La otra cara del país que quiso dar a conocer Guillermo Cano

El sábado, 16 de mayo de 1959, Alberto Rojas escribió este texto que hacía parte de la serie "Los municipios olvidados".

Alberto Rojas (1959)
10 de noviembre de 2016 - 08:57 p. m.
Esta fue la portada del 16 de mayo de 1959 de El Espectador.
Esta fue la portada del 16 de mayo de 1959 de El Espectador.
Foto: MAURICIO ALVARADO

Muy temprano se levantaron hoy los pequeños embajadores de los municipios colombianos. Apenas pasadas las tres de la mañana comenzaron sus primeras actividades del día. (Vea de qué se tratan "Los municipios olvidados")
 
Como suele hacerlo en sus hogares, se bañaron, esta vez con agua tibia, y luego leyeron revistas de tiras cómicas, a las cuales son muy aficionados. Pese a la hora en que se acostaron, doce y media de la noche, durmieron muy poco, porque era difícil conciliar el sueño ya que las ilusiones y los proyectos se lo impedían. (Vea el especial de los 30 años del asesinato de Guillermo Cano)
 
Admiraba la comodidad del Hotel Tequendama, comentaban los platos servidos en la cena de anoche y averiguaban por la llegada del bus de “TAC” que los transporta durante toda su visita. (Vea: Así fue la polémica por los auxilios para los damnificados de Armero)
 
Comodidades
Todas las opiniones coinciden. Las atenciones recibidas por el personal del hotel, particularmente, por el gerente general, señor Ernesto Etter, los hacen sentir como en su “casa”. (Le puede interesar: Esto era lo qué pasaba en Colombia 100 días antes de que asesinaran a Guillermo Cano)
 
Anoche, en los salones del hotel tuvieron una comida durante la cual departieron cordialmente con numerosas personas. Terminada, fueron obsequiados con una sesión de varios magos, que se prolongó hasta las doce y media de la noche. (Vea el texto que escribió Héctor Abad sobre Guillermo Cano)
 
Más tarde pasaron a sus respectivas habitaciones, en el catorceavo piso del hotel. Los nueve niños fueron distribuidos en tres piezas.
 
Cambiaron impresiones sobre su llegada a Bogotá, comentaban e inquirían respecto a las obras de la 26; unos decían que era un gran puente que se construía y otros se inclinaban a pensar sobre grandes arreglos de la vía.
 
Levantada a las tres
Los primeros en abandonar el lecho fueron los costeños y el niño de los Llanos. A las tres de la mañana lo hicieron. Un buen baño con agua tibia y después se vistieron. El último en levantarse fue Rosaliano Astaiza, enviado del municipio de Timbio, a las cinco de la mañana.
 
A las seis se comunicaron telefónicamente con el señor Ernesto Etter para pedirle el favor de llevarlos al comedor a desayunar. “Fue difícil escuchar lo que nos decía porque todos queríamos hablar a la vez”.
 
Visita a San Diego
Pasado el desayuno fueron a rezar a San Diego y más tarde en el bus de la empresa “TAC” fueron a conocer las dependencias de la Biblioteca Luis Ángel Arango. 
El doctor Jaime Duarte, director de la biblioteca, los recibió y les enseñó los sitios importantes de esta institución. En la sala de lectura examinaron varios libros, pasando en seguida a la cafetería.
 
Todos preguntaban: “¿Qué es esto? ¿Cuál es el dueño del edificio? ¿Siempre que uno desea venir a leer, puede hacerlo? ¡Qué bonito es todo esto!”
 
Apuntes
Provistos de una libreta y lápiz tomaban apuntes de las respuestas que se daban a sus preguntas. Un diario de las actividades es llevado por los niños.
 
Al preguntárseles la causa de estas anotaciones, dijeron: “Debemos redactar una tarea dado cuenta de la visita a Bogotá”.
 
Grandes edificios
También nos dieron sus conceptos sobre los aspectos más llamativos de Bogotá. Sin lugar a dudas, de las partes conocidas, los ha impresionado notablemente la altura del edificio del Banco de la República y la arquitectura de la legendaria iglesia de San Diego, que tanto “hemos oído nombrar a través de las clases de historia”.
 
Aproximadamente a las nueve y cuarenta y cinco, se notaba en el semblante de los pequeños visitantes cierto nerviosismo, pues se acercaba la hora de la tan ansiada visita al señor Presidente de la República. 
 

Por Alberto Rojas (1959)

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