El león rugiente que atemoriza a Jericó

Última entrega del recorrido del sociólogo y escritor, que se sentó a oír a los campesinos que se oponen a la multinacional AngloGold Ashanti en corregimientos como Palocabildo.

ALFREDO MOLANO BRAVO
10 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
En Jericó nació la madre Laura Montoya, la santa del pueblo.
 / David Zuluaga
En Jericó nació la madre Laura Montoya, la santa del pueblo. / David Zuluaga

Las vías no son hoy los caminos amarillentos de los que hablaba León de Greiff. Son carreteras estrechas, sí, pero pavimentadas. Y los pueblitos son silenciosos y amables cuando no hay mercado ni fiestas. Porque los domingos la música de despecho anda de cantina en cantina. Para llegar a Jericó se puede pasar por Palermo, un corregimiento pequeño y acogedor donde hay buen tinto a toda hora. La zona baja del corregimiento es ganadera y cafetera. En uno de los cerros que le ponen pecho al valle del río Cartama se construyó un gigantesco monumento al Salvador. En las cimas del suroeste no puede faltar una estatua de Cristo o de la Virgen dominando los caseríos.

En Palermo se originaron las mayores manifestaciones de oposición al proyecto minero. El día que llegó la empresa Solvista con empleados, maletas, equipos y enseres, el pueblo salió a la calle y no los dejó ni bajarse. Se devolvieron con el rabo entre las piernas. Al día siguiente la empresa hizo un nuevo intento de sentar reales en Támesis y también fueron expulsados. De tales rechazos nacieron los movimientos de resistencia a la minería.

La carretera se trazó siguiendo la cota que divide la zona de la cafetera, donde hay grandes invernaderos de gulupa; parece que el clima de esa frontera es ideal para el cultivo de esta frutilla, que tiene poco mercado en Colombia pero una sostenida demanda en el exterior. Hoy hay cientos de hectáreas de gulupa, pero en el futuro podrán ser miles. Lo mismo sucede con el aguacate. Los cultivos se han multiplicado geométricamente como insumo para la extracción de aceite, que también tiene un activo mercado. Son cultivos comerciales, tecnificados con numerosa mano de obra, gran parte contratada fuera del municipio. Observando las grandes diferencias técnicas, y sobre todo culturales, que existen con el cultivo del café, llegamos al corregimiento de Palocabildo, Jericó, donde conversamos con un grupo de pequeños caficultores desde un extraordinario mirador que domina la histórica ruta de la colonización antioqueña hacia el sur. Son campesinos de sombrero aguadeño –muy distinto a los de los caballistas de Uribe–, con vestidos de trabajo remendados y manchados, cuyos abuelos llegaron de La Estrella, Fredonia, Amagá. O “del Oriente”.

La empresa minera –“o las empresas, dicen, porque se disfrazan unas con otras”– llegó sin saber cómo. Entraron. La gente se intrigó. Curioseaba, miraba, hacía cábalas. Preguntaron a las autoridades y éstas, cómplices, dijeron no saber nada. Eso les dio autorización implícita para averiguar por sus propios medios. Y los encontraron: un día que los vieron venir, se sentaron en la trocha del Achiro y Quebradona, por donde tenían que pasar, y no pasaron. Pero dijeron qué hacían: “Exploramos yacimientos de metales”. Mejor dicho, dijeron los campesinos: buscan oro. Agregaron que estaban interesados en comprar tierra. Les respondieron que podrían venderles apenas unos bultos. Así se cerró el primer capítulo.

Volvieron con el argumento de que no necesitaban la tierra en bulto, sino que ellos mismos la sacaban, e instalaron la primera plataforma, como dio en llamarse el lugar desde donde abren el agujero para extraer muestras del subsuelo, que, les aclararon a los campesinos, “es de la Nación y con ella es que tratamos y contratamos”. Entonces convocaron un foro organizado por la AngloGold, pero citado por Corantioquia. “Eso sí nos dolió. Y más cuando trataron de comprarnos con una gaseosa. Hasta habría sido bien recibida agua de panela con limón, que es lo que tomamos por aquí”. Ahí conocieron a la experta en desarrollo de la comunidad –la que ofrecía la gaseosa–, que llamaron la “Margaritica”, encargada de abrir a los campesinos las luces del entendimiento para que comprendieran los beneficios del desarrollo. Comenzaba preguntándole al primer pipiciego que se dejara: ¿Sabe usted de que están hechas sus gafas? Pues de un material que no dan las semillas sino las minas. La riqueza no se deja enterrada”.

En la vereda de La Soledad, donde viven los pequeños caficultores con los que hablé, el memorial de agravios comienza por los daños hechos por las perforaciones al agua. “Son 1.500 metros –o más– de hueco que rompen los cauces de los ríos subterráneos, botan las aguas para otros lados y secan las nuestras”. Citan el caso de La Aurora, donde una perforación acabó dos lagunas que no se secaban ni en el verano más verano. “Donde hacen un hueco, el agua se esconde”. “En Palermo –rematan–, con el invierno, no han repuntado las aguas”.

Se sienten despojados por la cínica utilización de un símbolo emblemático de la región, El Quebradona –“nuestro salto de Tequendama”– como nombre y logo de la nueva socia de la Anglo, la Minera La Quebradona. Los campesinos me hicieron un inventario de la orografía de la región y señalaron los sitios donde el agua se “ha debilitado” o se ha profundizado.

Temen que la escasez de agua acabe con el café y con su historia. Fueron explícitos sobre las plataformas, que son en punto de apoyo de los taladros, al lado de las cuales cavan piscinas donde depositan los lodos contaminados con poli-plus y pentonita que sacan a la superficie en depósitos que luego tapan sin tratar ese barro gris y baboso. Entre 2008 y 2015 se abrieron 110 pozos con profundidades entre 300 y 2.000 metros. Y en 2016 y 2017 planean hacer 16 más con profundidades de 200 a 1.100 metros.

Temen no sólo los “efectos mortales” que para la economía del café traería la disminución de nacederos y el agotamiento de las quebradas, sino lo que ya sienten cada vez que necesitan obreros. La compañía contrata entre 80 y 100 trabajadores con un sueldo básico de 900.000 pesos más prestaciones. Son condiciones que de hecho disminuyen y encarecen la oferta de mano de obra. El café –me explicaron– permite sostener las fincas, pero no hacer capital. La política de la Federación de Cafeteros consiste en crear variedades amarradas a “paquetes tecnológicos” que si bien aumentan la productividad, requieren mayores gastos.

Si a esto se suman los cambios que conlleva la creación de un mercado de jóvenes foráneos que viven y consumen en los pueblos, se comprende por qué los campesinos temen que “esto se llene de putas y de droga”. Citan un hecho contundente: no hay una sola zona minera donde la gente no viva en el despelote: El Bagre, La Loma, Becerril. En pocas palabras: “Amenazan el café, nos quitan el agua y llenan la región de putas y ladrones”.

Los campesinos de Palocabildo han sostenido una pelea dura contra las empresas asociadas a la AngloGold Ashanti, que ha llegado a situaciones peligrosas. La policía, cada día más a favor las mineras, les ha confiscado herramientas como los machetes. Una vez, el Ejército –Batallón Nutibara, con el que las mineras colaboran– desaseguró los fusiles en un acto de clara intimidación.

La fuerza pública les pide la cédula a los manifestantes, cuyos nombres pueden terminar en manos de las empresas de seguridad o –casos se han visto– en los computadores del paramilitarismo. Se dice que van a llegar los “carros negros”. Hay crueles recuerdos de esas caravanas que pistoleteaban a los basuqueros. En un tiempo dominó la región Caliche, cuya función era cobrar vacunas. Parece que estuvo vinculado al Bloque Cacique Pipintá, dirigido por Ernesto Báez.

La otra estrategia de las empresas han sido las coimas y regalos, que en realidad son sobornos sociales. La empresa busca corromper las comunidades “creándonos necesidades: baños en porcelana, tejas, ampliación de alcobas, cocinas integrales. En los colegios –Normal, colegios de San José y de Palocabildo– les regalan a los niños balones, mochilas con nombre propio. Tratan de ganarse a la niñez y a la juventud corrompiéndolos y empujándolos contra sus padres.

Las reflexiones campesinas me dejaron caviloso. Pasamos por el colegio de Palocabildo, un moderno edificio donado por una sociedad amiga de la minería, y nos detuvimos frente a las instalaciones de la minera Quebradona. Salido de no sé dónde, se nos acercó un vigilante privado, armado, que se comunicó por radioteléfono. Al lado de una gran pancarta había un pequeño vivero de plantas aromáticas. Seguimos nuestro camino. A la entrada a Jericó, un par de agentes de policía en motocicleta nos esperaban. Nos pidieron identificación y que los acompañáramos a la estación. Allí, volvieron a pedirnos la cédula, que miraban por un lado y otro y apuntando con una pasmosidad extraña los datos, a la vez que preguntaban: nombre, edad, estado civil, profesión u oficio y por fin la pregunta verdadera: ¿Y qué hacían los señores por estos lados? En fin, una reseña oficial. Quedamos, pensé, en los computadores de la Quebradona.

Jericó, cuna de la primera santa colombiana, Laura –de la que soy rendido admirador–, es un pueblo que siente por la catedral y sus edificaciones algo solemne y a la vez amable. Casas altas con balcón y aleros, bien conservadas y de colores alegres; calles anchas, tinteaderos donde se “ranea” y se hacen negocios, y gente que parece tan ocupada como desocupada. Es un pueblo uribista. Desde su fundación en los días en que se abolió la esclavitud es gran productor de un café que da “de buena taza”; ganaderías extensas y cultivos de cítricos, cardamomo, gulupa y aguacate. Cuna de José Restrepo Jaramillo, político y escritor liberal perteneciente a la generación de Los Nuevos, como Alberto Lleras y León de Greiff; del novelista Mejía Vallejo y de mi admirado Héctor Abad Gómez, que me reclutó para trabajar en el Incora en el año 1968. Me reuní con activistas del movimiento contra la minería, con el alcalde y con el señor obispo.

En Jericó en varias ocasiones la Mesa Ambiental ha sido epicentro de masivas manifestaciones de protesta y denuncia organizadas por COA, que lleva cabo numerosos eventos: foros, cabildos abiertos, consejos de concejales, vigilias por defensa del territorio, marchas, plantones, cacerolazos, caminatas, encuentros de jóvenes e indígenas, escuelas de la sustentabilidad, alianzas con medios locales de comunicación social, programas radiales, acuerdos con acueductos locales, alianzas con organizaciones regionales, departamentales y nacionales; talleres veredales de capacitación, travesías municipales “Abrazo a la montaña”. Todas actividades encaminadas a promover una consulta popular. Un movimiento que las mineras temen y por eso han diseñado siniestras estrategias para dividir la población del Cinturón de Oro.

“Veníamos de la reunión de Palocabildo cuando entrando a Jericó vimos un enorme león dorado. Un monstruo. Creímos que iban a dar la película El rey león. Lo paseaban; los pelaos corrían tras él y se hizo un bullicio que parecía en ferias. ¿De qué se trata esta propaganda? Estábamos muy intrigados. Hasta que alguien dijo: pues mire el logotipo de la AngloGold Ashanti y encontrará el simbolismo. Tal cual: un león rugiente. Y lo peor, agregó, había sido mandado hacer por dos profesores que la empresa había invitado al Brasil a “conocer una explotación minera responsable y limpia, un modelito que tienen para mostrar”. El dispositivo propagandístico ha ido mucho más allá: financia el transporte escolar, convenido con el anterior alcalde, que ha dicho que no quiere ver más campesinos, que lo que se necesita son empresarios. Los tentáculos llegan muy adentro: Corantioquia trajo una muestra de botellas con agua recogida en La Colosa para mostrar que la minería es respetuosa de las aguas. Lo que no notó la entidad fue que a los tres días el agua estaba turbia. Pero sin duda la técnica de ablandamiento más perversa fue la distribución en las escuelas de la región de cartillas que dicen: “Imagina un niño canicas, balones, bicicletas y trompos. La minería da casas, ollas, pupitres, camas. ¿Y si siendo joven no tuvieras patines, motos, bicicletas?”. Y finaliza: “Todo lo que no se cultiva, surge de la minería”. La minera no tuvo escrúpulo al convocar un plebiscito con niños de primaria para que votaran sí o no a la minería, después de haber circulado y “socializado” la cartilla por los maestros y maestras.

De la conversación con monseñor Noel Antonio –un obispo que después de la misa de 7 de la mañana conversa con los fieles en el atrio de la catedral– me quedó retumbando una frase: “Minería sí, pero no así, ni aquí”. Su palabra tiene una profunda fuerza en una región tan católica y tan tradicional como es el suroeste antioqueño.

Por ALFREDO MOLANO BRAVO

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