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La increíble historia de recuperación de una exreina popular que fue habitante de calle

El caso de Rosaura fue una de las causas por las que un tribunal del departamento obligó a la Alcaldía de Cartagena a diseñar una política pública para atender a esta población.

Leonardo Botero Fernández
25 de junio de 2016 - 03:49 a. m.
Así era Rosaura cuando vivía en la calle (izq) y así está ahora (der)./ Cortesía.
Así era Rosaura cuando vivía en la calle (izq) y así está ahora (der)./ Cortesía.

Cuando Rosaura Puello Pantoja fue coronada en 1998 como la reina del barrio Santa María, en el Reinado de la Independencia en Cartagena, no se imaginó que 16 años después estaría viviendo en las calles de La Heroica y padeciendo por comida, aún en estado de embarazo. El caso de la esbelta mujer negra, quien fue diagnosticada con varias enfermedades mentales, se convirtió en uno de los motivos por los que el pasado 24 de mayo un tribunal del departamento obligó a la Alcaldía de Cartagena a crear una política pública para habitantes de calle. (Lea aquí: Fallo obliga a Alcaldía de Cartagena a crear política pública para habitantes de calle)

A finales de 2014, Rosaura volvió a La Heroica después de vivir un tiempo en Popayán (Cauca) y tras terminar una relación “tormentosa”. La calle fue su refugio porque también huía de la violencia intrafamiliar en el hogar. Los parques Bolívar y Espíritu del Manglar eran los lugares que más habitaba.

La mujer dice que en esa traumática relación amorosa, que duró siete meses, quedó en embarazo. A esto se sumó el diagnóstico médico de “trastorno psicótico agudo poliformo con síntomas de esquizofrenia, trastorno afectivo bipolar, episodio maniático presente con síntomas psicóticos y esquizofrenia paranoide”.

A pesar de su estado y de que estaba decidida a tener y cuidar a su hijo, la exreina asegura que la alcaldía no la ayudó “en nada” y que, incluso, fue “maltratada por la Policía cuando estaba embarazada”. Esto se vio empeorado por la ausencia de una política pública que los protegiera a ella y a su bebé.

Con ese panorama, sintiéndose sola y sin apoyo, pues solo hablaba con su madre, en junio de 2015 varias mujeres que se definen como unas “misioneras católicas anónimas” se le acercaron para ayudarle.

En un primer momento desconfió. Se preguntaba por qué ellas, que además no tienen una fundación sino que dicen que solo cumplen sus convicciones, la querían ayudar. Pero con el tiempo entendió que sí querían colaborarle y más cuando, meses después, fueron ellas, con apoyo de la Defensoría, quienes la representaron ante los entes judiciales para que sus derechos fueron garantizados y cuidados a través de una tutela que salió a su favor.

La acción fue interpuesta a través de la Defensoría del Pueblo, que ante la falta de respuesta de la Secretaría de Desarrollo Social y al Departamento Administrativo Distrital de Salud (Dadis), tomó cartas en el asunto. Los derechos a la vida digna, la salud, y los derechos del que está por nacer estaban siendo vulnerados.

Pero esta no fue la única acción de la entidad. El 29 de febrero de este año, cuando ya Rosaura había dejado la calle, el Ministerio Público le pidió ante un juez a la Alcaldía de Cartagena cumplir lo que impone la ley 1641 de 2013: que cada ente territorial tiene que diseñar e implementar una política pública para habitantes de calle.

Aunque la administración local argumentó que sí se había adelantado programas de atención a esta población, en primera y segunda instancia la justicia le dijo que estos no eran suficientes y que sí o sí debía crear la política pública.

Ahora que la alcaldía tiene la obligación de implementar esta política, Rosaura vive con su madre en el barrio Santa María, el mismo que representó hace casi 20 años, tiene tres hijos, terminó hace poco su primer semestre en la técnica de “Estética y Cosmetología” y cada fin de semana viaja al pueblo en el que viven sus dos hijos menores, puesto que al mayor, que tiene 16 años, el padre no permite que ella lo vea.

En la casa de una de las mujeres que la ayudó, Rosaura piensa, nueve meses después de haber dejado la calle (justo la edad que tiene su bebé), que no sabría qué sería sido de su vida sin la bondad de estas “misioneras católicas anónimas” y de la Defensoría. Al fin de cuentas, fue su intervención la que permitió que su hijo naciera en un ambiente adecuado y sentó un precedente de protección para todos los habitantes de calle de Cartagena. 

Por Leonardo Botero Fernández

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