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Diomedes Díaz en carne y hueso

Testimonio de un periodista que conoció de cerca al Cacique de La Junta, leyenda invencible de la música colombiana.

Carlos E. Manrique B. * Especial para El Espectador
28 de diciembre de 2013 - 07:48 p. m.
El Pilón
El Pilón

La primera vez que vi a Diomedes Díaz fue en 1996 en Fundación, Magdalena. Miles de personas esperaban su llegada en el estadio municipal y por doquier se veían fanáticos buscando algún artículo con el rostro del reconocido artista. Jamás he visto algo similar. Era tal el éxtasis de los asistentes, que hasta aplaudían sus silencios, equivocaciones en tarima y comentarios ocurrentes.

Era un hombre que nació para ganarse un pueblo y ante cuyo talento quedaban opacadas otras circunstancias de su vida, un cóndor en la tarima que lograba impactar a cada asistente a sus eventos, era casi un efecto hipnótico, pues la gente olvidaba todo lo demás, inclusive bailar, solamente por ver al reconocido artista. Existen personas cuyos hijos llevan el nombre de los hijos de Diomedes, y muchas veces oí decir en Valledupar: “Usted pone a Silvestre, Villazón, Oñate o cualquier cantante en una esquina o centro comercial y la gente pasa y se toma la foto y lo saluda. Pero hermano, ubique a Diomedes y en menos de dos minutos tiene que llamar a la policía para controlar a la gente”.

Sin embargo, la historia no siempre fue así. Todo empezó en Carrizal, de donde Diomedes debía caminar varios kilómetros hasta La Junta llevando unas mochilas que tejía y que luego cambiaba por algunos pantalones. Tenía un solo par de zapatos que pintaba según la ocasión y una picardía que iba a la par con sus ganas de superación. Luego debía regresar para ayudar a su madre a moler el maíz para las arepas e ir también a llevarlas. Fue en esos senderos guajiros donde Diomedes empezó a iniciarse como compositor y fue elucubrando algunos de sus versos inmortales.

El niño que andaba recorriendo el campo en su natal Guajira, estuvo siempre influenciado por Martín Maestre, un tío de quien se dice era un gran decimero y quien ayudó a formar a Diomedes, puliendo el talento que años después lograría cautivar a toda una nación. Las primeras parrandas fueron difíciles, porque decían que cantaba como chivato, y todos los músicos a propósito buscaban la manera de equivocarse para hacerlo deslucir.

En una de sus travesuras cuando niño, mientras intentaba tomar unos mangos en el municipio de Villanueva, una piedra vació el ojo derecho de Diomedes Díaz, que ya había estado en una parranda al lado del viejo Emiliano Zuleta, un compositor conocido de la región, quien supo ver el talento y futuro de Diomedes, el jovencito que un par de años después llegaría a Valledupar y sería enviado a Medellín a grabar su primer trabajo al lado de Náfer Durán.

Fue tal la confabulación de la providencia con este hombre condenado a triunfar, que no se ha visto seguramente en la historia otro artista que, incumpliendo todos los protocolos aparentes de ‘marketing’, lograra vender tantos discos, salir en una carátula sin un diente y con un nombre que comercialmente no era el más llamativo, sin embargo lograra ganarse el cariño de la gente. Es una muestra inequívoca de su gran talento. Cómo el mismo lo manifestara en alguna ocasión: “A mí que me comparen hasta con el pito de un carro, Diomedes Díaz da para todo eso”.

El joven conoció el amor, tenía nombre propio, Patricia Acosta, quien sería su esposa y madre de sus hijos. Al principio los amores fueron contrariados y los padres de Patricia la enviaron a estudiar a Bucaramanga, donde él estuvo visitándola con la complicidad de su amigo Armando Diazgranados. Diomedes ganó un amor y su fanaticada muchas canciones, pues para empezar a conquistarla, el Cacique de La Junta, como es mencionado, encontró un lugar especial de la casa de Patricia en La Junta desde donde podía expresarle su amor en versos y así nació una de sus canciones más conocidas: “Hágame el favor, compadre Debe, llegue a esa ventana marroncita, toque tres canciones bien bonitas que a mí no me importa si se ofenden”.

De ese amor fue testigo todo un pueblo, que conoció las “Cartas cantadas” que Diomedes le dedicara a Patricia. Bajo la influencia de los luceros de su tierra, un lugar que inspira y huele a vallenato, el Cacique le mostró a su amor un futuro juntos y a todos sus seguidores una bella forma de enamorar: “Que tus ojos me dominan, que tu boca me fascina, que tu cuerpo me enloquece. Que cuando estemos juntos todo el mundo diga: Caramba, esos muchachos sí se quieren”.

Si debemos hablar de una persona que ayudó a Diomedes como cantante y que fue su gran amigo durante muchos años, es Joaquín Guillén. Iban juntos a todas partes y buscaban entrar a las parrandas para que Diomedes mostrara su talento. Era tal su sorpresa ante la modernidad del mundo que, cuenta Guillén jocosamente, cuando conocieron el helado de cono, Diomedes le decía: “Compadre, el cartón no se come”.

La fama fue creciendo y Diomedes Díaz fue ganándose el cariño y el respeto de una fanaticada que lo supo acompañar en las buenas y en las malas. Muchas personas hablan de su generosidad y humildad como persona. Existen centenares de historias de personas que llegaron donde Diomedes y no se fueron con las manos vacías, era un hombre noble cuyos defectos no lograron eclipsar el talento tan grande que le fue entregado.

En una ocasión un vendedor de aguacates pasó por la casa de Diomedes en Valledupar, el hombre tenía fama de contar buenos chistes. Diomedes lo tuvo varias horas en casa y luego le dijo: “A todo el que pase le regala un aguacate”, así lo hizo y luego el artista le pagó no cinco mil, que era el valor real, sino cien mil pesos por los aguacates. También en Bogotá un taxista una vez llevó a Diomedes a los estudios; en el momento no tuvo para pagarle la carrera y como recompensa lo nombró en la canción ‘Necesito tu amor’: “Compadre Pite Ruiz, ruum ruum”. El taxista olvidó el pago, pero guardó por siempre la gratitud por tan grande detalle.

Diomedes no perdió sus costumbres, no renunció a sus raíces. Amigos muy cercanos como Rocky Rodríguez cuentan que Diomedes se bañaba con una totuma de la sierra, sentado como en un ritual indígena, y que muchas veces lo vio llorar la partida de sus amigos, como Dimas Gutiérrez, que fue asesinado en 1988 y ante cuya noticia Diomedes paró su presentación en Santa Marta para ir a despedir a su compadre, con quien compartió muchas parrandas y a quien le regaló un disco de oro de los tantos que ganó en su carrera.

Basta mirar las imágenes de sus presentaciones, fue un hombre que cantaba por amor al arte, sin afanes de excesos materiales. Cuentan que en una ocasión Felipe Eljach, un desaparecido amigo del Cacique en Cartagena, le regaló a Diomedes una avioneta y que no se la quiso llevar por el desconocimiento para moverla, por la dificultad para estacionarla y sobre todo por la prevención en el pago de un eventual peaje aéreo, ante cuyas tarifas sucumbiría su artístico bolsillo.

Su talento iba ligado a la esencia del vallenato, podía componer canciones a lo más cotidiano y sobre todo hacer popular una situación que para muchos otros pudiera pasar inadvertida. Fue así como sucumbió a la nostalgia de ver sus años llegar mientras se motilaba en Venezuela a principios de los años noventa. Después de un silencio reflexivo logró plasmar sus pensamientos en las siguientes palabras: “Una hebra de cabello adorna mi cuerpo, una hebra de cabello adorna mi alma, ay ve, mi primera cana, noticias de mi vejez…”.

En otro momento, regresaba Diomedes de una gira y quería descansar un poco. Su hijo Rafael Santos, que por entonces era un niño, no lo dejaba dormir. Diomedes se levantó y le pegó un par de leves nalgadas, el niño no le habló en varios días y Diomedes, sumido en el dolor de padre, compuso la que en alguna ocasión él mismo catalogara como su canción favorita: “Ese muchacho que yo quiero tanto, ese que yo regaño a cada rato, me hizo acordar ayer…”.

Los años fueron pasando y la fama iba llegando, también los excesos, que fueron mermando un poco la entrega de Diomedes a su público y cuyos efectos fue sintiendo el reconocido cantante. Excesos de los que no pudo salir y que le costaron el deterioro notorio de sus capacidades físicas y artísticas. Varias veces presencié conciertos en los cuales no podía respirar bien y entre cada tanda debía utilizar inhaladores y pastillas para continuar.

Excesos que lo llevaron a ser acusado por la muerte de Doris Adriana Niño, por la que fue condenado tres años por homicidio preterintencional. Mientras huía de la justicia, en Valledupar mucha gente sabía dónde estaba Diomedes. En una ocasión, mientras regresábamos de la Loma de Potrerillo de visitar a mis abuelos, decidimos entrar a Valledupar para contactar unos familiares de Joaquín Guillén para que éste me llevara a visitar al Cacique en su lugar de escondite. Los familiares lo contactaron, pero desistí del proyecto porque siendo en ese entonces un niño de doce años no me parecía prudente estar en ese mundo de alcohol y parranda que suponía ir a visitar al ídolo del pueblo vallenato.

Diomedes tenía serias dificultades en el movimiento como consecuencia de la enfermedad de Guillán Barré que había padecido y pudo verse varias veces como una persona que cantaba por cumplir. En una ocasión me contó un sobrino de Diomedes que después de diagnosticada la enfermedad tenían que sostenerle la cabeza en apartes de la grabación, porque no podía hacerlo por sí mismo, una muestra irrefutable de un hombre que lo daba todo por complacer a su gente, por mostrar su talento y por llevar un mensaje de amor y paz a través de sus canciones.

Me preguntaré siempre qué clase de gente rodeaba a Diomedes Díaz, tenía seguramente muchos amigos, gente cercana que lo apreciaba mucho, pero también personas que no lo valoraban y que posiblemente querían verlo bajo ese estado, sabrá Dios con qué intereses detrás. Debe mencionarse también que era un hombre que no se dejaba orientar. Varias veces decía: “Los médicos me dijeron que no tomara trago, pero si no me lo tomo yo, se lo toma otro”. En una visita a La Junta, Leandrito Sierra, el médico del pueblo, me dijo que siempre le decía a Diomedes: “Usted es un hombre importante, deje de hacer tanta locura”, y que su respuesta era reírse, darle un beso en la frente y después un saludo en el disco.

Mucha gente de su ‘staff’ sólo se dedicaba a darle trago hasta embriagarlo. Su indisciplina lo fue acabando lentamente, pero también algunos de quienes lo rodeaban no hicieron nada para evitarlo y contribuyeron a ese deterioro. Varias veces noté en su rostro expresiones de dolor, una mirada extraviada y un semblante muy diferente al de aquel muchacho que grabara muchos años antes con Colacho Mendoza.

A pesar de todo esto y también de que su voz ya no era la misma, seguía esforzándose de gran manera por complacer a sus seguidores, era un artista que cuando quería, hacía un espectáculo memorable y que parecía tener cualidades de ave fénix, pues cuando muchos lo creían acabado, grababa un nuevo trabajo y con pocas promociones batía récord de ventas.

Diomedes era un hombre desprendido del dinero, repartía plata entre los más necesitados y regalaba sin problema a quien lo requiriera. Cuenta un amigo muy cercano a Diomedes que en una ocasión, estando en Miami con Rafael Orozco, este último lo llevó a comprar ropa de marca para cambiar un poco el marcado estilo de Diomedes. El Cacique compró varias camisas y luego las tiró en su concierto después de sudar solamente un par de ellas. Entre ellos hubo una hermandad, tanto que fue Rafa quien grabara por primera vez un tema de Diomedes y quien le diera el título del Cacique de La Junta en ‘Cariñito de mi vida’, una canción que se volvió un referente del vallenato como folclor.

También hubo momentos en que tuvo que retractarse de su generosidad, como una ocasión en que le regaló su carro a Iván Villazón para que se fuera de parranda con Álvaro Álvarez. Al día siguiente llamó Diomedes para recuperar su carro, porque según él estaba muy borracho y no recordaba lo que había dicho.

Mientras Diomedes estuvo preso en Valledupar tuve la oportunidad de recibir de él un obsequio, un afiche firmado. Las veces que pude verlo siempre fue una persona amable, cuyo último detalle hace algunos meses fue darme autografiado un LP de ‘Título de amor’, su álbum más vendido.

Un par de horas antes de su última presentación, Diomedes se quejó de un dolor, alguien de su confianza le sugirió ir a una clínica y aplazar la presentación en Barranquilla, pero el artista se negó rotundamente y optó por tomarse una pastilla para aliviar el dolor, quería cumplirles a sus seguidores el compromiso, evento en el cual extrañamente dijo: “Qué bonito sería levantarse en el sepelio de uno y ver a todos mis seguidores”.

Por Carlos E. Manrique B. * Especial para El Espectador

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