar a la agrupación Somos Muertes y Diablos, se puede decir que prima la descoordinación. Las niñas de entre siete y trece años con emoción intentan moverse al ritmo de chandé. Las dos mujeres mayores de la comparsa bailan en escasos tramos del desfile. La preocupación de los hombres mayores pasa por saludar a los conocidos que están mirando el desfile y por buscar la botella de ron para tomarse el próximo trago. En palabras de dos hombres de la agrupación Toromura que van adelante en el desfile: “Los de atrás están más enredados que saco e´pita”.

Cualquiera que observe a ‘Lucho Muerte’, a los diablos Jorge Escobar y Víctor García con su monopatín, y recuerde la casa donde está Maruja, se dará cuenta que para estos grandes amigos, la muerte y los diablos son solo una excusa para compartir y gozarse la temporada del año que más les gusta: El carnaval. A la memoria viene Andrés Cotero, que sigue siendo el muerto más popular de todos los muertos que andan por las calles de Galapa.

*Estudiante de la Universidad del Norte, de Barraquilla

Por Ever Mejía*

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