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Indígenas viven rechazo de habitantes de la capital de Arauca

Hay denuncias de que han sido abusados por los colonos que los ven como una escoria, un cáncer para su ciudad.

Sebastián Jiménez Herrera
18 de diciembre de 2012 - 11:19 p. m.
Sebastián Abondano
Sebastián Abondano

Basta con preguntarlo. En la capital de Arauca hay quienes consideran “una escoria” a los indígenas que habitan en las calles. Son entre 20 y 25 jóvenes de la comunidad sikuane que deambulan por la ciudad, adictos al pegante que les venden las mismas personas que los rechazan, porque los consideran el ‘cáncer’ de la región. Algunos colonos les dan cerveza para verlos borrachos. Así se entretienen. Hay denuncias de que algunos han sido abusados sexualmente. Incluso la Asociación de Cabildos y Autoridades Tradicionales de Arauca reportó que miembros de las Fuerzas Militares, al parecer, agredieron a un miembro del grupo indígena a mediados de este año. El proceso está en la Fiscalía. 

Las autoridades, además, investigan si algunas de las mujeres del grupo están prostituyéndose con el fin de conseguir recursos para comprar pegante y caponera, un licor que les venden en Venezuela. “La supervivencia de ellos es en la calle. Hacen lo que tengan a la mano. Trabajan por los alrededores de la Plaza de Mercado. A veces les dan ropa y comida. Y, en ocasiones, roban”, dice Luis Alfonso Burgos, un antropólogo que conoce su problemática. Burgos cuenta que esto comenzó hace 20 años, cuando algunos indígenas conocieron a Miquillo, un consumidor de pegante que los inició en el vicio. “A los indígenas les gusta la bebida. Pero un día conocieron a este personaje y se volvieron dependientes del pegante”. Así, se volvieron adictos y dejaron sus comunidades en Corocito y Matecandela. 

Allá no quieren regresar. Ni pueden. Algunos de los indígenas los ven como enfermos y los rechazan. Por eso se asentaron en Arauca. Viven entre el parque del Sabio Caldas, la plaza de mercado y el Malecón del río Arauca, que divide a Colombia y Venezuela. A principio del siglo XX el territorio de los sikuanes se extendía desde el río Meta hasta el Orinoco y de ahí al río Arauca y a Apure, en Venezuela. Pero llegaron los colonos y empezó la persecución. Aún se recuerdan las guahibiadas: la ‘práctica’ de cazar indígenas. A las mujeres, cual animales, las enlazaban y violaban; a los hombres los desollaban y, en ocasiones, hacían zapatos con su piel. Decían que usarlos era bueno para los pies.

Los sikuanes se vieron reducidos a pequeños resguardos. Territorios que normalmente se inundan y en los que no hay recursos. Cultivan plátano, yuca y maíz, y cazan lo que encuentran, que casi siempre es muy poco. Esto ha llevado a la comunidad a vivir de la caridad estatal y de la mendicidad. Lo ocurrido con estos 25 jóvenes de Arauca es apenas la muestra de ello. En muchas ocasiones el problema ha sido discutido por autoridades locales y nacionales, pero la atención ha sido insuficiente. En un informe de 2011, de la antropóloga Aura Milena Upegui, se advierte que desde 2008 el ICBF, el Ministerio de Cultura y otras entidades conformaron un Comité Interinstitucional para atender el problema de consumo de alcohol y sustancias psicoactivas en comunidades indígenas en Arauca. Los planes de acción fueron incumplidos, “quedando la responsabilidad en el ICBF”. 

Esta entidad ha trabajado con ellos y en varias ocasiones ha intentado rehabilitarlos sin éxito. “Un grupo de ellos fue llevado a un centro de rehabilitación en Bogotá. Se volaron y fueron a dar al Cartucho. El encierro los agobia, no va con sus particularidades culturales”, indicó el antropólogo Burgos. Según una defensora de derechos humanos, quien prefirió reservar su identidad, el problema ha sido que a estos jóvenes indígenas no se les ha dado un tratamiento diferencial. “Se los llevaron a San Gabriel en Cundinamarca, pero no hubo procesos con las familias y al final lo que ocurrió fue que regresaron a las calles”.

“No ha habido ningún tratamiento para ellos”, expresó Alexánder Uncasias, representante de la Organización Nacional Indígena en esta región. El delegado para Asuntos Indígenas de la Defensoría del Pueblo, Carlos David Rodríguez, aseveró que falta planeación. En el informe de Upegui se cuestiona que llevar “a seis de estos niños a una institución de rehabilitación fue una iniciativa cargada de buenas intenciones, pero que no forma parte de un estudio serio, sino de una atención de emergencia ante tantos años de no saber cómo manejar el problema. La contratación de personal sin experiencia en el manejo de consumo y adicciones hizo de esto una estrategia hasta el momento llena de fallas”.

No todo ha sido sombras. El antropólogo Burgos destacó que el ICBF ha realizado proyectos para que los sikuanes no pierdan su identidad por culpa del contacto con los colonos. “Algunos tienen hijos en Bienestar Familiar, el Estado los toma en protección, les da salud, vestido, les asigna una madre sustituta”, añadió. Por su parte, el secretario de Planeación de la capital de Arauca, Freddy Gómez, reconoce que la atención no ha sido la mejor, “pero la idea no es mirar atrás, sino aprender de estas experiencias. En este momento se está construyendo un proyecto con la Gobernación para combatir el consumo de sustancias psicoactivas y se está adecuando la Casa Indígena. La idea es que con el ICBF se hagan unos programas al respecto”.

El funcionario agregó que uno de los problemas fundamentales de las comunidades indígenas es la falta de territorio y que, por ello, Alcaldía y Gobernación se han dedicado a comprar terrenos para ubicar a los aborígenes. Ya han sido adquiridas 746 hectáreas no muy lejos del municipio, hay un proyecto para ampliar el resguardo de Matacandela y se tiene contemplado un proyecto para capacitar a los indígenas para que sean más independientes del Gobierno. No obstante, falta mucho. Al respecto, la Organización Nacional Indígena ha propuesto la construcción de centros especiales en Arauca para rehabilitar a los jóvenes, “porque ellos están enfermos y la situación empeora”, alertó Alexánder Uncasias. 

Luis Alfonso Burgos concluyó que “hay que empoderar a las comunidades, intervenir pero no invasivamente, para que en el mediano plazo puedan recuperar su territorio, detener la explotación petrolera, acabar con la guerra. Tiene que haber una transformación cultural en la sociedad araucana”. Y agregó: “La relación de los indígenas con los colonos se ha forjado alrededor de la rabia, el desamparo y la inasistencia. El cambio tiene que ser cultural. Será un proceso que tomará décadas. Pero de no darse, la situación se irá degradando”.

En Twitter @juansjimenezh

Por Sebastián Jiménez Herrera

 

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