Jhoana Ríos, empleada doméstica: experiencia de vida trans

En la intimidad de una habitación, la protagonista de esta historia le contó a Periódico 15 de la Universidad Autónoma de Bucaramanga por qué disfruta su labor como empleada doméstica. Pese a que nunca ha recibido un salario digno, comenta que laborar para otros es su vida.

Xiomara Montañez - María Rincón - Carlos Buitrago
26 de febrero de 2019 - 08:28 p. m.
Hasta hace dos años fue Jhon Jairo Ríos Cárdenas. Hoy es Jhoana Ríos, de 48 años, quien siempre se ha dedicado a las labores domésticas para ganarse la vida. Actualmente se encuentra desempleada. 
 / XIOMARA MONTAÑEZ
Hasta hace dos años fue Jhon Jairo Ríos Cárdenas. Hoy es Jhoana Ríos, de 48 años, quien siempre se ha dedicado a las labores domésticas para ganarse la vida. Actualmente se encuentra desempleada. / XIOMARA MONTAÑEZ

Baja del segundo piso de la casa donde vive y frunce el ceño. Está molesta y lanza reclamos al personal que a las 9 de la mañana acondiciona el salón de belleza “Javier”. En la calle 45 con carrera 14, en el barrio Campo Hermoso (Bucaramanga), a menos de una cuadra del parque Romero, a dos calles del Cementerio Central y otras tantas del Hospital Siquiátrico San Camilo y la Cárcel Modelo de Bucaramanga, se ubica este sitio para el ritual de belleza de los vecinos del sector.

Allí, en una habitación que no tiene cielo raso, en la que el sol hace de las suyas y se mezcla con el humo y el ruido de la vía cada mañana, y en la que cuyas paredes están anotados distintos números de celular con lápiz labial, vive Jhoana Ríos.

 

La “señora”, como le gusta que la reconozcan, la que se expresa con cariño sobre su labor como empleada doméstica, la que guarda ropa sexy en un improvisado clóset, la que le encanta maquillar sus labios con un brillo color vino tinto, nos cuenta antes de ingresar a su habitación que su molestia se debe a que violentaron la puerta de su lugar íntimo, pese a que está pagó hasta el 9 de marzo, y que todo ocurrió mientras trabajaba en una finca en Piedecuesta en la que fue contratada para las labores de limpieza. “¡No me gustó!”, repite con molestia, pero recordó que tenía invitados y cambió de humor.

“¿Por qué vienen a entrevistarme?”. Fue la primera pregunta que nos lanzó al ver que nuestros rostros seguían cada uno de sus gestos. Sonreímos y entendimos que la soledad no solo nos hace fuertes sino sobreprotectores de nuestros cuerpos, ideas y pensamientos, que debíamos darle espacio para que organizara el lugar y empezara su relato.

Le explicamos que su historia era inspiradora y poco común. Le contamos que un director mexicano llamado Alfonso Cuarón hizo una película llamada “Roma”, basada en la empleada de servicio que lo cuidó cuando niño y que Yalitza Aparicio (la protagonista) fue antes que actriz una profesora de colegio a la que nadie conocía, que interpretó a Cleo, una amante de los hijos ajenos, de lavar ropa, hacer el mercado, limpiar el desorden e incluso, viajar con sus jefes en las vacaciones para que cuidara de la familia.

Jhoana quedó fascinada. “¡Qué bonita! Yo lo único que sé hacer es oficio, cocinar y lavar. Me encanta. En eso me gano la vida. O sea, ustedes, como ese señor (Cuarón), van a hablar de mi vida”. Con esa frase se sentó frente a la cámara y la grabadora. Secamos las gotas de sudor que bajaban por su rostro maquillado. Como un libro que no ha sido leído en años, abrió las páginas que durante 48 años ha escrito y refrescó su memoria.

Dijo estar sola por decisión propia, que desde hace dos años “salió del clóset” y pasó a ser una mujer transgénero, que la única hermana que le quedó no la acepta, que pasó de llamarse Jhon Jairo Ríos Cárdenas a Jhoana Ríos porque su mamá se lo pidió antes de morir y que no le importa arruinar el esmalte de sus uñas por trapear o cocinar.

Tiene varios sueños por cumplir: un cambio de sexo, tener el pelo más largo, contar con un armario lleno de vestidos para toda ocasión, y un trabajo como empleada doméstica en el que se le pagué lo que estipula la ley y se le valore como “señora”.

Una década de transformaciones

Veía a su mamá realizando las labores del hogar y poco a poco se identificó con esto. En la escuela cerca a su casa, en el barrio Provenza, cursó hasta quinto de primaria, pues un accidente le provocó la pérdida de la memoria y tuvo que abandonar los estudios.

La primera familia que le dio empleo estaba conformada por una pareja y dos hijas, y habitaban en el barrio Alfonso López. Luego del embarazo de su patrona se mudaron al barrio Real de Minas, donde empezó a trabajar todos los días.

La rutina empezaba a las 6 de la mañana, la primera en desayunar era la bebé, Camila, su menú: caldo de papa amarilla; después la mayor, Sara. Finalmente, los padres. Arreglaba la cocina e iniciaba las labores de aseo, volvía a preparar el almuerzo para dejar todo listo y en la tarde dedicarse a lavar ropa, extenderla y doblarla. A las 5 de la tarde 11 horas después, terminaba su jornada.

“No me encarga del cuidado de las niñas. Era lo único que no hacía”, cuenta con nostalgia y recuerda que tiene una foto de las hermanitas guardada en el celular. Quita el forro del teléfono y muestra a la cámara la imagen. “Nunca la saco de acá”, añade.

Retoma su relato y dice que todos los quehaceres le agradan, que la única dificultad que encuentra es el desorden y la convivencia con sus patrones. “Un día duré 12 horas aseando una casa y no les pareció suficiente. No es justo”.

Se despidió de esta familia hace unos meses, ya que todos se trasladaron a Bogotá. Le pagaban 500 mil pesos mensuales (de los cuales invertía 300 mil en el pago de la habitación), sin prestaciones sociales, vacaciones y menos recibía dotación de uniformes. No la liquidaron. El pago fue una bolsa con al menos una docena de perfumes que aún no ha podido vender.

A sus problemas económicos se suma que el dueño del lugar donde vive le pidió que desocupara la habitación. Por eso ha considerado mudarse a Piedecuesta, cerca a unas amigas. En ocasiones, los fines de semana, la contratan para cuidar una finca. -¿Le gustaría aprender el oficio de la peluquería? -No me identifico con ese trabajo. Tampoco me gusta pertenecer a grupos o plataformas Lgbti. Me gusta lo que hago. Soy una trans y siempre he pasado como una señora.

¿Por qué hablaba tan finito?

Antes de llegar a las labores domésticas en una casa de familia, trabajó haciendo aseo en un “reservado” (club nocturno), en el barrio San Miguel. Una trabajadora sexual del lugar, que también es una mujer trans, le ayudó con su transición. De eso hoy se cumplen dos años: Le cortaron el cabello, le dieron hormonas y le realizaron un procedimiento para aumentar el volumen de sus glúteos, por medio de inyecciones. Todo con el fin de verse, como ella dice, “armada”. Así fue como John Jairo Ríos Cárdenas se convirtió en Jhoana Ríos. El nombre lo escogió su mamá antes de morir. “Antes de irse, me aceptó”, recuerda mientras mira el esmalte de las uñas.

“Vivo el momento”

Luego de la muerte de sus padres el único familiar que le queda es una hermana con quien, según cuenta, no tiene contacto, pues no la acepta por ser trans. “Me volteó la espalda”. Pese al apreció que siempre guardó por las niñas Sara Valentina y Camila Victoria, es énfatica al decir que no quiere tener hijos y que “vive el momento” con las parejas que conoce.

No niega que ha intentando que varias de sus relaciones sentimentales sean estables, pero algo termina interrumpiendo el proceso: “Con el último que lo intenté duré un mes, era mayorcito, bajito, acuerpado y moreno. La relación no prosperó porque no me veo compartiendo un espacio con alguien y siempre he preferido estar sola, aunque no
rechazaría a un hombre que esté bueno”.

Constantemente recibe invitaciones y las paredes del cuarto donde vive guardan el registro de esos llamados. Acostumbra anotar los números de sus pretendientes con lápiz labial, lo particular es que no escribe sus
nombres.

Le encanta bailar cumbias, merengue, e incluso música electrónica, según expresa, es su plan perfecto. Le presta mucha atención a su presentación personal. Aprendió a maquillarse sola, de este proceso le gusta combinar las sombras con sus prendas y resaltar sus labios en cualquier tonalidad. Detrás de la puerta tiene colgada su ropa, usa vestidos largos de todos los colores y para distintas ocasiones. “Me gustan porque me resaltan el cuerpazo que tengo”, añade.

Toma uno de sus favoritos y posa frente al espejo. La figura delgada, las piernas largas, la piel morena y las manos delicadas dejan ver lo importante que es el físico para Jhoana.

“Me volveré más abuela y estaré sola”

No conoce la legislación en materia de empleadas domésticas, se limita a desarrollar el trabajo que le asignan con dedicación. Asegura que es una profesión decente, que, si se encuentra un buen jefe, se pueden hacer bien las cosas.

Reconoce que el mundo de las “muchachas que trabajan en las casas” es solitario, que siempre se busca estar atado a una familia o una pareja que no es de su sangre y que tal vez ese vínculo se da porque se terminan entrando a la intimidad de sus cuartos, cocinas y objetos personales.

Concluye que el respeto es la base de todo, no solo para la convivencia o labores del hogar, sino en el ámbito personal. Le entristece que no se le de valor el trabajo en el hogar, pues algunos jefes que ha tenido le han hecho promesas que van desde aumentarle el salario si se destaca
en su labor, hasta invertir en un proyecto o negocio para que deje las labores de la casa. Está segura que en Piedecuesta encontrará estabilidad laboral. “Desde que me alcance para pagar la pieza y comer, todo está bien”, comenta.

Al despedirnos pide bajar hasta la peluquería. En la puerta del cuarto tiene pegadas calcomanías de las princesas de Disney, pues asegura son su fuente de inspiración.

  • ¿Qué le gusta de las princesas?

Son lindas, tienen vestidos hermosos.

  • ¿Cuál es su favorita?

Blancanieves.

  • ¿Y por qué?

Es la más protegida. La cuidan siete enanos.

* Texto replicado del Periódico 15 de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab).

 

Por Xiomara Montañez - María Rincón - Carlos Buitrago

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