El viaje más largo al Llano

Testimonio de las peripecias de un viaje por tierra al Llano durante el reciente puente festivo, mientras la vía principal concesionada sigue cerrada.

Luzdary Ayala V. / especial para El Espectador
20 de agosto de 2019 - 01:16 p. m.
Hasta 20 horas en un recorrido de menos de 100 kilómetros sufren los viajeros que transitan hoy por la vía de Guateque al Llano. / Luzdary Ayala V.
Hasta 20 horas en un recorrido de menos de 100 kilómetros sufren los viajeros que transitan hoy por la vía de Guateque al Llano. / Luzdary Ayala V.

La aventura comenzó el viernes a las 6 p.m. Habíamos tomado la decisión de irnos por tierra a Villavicencio, agobiados por los precios comerciales de los tiquetes aéreos por tratarse de un puente festivo: ¡hasta 800.000 pesos el trayecto de ida y vuelta por persona mientras a Cali o Cartagena se conseguían promociones de $150.000!

Nos acercamos a las taquillas donde venden los pasajes y nos ofrecieron dos opciones: a Villavicencio vía Guateque (cerca de 200 kilómetros) o vía Sogamoso-Aguazul (más de 300 kilómetros). La primera sonaba más prometedora:

- Nos gastamos ocho-nueve horas, póngale diez, nos decía animado el conductor, ya impaciente por completar el cupo de su van.

- Les dejo los mejores puestos, creánme que vamos a llegar pronto, de noche es más rápido, porque hay menos trancón, nos decía…

Los viajeros nos miramos con miedo, pero sin otra alternativa si queríamos viajar.

Aceptamos el reto; al fin de cuentas, íbamos a pasar la noche en carretera, pero podríamos dormir y así el recorrido se haría más corto.

Salimos del terminal hacia las 8 p.m., con don Pedro al timón, quien hizo su primera parada en el punto donde comienza la variante del Sisga hacia Guateque. Un cafecito con arepa boyacense para resguardarse del frío y comenzar la jornada más larga, la travesía por la vía Guateque-Santamaría-San Luis de Gaceno-Villanueva, algo que vienen haciendo cientos de viajeros desde hace más de tres meses, por el cierre de la vía Bogotá-Villavicencio.

Pasamos Guateque y hasta ahí nos sentíamos afortunados, a pesar de la vuelta tan grande que estábamos dando para volver al Llano. Los camiones cargados de plátano, de maracuyá, de ganado, de cerdos subían perezosos por el estrecho tramo que compartíamos en otra larga fila de estos mismos vehículos pesados que iban de vuelta a Villavicencio.

Pasamos uno, dos, tres y más rudimentarios túneles, que más parecían socavones. La expectativa no nos dejaba dormir, el tiempo se iba en mirar el reloj y comentar el lamentable estado de esta vía, con tramos intransitables para un automóvil, pero aun así, convertida en casi la única alternativa para los habitantes del Llano.

Superado el tramo de los túneles y en medio de la noche, la lenta fila de vehículos se detuvo. Eran las 2:30 de la madrugada. El conductor mantuvo prendido el motor del carro unos cinco minutos a la espera de que solo fuera un pequeño problema y que la travesía continuara… Pero pasó una hora y no se veían subir carros en tanto que el carril de bajada seguía paralizado. Solo uno que otro conductor “avispado” aprovechaba la quietud para saltarse unos cuantos turnos y acomodarse en algún espacio entre los carros de la ordenada fila…

Pasaron dos horas y don Pedro, el conductor, nos daba ánimo: "yo creo que en una hora por tarde nos dan paso. Debe ser que se atascó una mula, pero la grúa la saca y listo"…

Íbamos ya por tres horas y, para fortuna de los pasajeros, la única bebé que iba en la van se mantenía en calma total, ni un asomo de llanto, y cuando lo hubo, todo se solucionó cuando su mamá le cambió el pañal.

El aire volvió a traer el aroma fresco de los árboles en la noche y los pasajeros salíamos a caminar por la estrecha vía enlodada, a tratar de ver qué estaba pasando, a preguntarle al conductor del carro que por fin asomó del otro lado, pero nada; ese y por lo menos otros 10 automotores pasaron sin compartir nada, tal vez con el desespero del tiempo que tuvieron que esperar para continuar la ruta…

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Por fin, el conductor de una camioneta pareció apiadarse de nuestras caras de desolación, de desespero, al punto que unas cuantas viajeras soltaron más de una grosería, agotadas de tanto esperar, abandonadas a la incertidumbre.

“Hay muchos carros trancados, está difícil", nos dijo, y siguió su camino…

Cuatro horas después, sin haber avanzado más allá de lo que caminábamos para tratar de llegar a un sitio donde se viera alguna esperanza de que la vía sería despejada, volvieron a aparecer los carros que venían hacia Bogotá. ¿Por qué no nos dan vía, nos preguntábamos ofuscados entre viajeros. ¿Por qué no nos dicen al menos qué está pasando?

Una hora más completamos y ya la luz del día nos permitió ver que el punto donde daban la vía estaba más cerca de lo que imaginábamos. Primero se apresuraron dos chicas, a pedir explicaciones sobre ese trancón eterno, especialmente para quienes íbamos hacia el Llano.

La “paletera”, como le dicen a la persona de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), encargada de poner la señal de PARE o SIGA en el camino, las devolvió sin mayores explicaciones. Hay un camión varado, y punto.

Desde el punto donde nos pararon, veíamos cómo subían, a marchas forzadas, los camiones de carga, mientras que de una van bajaban los pasajeros para que el vehículo pudiera subir el empinado tramo. Parecía de caricatura verlos correr detrás de la van.

Las emisarias de nuestro lado llegaron furiosas. No entendían por qué la “paletera” no les había ayudado. Nos fuimos, entonces, otro grupo, y la señora nos comunicó que en una media hora nos daban vía, porque ya se había solucionado lo del carro varado.

Fueron seis largas horas, pasando la población de Santamaría; después, trancones menores, pero de nuevo ante la incertidumbre de un carro varado o de un derrumbe. Así logramos sortear el largo trayecto hasta finalmente ver la anhelada vía central que conduce de Villanueva hacia la capital del Meta.

En Villanueva, don Pedro paró para permitirnos ir al baño y desayunar o almorzar, a eso del medio día.

A Villavicencio llegamos a las 3:30 de la tarde, ¡Habíamos pasado 20 horas en carrertera!, un recorrido más largo que de Bogotá a Pasto o a la Costa Atlántica, todo por cuenta de la falta de una verdadera vía alterna, todo por cuenta de la improvisación en la vía Bogotá-Villavicencio, de malos manejos de los recursos, a pesar de que se trata de uno de los corredores viales que capta mayores ingresos por peajes. Cada vehículo pequeño paga, en total, alrededor de $40.000 por trayecto, lo que quiere decir que en un puente festivo, cuando se movilizan hacia el Llano más de medio millón de carros, el recaudo podría superar fácilmente los 20.000 milones de pesos, eso sin contar camionetas y carros pesados…

(Antes de leer lo que pasó al regreso, puede gustarle este video:)

Otro retorno…

Ante la dura jornada decidimos regresar por Guayabetal, donde la comunidad se valió de una vía veredal para transportar a los viajeros al otro lado del kilómetro 58 en viejos pero resistentes camperos 4X4.

Un primer viaje hasta el peaje de Pipiral, donde la compañía Coviandes, sin sonrojarse, sigue cobrando la suma de $16.600, sin tener en cuenta que la vía a su cargo no está funcionando. De Pipiral vajamos a Guaybetal, donde después de hacer fila se tiene acceso a un puesto de estos camperos. Nos subimos al jeep de don Henry Rozo, un lugareño que se dedica a transportar a los agricultores de la zona, para llevarles provisiones y ayudarlos a sacar sus cosechas de las fincas.

A los camperos se han sumado las motocicletas que también transportan pasajeros ligeros de equipaje hasta dejarlos al otro lado del sitio del derrumbe. En el punto de llegada, otros carros colectivos llevan a los pasajeros hasta el peaje de Naranjal, donde se debe tomar otra ruta de transporte para llegar a Cáqueza. En ese municipio, un bus intermunicipal hace la ruta hacia Bogotá.

Este es el “calvario” que han tenido que soportar –y siguen soportando- los habitantes del Llano día a día por espacio de casi cuatro meses. ¡Los llaneros estamos muy indignados, porque nos hemos pasado la vida esperando una verdadera autopista y una vía alterna donde un invierno no los deje aislados.

(También puede leer: Vía al Llano, una tragedia de 45 años)

Esta situación exaspera a quienes han nacido en estas tierras y las siguen cultivando tanto como a aquellos que nacimos allá y aunque nos vinimos a la capital del país -que nos ha dado casi todo- mantenemos los lazos familiares que nos atan a los bellos amaneceres y atardeceres propios de estas tierras de espléndidas sabanas y de riquezas naturales sin límite.

Pueda ser que después de tantos días de recorridos inhumanos se abra la vía, para no seguir afrontando tantas penurias sin que se tomen medidas oportunas, porque no le dan la importancia nacional que merece esta media Colombia en la que yace buena parte de la riqueza petrolera del país y la que provee de agua y de alimentos a la capital del país como una de las mayores productoras de plátano, cítricos y otras frutas.

Es inadmisible seguir en esa condición de patio de atrás en el que ni al Gobierno ni a la firma concesionaria de la vía parece dolerles la situación tan lamentable que viven los productores agrícolas, el sector turístico y los habitantes en general del Meta y más allá, que por motivos de salud o familiares se ven obligados a movilizarse, así tengan que esperar hasta 20 horas para llegar a un destino que está a menos de 100 kilómetros de la capital del país.


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Por Luzdary Ayala V. / especial para El Espectador

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