El curador de la guerra

Además de párroco de pueblos olvidados, Nelson Cruz es un coleccionista de objetos en desuso. Esta es su historia.

Mauricio Builes, jefe de prensa CNMH
13 de octubre de 2014 - 02:33 a. m.
Objetos en las paredes del museo del padre Nelson Cruz en El Placer, Putumayo.
Objetos en las paredes del museo del padre Nelson Cruz en El Placer, Putumayo.

Llevo casi cuatro años trabajando para el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y Nelson Cruz es, tal vez, la persona más rara y fascinante con la que me he topado en las correrías por el país. Lo conocí hace dos años en una casa parroquial en Puerto Caicedo, Putumayo. Él estaba solo, sentado en un escritorio y vestía una camiseta blanca límpida y recién planchada. Frente a él, un computador, carpetas y un vaso con jugo de papaya. Me sorprendió su estatura: un metro y medio. Cuando me vio, me di cuenta de que no quería hablar. Frunció el ceño. Por esos días, el CNMH estaba terminando el informe El Placer: mujeres, coca y guerra del Bajo Putumayo y el padre era una de las piezas claves para reconstruir la memoria y entender cómo los paramilitares del bloque Sur Putumayo dominaron casi todo el Valle del Guamuez por nueve años. Varios investigadores habían hablado con él durante los últimos meses sobre su historia como párroco de un pequeño pueblo cocalero casi en la frontera con Ecuador. Tal vez pensó que yo llegaba con el informe en las manos, publicado, y no para hacerle más preguntas.

“Padre, estoy aquí porque quiero que me hable acerca de su museo de la guerra”. Lo que me interesaba de él no era tanto su capacidad para recordar los detalles de lo que sucedió en El Placer sino su afición por coleccionar objetos. En el patio de la casa donde lo conocí me encontré con una pared que, más que un muro, se trataba de una colección de semillas traídas de todos los lugares donde había vivido. Era mi primera evidencia de su obsesión por coleccionar objetos.

El fotógrafo Jesús Abad Colorado, que en ese momento trabajaba para Memoria Histórica, ya me había hecho una advertencia: “Habla poco, pero tienes que conocer la historia de su museo. Sácale las palabras”. Durante casi siete años que vivió en El Placer la época más dura de la incursión paramilitar, Nelson coleccionó ollas perforadas, desechos de munición, brazaletes que decían AUC, hilachas de camisas camufladas, pipetas oxidadas... Eran los restos de una guerra que estaba acabando con “la capital de la coca del sur del país” y que servían como adorno de la casa cural.

En las paredes se veían granadas en vez de crucifijos, el Divino Niño fue reemplazado por metralla y los escapularios de madera se convirtieron en casquetes. “Era la mejor forma de hablar de la guerra sin poner en riesgo mi vida o la de la comunidad”, me dijo el padre aquel día en Puerto Caicedo. Ahora pienso que ese también fue el mejor testimonio para entender hasta dónde había llegado la guerra en ese pueblo del sur.

La rutina del padre era casi siempre la misma. Horas después de enterarse de alguna masacre agarraba su maleta y prendía su moto (a la que se montaba apoyado en piedras del tamaño de un escalón). Quienes lo vieron en esos años me cuentan que no sólo la moto duplicaba su tamaño. La maleta también era más grande que él y, cuando se la colgaba en la espalda, una de las puntas se doblaba sobre su cabeza. Pero era su objeto imprescindible. En ella empacaba la comida para los sobrevivientes y era donde almacenaba los objetos que iba encontrando en las ruinas o en los caminos veredales. Los mismos heridos y sobrevivientes también le regalaban los objetos que no le cabían en la maleta. “Hubo momentos —recordó el padre— en que los ‘paras’ me llevaron cosas hasta mi casa para que adornara tal o cual pared: una correa, una hamaca donde montaban a los heridos... Pienso que ellos también, de alguna manera, se sentían identificados con el museo”.

Nelson de Jesús nació en Úmbita, Boyacá, hace 60 años. Fue el único de doce hermanos que decidió estudiar en un seminario y fue el único de sus compañeros de estudio que se atrevió a hablar con sus superiores para que lo mandaran al campo, a los lugares más apartados de Colombia. Hoy vive en El Tigre, otro pueblo diminuto del Putumayo, a dos horas de Puerto Asís y del que nadie hubiera escuchado si no fuera por la masacre del 9 de enero de 1999.

El día que visité al padre en Puerto Caicedo me mostró otro lugar de memoria que estaba construyendo. Justo al frente de su escritorio había una urna de cristal con una Biblia ensangrentada, unas gafas de aumento y una sotana verde. “¿Son suyas, padre? ”, le pregunté. “No, ese es el pequeño museo que estoy haciendo sobre Alcides Jiménez Chicangana. Él era el párroco de esta iglesia y lo asesinaron los paramilitares después de misa”. Le pregunté, luego, si había conservado algún objeto del museo de El Placer, pero me dijo que no. Que nunca se lleva nada porque sabe que donde llega siempre habrá un “pretexto” para hacer un nuevo museo.

Meses después de abandonar El Placer, por amenazas, el sacerdote que lo reemplazó quemó el 90% del museo. Sólo se salvaron cerca de 20 objetos que aún se pueden ver en la casa cural. Y no ha sido el único caso. Casi cada colección o nuevo lugar de memoria que creó el padre ha sido desechado por el cura que lo reemplaza. No siente dolor por la pérdida, ni rabia hacia el colega o pesar por lo que pudo ser un gran museo. “Cada cual tiene su forma de hacer las cosas, de recordar”, me dijo con un aire de serenidad y desprendimiento.

Escribo sobre Nelson justo hoy que llega a Bogotá desde El Tigre para hablar durante tres días (martes, miércoles y jueves) en el Seminario Internacional de Museos y Lugares de Memoria organizado por el CNMH. Será un privilegio escuchar su historia. Tal vez sea difícil encontrar a alguien con la experiencia del padre y que pueda hablar sobre memoriales en Colombia. Él es tímido y, posiblemente, cuando entre al auditorio Gabriel García Márquez pasará desapercibido. Su estatura es su camuflaje preferido. No creo que me recuerde, pero estaré ahí sentado en primera fila, escuchando esa historia fantástica de la vez que decidió construir un museo de la guerra en medio de la guerra.

*Los interesados en participar en las jornadas diurnas de 8:00 a.m. a 12:30 p.m., en el Centro Cultural Gabriel García Márquez (calle 11 Nº 5-60, Bogotá) pueden inscribirse mediante el formulario que se encuentra en esta dirección web: http://bit.ly/1z1Jfbz.

Por Mauricio Builes, jefe de prensa CNMH

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar