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Cuerpos marcados por la guerra

Los relatos de tres mujeres que fueron violadas por actores armados dan cuenta de los horrores de la violencia y la necesidad de afrontar un problema que no es aislado.

Natalia Herrera Durán
23 de febrero de 2013 - 09:00 p. m.
Giovana Sáenz y Cleiner Almanza han abanderado la lucha de las mujeres víctimas de violencia sexual.  / Óscar Pérez - El Espectador
Giovana Sáenz y Cleiner Almanza han abanderado la lucha de las mujeres víctimas de violencia sexual. / Óscar Pérez - El Espectador

Hace poco una campesina, líder de la Asociación de Mujeres del Magdalena, contó un testimonio aterrador. Describió lo que las mujeres de su región han tenido que vivir por estar en zonas donde la ley de los armados reina. Dijo que en el Magdalena los paramilitares obligaban a las madres a buscar los cuerpos de sus hijos por días. A las celosas les exigían barrer las calles a pleno sol. A las que eran habladoras las amarraban a un palo todo el día. A las que usaban faldas cortas les rapaban el pelo o les marcaban la piel. A las que acusaban de infidelidad las mataban. A las que señalaban de ser colaboradoras de la guerrilla las torturaban y las violaban, como trofeos de guerra.

Como ella hay miles de mujeres que en una guerra como la colombiana han vivido lo mismo y que no han dicho nada por temor o por vergüenza. Las cifras son incompletas e inexactas. Pero los relatos de quienes han salido a denunciar, exponiendo las marcas de su cuerpo, para que el Estado les brinde una atención integral, no pueden seguir estando marginados de las políticas públicas. Giovana Sáenz, Cleiner Almanza y Alejandra Ramírez así lo creen. Estas son sus historias.

‘No éramos dignas de vivir en ninguna parte’

 

“Sucedió en una finca, en la vereda El Cayo, bien adentro en el Putumayo. Llegamos allí buscando trabajo y libertad. Queríamos aislarnos del mundo porque no éramos aceptadas por nuestras familias. Veníamos de Yaguaral (Meta), huyendo de la discriminación. Cuando a la familia de mi pareja le llegaron los comentarios de que éramos lesbianas, ella se quedó sin trabajo. En la finca conocimos la tranquilidad hasta el día en que llegó un frente de las Farc a pedir una vacuna. Los patrones nos daban la suma en sobre cerrado y nosotras sólo se las entregábamos. Pronto empezaron los comentarios. Mi pareja tiene aspecto masculino. Los días pasaron hasta que un día los guerrilleros llegaron a decir que eran los nuevos dueños de la finca. A la patrona no la volvimos a ver. Nos encerraron en un cuarto. Mi hermano estaba con nosotras. ‘No ven y no escuchan’, nos decían. Nos volvieron sus esclavos. En la mañana se llevaban a mi hermano y a mi pareja a hacer trabajos forzosos. A mí me dejaban en la cocina, al lado de un cuarto donde me tiraban cuando querían para violarme. Uno tras otro. Fueron más de diez. Me volví como inerte. Así fueron todos los días durante cuatro meses. Yo lloraba mucho. Al comienzo no nos dejaban hablar entre nosotros, después sencillamente no queríamos. Mi hermano no volvió a decir una palabra.

Un día mi pareja se armó de valor y le dijo al comandante que nos dejaran ir. Respondieron que podíamos irnos pero sin mi hermano. Les dimos cinco millones de pesos que teníamos guardados para que lo soltaran. ‘Tienen diez minutos para irse’, nos dijeron y nos tiraron las cédulas en la cara, lo único que nos llevamos. Corrimos con miedo, esperando a qué horas nos mataban. Después de mucho andar llegamos a Pasto, la primera noche la pasamos en la calle. Al poco tiempo nos tocó volver a salir, porque llegaron a nuestra casa, tumbaron la puerta, a mí pareja le pegaron y nos dijeron: ‘Putas lesbianas, ustedes no son dignas de vivir aquí ni en ninguna parte’. Salimos como pudimos y en la Cruz Roja Internacional nos dieron lo del pasaje para Bogotá. Cuando conté por primera vez lo que me sucedió en esos cuatro meses respiré nuevamente. Me estaba ahogando. Llegué al punto de intentar matarme. Ahora sólo quiero seguir adelante”.

* Nombre cambiado por seguridad

Me violaron para silenciarme’

 

“La primera vez que salí por amenazas y persecución fue en abril de 2007. Me vine de Tumaco (Nariño) cuando denuncié que miembros de la ONG Fadeso estaban vendiendo alimentos destinados a las personas desplazadas. En Bogotá me vinculé a Afrodes, la asociación de afrodescendientes desplazados, y allí empecé una fuerte actividad con mujeres. Es en ese tiempo cuando sale el auto 092 de la Corte Constitucional, que adoptó medidas de protección a mujeres víctimas del desplazamiento forzado. El principio de todos mis dolores y todas mis angustias.

Las mujeres víctimas vimos en esa medida un salvavidas. Nosotras decíamos que nos habían entregado un carro sin saber manejar. Por eso pedimos ayuda a organizaciones de mujeres amigas. El encuentro que tuvimos en octubre del 2009 selló las amenazas que vendrían. Recibíamos panfletos que firmaban las Águilas Negras y el Bloque Capital.

Hasta que llegó el 19 de diciembre de 2009, un mes después de que violaran a Angélica Bello, mi amiga que conocí en este proceso. Era un sábado, a las dos de la tarde, cuando caminaba al paradero del bus en el barrio Caracolí, en Bogotá. Un tipo se me arrimó con un arma y me llevó a un lugar baldío. Allí me esperaba otro. Hicieron conmigo lo que se les dio la gana. Mientras me violaban me decían que siguiera hablando del auto 092 y que lo que me estaban haciendo también se lo iban a hacer a mi hija, y a mis compañeras, que les advirtiera. No quise decir nada. Luego llamé a Angélica y le dije ‘mami, me atacaron’. Cuando la vi me abrazó y me dijo ‘yo sé lo que te pasó, a mí también me lo hicieron’. Me dijo ‘ las dos estamos en esto y vamos a salir adelante’. Desde ese día no tengo asiento en ningún lado y me reubico constantemente porque las amenazas no han dejado de llegar.

Pero cuando no podía más con la amargura siempre llegaba Angélica y me decía ‘vamos, usted no se me va a morir por eso’.  Fue ella la que me dio fuerzas para hablar de mi caso, para entender que no éramos las únicas’. Por eso la extraño. Ahora sé que Angélica me dejó unas banderas que toca ondear duro para que otras mujeres se agarren de allí también. Por eso estamos acá. La violencia sexual por el conflicto armado no es aislada, ocurre a diario y en general se calla por miedo, por vergüenza, porque llegamos a sentirnos culpables del solo hecho de ser mujeres”.

Giovana Sáenz

“Me ultrajaron cuatro veces”

Cleiner Almanza

 

“Conocí a Angélica Bello en 2005, en un encuentro de mujeres al que llegué por haber sido desplazada de Cartagena. Ella siempre me dijo: “Negra, hay que luchar”. Una frase que me acompaña desde esos días y retomo cuando me siento sin fuerzas.

Nunca he contado mi historia para despertar pesar, simplemente es un relato de la tragedia que me tocó vivir y que han sufrido muchas mujeres por cuenta de esta absurda guerra. Fui violada cuatro veces y ocurrió desde que estaba muy pequeña. Vivía en los Montes de María y como era una muchacha de 17 años me gustaba salir de fiesta. Fue después de una de esas fiestas que empezó mi calvario. Al salir me cogieron unos soldados y me violaron. En esa región abusaron de mí dos veces. La segunda fueron paramilitares, pero nunca denuncié lo que había pasado por miedo a que me juzgaran y dijeran que me lo había buscado.

La tercera vez fue en María la Baja (Bolívar), otra vez por paramilitares. La última fue aquí en Bogotá, el año pasado. Fue en el mes de enero. Una tarde me fui con una amiga para el barrio Marruecos, donde se había ordenado un desalojo masivo que fue suspendido por orden de la Corte Constitucional. En ese momento mi amiga y yo ya pertenecíamos a organizaciones de mujeres de distintas regiones del país y nos encontramos con frecuencia en varios sitios para intercambiar experiencias. Todo sucedió hacia las 8 de la noche, cuando yo salía del barrio en el que me estaba alojando.

Unos hombres me abordaron y me obligaron a irme con ellos. Cuando me estaban rasgando la ropa y pegando patadas me preguntaban por una de mis compañeras con nombre y apellido. Después recuerdo que me penetraron varias veces y me obligaron a hacerles sexo oral. Me dio mucho asco, pero cada vez que trataba de desviar la cara me obligaba a seguir. Entonces cerré muy fuerte los ojos. Desde cuando me violaron la primera vez, que vi a los hombres que abusaron de mí, nunca quise volver a ver esa imagen.

Ahora que hemos pasado por todas estas cosas y nos hemos atrevido a denunciar lo que nos pasó, pensamos que es importante que otras mujeres, que pueden haber vivido cosas parecidas, sepan estas historias para que puedan salir del miedo contra lo que les hicieron y buscar ayuda profesional para poderse curar. A ellas les decimos que tomen en serio la atención psicosocial, que es importante. Ayudar a mujeres que han vivido la tragedia del abuso sexual se ha convertido en nuestra obsesión y hoy sólo pedimos que se reconozca nuestro trabajo”.

 

"Ayudar a mujeres que han vivido la tragedia del abuso sexual se ha convertido en nuestra obsesión y hoy sólo pedimos que se reconozca nuestro trabajo”.

Cleiner Almanza

"La violencia sexual por el conflicto armado no es aislada, ocurre a diario y en general se calla por miedo, por vergüenza, porque llegamos a sentirnos culpables por el solo hecho de ser mujeres”.

Giovana Sáenz

 

"Cuando conté por primera vez lo que me sucedió, en esos cuatro meses respiré nuevamente. Me estaba ahogando. Llegué al punto de intentar matarme. Ahora sólo quiero seguir adelante”.

Alejandra Ramírez *

 

 

 

 

 

 

Por Natalia Herrera Durán

 

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