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Fin de la Feria de Manizales

Terminó la fiesta que llama gente de todo el país, pero principalmente de la región cafetera. Pobres y ricos se gozan todos los espectáculos, todos los conciertos y, claro está, los toros.

Alfredo Molano Bravo
12 de enero de 2016 - 07:23 p. m.
/Cortesía diario La Patria.
/Cortesía diario La Patria.

La temporada terminó con un mano a mano en serio: Ponce y El Juli, dos de los más aplaudidos toreros de los últimos tiempos. Los toros fueron de Ernesto Gutiérrez, una ganadería considerada hoy un encaste propio. Por tercera vez consecutiva la afición agotó localidades, un hecho que no se veía desde hace muchos años. Si no guiamos por las entradas en las plazas de Cali y Manizales, la fiesta recobra el vigor que los intereses electorales trataron de mermar. A falta de ideas y de proyectos políticos nuevos y convincentes, se echa mano de un populismo arbitrario para ganar los votos que de otra manera les serían negados.

En un mano a mano de categoría como el que se dio el domingo pasado en Manizales es difícil, casi imposible, un pacto de lucimiento entre las figuras, ante 15.000 asistentes y con toros bravos y nobles como los que se corrieron. El público lo descubriría y lo castigaría. En resumen, el mano a mano era de verdad, como de verdad es la fiesta, quizá, repito, el único espectáculo en que las cosas son de verdad y donde se recobra una virtud falsificada por la ordinaria superficialidad de la era digital: el valor. Un valor distinto al coraje de un boxeador o de un piloto de bombarderos porque debe cumplir la regla esencial de la tauromaquia: la estética. El domingo hubo verdad, valor y belleza. Se mataron los toros a ley y se expusieron las femorales.

Ponce es un artista del movimiento. Desde el paseíllo hasta la salida en hombros, hace todo con belleza. Sus verónicas fueron largas y puras. Las chicuelinas en quites, apretadas, que es la exigencia de esta suerte para ser bella. En el centro con la muleta logró una plasticidad y una armonía totales. Estuvo inspirado pero medido. No hizo nada que no fuera admirado, aun la distancia con que torea. Fue limpio y contundente con la espada, salvo en su segundo, que recibió un aviso. Cortó tres orejas.

El Juli es otra clase de torero y por eso era tan atractivo el cartel: es una figura que echa por delante el valor. Fue lo que vimos en su segundo, un toro de más de media tonelada, que no brindó. Era un animal irregular que embestía sólo si el torero se le ponía donde el toro lo olisqueara. Y en ese sitio hay pocas posibilidades de salirse de la suerte. Y fue ahí donde toreó, mostrando un valor apasionado que no sacaba oles sino alaridos de silencio. El público estaba metido en el cuerpo del torero y sentía el miedo cuando el toro entraba a la muleta y el júbilo al salir de ella. La faena del Juli a Timonero fue memorable: dos orejas. Ganó otra con su primer toro. Los dos toreros y Miguel Gutiérrez salieron por la puerta grande. Se destacaron de nuevo dos banderilleros: Émerson Pineda y Santana, juntando ambos valor y belleza. La pica de Clovis fue muy aplaudida.

Salimos de Manizales para reunirnos en el exilio de Puente de Piedra. Por los toros de Achury y Mondoñedo y los toreros que lidiarán, la corta temporada de Bogotá –16, 23 y 30 de enero– será de orejas. Hay gran expectativa de la afición por ver en estos lados a Roca Rey, triunfador en Cali y en Manizales y que con fundamento condensa la esperanza de que América recupere la grandeza de Arruza, Silverio Pérez, César Girón y César Rincón.

Por Alfredo Molano Bravo

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