Cuando Rodrigo Lara y Luis Carlos Galán enfrentaron a Pablo Escobar

El exdirector del diario La República y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, evoca un capítulo tormentoso de la reciente historia del país.

Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
20 de agosto de 2019 - 03:24 p. m.
Luis Carlos Galán Sarmiento y Rodrigo Lara  Bonilla. / Archivo Cromos
Luis Carlos Galán Sarmiento y Rodrigo Lara Bonilla. / Archivo Cromos

Juicio a Santofimio

A mediados de 1983, un domingo, día en que es tan difícil conseguir noticias por el receso laboral y el correspondiente cierre del Congreso, llamé por teléfono desde Colprensa (donde yo fungía como redactor político) al senador Rodrigo Lara Bonilla, tan pronto leí en el periódico El Siglo un informe que a él lo tocaba de cerca: allí, con foto incluida, Alberto Santofimio Botero, aspirante perpetuo a la candidatura presidencial del liberalismo, lanzaba fuertes ataques contra el galanismo, al que acusaba por la pérdida del poder de su partido ante la división que había provocado en sus filas, abriéndole paso al triunfo del candidato conservador, Belisario Betancur.

Al oír dichas acusaciones, Lara entró en cólera. Y eso era de esperarse. Al fin y al cabo los ataques le caían como pedrada en ojo tuerto por haber sido coordinador nacional de la reciente campaña presidencial de Luis Carlos Galán en nombre del Nuevo Liberalismo, movimiento al que él representaba en el Senado de la República. Más aun, Santofimio carecía, en su opinión, de la debida autoridad moral para alzar la voz en esos términos, según lo planteaba, con insistencia, el director del diario El Espectador, Guillermo Cano.

“Son los pájaros disparando a las escopetas”, declaró, sosteniendo, fuera de sí, que el controvertido líder tolimense “tiene rabo de paja”, según él mismo lo podía demostrar.

“Pero, ¿cómo?”, le pregunté.

“Muy sencillo”, dijo Lara, inquiriendo a su vez por los nombres de quienes estaban en la foto, acompañando a Santofimio en la concurrida manifestación pública de su movimiento, Alternativa Liberal, en Bogotá.

“En la imagen aparecen” —le aclaré, leyendo el respectivo pie de foto— “el propio Santofimio, el representante Jairo Ortega y Virginia Vallejo, la hermosa y popular presentadora de televisión, entre otras personas”.

“¡Eso es! ¡Ahí está la prueba!”, sentenció Lara, aclarando que el suplente de Ortega en la Cámara de Representantes era Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, el más poderoso grupo narcotraficante del mundo. “¿Y Virginia Vallejo?”, se interrogó a sí mismo, respondiendo de inmediato: “¡Es nada menos que la amante de Escobar!”.

“Por eso están ahí”, agregó, exaltado, rematando con una frase que resultaría histórica, por decir lo menos: “¡Santofimio financia su campaña con dinero de la mafia!”.

Revuelo nacional

No podía creer lo que escuchaba. Fue entonces cuando recurrí a mis principios éticos y le repliqué al congresista, sin tapujos y presionándolo para que hablara: “Si eso es cierto, ¿por qué no lo dice en público? ¿Por qué no lo denuncia?”.

“¿Y es que usted cree que no soy capaz? Si quiere, le repito todo lo que acabo de decirle”, dijo Lara, con lo cual empezó la entrevista formal, mientras yo grababa y tomaba nota, a las carreras, sobre las preguntas que hacía y las respuestas del entrevistado, cuya locuacidad era bien conocida.

Al día siguiente, ese informe apareció, con amplio despliegue, en varios periódicos afiliados a nuestra agencia de noticias: en La República, donde se abría la sección política con foto de Lara, ocupando un cuarto de página; en El Colombiano, de Medellín, la tierra de Pablo Escobar; en La Patria, donde todavía me consideraban uno de sus periodistas, y en La Tarde, de Pereira, entre otros. Hasta Gregorio Goyo Espinosa, de El Siglo, hizo oportuna referencia al delicado asunto en su leída columna “La comedia humana”, reclamando las investigaciones pertinentes.

De hecho, me sentía feliz por el escándalo que había desatado. Y como la noticia en cuestión iba con mi firma, según acuerdo al que había llegado con Orlando Cadavid —director de información de Colprensa— al darle la primicia que podría poner en grave riesgo la seguridad misma de la agencia, creía que por fin alcanzaba gran celebridad en la capital de la república y en todo el país, más aun ante las reacciones que la información generó entre reconocidas personalidades nacionales.

El exministro Jorge Mario Eastman, por ejemplo, me llamó para advertir los peligros que afrontaba Lara con tales denuncias. “Hay que tener muchos pantalones para hacer lo que hizo”, comentó por teléfono mi ilustre coterráneo, quien ejercía entonces, junto a Carlos Lemos Simmonds, la dirección de la revista Consigna, órgano oficial del turbayismo.

De Samper a Escobar

El asunto no terminó ahí. Esa misma semana, Ernesto Samper Pizano, exdirector de la pasada campaña reeleccionista de Alfonso López Michelsen, visitó Pereira, donde concedió una rueda de prensa a la que asistió el periodista Álvaro Rodríguez Hernández, del diario La Tarde, quien le consultó su opinión acerca de las acusaciones de Lara Bonilla contra Santofimio.

“La verdad es que eso también puede decirse de otras campañas políticas”, dijo Samper con su estilo característico, como si admitiera el cargo imputado y lo ampliara a más grupos (no solo al santofimismo), por lo cual parecía generalizarlo hasta concluir, por qué no, que la política colombiana estaba narcotizada, según solía decirse de nuestra economía. Y como La Tarde era un periódico afiliado a Colprensa, esta noticia nos fue transmitida para rebotarla a los demás medios, algunos de los cuales le dieron pronta difusión.

El escándalo seguía creciendo. Pero faltaba la gota que rebosó la copa: Pablo Escobar Gaviria, el honorable representante a la Cámara, convocó a una rueda de prensa en Medellín para responder lo dicho por Samper, sintiéndose obviamente aludido por sus palabras y, en especial, por las de Lara Bonilla, quien en ningún momento lo había identificado aunque sí sugerido de quién se trataba.

“Si el doctor Samper, con sus declaraciones en Pereira, está admitiendo las acusaciones lanzadas contra nuestro grupo político orientado por Alberto Santofimio Botero, aquí tengo en mis manos —dijo Escobar, mostrando un pedazo de papel— copia de un cheque que giré como aporte a la campaña de López Michelsen, de la que él era director nacional”.

Fue esta, sin duda, una forma ingenua de Escobar de reconocer su condición de narcotraficante y jefe del cartel de Medellín (lo que Lara insinuaba), pero igualmente era una advertencia y tácita amenaza a quien osara, como Samper, cruzarse en su camino, juzgarlo por sus actividades (que consideraba legítimas) y hasta impedir su propósito de llevar a Santofimio, cabe suponer, hasta la Presidencia de la República. Y el cheque le servía de sobra para dichos fines…

Silencio absoluto

Ahora bien, enterado de la citada rueda de prensa en Medellín, de la cual se hizo eco en la radio y la prensa (la televisión mantenía prudente y extraño silencio), quise volver a tomar las riendas de la chiva que era mía, solo mía, y me comuniqué por teléfono con Samper para ver qué aducía frente a las nuevas acusaciones de Escobar, lanzadas con cheque en mano.

(Por cierto, yo sostenía con Samper una buena relación desde la época en que era presidente de ANIF, cuando publicó el estudio sobre proletarización de la clase media, y recién lo había entrevistado para la revista Cromos, donde exhibió una vez más su fino humor negro, comparable al de su hermano Daniel, uno de los mejores periodistas del país).

“No, mono. Yo no quiero meterme en ese lío. Prefiero no decir nada”, fue su respuesta, negándose así a dar las declaraciones necesarias para elaborar la noticia, la cual por tanto nunca apareció, como tampoco hice público su silencio, lejos de cumplir a cabalidad mi obligación con los lectores.

Le guardé la espalda, mejor dicho. O simplemente preferí conservar nuestra cordial relación personal y mantenerlo como fuente de información, imaginando que en el futuro él ocuparía puestos de honor en la política colombiana.

A pesar de esto, el Bojote (como empezaron a llamarlo desde la pasada campaña electoral) entregó luego un breve comunicado —¡que ni siquiera envió a Colprensa!— para lavarse las manos frente a lo dicho por Escobar, cuyo texto solo apareció en el muy leído “Periscopio político” de Carlos Murcia, en El Espectador, cerrando así el asunto por completo, al menos de su parte.

De Santofimio ta Lara

En tales circunstancias, creí que todo había terminado y solo había sido un escándalo pasajero, fugaz, desplazado siempre por otros más a la orden del día, con mayor actualidad. Pero, no. Estaba equivocado.

Y es que mientras cubría una reunión en el Ministerio de Gobierno que presidía Rodrigo Escobar Navia, estando a la espera de que los asistentes salieran para informar lo sucedido, vi aparecer entre ellos a Santofimio, hacia quien me dirigí, sin importarme para nada el ministro, en aras de sacar alguna declaración sobre las controvertidas acusaciones de Lara Bonilla.

“Solo hablaré cuando él diga los nombres de quienes financian mi campaña dizque con dinero de los narcos”, afirmó y siguió de largo, negándose también a entrar en detalles. Esa única afirmación, a diferencia del silencio de Samper, sí me dio material suficiente, con el contexto de rigor, para escribir la noticia, donde Santofimio hacía tal reclamo a Lara Bonilla como condición básica para pronunciarse.

Si bien yo sabía, desde mi primera charla con Lara (antes de la grabación periodística) que sus ataques iban contra el cartel de Medellín y su jefe, Pablo Escobar, en la noticia publicada al principio no dio esos nombres sino algunas pistas. Y ahora tampoco lo quiso hacer, tan pronto supo la exigencia de Santofimio, “porque —explicó— no es indispensable: ¡todo el mundo sabe a quiénes me estoy refiriendo!”.

“De hecho, tampoco quiero seguir con ese tema”, añadió Lara, al tiempo que me lanzaba una pregunta a quemarropa: “¿Y a usted no le da miedo lo que está haciendo?”.

“¡Pero, si es usted quien debiera tenerlo!”, le contesté, recordándole que Eastman, cuando leyó sus declaraciones iniciales, me llamó para advertir los riesgos que él asumía, afirmando que se requería mucho valor para formular tales denuncias. No caí en cuenta, a lo mejor, que yo mismo enfrentaba un grave peligro porque las noticias divulgadas (con declaraciones de Lara, Samper, Escobar y Santofimio) iban con mi firma, asumiendo así total responsabilidad, con el correspondiente apoyo de Colprensa y, en particular, de sus directivos, Jorge Yarce, el director general, y Orlando Cadavid.

El destape de Galán

Lara, en fin, quiso ponerle punto final al debate. Pero, de nuevo no me di por vencido. O al menos se me presentó la oportunidad de reanudarlo, nada menos que con el excandidato Luis Carlos Galán, quien no dudó en referirse al tema en otra entrevista que me concedió pocos días después, también para Colprensa. En efecto, él era la persona más indicada para dar los nombres exigidos por Santofimio y revelar, en definitiva, quiénes estaban financiando, con dineros calientes, la actividad proselitista del movimiento Alternativa Liberal.

“El senador Lara aludía —dijo Galán, sin titubeos— al cartel de Medellín y a su jefe, Pablo Escobar Gaviria, quien es representante a la Cámara, en las listas de Alberto Santofimio Botero, como suplente de Jairo Ortega”.

Galán, pues, ratificó lo dicho por su más cercano colaborador cuando este me dio la ya célebre primicia al ser consultado sobre la concentración política de Santofimio en Bogotá, registrada en El Siglo. Y claro, esta entrevista, de amplia extensión (no con los pocos párrafos usuales en las noticias transmitidas de la agencia), fue reproducida por algunos diarios afiliados, como El Colombiano, de Medellín, periódico que venía enfrentando por iniciativa de su director, Juan Gómez Martínez, al imperio del narcotráfico, cuyo epicentro estaba precisamente allá, en la capital antioqueña, tradicional fortín del conservatismo.

Era una declaración de guerra, no solo de Lara sino de Galán y del Nuevo Liberalismo en pleno, contra Escobar y su temible cartel que desde antes venía incursionando en la vida política nacional a través de sus máximos voceros, como Pablo Escobar y Carlos Lehder, quienes agitaban la bandera por la no extradición de colombianos a Estados Unidos desde el llamado grupo de Los Extraditables, nombre que hacía evidente la posibilidad de que fueran a una cárcel norteamericana por el delito de narcotráfico.

Y ya se sabía cómo respondían ellos a los ataques que se atrevieran a lanzarles desde el Gobierno, la prensa, la justicia, la Iglesia y el Congreso, dado el enorme poder con que contaban, el cual no estaban dispuestos a perder por nada del mundo.

Por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

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