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De Bogotá a Cumaribo

La crónica de un largo viaje desde la capital del país hasta Vichada para tomarles el pulso a los Llanos Orientales, que se debaten entre los efectos del ‘boom’ petrolero y palmero, y los de la degradación de la guerra.

Alfredo Molano Bravo, Especial para El Espectador
21 de diciembre de 2012 - 10:00 p. m.
Imagen de la llegada a Vichada, partiendo de Bogotá y haciendo escala en Villavicencio.  / Fotos: Enrique Rivas
Imagen de la llegada a Vichada, partiendo de Bogotá y haciendo escala en Villavicencio. / Fotos: Enrique Rivas

Ir de Bogotá a Villavicencio puede todavía durar cinco horas, pese a los miles de millones de pesos —y de vidas— que ha costado reconstruir incesantemente una vía de escasos 80 kilómetros. No sólo porque todavía hay pasos restringidos, sino porque en días feriados hay trancones como en el centro de cualquier ciudad. En días ordinarios el paso de tractomulas con crudo hace las veces de oleoducto y si se encuentran dos en una de las curvas del túnel de Quebrada Blanca, el tránsito se paraliza. La cordillera que separa el altiplano de la altillanura ha sido un enemigo formidable que no da el brazo a torcer. Parecería —no sin razón— temer al desarrollo.

De Villavo a Cumaribo, en el centro de Vichada, volamos en una liviana avioneta Piper durante dos horas. El piloto mostraba —y explicaba— los portentosos logros de la civilización en esos parajes. Comenzó señalando las piscinas de las quintas que han sido construidas cerca de Vanguardia, el aeropuerto, que no son pocas: una verdadera franja ancha de residencias de gente multimillonaria. Las siguen varios clubes con campos de golf y muchos restaurantes campestres con morichal y lago. La serie remata en extensos lotes donde se empiezan a construir malls. Tres minutos y aparecen los parches verde oscuro de palma africana. Miles de hectáreas que llenan el horizonte desde San Carlos de Guaroa hasta Villanueva y cercan los viejos hatos que alguna vez fueron propiedades de los jesuitas y después de los Convers, los Restrepo, los Arango. La palma convierte en aceite toda el agua de esa “planicie mal drenada”. En la sabana se ven espejos de agua que desaparecen en los nuevos cultivos. Los palmeros destruyen en beneficio propio no sólo los morichales y las matas de monte, sino los caños y jagüeyes naturales. El panorama para el piloto era la síntesis de la maravilla; para nosotros, la prematura evidencia del fin del Llano. En la estrella fluvial de Puerto López, donde convergen los ríos Guatiquía, Guayuriba, Humea y Metica para formar el Meta, comienzan hoy los gigantescos cultivos industriales de madera: teca, caucho, acacia mangium. Si antes se temía que las vacas acabaran con los árboles, ahora los árboles tienen acabadas a las vacas. Un ejército de árboles, sembrados a seis metros unos de otros, avanza hacia el oriente, cuadriculando las sabanas. Un ejército que fue precedido de otro: el paramilitarismo. No se puede explicar el desarrollo de Meta sin recordar que en la década de los 80 la Unión Patriótica fue asesinada a la luz pública: mil militantes, un senador, un representante a la Cámara y cinco alcaldes.

La carretera entre Puerto López y Puerto Gaitán fue pavimentada para abaratar el transporte del crudo que se extrae de Campo Rubiales y es el eje por el cual entra la nueva economía empresarial al Llano, después de que el presidente Uribe levantara la bandera verde para entrar a saco. En 2003 dijo a políticos y empresarios de la región: “Le veo a Orinoquia un futuro ya inmediato en el agro. ¿Ustedes saben lo importante que es para el mundo agropecuario tener allí 250.000 kilómetros planos, sin piedra, listicos para cultivar y sin el obstáculo ecológico de que hay que llegar con el hacha?”. La invitación fue atendida a cabalidad. En el año 2000 se cultivaban 92 hectáreas de maíz y 75 de soya en la altillanura de Meta; en 2005 había sembradas 30.000 de maíz y 20.000 de soya; en 2009 en maíz se cultivaron 100.000 hectáreas y en soya 150.000. Estos cultivos transitorios preparaban y nitrogenaban la tierra para la reforestación comercial. En este período se construyó una enorme fábrica de cerdos y gallinas, una planta procesadora de concentrados para alimentarlos y se cultivaron miles de hectáreas en maíz y soya para producir los concentrados. Desde el aire el conjunto parece una base de cohetes. En todo el trayecto hasta El Viento, por un lado, y hacia La Cristalina, por otro, hay gigantescos cultivos empresariales de caña de azúcar, jatropha y yuca amarga —variedad ICA— para producir biocombustibles.

¿Cómo ha sido posible esta invasión? Mediante la modificación y la manipulación de las normas. La Ley 160 del 94 estableció la UAF como una defensa contra la concentración de la tierra. Para los Llanos fijó un tope máximo de 1.800 hectáreas, en consideración a la calidad de la tierra y la existencia de hatos ganaderos tradicionales. La presión empresarial rompió el dique, con el visto bueno de Uribe y aceptó la siguiente fórmula: “Para poder adquirir 13.000 hectáreas de El Chaparral, el grupo brasileño Mónica tuvo que constituir seis empresas, única manera de cumplir con lo dispuesto en la Ley 160”, dice un informe de la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, publicado en febrero de 2009. Otra estrategia es comprar tierras a los campesinos colonos a quienes el Incoder aún no les ha adjudicado los títulos. En este caso, las empresas no cuentan con títulos de propiedad sino con títulos sobre mejoras, cuya situación jurídica no es tan clara”.

Hace 15 años Puerto Gaitán era un clásico pueblo llanero. Una calle principal, una alcaldía cayéndose, una iglesia a medio construir, un puesto de salud, un hotel con sábanas de plástico y cinco restaurantes de bandeja con principio y ensalada roja. Hoy es una pequeña ciudad de 20.000 habitantes en una de cuyas entradas se construyó hace pocos años un monumento en forma de U invertida con el mismo trazo de la M de McDonald’s, la mundialmente famosa hamburguesa. Lo llaman el monumento a la corrupción, porque costó miles de millones de pesos. Hoy Puerto Gaitán es conocido por su Festival de Verano, que convoca a 50.000 turistas de todo el país, la presentación de Marc Anthony y de Natalia París y el concurso de belleza “Model of The World Colombia”. Hay hoteles con vidrios polarizados y habitaciones especiales para guardaespaldas, restaurantes con menús internacionales, discotecas, casinos, clínicas de la sonrisa, oficinas de bancos... Es el municipio que por habitante recibía la mayor cantidad de regalías. En febrero de este año, el Ejército dio a conocer la existencia de una fosa común con cuatro cadáveres y una caleta con 11 fusiles AK-47, 33 granadas de 40 mm, 5.121 cartuchos de diferentes calibres, cuatro proveedores para fusil AK-47, dos proveedores para fusil R-15, 162 eslabones para munición 7.62 mm, dos motocicletas Kawasaki KMX y un radio de comunicaciones.

A la salida de Puerto Gaitán se ven desde el aire, a lado y lado del puente sobre el río Manacacias, largas colas de tractomulas petroleras, camionetas de las compañías petroleras, buses que transportan empleados petroleros y algunos pocos jeeps. Más adelante, en el Alto de Neblinas, hay un búnker del Ejército en lo que fue un tenebroso retén paramilitar de donde nadie podía pasar sin un salvoconducto expedido por las autoridades competentes. “José Delfín Villalobos, alias Alfa Uno, un exjefe militar de este grupo paramilitar (Autodefensas Campesinas de Meta y Vichada, o Carranceros), contó en versión libre que “era el punto más importante, porque es el paso obligado para el transporte de crudo (petróleo) y de insumos para el procesamiento de la droga”. Entre el Alto de Neblinas y La Cristalina hay extensos cultivos de palma africana y bosques comerciales que destruyen cuanta mata de monte se atraviesa en su camino, ya golpeadas por el cultivo de la coca en los últimos 15 años. La amenaza contra los bosques de galería ha inducido a la FAO a pedir una protección extraordinaria sobre ellos y a la Unesco declarar los que existen en España como Patrimonio de la Humanidad. Cabe recordar que por la Orinoquia colombiana corre la tercera parte de nuestras aguas.

 

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Por Alfredo Molano Bravo, Especial para El Espectador

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