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La encrucijada de una paz sin el Eln

El Gobierno y esa guerrilla llevan 15 meses de contactos directos y no han logrado finalizar una etapa exploratoria que tiene como finalidad diseñar un proceso de diálogos y negociaciones.

Frédéric Massé* y Luis Eduardo Celis** / Especial para El Espectador
01 de abril de 2015 - 03:40 a. m.
El Eln siempre ha resentido el ser considerado como una guerrilla de menor importancia que las Farc (el síndrome del hermano menor), de allí que siempre quiso su propio proceso de paz. / Archivo
El Eln siempre ha resentido el ser considerado como una guerrilla de menor importancia que las Farc (el síndrome del hermano menor), de allí que siempre quiso su propio proceso de paz. / Archivo
Foto: REUTERS - © Jaime Saldarriaga / Reuters

¿Entrarán o no el Eln y el Gobierno en unas negociaciones formales de paz? Las dos partes llevan quince meses de contactos directos y no han logrado finalizar una etapa exploratoria que tiene como finalidad diseñar un proceso de diálogos y negociaciones, concertando una agenda y unos mecanismos para adelantarlo. Esto es mucho más de los seis meses trabajados por el Gobierno y las Farc para concertar el proceso en curso.

Ambas partes, el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y el Eln, han hecho reiteradas declaraciones de querer adelantar una negociación para “el logro de la paz”, pero las dificultades para lograr establecer una mesa publica y avanzar en la construcción de un acuerdo no son pocas y a los dos que parecían ser los grandes escollos —tamaño de la agenda y participación de la sociedad— se les han sumado otros dos, de enorme dificultad: el tema de las armas y la lógica encontrada de en qué momento se puede firmar un acuerdo, si antes de concretar las transformaciones que se pacten en la mesa o si las transformaciones pactadas se inician luego de la dejación de armas y firma de un acuerdo de paz.

Vistas así las circunstancias, Gobierno y Eln parecen estar en un momento crítico para lograr la instalación de una mesa pública que haga presagiar que podemos cerrar el conflicto armado, del que han hecho partes las dos insurgencias que perseveraron en el alzamiento armado después del proceso constituyente del 91.

Es difícil imaginar, y poco deseable, que no se logre un proceso público entre el presidente Juan Manuel Santos y el Eln, pero mientras la atención está fijada en la agenda y la lógica de negociación, el problema de fondo podría estar relacionado no tanto con el contenido mismo de la agenda de negociación, sino con decisiones estratégicas del Eln en cuanto a su voluntad real y su interés de llegar a un acuerdo de paz con este gobierno.

Hace algunos meses, explicábamos que el retraso de las negociaciones tenía que ver con que esta guerrilla estaba poniendo un precio muy alto a la paz —más alto que las Farc— cuando el Gobierno estaba dispuesto a pagar menos de lo que estaba negociando con las Farc. De hecho, el Eln ha buscado endurecer o profundizar las conversaciones preliminares para obtener una agenda propia afín a sus reivindicaciones de amplias transformaciones, al tiempo que ha mantenido un proceso de recuperación de sus fuerzas que le ha permitido tener hoy mayor capacidad militar de la que tenía hace diez años, cuando fue duramente debilitado por la acción conjunta de paramilitares y fuerza pública entre 1995 y 2003. Dicho de otra manera, con este nuevo aire, el Eln se había planteado como objetivo presionar al Gobierno para llegar con mayor fuerza en una mesa de negociación.

Hoy en día, esta valoración podríamos matizarla y complejizarla, en el sentido de que el Eln tiene unas definiciones estratégicas que hacen muy complejo avanzar en la resolución del conflicto armado, en tanto tiene interés en explorar el camino de la negociación a la par que mantiene su estrategia de fortalecimiento militar. Ambas cosas son de su interés y parte de su estrategia, lo cual les daría la razón a quienes afirman que en el Eln no hay una decisión firme y concentrada por la negociación política. Sin embargo, es tal su desconfianza y valoración de que se puede y debe mantener en la resistencia armada, que no se aferra a un único escenario. Mientras las negociaciones de paz y buscar un apoyo político para ello siguen siendo de su interés y compromiso, el Eln mantiene una atención en fortalecer su resistencia armada. Juega en dos canchas de manera simultánea y esto explica las dificultades para avanzar con el Gobierno.

A primera vista, tal estrategia —parecida a la de las Farc en el Caguán— sería bastante arriesgada, pero esta apuesta tiene cierta lógica y no iría necesariamente en contra de los intereses de esta guerrilla.

Los argumentos a favor son de doble índole: argumentos de estrategia de actuación, por un lado; argumentos más culturales, por el otro.

El Eln lo ha dicho y repetido. Una paz que no cambie profundamente el país y la sociedad colombiana, no es una verdadera paz y no están muy dispuestos a transar y traicionar sus formulaciones. Ellos reivindican un proceso de paz lo más transformacional posible, pero parecen haber llegado a la conclusión de que no podrán obtener mucho de un proceso con el Gobierno actual, por lo cual estarían dispuestos a seguir en armas el tiempo necesario, hasta que valoren que pueden tener un protagonismo y un proceso ajustados a sus expectativas de grandes transformaciones tuteladas en su cumplimiento por una resistencia armada de baja intensidad, valoración muy arriesgada, con posibilidades de no lograr una mejor negociación en un futuro próximo.

El argumento más novedoso es, sin embargo, de índole valorativo y de reconocimiento. El Eln siempre ha resentido el ser considerado como una guerrilla de menor importancia que las Farc (el síndrome del hermano menor), de allí que siempre quiso su propio proceso de paz, que tome en consideración no solamente sus particularidades históricas e ideológicas, sino que le permita existir tanto interna como externamente y ser considerados como un grupo guerrillero respetable e importante. Y hoy llegó su oportunidad. Si las Farc firman la paz y se desmovilizan y el Eln decide seguir en el alzamiento armado, serían el último grupo guerrillero de América Latina, y quedar en el imaginario revolucionario como la última y verdadera guerrilla revolucionaria que no ha traicionado sus ideales, siguiendo los pasos del Che o de Camilo Torres, puede ser bastante atractivo para líderes que están dispuestos a morir como héroes-mártires revolucionarios. Esta sería una apuesta nefasta para un país que anhela de manera mayoritaria el fin del conflicto armado y colocaría las posibilidades políticas de una paz territorial en serios aprietos.

Alargar las conversaciones con el Gobierno actual es por supuesto una alternativa para el Eln. Podrían continuar en un proceso de fortalecimiento militar a una escala moderada, sin constituir ninguna gran amenaza, pero persistiendo en una estrategia de perturbación a la infraestructura minero-energética y atacando al viejo estilo de morder y replegarse a pequeñas estructuras de la Fuerza Pública, logrando permanencia y visibilidad en una opinión pública nacional que, sin duda, sentiría frustrado su anhelo de pasar la página de la confrontación armada, reforzando su repudio por quienes insisten en el ejercicio de una acción política con armas.

Tal estrategia comporta evidentemente algunos riesgos, pero si uno mira la relación costos/beneficios, son riesgos calculados.

En el plano militar primero. Si el Eln no firma la paz y las Farc se transforma en fuerza política sin armas, es probable que parte de los combatientes de las Farc terminen en las filas del Eln. Ya existen vínculos entre ellos. Se conocen por operar conjuntamente en varias regiones del país y ante la incertidumbre que representa el periodo posdesmovilización, destacamentos guerrilleros de las Farc podrían tener la tentación de quedarse en la rebelión armada, bien sea por motivaciones ideológicas o cálculos codiciosos o una mezcla de los dos y juntarse al Eln.

Una vez firmada la paz con las Farc, es cierto que el Gobierno podría concentrar sus operaciones armadas en contra de Eln, pero este es una guerrilla experimentada, que hace cuentas de que un aniquilamiento no está a la vuelta de la esquina y puede ajustar su operatividad y acción dentro de parámetros que hagan difícil la confrontación militar. Puede perfectamente acentuar su disolución calculada entre las poblaciones, haciendo extremadamente compleja su confrontación por parte del Estado y agudizando situaciones de derechos humanos y DIH. En otras palabras, el Eln tiene muchas posibilidades de permanencia en un horizonte de mediano plazo y hacerle difícil la vida al Estado que ha confrontado militarmente por más de cinco décadas.

Al final de las cuentas, el Eln no ganaría necesariamente mucho militarmente, pero tampoco sería aniquilado en un corto plazo por las Fuerzas Armadas. La correlación de fuerzas sería similar a la que prevalece actualmente, con la gran diferencia de que el Eln habría logrado ser el centro de atención y tener su propio proceso de paz.

Desde el punto de vista político, el saldo podría ser neutral. El Eln no obtendría necesariamente más concesiones por parte de un futuro gobierno, pero podrían aprovechar y surfear sobre las dificultades que siempre surgen en la implementación de acuerdos de paz, para asumir la protesta social, reivindicar y justificar la necesidad de cambios más profundos y así reforzar su discurso de que son los verdaderos revolucionarios que combatieron por el pueblo colombiano.

En lo judicial y lo personal, los dirigentes del Eln podrían inclusive evaluar lo que ha pasado con los de las Farc, estimar si es factible no pagar ni un día de cárcel, y medir su viabilidad política y capacidad de jugársela o no por las elecciones.

Ante tal estrategia, el Gobierno está en una posición bastante difícil: Primero, porque aunque lleguen a la conclusión de que el proceso de paz con el Eln no va para ningún lado, romper las conversaciones actuales no es tan fácil.

Está entonces la opción de que el Gobierno acceda a las formulaciones del Eln: agenda amplia, participación amplia, discusión del tema de las armas una vez se hagan las transformaciones pactadas. Pero esto es muy diferente al proceso que se adelanta con las Farc, lo cual lo puede descarrilar. El Gobierno sabe que un proceso con el Eln no puede ser igual al que adelanta con las Farc, pero tampoco tan diferente, por lo cual esta opción no tiene ninguna viabilidad.

En conclusión, el Gobierno podría tener más que perder que el Eln. No solo la paz sin el Eln sería una paz incompleta, sino que podría también dificultar la implementación de futuros acuerdos con las Farc y el posconflicto en general y postergar el fin definitivo del conflicto armado colombiano. Esto lo sabe el Eln y por eso tensa la cuerda. Veremos si las dos partes encuentran un camino compartido, lo cual no se ve fácil.

 

*Director del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales (CIPE) de la Universidad Externado de Colombia.

**Asesor de la Fundación Paz y Reconciliación.

Por Frédéric Massé* y Luis Eduardo Celis** / Especial para El Espectador

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