Cultura, la apuesta de medio país contra el olvido

En medio de las preocupaciones por el posconflicto, actores territoriales de siete departamentos de la Orino-Amazonia, cuyo territorio comprende el 40 % del país, trabajan en un festival para hacer realidad la paz y lograr reconocimiento.

Javier Gonzalez Penagos
24 de noviembre de 2017 - 08:14 p. m.
En octubre pasado, 40 actores territoriales se dieron cita en Villavicencio (Meta) para idear Festipaz, la iniciativa con la que buscan la transición y el reconocimiento.  / Oficina del Comisionado de Paz
En octubre pasado, 40 actores territoriales se dieron cita en Villavicencio (Meta) para idear Festipaz, la iniciativa con la que buscan la transición y el reconocimiento. / Oficina del Comisionado de Paz

Mientras el Estado sigue sorteando los desafíos que implica consolidar y blindar los acuerdos de paz, las comunidades más azotadas por el conflicto trabajan en sus propios procesos para hacer el tránsito de la guerra a la paz. Ese es el caso de las regiones de la Orinoquia y la Amazonia, que consideran que un primer paso es que la mitad del país que por décadas las ha marginado y condenado al olvido vuelque su atención a los territorios. Y qué mejor que a través de la cultura. Por eso, 40 actores territoriales de Meta, Arauca, Casanare, Guaviare, Vichada, Vaupés y Guainía trabajan en Festipaz, una iniciativa con la que quieren hacerse escuchar en todos los rincones de Colombia.

Saben que la coyuntura del posconflicto es su oportunidad, y el testimonio, su herramienta. Se reconocen como “la otra mitad del país”, y no exageran. Juntos, los siete departamentos abarcan casi el 40 % del territorio colombiano. Sin embargo, también se declaran como la media Colombia que permanece en el olvido. De allí su necesidad de alzar la voz y reclamar a esa otra parte del país que los marginó, a los políticos que los abandonaron y a su propia gente el reconocimiento que merecen. Pero ¿cómo hacerlo? A través de un festival cultural.

La idea comenzó a gestarse en octubre pasado, cuando los 40 actores territoriales —entre víctimas, líderes sociales, campesinos, indígenas, negros y miembros de la sociedad civil— se dieron cita en Villavicencio (Meta). Bajo el auspicio de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz se propusieron crear, entre todos, una acción colectiva para hacerse visibles y facilitar la transición. Idearon Festipaz, con el que el que quieren movilizar a la comunidad y generar acciones para la reconciliación. Es su forma de construir paz.

Se trata de una fiesta cultural que recoge sus preocupaciones y anhelos a nivel económico, político, social y ambiental, y que comienza con un recorrido a lo largo de los territorios —a través de muestras artísticas, expresiones ancestrales, eventos deportivos, foros pedagógicos y puestas en escena—, para recoger denuncias y propuestas que les permitan alzar la voz. Una vez agrupadas todas estas manifestaciones, la forma que concibieron para llamar la atención del país es un gran festival, desarrollado en simultáneo en cada uno de los siete departamentos, que sirva como altavoz para visibilizar la riqueza de la región y les permita expresar sus reclamos.

“Para nosotros, el posconflicto es todo un espacio que se está abriendo para alcanzar nuestra reparación, una que sea digna e integral. Es también el mecanismo para consolidar el escenario social, no solamente de nosotros como víctimas, sino también de todas las personas que se han desmovilizado. Insistimos en un encuentro directo con el fin de hacer una catarsis, un ejercicio de perdón, reconciliación y construcción de paz”, sostiene Luis Ángel Trujillo, presidente de la asociación Asfared, que reúne víctimas de desplazamiento forzado en Vichada.

El proyecto aún está en construcción —se concibió en apenas tres días de reuniones y diálogo—, pero desde ya es pensado como una de las tantas estrategias de la Orino-Amazonia para acercarse a la otra Colombia y compartir saberes y expresiones en un ejercicio de mutuo aprendizaje. “El reconocimiento es el primer paso, pero de todas maneras nos irrumpe el silencio del Estado dentro del territorio”, asegura Irina Meléndez, integrante de una red de jóvenes que defiende el medio ambiente en el municipio de Puerto Carreño (Vichada).

A medida que se consolida la iniciativa, se asoman también las preocupaciones que, al margen de iniciativas como Festipaz, siguen presentes entre las comunidades. “Las personas tienen la necesidad de creer en la paz”, dice una profesora del Guaviare que, por el temor que aún está latente en el territorio, prefiere no ser identificada. “La gente aún no sabe cómo va a seguir su vida, quién la va a regular, porque —bien o mal— las Farc tenían la autoridad y tenían mecanismos y formas de hacer las cosas. Un paso a paso, digamos”, remata.

Uno de los mayores temores es el frente primero de las Farc, que se declaró en disidencia y opera principalmente en la región del Guaviare. Esta facción se configura como una de las tantas amenazas al posconflicto que, precisamente, busca ayudar a consolidar el proyecto.

La inquietud de la docente es compartida por Laura Andrea Uribe, una artista plástica y educadora popular de Villavicencio, quien, sin desconocer el aporte al reconocimiento y a la transición que suponen ideas como Festipaz, teme que puedan convertirse en distractores de los focos que para ella realmente supone el posconflicto: oportunidades económicas, educación y seguridad, todas ellas responsabilidades del Estado, no sólo con la sociedad civil, sino con quienes deciden abandonar las armas y apostar por las palabras.

“Yo sí creo en la efectividad de que se pongan en marcha productos culturales, es importantísimo. Pero los cuestiono en la medida en que, mientras se desarrollan este tipo de acciones, existen vacíos para la implementación de los acuerdos de paz de La Habana (Cuba). Si no hay garantías, por ejemplo, para quienes se han decidido a reincorporarse a la sociedad y cambiar el sonido de los fusiles por la palabra, ¿cuánto tiempo va a pasar para que nuevamente veamos resurgir la violencia? Es que la paz no sólo es silenciar las armas, también se requieren inversiones y que se ponga la mirada en las necesidades desatendidas. Si no es así, será complicado pensarnos más adelante y que haya reconciliación”, advierte Laura Uribe.

Entre estas incertidumbres, las expectativas alrededor de lo que se viene y los siempre renovados anhelos de paz, las comunidades de la Orino-Amazonia siguen trabajando en sus propios procesos de transición y esperan que proyectos como Festipaz no sólo sean ejercicios de aprendizaje, sino que les permitan construir verdaderos mecanismos para visibilizar su situación, lograr el reconocimiento y alcanzar la reconciliación.

En paralelo, los 40 actores territoriales siguen en la construcción del festival que ya cuenta incluso con una fecha tentativa de lanzamiento: entre febrero y marzo del próximo año. ¿Logrará su cometido? Las comunidades confían en que sí.

Por Javier Gonzalez Penagos

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