Buenaventura, en rebeldía hasta con Dios

Hombres, mujeres y niños se dieron cita en varias comunas de la ciudad para participar en las denominadas ollas comunitarias. Comité de paro aspira a que el próximo martes podrían terminar las movilizaciones.

Hans Vargas
29 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
 Una postal de la Buenaventura a la que muy pocos escuchan.
Una postal de la Buenaventura a la que muy pocos escuchan.

“Yo tengo dos libras de arroz”. “Traiga pepas, todas las que tenga: fríjol, lenteja, lo que sea” .“¿Y la pasta? ¿Quién tiene la pasta?”. “De tomar… Pues no sé, agua con algo, que eso alcanza para todos”.

El barrio: La Independencia. La hora: 9:50 a.m. La población: cerca de 90 personas. La ciudad: Buenaventura, la misma que está paralizada desde hace 13 días, solicitando la atención del Gobierno Nacional por la deficiencia en los servicios públicos, el desempleo, falencias en educación, la infraestructura vial, la corrupción. “Vea, es lo mismo por lo que se ha luchado durante tanto años. Pero nada. Y es por esto que usted nos ve aquí, en torno a esta olla comunitaria para tener algo que comer”.

Es domingo y Rubén Murillo, un habitante de este barrio caluroso ubicado al nororiente de Buenaventura, no fue a la iglesia cristiana a la que asiste sobre la calle Sexta. Está en rebeldía hasta con Dios. Dice que es comerciante y hoy, “investido” de cocinero, acudió al llamado de los líderes del comité del paro cívico para participar en las ollas comunitarias, un lugar de encuentro en el que, además de compartir un plato de comida, también es un paño gigante para ahogar las lágrimas, tristezas, rabias y esperanzas refundidas entre los rostros de mujeres, ancianos, niños y hombres sin camisa y chanclas que ayudan a darles sazón a los alimentos.

El sol también se comporta de manera desafiante en el barrio Laureles, justo al otro lado, en el centro-sur de este municipio. Allí, en una esquina, también hierve una olla con agua y papas. En esta oportunidad, los comensales son en su mayoría niños, quienes aún no se han “contaminado” de la sociedad y toman la jornada como una actividad de barrio. “Parece que estamos en vacaciones”, grita un menor cuando llega al lugar cargando un balón de fútbol.

Buenaventura amaneció adolorida. Para no ir más lejos en los recuerdos de sus habitantes, el viernes anterior, nuevamente los miembros del grupo Esmad chocaron con la población, esta vez indígena, en la vereda La Delfina, a 30 minutos del casco urbano de Buenaventura. La razón: el constante ataque con piedras y palos a los camiones y tractomulas que salen del puerto cargados con mercancías. “Es que no es justo. Las grandes empresas siguen sacando sus productos y entonces ¿el paro para qué? Hay que presionar al Gobierno para que nos escuche”, declara Freddy Olaya, docente y gestor cultural de la Comuna 8 de este municipio.

“Nosotros tenemos derecho a un territorio digno. Tenemos el primer puerto en este país, que deja alrededor de $7 billones en ganancias anuales, y ni una mínima parte se invierte en esta región. No estamos en contra del presidente Santos o de los congresistas. Estamos en contra del Estado, que nos ha vulnerado nuestros derechos durante mucho tiempo”.

Caminar por las calles del primer puerto de Colombia es someterse a escuchar un rosario de denuncias. Esta camándula la encabezan las declaraciones del alcalde Eliécer Arboleda, quien días antes de iniciarse el paro cívico señaló ante los medios de comunicación: “Sé que la gente quiere es trabajar, por eso creo que este paro no va a durar mucho tiempo. Ustedes conocen que la mayoría de las personas viven del rebusque, por eso es que deben entender que el paro no le hace bien a la ciudad, ni a ellos”.

Las declaraciones del secretario general de la República, Alfonso Prada, en el sentido de que en esta ciudad se han logrado éxitos en materia de seguridad y el servicio de acueducto, entre otros frentes, también mantienen tensionados a los diferentes gremios, pues según estos “sólo han sido promesas de humo”.

“El paro va hasta que venga el Gobierno y nos cumpla. No podemos sacrificar personas y dejar tantos muertos. Es injusto lo que hacen con la población bonaverense, la misma que le ha entregado tantas luchas al país, como ciudad y primer puerto del Pacífico”, ratifica José Luis Roa Montaño, uno de los líderes del paro cívico.

Otra realidad

En las mesas de diálogo, asentadas en el Bulevar de Buenaventura, zona que parece un paraje de una vieja película del Oeste americano y donde sólo se escucha el sonido de las botas de los infantes de Marina y policías, encargados de la seguridad de esta zona de la ciudad (isla de Cascajal, centro), la tensión es a otro precio. Ni el fresco del aire acondicionado ha hecho que la temperatura baje entre las partes negociantes.

Temas como educación, salud, medioambiente, saneamiento básico, servicios públicos, vivienda, territorio e infraestructura reposan en docenas de papeles, propuestas, cuadros comparativos y hasta en pequeños stickers de colores que sirven para destacar lo importante. Al frente de este escenario están los delegados de Gobierno Nacional: los ministerios de Trabajo, Minas y Cultura, el Departamento Nacional de Planeación y otros funcionarios que sirven como empalme. A su vez, los diferentes representantes de los cerca de 120 organizaciones comerciales, de educadores, líderes sindicales, asociaciones de transporte terrestre y marítimo, indígenas y hasta la Pastoral Social han presentado sus planteamientos, los cuales son estudiados por el Gobierno y puestos en conocimiento a través de unos espacios autónomos de concertación.

“Las pérdidas para la actividad comercial local de nuestra ciudad superan los $110.000 millones, sin contar la cadena que corresponde a comercio exterior, la cual está en alrededor de los $180.000 millones”, señala el presidente de la Cámara de Comercio de Buenaventura, Alexánder Micolta Sabid.

“Hasta el momento, el comercio en general ha apoyado el paro, con angustia en algunos casos, pero no ha desfallecido. Han manifestado que van a esperar, pues nuestra esperanza es que el martes podamos levantar el paro”, añade.

A estas cifras se suman las entregadas por el Consejo Gremial Nacional, organización que señala que el servicio de carga de mercancías deja de recibir cerca de $633 millones por día. El gremio hizo un llamado a las partes para que no suspendan los diálogos y se brinden las condiciones necesarias de seguridad a todos los sectores, incluidos los transportadores, así como la comunidad en general.

Cae la tarde y los bonaverenses empiezan nuevamente su regreso a casa. Pequeñas marchas, con arengas “personalizadas”, se disipan a lo lejos de la avenida Simón Bolívar, arteria de la ciudad. Propios y extraños empiezan a caminar de aquí para allá, recorriendo los sitios que ya son íconos de los enfrentamientos con la Policía y que han dejado destrozos en locales comerciales. Sin embargo, todos reflejan en sus rostros la misma ilusión. “Esto se tiene que acabar. Hay que ponerse a trabajar, pues la comida no va a llegar sola. Pero debemos unirnos. Mire que hasta los vándalos se organizaron y robaron de todo”, dice una mujer de avanzada edad mientras cierra la puerta de su casa.

Por Hans Vargas

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