Archivo / Eduardo Zalamea Borda murió a los 55 años.
Correspondencia con Guillermo Cano
Bogotá, 1° de febrero, 1960
Señores
Gabriel, Luis Gabriel y Guillermo Cano,
La Ciudad
Queridos amigos:
Tiene por objeto la presente confirmarles, para los fines que haya lugar, los términos y el alcance de la conversación que con el segundo de ustedes —el único que entonces se encontraba en la ciudad— tuve en días pasados sobre mi retiro del periódico, en el que vengo colaborando desde 1932 con una sola interrupción voluntaria —de agosto de 1938 a diciembre de 1940— y con la que a todos nos impuso la dictadura a cuyo derrumbamiento contribuyó El Espectador en forma tan decisiva y gracias al carácter de su personal todo, pero principalmente a la entereza, la intrepidez y la decisión de quien, como don Gabriel, se convirtió en uno de los símbolos auténticos de la resistencia a la opresión. (Le puede interesar: Los maestros de Guillermo Cano)
Como precisamente cumplo hoy treinta años de incesante ejercicio periodístico y nada me parece más peligroso que un error en la apreciación de mis capacidades para prolongar tan larga tarea, la decisión de que hice méritos se ve en esta ocasión corroborada. En esos treinta años, de los cuales más de veinticinco he pasado en El Espectador, traté siempre de servir al país y al liberalismo y de cumplir mi deber con y en el periódico de la mejor manera posible y con entera lealtad a una tradición ilustre con la cual estuve siempre y sigo estando del todo identificado. Primero publicaba solamente comentarios anónimos, después algunos que suscribí con pseudónimo y por último, desde hace veinte años, la columna “La Ciudad y el Mundo”. Desde 1945 se me hizo el honor de llamarme a compartir con don Luis Cano —uno de los más grandes escritores políticos de Colombia en todos los tiempos— la columna editorial. En septiembre de 1948 fui nombrado subdirector y cuando, en noviembre de 1949, don Luis decidió retirarse de la profesión que tanto había honrado y desde la cual había servido a la república y al liberalismo en forma aún no cabalmente apreciada, esa columna quedó bajo mi exclusiva responsabilidad hasta la fecha, salvo las ocasiones en que don Gabriel quiso ocuparla con sus admirados escritos. No creo que haya muchos ejemplos en Colombia ni fuera de ella de periodistas que durante un lapso tan prolongado hayan visto acumulada sobre su persona tantas y tan grandes responsabilidades profesionales, intelectuales y políticas. Lo que ello significa psicológica y aún físicamente y el escribir todos los días del mes y del año sin excepción alguna, han de ser el origen de una fatiga que podría, de prolongarse, tener resultados tan fácilmente previsibles como poco deseables.
Me atrevo a esperar que compartan ustedes mi opinión de que asociación tan dilatada e íntima y durante la cual pocas veces, si alguna, se presentó entre nosotros motivo de fricción digno de recordarse, ha establecido vínculos afectivos, profesionales, intelectuales y políticos perdurables y que por mi parte permanecen y permanecerán inalterados. Ellos han sido creados a lo largo del tiempo, en la medida de toda una vida y de las oportunidades que se me fueron ofreciendo, que traté de apreciar cabalmente y por las cuales hoy expreso a ustedes mi sincera gratitud.
Al renovarlas, lo mismo que a Alfonso y a Fidel el testimonio cordial de mi amistad, me suscribo de ustedes amigo y compañero invariable,
Eduardo Zalamea Borda
*Esta correspondencia está transcrita en el libro: Ulises en un mar de tinta. Obra periodística de Eduardo Zalamea Borda. Prólogo y selección de Mariana Serrano Zalamea, Bogotá, Ediciones Universidad de los Andes – Colección Séneca, 2015, pág. 278 a 288.
Por Eduardo Zalamea Borda
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