La Guardia Indígena en medio del fuego (II)

Segunda entrega de la historia de lucha de la Guardia Indígena en el Cauca, que propone ser el modelo de Policía Rural en el posconflicto.

Santiago Martínez Hernández / Enviado Especial
09 de mayo de 2016 - 02:20 a. m.
En la vereda El Tierrero, lugar del combate entre la Policía y las Farc, se ven grafitis alusivos a “Manuel Marulanda” y “Alfonso Cano”. / César Romero - Centro Nacional de Memoria Histórica
En la vereda El Tierrero, lugar del combate entre la Policía y las Farc, se ven grafitis alusivos a “Manuel Marulanda” y “Alfonso Cano”. / César Romero - Centro Nacional de Memoria Histórica
Foto: CÉSAR AUGUSTO ROMERO

Los líderes de la Guardia Indígena tenían el presentimiento de que el viernes 22 de abril, en el segundo día de recorrido por el Cauca en un intento de reconstruir su memoria, volverían a quedar en medio del fuego cruzado. Uno de ellos, Albeiro Camayo, ya había advertido el gran despliegue militar en la zona. En la vereda El Tierrero, en Caloto (Cauca), el viaje comenzó a las 5:00 de la mañana y dos horas más tarde el poblado recibía a más de 250 guardias, 150 más que la jornada anterior. A las 7:20 a.m., antes de iniciar la conmemoración de sus 15 años, aparecieron los cuatro helicópteros de la Policía y en menos de diez minutos comenzó el tiroteo, en la zona pintada de grafitis de los extintos comandantes de las Farc Manuel Marulanda y Alfonso Cano.

La ceremonia comenzó a pesar de que las balas se mezclaban con el himno del Pueblo Nasa: “Vivimos porque peleamos contra poder invasor, y seguiremos peleando mientras no se apague el sol. Toda la gente lo extraña por su valiente labor, por denunciar la injusticia lo asesinó el opresor”. Los cantos no podían ser más acordes al escenario de fondo. Los disparos a menos de 50 metros del grupo hicieron que algunos indígenas se dispersaran. No se fueron por miedo, se fueron a buscar a la guerrilla, quienes, estaban convencidos, los estaban utilizando como escudos humanos.

Sin embargo, los líderes impidieron que siguieran con su idea de desarmar a los guerrilleros, pues consideraron que la protección de todos los presentes estaba primero. “No nos dé miedo, porque esto nos hace más fuertes (…) ¡Alcemos el bastón! (…) ¿Tienen más interés en ese zancudo (helicóptero) de saber cómo se hizo la Guardia Indígena?”, decían. Los rituales de armonización no se hicieron esperar. Y el relato sobre el surgimiento de la Guardia, tampoco.

Para los líderes de la Guardia Indígena desde la conquista española, el Pueblo Nasa emprendió sus disputas para defender el territorio. Sin embargo, la organización de la Guardia como un cuerpo de defensa se gestó en los años 70, cuando se hicieron las primeras “liberaciones de la Madre Tierra”. Empezaron las reuniones clandestinas y la recuperación de tierras en distintas zonas como Chimán, Silvia, López Adentro y Toribío.

La Guardia Indígena aún no ejercía un control en el territorio ni existía de forma permanente. Pero todo cambió tras la masacre de El Nilo en 1991, que implicó un desplazamiento masivo de indígenas. A pocos meses de que en Colombia se aprobara una nueva Constitución en la que se reconocían los derechos indígenas, la comunidad empezó a pensar nuevas estrategias para salvaguardar sus vidas, pues la entrada de los paramilitares al departamento era inminente. Se creó entonces una Guardia Cívica, que no tenía funciones de control permanente del territorio.

Y fue diez años después, cuando el fenómeno paramilitar estaba a sus pies, al tener información de que ya existía en el 99 un campamento de los paramilitares en la vereda Lomitas en Santander de Quilichao, y que su expansión empezó a ser mayor, pues ya se registraban asesinatos de indígena –algunos eran lanzados al río Cauca–, que tomaron la decisión de formalizar la Guardia Cívica que ya existía. El 28 de mayo de 2001.

Tras 25 minutos de tiroteo la Guardia Indígena salió a la vereda Gargantillas del municipio de Toribio. Sin embargo, a los 10 minutos, las cuatro chivas se encontraron con un camión en el que iban ocho guerrilleros de las Farc, quienes se hicieron a un lado, bajaron la cabeza y dejaron pasar a los indígenas. A los dos minutos de ese encuentro una líder se preguntó: “¿por qué no los desarmamos?”. El camino a Gargantillas está entre las lomas de la cordillera central, que en la región están sembradas de coca y marihuana, son ancestrales para los Nasa, el combustible de la guerra para las guerrillas, los paramilitares y la Fuerza Pública.

Al llegar a la vereda, se conmemoró la masacre ocurrida el 26 de marzo de 2011, en la que murieron 15 personas, desaparecieron dos y quedaron heridas cinco. Un capítulo escabroso de una presunta alianza entre un comandante de las Farc conocido como alias “Pacho”, que engañó a un grupo de jóvenes para que se unieran a él a cambio de prebendas, pero que al final terminó dejándolos en bandeja de plata para un bombardeo de la Policía. El objetivo, según líderes indígenas, era dar un resultado operacional en la zona y “Pacho” se prestó a cambio de recibir beneficios judiciales.

El segundo día terminó con la visita a dos veredas: Sesteadero y San Francisco. En la primera fueron asesinados en noviembre de 2014 los guardias Manuel Tumiña y Daniel Coicue, tras reclamarles a las Farc por poner carteles alusivos a su movimiento cerca del colegio de la vereda. Sin mediar palabra les dispararon, lo que causó que 800 hombres la Guardia Indígena capturaran a los guerrilleros, quienes fueron condenados tras un juicio en el cabildo. La última vereda fue San Francisco, dónde le dejaron ofrendas a la familia de Daniel Coicue. El día terminó con una gran fiesta en el polideportivo, en la que hubo chicha y chirrincho en abundancia. No era para menos, conmemoraban 15 años de existencia. El último día de recorrido la Guardia Indígena llegó hasta Jambaló, el municipio que vivió por varios años bajo el dominio de las Farc, pero que gracias a su trabajo, logró volver a tener tranquilidad. Se recordó al líder Venancio Taquinás, un hombre que incomodó a las Farc. Tal fue la sevicia de su asesinato, que le pegaron 26 tiros y desmembraron su cuerpo. Fue en ese momento cuando se escucharon los discursos más enconados contra el proceso de paz.

“La paz no está en La Habana ni en Bogotá, se construye entre nosotros, con las comunidades y en los territorios. La construimos con los Kiwi Thegnas”, decía un líder. Otro anotaba: “La paz no es firmar un papel. La Guardia es la que da esperanza para construir la paz desde las bases. Es necesario que se conozca la realidad de lo que sucede en el país”. Finalmente otro concluía que “los fusiles son tecnología para matar. La Guardia Indígena y sus bastones, eso es la paz. Con bastones hemos logrado solucionar los problemas, hemos levantado con semblanza. Con fusiles no contamos, porque si uno tiene armas, el otro tiene la excusa de matarlo”.

La despedida del recorrido, que se hizo en Paramillo, una vereda a pocos kilómetros de Santander de Qulichao, estuvo a cargo del Resguardo Munchique. El descontento por el proceso de paz continuaba, sin embargo, Martha Tunubalá le dejó claro a este diario que su propósito es colaborar con el proceso. Quieren plantear un proyecto en La Habana: que la Guardia Indígena sea el modelo de Policía Rural para el posacuerdo.

Una de las guardianas, Martha Tunubalá, anotó en Paramillo, la última vereda que tocaron los bastones de la Guardia ese día, que “nosotros hemos demostrado la importancia de la unidad, porque a una sola persona sí le puede dar miedo. Estamos planteando que la Guardia Indígena sea un plan piloto para el control del territorio, es decir, que sea tenida en cuenta en la discusión de la construcción de una Policía Rural. En otras comunidades –como la Guardia Cimarrona– hemos empezado a colaborar en la formación de una guardia, porque con un bastón pueden frenar al Ejército y la Guerrilla, y eso no se ha visto en ningún lado del mundo. La gente que nos conoce se da cuenta de que es la mejor opción para construir la paz”.

 

Por Santiago Martínez Hernández / Enviado Especial

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