De Támesis para allá

Antes de la AngloGold Ashanti había llegado la empresa B2Gold, para la exploración de yacimientos de oro, zinc y otros metales, y después la Kedahda. El problema se extendió a Quinchía, Marmato, Jardín, Caramanta, Valparaíso, Tarso, Jericó.

ALFREDO MOLANO BRAVO
09 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
Támesis es una tierra cafetera que amanece cubierta de niebla. / David Zuluaga
Támesis es una tierra cafetera que amanece cubierta de niebla. / David Zuluaga

“En el alto de Otramina, ganando ya para el Cauca”, donde el poeta León de Greiff "se topó con Martín Vélez en qué semejante rasca”, comienza lo que con tanta gana llaman los antioqueños El Suroeste. En el Relato de Ramón Antigua (1926-1927), el viejo León baja “jumao” con sus amigos hasta Bolombolo –“país del sol sonoro”–, cuando trabajaba en la construcción en el Ferrocarril de Amagá, con el que el cultivo del café se arraigó y se impuso en la región. Hoy se construye una autopista de cuatro carriles que comunicará Medellín con la que será la continuación de la carretera Panamericana, que se unirá en Dabeiba con la Carretera al Mar. (Lea la primera parte: Lo que la gran minería destrozaría en el suroeste de Antioquia)

Se conectarán así dos colonizaciones muy distintas: la cafetera del suroeste –pacífica y amable– y la conflictiva y violenta del noreste, basada en la gran plantación de banano. Al pasar el Cauca, que el poeta llama Bravucón, su nombre de pila, entramos en las “tierras calientes” que han sido ganaderas pero ahora son ganadas por grandes cultivos de cítricos para exportación.

Trepamos hasta Támesis, donde nos esperaban dos arriesgados críticos del proyecto de explotación de oro y otros metales de la AngloGold Ashanti. Nos sentamos en la plaza, bajo las araucarias –altas y simétricas–, dando la espalda, claro está, al busto de Mariano Ospina Pérez –presidente de la República 1946-1950–. A un costado del marco de la plaza están los bustos de Pedro Orozco y Rafaela Gómez, su mujer, fundadores del pueblo. Orozco, de Sonsón, negoció un globo grande en lo que fue la Concesión Echeverri a don Gonzalo Santamaría; trazó el pueblo, comerció con mulas en el camino a Marmato y se enriqueció.

Támesis es una tierra cafetera que amanece cubierta de niebla. Por eso, dicen, se llamó como el río de Londres, siempre nublado. En la parte alta, que comparte con Jericó, comenzaron en 2003 los trabajos de exploración minera. La gente se intrigó cuando llegaron personas desconocidas a tomar muestras de tierra y de agua. Iban y venían sin saludar ni pedir permiso. Se decía que se trataba de la construcción de una represa con las aguas del San Juan. O mejor de varias, dijo alguien: Son las licencias para la construcción de 11 microcentrales en los ríos que nacen en el Paramillo y los Farallones del Citará. Una amenaza seria porque en la región hay 28 acueductos comunitarios con más de 1.000 viviendas. Coincidió el rumor con los primeros pasos que se daban en Medellín hacia la privatización de las Empresas Públicas Municipales, entidad tan querida por la gente como codiciada por los políticos. El problema no sólo era de agua para consumo humano, sino también, y sobre todo, para el riego y el beneficio del café.

La región se enorgullece de tener “un agua tan pura que se puede tomar en la regadera” y que consideran el secreto de la calidad del café. “Sin esa agua, no hay café”. Sandra, una mujer pequeña y fuerte, contó que su abuelo había llegado a jornalear, se hizo a una parcela comiendo vitoria, petacos y cidra hasta que chapoleando levantó un cafetal con ayuda de sus 13 hijos. Era café sombreado con guamo que daba dos cosechas: la de año y la traviesa, ricas de variedad borbón, que “daba muy buena taza, o sabor”. Construyó una casa de guadua y zinc, “donde nos crio hasta a nosotros”. “Éramos una manada de pelaos que jugábamos a quien recogiera más pepa, a quien alzara el bulto más pesado”. “Nos enseñaron a contar con pepas de café, con granos de pergamino, y la primera palabra que vi en el tablero fue: café”. “Para nosotros el cafetal era nuestra casa, aquí al cultivo no se le dice finca, sino casa, porque él nos amparaba”.

Las rondas de los desconocidos y misteriosos personajes, uniformados y silenciosos, terminaron en levantar una gran polvareda de sospechas menor, claro está, que la que levantó el helicóptero que comenzó a sobrevolar la región. Iba de un lado a otro con un “gran pipí colgando” y se detenía en puntos determinados. En los tintiaderos del marco de la plaza –donde se hacen negocios y se comentan y colorean rumores– se dijo que se había descubierto oro. La sospecha corrió envolvente como un remolino de esquina y no faltaron ingenuos que se dedicaron a excavar en los sitios donde los helicópteros se habían detenido. Los niños se arremolinaban cuando el aparato se acercaba y los viejos se alarmaron porque se suspendía sobre lo que llaman la Mama del Agua, nacedero de aguas. La gente no dejaba de hacer cábalas sobre el helicóptero que desentejaba casas y escuelas al aterrizar. Hubo una reunión con el alcalde de la época para que como autoridad informara de qué se trataba el bullicio. Dijo que nada sabía, a pesar de que lo habían visto en los carros de la compañía. Fue el primer síntoma de que había algo oscuro y oculto.

Támesis ha sido por tradición un pueblo sano. Sólo se recuerda a un bandolero liberal, al estilo de Chispas, llamado Hugo García, que la policía mató en el páramo y que bajaron desgonzado y ensangrentado en una mula. Lo tiraron en la mitad de la plaza para escarmiento. También pasó la guerrilla, pero nunca entró. “Tiraba más hacia Supía y Riosucio”. Hubo sí narcotraficantes de alto rango como Rodolfo Ospina Baraya, nieto de Mariano Ospina Pérez, que después de pagar cárcel en EE. UU. colaboró con Pablo Escobar llevando a los Galeanos –nacidos en Jericó– a la cárcel de La Catedral, donde fueron asesinados. Ospina reaccionó indignado contra el crimen y terminó trabajando con los Pepes y colaborándole a la DEA. Hoy vive en Chile. La gente asocia este caso con la introducción de los grandes cultivos de cítricos porque Alfonso Ospina, secuestrado y asesinado, fue uno de sus iniciadores en la costa derecha del Cauca.

De fuera de la región han llegado capitales a comprar fincas para plantaciones tecnificadas, al punto de que cientos de jornaleros son transportados diariamente desde Fredonia, Amagá y pueblos cercanos. La gente es muy prudente cuando se toca el tema. En el vecino municipio de Caramanta, tan vinculado a Támesis, Mario Uribe, el primo de Álvaro Uribe, compró a través de Héctor Estrada, un afamado caballista, muchas parcelas cafeteras para hacer una gran hacienda. En Valparaíso sí hubo un grupo paramilitar perteneciente al Bloque Cacique Pipintá, comandado por Iván Roberto Duque. Asesinaron a 17 muchachos dizque por drogadictos. Controlaban el corredor entre Supía y La Pintada. Solían parar en la hacienda Las Margaritas, que había sido de Alberto Uribe –padre del expresidente–, comprada por Estrada. Uribe era muy afecto a Valparaíso, pavimentó la carretera de La Pintada a Caramanta. Estrada amplió sus tierras sobre la carretera Valparaíso-San Pablo, estafando a los pequeños cafeteros. Les daba un adelanto para luego alegarles que el hectareaje no daba y que les iba mejor si dejaban las cosas así. Fueron 25 fincas a lo largo de 11 kilómetros. También tuvieron negocios de tierra en la zona Édgar Jaramillo y Alberto Uribe. Los bosques comerciales son otra actividad que preocupa a los tamesinos. Hay grades inversiones en pino pátula y eucalipto alrededor de la Mama de Agua: 400 o 500 hectáreas sembradas antes de que aparecieran los helicópteros, por la empresa Rinco, propiedad de los Navarro Ospina, también de los Ospina Pérez.

Hasta entonces sólo había sospechas e hipótesis vagas sobre la relación de los helicópteros con el agua, el oro, los cítricos, los pinos y los narcos, pero nada era claro hasta que la Asociación Agropecuaria de Caramanta (ASAC) descubrió que la Ley 685 de 2001 había autorizado en 2005 la concesión de 18.000 hectáreas de Támesis a la empresa B2Gold para la exploración de yacimientos de oro, zinc y otros metales. Después entró la Kedahda, que hacía lo mismo con nuevo nombre.

Entonces en 2008 se organizó la primera gran marcha para pedir una explicación concluyente. No se obtuvo. Las autoridades se evaporaron y a la gente se le enconó la espina. Hubo un paréntesis en que ni helicópteros ni carros volvieron a aparecer. Pero en 2010 entró una nueva empresa, la Solvista, que concentró su exploración en Caramanta y Jericó.

La respuesta fue la organización del Primer Foro Social Minero en julio de 2011 con la participación, o mejor, la presencia de la empresa, la Secretaría de Minas de Antioquia, Corantioquia. En la reunión oímos hablar por primera vez del Cinturón de Oro y concluimos: el problema no es en Támesis, sino también en Quinchía, Marmato, Jardín, Caramanta, Valparaíso, Tarso, Jericó. Al mes siguiente se convocó una nueva reunión en el corregimiento de San Pablo y saltó a la mesa el tema del agua. Julio Fierro, un experto social en el tema, demostró que las perforaciones para explorar la cordillera afectarían los acuíferos y por tanto las aguas superficiales. De allí surgió una consigna que en adelante guiaría la protesta contra la minería: “Oro no, agua sí”. Nació la defensa del Cinturón Occidental Ambiental (COA), que determinó, con base en información de campesinos, que la nueva empresa había abierto 70 plataformas de perforación que permiten extraer muestras de la formación de los suelos en cilindros que son enviados a Toronto, sede de la AngloGold Ashanti, para ser examinados. Esas perforaciones no son sólo verticales, las hay transversales –en diversos grados– y horizontales.

Lea mañana: “El león rugiente que atemoriza a Jericó”. 

Por ALFREDO MOLANO BRAVO

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