El precio de la guerra de la Independencia

La historia del Guayaquil colombiano a la luz de los registros de la tesorería de Marina de Guayaquil. Los testimonios contables como evidencia de la guerra colombiana contra el virrey del Perú.

Claudia Patricia Romero y Evelin Barón- Archivo General de la Nación*
30 de noviembre de 2017 - 10:11 p. m.
Archivo General de la Nación.  / Documentos de Tesorería y Marina de Guayaquil sección República.
Archivo General de la Nación. / Documentos de Tesorería y Marina de Guayaquil sección República.

La campaña libertadora que fue planeada en Angostura por Simón Bolívar se extendió, después del triunfo del campo de Boyacá en 1819, tanto a los dominios de la corona española en la Capitanía General de Venezuela como a las provincias de Quito, Cuenca y Guayaquil. Se trataba de incorporar en una nueva nación todas las provincias que fueron reclamadas por la Ley fundamental de Colombia, aprobada el 17 de diciembre de 1819 en Angostura.

En este contexto político, los colombianos de hoy olvidan que la provincia de Guayaquil fue incorporada en 1822 a la República de Colombia por las armas colombianas, y que allí el libertador estableció una tesorería de Marina, encargada de llevar las cuentas de los gastos que demandó la prolongación de la guerra en el Virreinato del Perú, autorizada por el Congreso de Colombia y llevada por sus generales hasta los confines de la Audiencia de Charcas. El precio de la guerra de independencia del Perú fue pagado por los soldados colombianos, quienes en número de unos diez mil invadieron ese virreinato y lo desalojaron de tropas realistas, pagando un oneroso costo y cosechando una profunda ingratitud.

El plan de esa campaña libertadora no solo comprendía la compra de armamento, el abastecimiento de raciones y bagajes para las tropas, el alistamiento de derroteros y la preparación de navíos en el astillero de Guayaquil, sino también la requisa de bestias, alimentos y ropas para dotar a las tropas que ascendieron al Alto Perú.

El puerto de Guayaquil, ubicado en la costa del Océano Pacífico, fue convertido en sitio estratégico para el embarque y dotación de las tropas colombianas que marcharon hacia el puerto de El Callao. Sus comerciantes y gremios de artesanos fueron exigidos en trabajo y empréstitos forzosos para sostener la campaña del Perú, mientras el vicepresidente Santander y los gobernadores militares de las provincias del sur enviaban más hombres para las divisiones auxiliares que Colombia aportó a las tropas peruanas comprometidas contra el poder virreinal.

Las cuentas de la Tesorería de Marina de Guayaquil, llevadas por oficiales al servicio de Colombia, dejan ver el complejo cuadro social de la guerra libertadora y todos sus aspectos: los trabajos de los artesanos, la vida errante de los marineros, las lealtades y las traiciones, el papel de las mujeres, la fuerza de las vanidades y de las ambiciones, las deudas públicas, los presupuestos públicos y el acomodamiento de los comerciantes a las necesidades de la guerra.

El caso de David Thompson, un marinero procedente de las islas británicas, ejemplifica el destino de los soldados extranjeros llegados a Guayaquil en busca de fortuna en la guerra colombiana contra los realistas del Perú. Habiendo dejado atrás su familia para buscar gloria y dinero, dejó su huella en los archivos de la Tesorería de Marina de Guayaquil cuando se presentó a reclamar su prest y sus sueldos. El pago mensual de un soldado raso era de ocho pesos, mientas que un teniente podría recibir hasta ciento veinte pesos. Aunque los libros contables no permiten rastrear el origen de los dineros que financiaron la guerra, muestran a cambio el desenlace de los soldados de fortuna, pues aparecen cifras de los desertores y de los que fueron dados de baja. Por un lado, había recompensa por los desertores y un valor puesto por su captura, lo que usualmente generaba un motín. Por otro lado, podemos encontrar cifras aterradoras como la del traslado de los cadáveres, que se acercaba a un peso por cabeza, según documentos de mayo y abril de 1825.

David Thompson ya se había convertido en una baja para la tropa libertadora, pues era un soldado enfermo y pobre que deambulaba por las calles de Guayaquil. Su testimonio fue expresado de modo desesperado cuando solicitó su pago, como se lee en el documento fechado el 23 de julio 1824: “Hallándome en estas calamidades y tan enfermo, y como me expliqué de la duda de mi pago como soldado, es de concederme he sido buen oficial al servicio de la República, y debido a mis enfermedades no he tenido como subsistirme y medicarme de todos mis males, y ha sido el de despojarme de toda mi ropa y uniformes, y usted hágase cargo de la manera que estoy, y solo guardo la esperanza de tener atención de usted. Donde pido y suplico servirse en lo que voy pidiendo y sed de justicia”. Los registros permiten saber que el general Juan Paz del Castillo autorizó el pago de 265 pesos a este soldado británico por parte del Ministerio de Marina colombiano.

El caso de Thompson no es único. En los archivos podemos descubrir que el esfuerzo de los soldados voluntarios que se unieron a las fuerzas colombianas para la campaña libertadora fue mal premiado con enfermedades corporales, heridas de guerra, desempleo y pobreza, desamparo en tierra extraña y olvido de sus contemporáneos.

En toda guerra hay ganadores y perdedores. Aunque los campesinos y los indios de las provincias del sur sufrieron las requisas de sus bueyes de arar y sus bestias de silla, algunos comerciantes del puerto de Guayaquil cosecharon ganancias como abastecedores de las divisiones auxiliares de Colombia, del arrendamiento de locales, goletas, bergantines, corbetas y fragatas necesarias para el transporte de soldados o para las batallas navales. El trabajo de los astilleros recobró el prestigio de sus gremios de oficios y las exportaciones del mejor cacao del mundo americano se mantuvieron. Las mujeres trataron de vender los productos de sus oficios a tantos pasajeros que iban o venían del puerto, los sastres contrataban la confección del vestuario de los soldados, el lavado de las sabanas en los hospitales, la preparación de alimentos. Las diferentes actividades realizadas en Guayaquil se potenciaron para la atención de la guerra del Perú, aumentada con los migrados forzosos de la provincia de Pasto, y de todo ello fue quedando registro en los libros de contabilidad de la Tesorería de Marina.


Las visitas del libertador a la plaza no pasaron desapercibidas en las cuentas de esta Tesorería de Guayaquil. Según comprobantes de gastos hechos el primero y el ocho de marzo de 1823, se gastaron 500 pesos en su recepción. La lista de los víveres consumidos incluía cerveza blanca, cajas de vino, carne seca, carneros, huevos, verduras, frutas, especies, café molido, nueces, carbón, agua, pescado y chocolate. La ración de la tropa de soldados consistía en un real para su consumo o una porción de carne seca, plátanos o pan.

Innumerables historias se entretejen en los archivos contables, como lo registran los documentos del primero de julio de 1824. Cuando un teniente del Ejército, Juan Tomás Spry, registró en la Tesorería una compra para el “vestuario de la tierra” para su tropa, los soldados extranjeros se sublevaron movidos por su indignación y tomaron el control de la fragata “Santander”. Por este incidente, el teniente Spry fue llevado a juicio de guerra, donde fue exonerado de sus cargos. Pero, a su pesar, tuvo que pagar el vestuario de su tropa, ya que el señor Vicente Roca, comerciante de la plaza, lo emplazó a ello. Como el pago de los uniformes de la tropa tuvo que ser descontado de los sueldos de este oficial, este interpuso una apelación ante los oficiales de la Hacienda Pública. Con el paso del tiempo, el Estado decidió pagarle con el sueldo de los soldados desertores, que llegaba a los 1.136 pesos. Esta suma fue reembolsada dos años después del incidente, como lo informa un documento datado el 21 de noviembre de 1826.

Según la descripción de este fondo documental de la Tesorería de Marina de Guayaquil, realizado por la historiadora Evelin Barón en el Archivo General de la Nación, en medio de estos libros contables no solo se entrelazan las cifras de las tesorerías, sino que emergen historias de hombres y mujeres conocidos y desconocidos. Los documentos resaltan las respuestas que una vez quedaron abiertas en el limbo de la historia y que hoy son la referencias para interpretar, reflexionar y entender los problemas sociales en medio de acontecimientos cotidianos. Estos documentos nos permiten, como ciudadanos, representarnos lo que acaeció hace casi doscientos años en unas provincias que por ocho años fueron integradas al sueño bolivariano de una Colombia grande.

 

* En sus 150 años de existencia, el Archivo General de la Nación, encargado de custodiar, resguardar y proteger el patrimonio documental de los colombianos, emite una serie de historias basadas en la mirada retrospectiva de los documentos que se conservan en la entidad, que hacen parte de la vida de los colombianos. Dichas historias han sido construidas por medio de testimonios recogidos en los archivos en el momento en el que se describen y se ponen al servicio de la consulta documental. Con este propósito, el AGN recrea la historia e invita a la comunidad a conocer e investigar su patrimonio como fuente de conocimiento para poder entender las realidades actuales y poder propiciar una opinión pública alrededor de sus archivos.

 

 

FICHA TÉCNICA DEL FONDO


Localización: Archivo General de la Nación- Bogotá- Colombia
Sección: República
Fondo: Tesorería y Marina de Guayaquil
Fechas extremas: 1822 a 1829
Reseña: Este conjunto documental se originó en las Entidades administrativas de la Provincia de Guayaquil. Agrupa informes enviados a los Ministerios del Tesoro y de Hacienda por el Gobierno y Comandancia General por el Estado Mayor, algunos batallones y la Marina de Guayaquil.
Volumen: 12 legajos (Tomos).

 

Por Claudia Patricia Romero y Evelin Barón- Archivo General de la Nación*

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