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La champeta, más allá de los moralismos

Esta es la historia de este género musical con raíces africanas, que un concejal de la ciudad busca prohibir por ser una “apología sexual”.

Guillermo Camacho* / Especial para El Espectador
18 de julio de 2015 - 02:13 a. m.
Una pareja baila champeta en el centro de Cartagena, frente a la Torre del Reloj. / Guillermo Camacho
Una pareja baila champeta en el centro de Cartagena, frente a la Torre del Reloj. / Guillermo Camacho

Este martes, en el Concejo de Cartagena, fue aprobado en segundo debate una propuesta para que la champeta sea prohibida para los menores de edad por considerarla una apología al sexo. El concejal Antonio Salim Guerra, promotor de la iniciativa, espera que el proyecto se apruebe en plenaria la próxima semana para que pronto se convierta en acuerdo distrital. De ser así, los menores que bailen música en las calles o colegios que “incluyan contacto físico de tipo sexual” pueden ser sancionados al igual que sus padres.

Parece que en Cartagena, algunos políticos prefieren escandalizarse con la música que resuena en los barrios populares y no con la creciente y preocupante prostitución infantil que sigue enquistada en la sociedad.

Por eso, ante la posibilidad de que la champeta sea estigmatizada y prohibida, no está de más conocer las raíces de esta música cartagenera con influencias africanas que desde los 70 se escucha con fuerza en Cartagena. Desde entonces, bajo la influencia del picó y de la identidad afropalenkera, se escuchan ritmos como el Highlife, el Soukous, jújú, la chalupa palenkera y el Lumbalú.

El primer grupo de champeta surgió en 1984, con el nombre Anne Swing, que en lengua palenkera quiere decir Ellos y el Sabor. Estaba dirigido por Viviano Torres, pionero de este género musical. Por esa época empezaron a sonar también otros nombres como Melchor Pérez, Casimiro Valdez, Carlos Reyes, quienes revolucionaron la champeta y le devolvieron con ella una identidad musical a Cartagena.

Las primeras presentaciones de champeta se hicieron en el Festival de Música del Caribe. Fue por esa época que la disquera Kubaney Records se interesó en esta música. Kubaney Records era representada por Mateo San Martín quien conocía al que sería uno de los principales managers que tuvo la champeta: Moisés de la Cruz.

Rápidamente el interés por el género creció en el país. Manizales fue la ciudad donde se realizó la primera presentación fuera de la región Caribe. Luego fue cuestión de tiempo para que también hiciera presencia en los principales festivales de música y los programas de televisión de la época, como el programa de Jimmy Salcedo, el Show de Jorge Barón, A toda Música, entre otros.

Desde entonces, la champeta no dejó de sonar, y aparecieron en el escenario nombres como Louis Tower, Hernán Hernández, Rafael Chávez, Alexander González Boogaloo, El Gale, Álvaro El Bárbaro, Elio Boom, El Afinaito, Sergio Liñan, Jhon Jairo Sayas El Sayayin, El Jhonky, Nando Hernández, Leandro Baron y El Encanto.

Cuando el contrato con Kubanay Records se terminó fue Codiscos quien compró los derechos de reproducción del primer trabajo discográfico de champeta llamado El Permiso (1986). Fue ahí cuando la champeta convenció al público cartagenero y pronto se convirtió en la voz de una ciudad.

La champeta no solo es música para bailar, también ha sido una herramienta para narrar la vida de los cartageneros más pobres. “En la cárcel de San Diego un viejito lo encerró se había robado una vaca de cuatrero lo acusó. Buscaron un abogado y su madre lo pagó pero era tan desgraciados que él nunca lo agradeció y apenas salió del hueco a su madre le pegó”, dice la lírica de Lous Tower. “Esta es la historia de un muchachito cuyo nombre es Carlitos, su mamá a él le hablaba y al mismo tiempo ella le pegaba pobrecito ese pelado, la madre lo tenía todo acoquinado y bien acoquinado lo tenía, le daba mucho maltrato parecía que no fuera hijo de ella”, canta Elio Boom.

Es a partir de 1989 que varios picós y productores interesados por este género les dieron una oportunidad a artistas que no sabían que podían ganarse la vida con lo que mejor hacían en los barrios, sin importar su pinta: “Y bueno, la apariencia es la primera que engaña a las personas cabezas duras. Como me vio mal vestido pensó que yo era un ladrón porque iba deportivo como mis pantalones rotos”, canta Charles King.

Este ritmo nació en las periferias de Cartagena (en el barrio Olaya, San Francisco, Nariño, el Pozón, la María, República de Venezuela, Chile, Saragozilla y Paseo Bolívar, entre otros), y sus manifestaciones sensuales obedecen a una identidad afrocaribeña, al goce de una expresión que fue arma de resistencia contra la colonización. No es fácil concluir que la música y la cultura son responsables de los embarazos forzosos, de la desescolarización, de la violencia intrafamiliar, de la pobreza extrema y de la falta de oportunidades que siempre ha tenido Cartagena, producto más bien del abandono de sus gobernantes y la desigualdad. En eso nada tiene que ver el picó y la champeta.

La champeta se ha resguardado en lo más profundo de la periferia, donde no llega la autoridad. Es desde ahí donde salen los “hit” radiales que se abren campo en los bares turísticos y las estaciones de radio. Tanto que a veces los mismos políticos la utilizan en sus campañas, como el exalcalde condenado por el delito de celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos legales, Nicolás Curi; el exconcejal y precandidato a la Alcaldía, Pastor Jaramillo; la aspirante a la Gobernación de Bolívar, Yolanda Wong; y el precandidato a la Alcaldía, William García.

Cartagena es más que murallas, es un lugar urgido de transformaciones sociales y políticas que beneficien a sus gentes. El baile y la champeta no son la raíz de los problemas, son un elemento de identidad y encuentro, esenciales de la ciudad.

*Investigador social de la organización Caldo de Cultivo. 

Por Guillermo Camacho* / Especial para El Espectador

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