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El curioso caso de Angelino Garzón

Tiene votos, pero no partido, y su obstinación por la política lo llevó a una guerra de resistencia contra la maquinaria de la U, el colectivo que lo llevó a la Vicepresidencia. Cuentas de un animal político.

Élber Gutiérrez Roa
10 de marzo de 2015 - 03:20 a. m.
 Angelino Garzón, ex vicepresidente de la República. /Archivo
Angelino Garzón, ex vicepresidente de la República. /Archivo

Angelino Garzón ya ganó la batalla más importante de su vida, y no fue propiamente en política. Bueno, no exclusivamente. El 9 de agosto de 2010 le practicaron una cirugía de corazón abierto, que incluyó la instalación de cinco by-pass en su organismo, y que le obligó a cambiar sus hábitos de vida. Todos, menos la obsesión por la política. Cambió incluso su alimentación a la criolla, generosa en grasas, por un menú gourmet acorde con su salud.

Pero siguió sometido al estrés de la actividad política y en plena fase de recuperación de sus problemas cardíacos, en junio de 2012, sufrió un accidente cerebrovascular, cuyas secuelas son aún evidentes. Las extremidades izquierdas de su cuerpo le quedaron paralizadas. Pocos apostaban a que volviese a caminar por sus propios medios y no perdona el que hallándose en estado de coma varios de sus compañeros del alto gobierno hayan sugerido fórmulas para reemplazarlo. Eso, dice ahora, no era un ataque a Angelino Garzón, sino un golpe de Estado.

El vicepresidente no lo reconoce de esta manera (ningún político lo haría), pero algo de dolor se le siente en cada declaración pública desde entonces. Como si lo hubieran traicionado. Lo cierto es que sus relaciones con el presidente Juan M. Santos no estaban en el mejor punto cuando éste decidió lanzarse a la reelección, esta vez con Germán Vargas como vicepresidente.

Los últimos meses de Garzón como vicepresidente fueron más bien tensos. Entre el intenso esfuerzo por recuperar su salud y la creciente convicción de que lo traicionaron comenzó a pensar, sin contárselo a nadie, qué sería de su futuro. Monserrat Muñoz, su esposa, fue categórica: “¡No vuelvas a la política!”. Pero por primera vez Garzón estaba maquinando la forma de desobedecer sus consejos. De ignorar las advertencias de aquella mujer a quien califica como “mi izquierda, mi derecha y mi centro”.

Y siguió sacando cuentas. “El 14 de mayo de 2015, ni un día antes ni un día después, diré públicamente si seré candidato a la Alcaldía de Bogotá o a la de Cali”, le dijo a El Espectador hace ya un año, siendo saliente vicepresidente. Desde entonces es mucho lo que se ha especulado sobre su futuro y su codiciado caudal electoral, que llegó a 700.000 votos en 2003, cuando ganó la Gobernación del Valle.

Pero la situación ahora es muy distinta. Alejado de Santos y tras su renuncia a la U, Garzón esperar a que ese partido defina si lo avala como candidato a la Alcaldía de Bogotá o a la de Cali. Un contrasentido, piensan sus rivales políticos, pues mal podría avalarlo un colectivo al que él mismo renunció.

El exvicepresidente habla de las dos ciudades, pero la verdad es que los espacios se le van cerrando en Bogotá, en donde también es cierto que su nombre goza de gran simpatía. Más allá del debate jurídico sobre si puede o no aspirar en las dos capitales (puede hacerlo, pues ha vivido más de cinco años en ambas) el problema es que en la capital ya comienza a tomar forma el juego de las alianzas, en las que se ven varios grupos: el del Partido Liberal y el de la U, que apoyan a Rafael Pardo como candidato; el de Cambio Radical y Enrique Peñalosa, que están tratando de presionar para una consulta entre los candidatos que no son de izquierda; el del Partido Verde, que se irá a su propia consulta, y el de la izquierda, que por ahora va en dos grupos: el del Polo y el de los petristas. Angelino puede ayudar a inclinar la balanza, claro, pero no con tanta contundencia.

En cambio en Cali su poder de convocatoria es más fuerte. Los demás aspirantes no repuntan y la única encuesta en la que le ganan a Garzón es una en la que el exvicepresidente no fue incluido, precisamente porque no ha decidido si aspirará. Lo curioso es que una de las personas que definirán si el Partido de la U le dará aval es el senador Roy Barreras, presidente del partido y cuyo hijo también aspira.

¿Qué puede pasar? Que la U, jugando rudo, le niegue el aval a Angelino y asuma con ello el riesgo de perder las elecciones. Que Angelino, también por jugar a presionar a la U, se quede sin el pan y sin el queso, pues ya son muchos los que creen que no es serio eso de decir que no sabe a qué ciudad aspirar, y que en vez de ello debería haber armado un programa serio para gobernar la ciudad en la que se postule.

Y pensar que hay tantos políticos con ganas de amasar un caudal electoral semejante al de Garzón.

Por Élber Gutiérrez Roa

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