Hacia un gran acuerdo de salarios y empleo para superar la posible depresión causada por el covid-19

En el contexto actual, enfrentamos dos tsunamis que han golpeado nuestra economía. El primero, el tsunami social, que correspondió a las distintas protestas sociales de finales de 2019 en Colombia y Chile, así como en Francia, que mostraron un conjunto de inconformidades frente a propuestas y proyectos de reformas laborales y pensionales.

Gustavo Junca*
03 de abril de 2020 - 08:14 p. m.
Cristian Garavito
Cristian Garavito

El tsunami social está allí, dormido, agudizándose por lo arrollador del Covid-19, de manera que solo empezamos experimentar sus efectos sobre la economía. Los distintos pronósticos hablan desde una leve caída de la actividad económica y de la demanda que ya implican un conjunto de políticas monetarias y fiscales expansivas en otros países, hasta el pronóstico de hablar de una recesión comparable a la gran depresión de los 1930s, con una destrucción de puestos de trabajo, quiebra de empresas y negocios, y caída en el valor de los activos y la riqueza de los más ricos. Los precios de todos los comodities muestran tendencia a la baja, incluyendo el oro. Los inversionistas sacan sus recursos de las economías emergentes y buscan refugio en el dólar. En resumen estamos experimentado una contracción de la oferta acompañado seguidamente de una contracción de la demanda. 

Antes que, una vez superado el Covid-19, se revivan y se intenten imponer propuestas como el trabajo por horas y el pago de salario de los jóvenes en un 70% de los salarios actuales, o la de una mayor flexibilización del mercado laboral, debemos pensar en una propuesta más incluyente y equitativa, frente a un modelo económico y social que a todos luces parece estar agotado. 

En términos agregados a nivel regional y a nivel nacional, es claro que una futura negociación salarial, así como las modificaciones al sistema de pensiones tendrá un impacto en el mediano y largo plazo. 

El conjunto de reformas que han flexibilizado el mercado laboral con relación a los aportes de parafiscales y las horas extras no tuvieron el efecto esperado sobre el empleo como esperamos los economistas en nuestro análisis ortodoxo. Una vez más, el planteamiento de Keynes (1936) y de los economistas heterodoxos se nos muestra como una realidad tozuda que no logramos modelar automáticamente a través de los ajustes de precios y de la mano invisible del mercado, de las fuerzas de la oferta y la demanda. 

En el “mercado” laboral la realidad nos golpeará más fuerte en el rostro a los economistas. Los modelos que seguimos para diseñar la política, nos hablan de ajustes automáticos en torno a un nivel de desempleo estructural que no genere inflación. De manera que los indicadores de estabilidad nos ata de pies y manos para pensar en soluciones distintas a las del mercado. Si un hacedor de política me informa en un documento riguroso que la tasa estructural de desempleo en Colombia, luego de la crisis, está entre el 13% y el 15% luego de los dos tsunamis, y que esto implicaría que no podemos hacer nada para reducir el desempleo sin afectar la inflación, poniendo en primer lugar el criterio técnico de la estabilidad a costa de una lenta recuperación de la economía, sencillamente no podría aceptarlo. 

El problema estructural lo que me indica es que el modelo no me explica la realidad y debemos pensar en otro modelo. La discusión debe situarse en una realidad de negociación asimétrica de los salarios y de la determinación del empleo. En reconocer que, como afirmaba Keynes y sus seguidores, no existe un mercado laboral en competencia, donde las curvas de oferta y demanda rijan el mercado como en los libros de texto. Lo que existe es una negociación asimétrica del salario y una determinación unilateral, por parte de los empresarios, del nivel de empleo que necesitan, como lo ha mostrado la crisis actual. 

Para que haya una reactivación de la dinámica de producción y empleo en las regiones, que se refleje a nivel agregado en el crecimiento el PIB nacional, se necesita inversión para la producción de bienes y servicios en las regiones, empleo de calidad en especial para los jóvenes con buenos salarios, quienes a su vez demanden bienes y servicios que permitan retro-alimentar la actividad de producción para que los empresarios tengan utilidades y recuperen la inversión. Esto sencillamente en palabras de Keynes se denomina la Demanda Efectiva. 

La negociación entre empresarios y trabajadores, luego de los dos tsunamis, deberá ser un acuerdo en términos, no solo de salarios, sino de creación y mantenimiento de puestos de trabajo formal y de calidad, para que se contribuya al sistema de salud y de pensiones. Una negociación de mediano plazo, por ejemplo de cuatro o cinco años, que las partes se comprometan a cumplir. Esto eliminaría las incertidumbres para los empresarios frente a los costos de producción y permitiría una mayor planificación del crecimiento de la empresa y los cambios estructurales para mejorar la competitividad. Este acuerdo generoso, acompañado por una política monetaria y fiscal expansiva, nos permitirá salir fortalecidos de la actual crisis social y económica. 

Esto implica que tanto empresarios y trabajadores debemos moderar nuestras aspiraciones de salarios y beneficios o ingresos netos corrientes, así como la acumulación de esos ingresos en términos de riqueza. Debemos cambiar el imaginario del enriquecimiento en el corto plazo, y como nuestros padres y abuelos debemos pensar en el crecimiento sostenible a mediano plazo.  

 

Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia. Grupo de Investigación en Economía Regional y Urbana (GIERU). Agradezco los comentarios del Profesor Francesco Bogliacino.  Investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID)

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Por Gustavo Junca*

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