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'Bolívar tenía buena pluma'

Armando Martínez Garnica, por azares del destino, terminó con una copia original, encontrada en Málaga, Santander, de un poema escrito por el Libertador.

Pastor Virviescas Gómez / Especial para El Espectador
02 de mayo de 2013 - 11:21 p. m.
Armando Martínez Garnica, presidente de la Academia de historia de Santander. / Cortesía
Armando Martínez Garnica, presidente de la Academia de historia de Santander. / Cortesía

En el momento en que Armando Martínez Garnica presentaba la edición 8 de la Revista de Santander y anunciaba que tenía una revelación de carácter mundial, el 99% de los asistentes al auditorio de la UIS no sabía de qué se trataba, pero en mi caso temía que el historiador se atreviera a mostrar el sobre en el que Francisco de Miranda (segundo presidente de Venezuela) coleccionaba los vellos púbicos de las damas de varias nacionalidades con las que se dice sostuvo intensas batallas amorosas, incluida la zarina Catalina de Rusia.

Podía causar algún desmayo entre los académicos y miembros de la rancia sociedad bumanguesa presentes, así que los segundos se hicieron eternos. Finalmente, Martínez Garnica, con la sonrisa de muchacho travieso que siempre le caracteriza, llevó su mano derecha al bolsillo de su saco y de allí extrajo un sobre amarillento. “Aquí les tengo -dijo- “Mi delirio sobre el Chimborazo”, un pequeño texto en prosa cuyo autor es el Libertador Simón Bolívar”.

Entonces el asombro se apoderó del recinto y más cuando Martínez Garnica manifestó que la única copia que se conocía -porque no hay un original del puño y letra de Bolívar- es un ejemplar conservado en Quito, pero que la que tenía en su poder era una nueva versión, tan sólo que descubierta en Málaga, departamento de Santander.

“Como algunas voces han puesto en duda la autoría del Libertador, dejemos que sea él quien lo confirme en una carta que remitió a su maestro Simón Rodríguez desde Pativilca, el 19 de enero de 1824: ‘Venga usted al Chimborazo; profane usted con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del universo nuevo. Desde tan alto tenderá usted la vista; y al observar el cielo y la tierra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: dos eternidades me contemplan; la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el padre del universo’”, subrayó el historiador.

Faceta de un Bolívar que enamoraba a sus mujeres con obras del romántico Juan Jacobo Rousseau, como “Julia o la nueva Eloísa”.

¿Qué es “Mi delirio sobre el Chimborazo”? ¿Por qué tanta alharaca? 

Durante la primera semana de julio de 1822 Bolívar contempló desde Riobamba el volcán nevado del Chimborazo. Subió a caballo hasta las laderas y ascendió luego a pie hasta donde pudo. Desde allá observó el paisaje y quedó tan fascinado, que posteriormente escribió un texto que se llama “Mi delirio sobre el Chimborazo”, que es el delirio sobre su misión en Suramérica. El original no ha sido encontrado, pero sí una copia que está en poder de una familia quiteña y que es la que todos conocemos. Entonces hubo un tiempo en que se dijo que era apócrifo, pero tenemos testimonios en los cuales el propio Bolívar muestra que él lo escribió impactado por el paisaje que vio en Ecuador y porque lo unió con su destino continental. Se considera la obra poética más significativa de la pluma del Libertador. Son las impresiones que le produjo la vista maravillosa que se ve desde el Chimborazo, que es un volcán que descrestó a (Alexander von) Humboldt, a (Amadeo) Bonpland, a todos los que pasaban por ahí y quedaban maravillados.

¿Está diciendo que ese guerrero también fue poeta?

Bolívar tenía muy buena pluma. Hay que reconocerle eso, y él dictaba desde la hamaca -que era su sitio de trabajo- a tres secretarios al tiempo. El Libertador tenía muy buena educación, muy afrancesado y además los edecanes -varios de los cuales fueron franceses como Luis Perú de Lacroix e ingleses como Daniel O’Leary- mejoraban muchas cosas y le escribían en varias lenguas. Normalmente eran extranjeros y tenía además copistas, porque de cada documento había que sacar copias. Bolívar dejaba una copia para él, que iba en baúles. El archivo de Bolívar tiene una historia maravillosa porque él ordena quemarlo una vez muera, pero los tres edecanes no lo queman sino que se lo reparten y se va a Europa. La parte privada, que es la que tenía en petacas Manuelita (Sáenz) se fue a Paita (Perú) y aún no ha aparecido. Algún día aparecerá, porque los documentos no se destruyen, siguen un rumbo insospechado y algún día aparecen. Por ejemplo el archivo de Pedro Gual, el secretario de Bolívar que estuvo presidiendo el Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), lo dejó en Lima, murió y resulta que los originales aparecieron en Brasilia, en manos de la Presidencia de Brasil, y allí los encontró un historiador jesuita. Entonces quién iba a imaginarlo. Algún día aparecerá el archivo de Manuelita.

¿“Mi delirio sobre el Chimborazo” es parte de la ‘locura’ en la que estaba Bolívar? ¿Deliraba ya?

Hay que saber una cosa, y es que Bolívar es el heredero del ideario de Miranda, quien en 1790 formuló un sueño que es una nación de tamaño continental. Cuando Miranda dice Colombia, está pensando en el continente suramericano. Ese es el sueño que portan en la sangre genéticamente los caraqueños. Cuando Bolívar llega en 1810 a Londres, enviado por la Junta de Caracas, Miranda lo reciba y lo acompaña a sus diligencias ante el gobierno británico para pedir armamento y apoyo, y le transmite al joven Bolívar el sueño de una nación continental. Bolívar se tuvo que conformar con el norte de Suramérica, pero él no abandonó la idea de ampliar su proyecto continental y de hecho eso explica por qué una vez conquistada Quito, sigue a liberar Perú y Charcas, y ya no podía seguir más porque Argentina había sido liberada por San Martín. Pero Bolívar porta ese germen maldito caraqueño de la ambición política continental, que los venezolanos resucitan periódicamente. Lo resucita (Juan Vicente) Gómez, lo resucita (Hugo Rafael) Chávez y (Nicolás) Maduro no sé si tendrá el aliento para resucitarlo, pero ese es un germen absolutamente caraqueño: la ambición política del mando continental, llámese Comunidad Suramericana de Naciones, llámese ALBA, y esa es la gran diferencia con nosotros los granadinos, que en el fondo no somos colombianos sino granadinos, y el granadino se conforma con lo que nos dieron los reyes católicos. No tenemos ninguna ambición y por eso siempre chocaremos, porque los venezolanos vienen tras nosotros y nosotros nunca nos dejaremos.

¿Cómo un documento del Libertador viene a parar a Málaga, ese remoto lugar al que aún en el siglo XXI hay que llegar por una trocha?

Como se aprecia en la letra del documento, por la calidad de la caligrafía, esto lo hizo un copista; un secretario con letra muy buena, pareja. Y después de que lo copiaron en esa bella letra, el que lo mandó copiar puso por detrás, en otra tinta y ya con letra fea, “En Loja a 13 de octubre de 1822”. Resulta que más o menos por esa época es el momento en que Bolívar escribe este texto. Bolívar va al Chimborazo la primera semana de julio de 1822 y sabemos que entró a Loja el 10 de octubre del 22, y exactamente esto dice 13 de octubre de 1822. Es decir, en la semana que estuvo el Libertador con su archivo fue copiado esto y, posteriormente, mucho tiempo después y ya con letra palmer, se dice: “Este original ha sido proporcionado por la señora Feliciana Belmonte, hija del secretario del Libertador, Mateo de Belmonte”, natural de Oruro (Bolivia) y quien acompañó al Libertador como oficial escribiente de su Secretaría entre agosto de 1825 y marzo de 1828. Esto tuvo que ir a Oruro, donde después de su muerte lo heredó su hija. Ahora, ¿cómo llegó de Oruro a Málaga (Santander)? Es un enigma. El hecho es que apareció en Málaga, pero 150 años después. Quiere decir que un colombiano lo tuvo que traer de Bolivia, adquirido a la última propietaria que es la hija y por algún motivo esa persona anónima finalmente lo hizo llegar a Málaga, pero no sabemos cómo.

Esta versión tiene las palabras y el sabor de la época, porque posteriormente fue modificada en la puntuación y algunas palabras. Entonces el gran aporte es que este fue escrito sobre la misma época y al serlo, es la versión que fue copiada del original, exactamente del archivo del Libertador en el momento en que él está en el sitio donde fue copiado, que fue en Loja.

¿Pero cómo llegó a sus manos?

Una señora anciana que vivía en Málaga, siente que va a morir y sabe que los guaches de sus hijos, que son comerciantes de zapatos, van a tirar a la basura los papeles que ella ha atesorado, llamándolos incunables. No son incunables porque ya sabemos que el incunable es antes de 1500. Entonces, por algún extraño sortilegio, ha oído que en Bucaramanga hay un historiador al cual le gustan los papeles viejos, entonces ella dice: le voy a dar mis incunables a ese historiador porque él los va a guardar, porque le encanta la ‘basura’ y el polvo de los archivos. Entonces me manda decir que si me interesan los incunables de una señora anónima, porque ya se va a ir de este mundo. Por supuesto yo salgo corriendo.

¿Qué es lo que ella llama los incunables?

Son fragmentos de dos archivos. Un fragmento del archivo de don Aquileo Parra (1825-1900), primer presidente que tuvo Santander durante el tiempo de la Federación. Correspondencia de Aquileo Parra, y quedé con la boca abierta, porque el archivo Parra fue despedazado. Hay una parte que está en la Biblioteca Luis Ángel Arango, otra en la Biblioteca Nacional -que fue la que tuvo Rodríguez Plata-, otra en la Academia de Historia, otra en el Archivo General de la Nación y a mí me tocaron seis carpetas de Aquileo Parra con cosas maravillosas. Y la otra parte es el archivo de un señor que se llamó Jorge Holguín, hermano del presidente Carlos Holguín (1832-1894). Don Jorge Holguín tenía un archivo muy interesante y era un coleccionista. Parece que coleccionó documentos de los siglos XVIII y XIX. Los Holguín estaban emparentados con muchos quiteños y de algún modo con gente de Málaga. Entonces su archivo termina en Málaga y por algún motivo esa persona también tenía parte del archivo Parra. Digamos que por mi fama lo recibí y lo tengo, pero con dos condiciones: que no los bote y que tengo que hacer una biografía de Aquileo Parra, pero en grande. O sea, me comprometió el resto de mi vida a hacer una biografía de Parra, nuestro presidente, del cual hay unas cortas biografías y apenas tengo un pedacito, entonces voy a tener que recorrerme el país fotografiando todo lo que haya, pero Parra -por haber sido dirigente del Partido Liberal- tenía documentos maravillosos. Uno de ellos es una carta por la cual seis dirigentes del Partido Liberal en 1900 le preparan un gran documento al presidente del Ecuador, donde le dicen: dirija usted el Partido Conservador, porque estamos en guerra civil. En Ecuador no supieron que el presidente había recibido el encargo y probablemente el señor de allá no lo hizo, pero muestra la fe que tenían los liberales de 1900 en el apoyo del presidente del Ecuador.

¿La dueña de estos papeles sabía que estaba el poema de Bolívar?

Ella probablemente lo sabía, pero de lo que no cabe duda es que conocía el gran valor de los documentos, a tal punto que los llamó ‘mis incunables’, y dijo: mis hijos no valorarán esto’. Así que yo ahora soy el custodio de esto que se va a salvar, y de paso me comprometió con Aquileo Parra.

¿Podría haber más tesoros o lo de más valor que encontró fue lo de Bolívar?

Todo es valioso porque hay de todos los personajes del siglo XIX. Para empezar, el archivo Parra es el archivo del Partido Liberal. Tengo que hacer a partir de esto un catálogo pormenorizado para dar a luz a los historiadores lo que tengo en mis manos y ver que estos son fragmentos de archivos que fueron despedazados y están en todo el país. Algún día tendré que ir archivo por archivo recomponiendo el archivo que está perdido, que es más o menos la historia de los archivos colombianos que son fragmentados y agarran caminos distintos. Como les pasó a los archivos de Bolívar, de Santander y de Nariño; todos dan vueltas, pero en pedacitos.

¿En Santander se valora un hallazgo como este o lo ven como si fuera un chiflado?

Depende de los tiempos. En el siglo XIX la élite cultural valoraba esto. En la primera mitad del siglo XX, y pongo los ejemplos de Horacio Rodríguez Plata y Enrique Otero D’Costa, valoraban la documentación antigua, pero como a nosotros nos tocó vivir en una época de perversión de las costumbres, de frivolidad, de reducción de la vida solamente al aspecto mercantil, estamos viviendo tiempos aciagos para la cultura, como dice Mario Vargas Llosa. Vivimos en el tiempo del espectáculo y hoy los jóvenes no tienen estas experiencias espirituales, porque para ellos la cultura es el último concierto de Pipe Peláez. Y espectáculo de masas, donde se puedan aglomerar y apretar y sudar y beber cerveza. Esto seguirá siendo para minorías ilustradas. 

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Armando no tiene en su caja fuerte los vellos de la zarina y de las demás amantes de Miranda, pero sí este obsequio que una malagueña le entregó sin estar esperándolo. Este historiador está en su clímax. “Estoy tocando la intención de un escribano que le pareció maravilloso que el Libertador escribiera esta carta poética y la hizo copiar y se la dejó a su hija como un tesoro. Por lo tanto, se trata de un placer espiritual”, confiesa. Recién jubilado de la UIS, empaca maletas para viajar a Ecuador con el propósito de cursar un posdoctorado que le permitirá publicar el libro “Biografía de la Nación colombiana”, “para que quienes me lean queden convencidos de que somos una nación”. Luego tendrá la cita con Aquileo Parra. Espera morirse a los 97 años mostrándole al país con su labor de historiador y con la Revista de Santander -de la cual es director ad honorem-, que la cultura también pasa por estas breñas.

Por Pastor Virviescas Gómez / Especial para El Espectador

 

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