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Las Farc hoy, selva adentro

¿Qué hacen los frentes de guerra en Colombia mientras se negocia la paz en Cuba? Periodistas del programa ‘Los informantes’ convivieron con una columna móvil de esa guerrilla.

FEDERICO BENITEZ y MARIO ZAMUDIO *
15 de febrero de 2015 - 02:26 a. m.
Las Farc hoy, selva adentro

Bairon duró dos años muerto. El 6 de agosto de 2009, en un bombardeo ocurrido en el campamento de La Honda, Meta, cayó abatido y días después el CTI de la Fiscalía confirmó su muerte con pruebas de ADN. “Murió el escudero del Mono Jojoy”, dijeron. En 2011, el propio Ejército reconoció que este guerrillero estaba vivo y que tenía “más poder que antes”.

Hoy es uno de los comandantes más poderosos del bloque Oriental de las Farc y está a punto de dar una entrevista, luego de años de silencio. Pistola en la mesa, fusil colgado en un palo y mirada directa, casi arrogante. “Nosotros somos el embrión de un nuevo poder en toda esta región y la gente tal cual lo siente, un nuevo poder y pudiéramos decir un nuevo Estado, desde luego, porque somos eso”, dice cuando uno de nosotros pregunta si la guerrilla sigue siendo la autoridad en este lugar.

Bairon lidera la columna móvil Mariana Páez de las Farc, que opera en el sur del Meta y Caquetá. Está al mando de por lo menos 30 hombres y mujeres que patrullan las serranías y montañas de la región, siembran minas para contener al Ejército y estudian a Lenin y a Marx todos los días.

Los guerreros de Bairon no tienen más de 30 años. Todos son campesinos y muchos viven a pocos kilómetros de la zona en la que estamos. Al llamado del “oficial de servicio” se organizan en dos filas, en el patio central del campamento. Todos visten de verde, llevan una gorra militar con una estrella roja en el medio. Miran al frente, retadores, mientras sostienen contra el piso su fusil.

“Adelante, arriba, al lado, abajo…”, dice el oficial. Ellos siguen las órdenes con su fusil y se preguntan qué hacemos ahí. No es una formación como la de todos los días, fría y llena de soledad. Hoy hay cámaras, hay personas extrañas, hay periodistas de los “medios de comunicación de la oligarquía”.

La gimnasia, como le dicen ellos, continúa. Les piden mover la cabeza, estirarse y marchar. Hombres y mujeres que todavía combaten contra el Estado, luego de 50 años como movimiento al margen de la ley. “Somos el ejército del pueblo”, dicen algunos, convencidos.

Un par de ejercicios más y el grito que retumba en la selva: “¡Viva Colombia!”. Y marchan hacia sus “caletas”, que son las camas guerrilleras, una especie de cuna construida con madera, hojas y plástico. A la caleta le cuelgan un toldillo todas las noches para resguardarse de los mosquitos.

La noche, precisamente, es la mayor preocupación de los cerca de 8.000 guerrilleros que, según cifras oficiales, tienen las Farc. “Es el método más cobarde para atacarnos”, dicen varios de los combatientes de la zona. Se refieren a los bombardeos, a los ataques aéreos que ha implementado el Gobierno y que han dado como resultado la muerte de varios jefes de esta organización, por ejemplo Raúl Reyes y el Mono Jojoy.

“Los bombardeos es el uso desproporcionado y cobarde de la fuerza, porque los pilotos que vienen a bombardear nuestras unidades saben que no les va a pasar nada, porque nosotros no tenemos la capacidad de defendernos. Nos toca defendernos con la disciplina, que es el arma más poderosa que tiene las Farc”, dice Bairon.

Bairon se lleva su computador, algunos periódicos y su fusil para el aula: es momento de dar parte de lo que sucede en La Habana a la tropa. Por esos días, Timochenko dijo que la paz no estaba tan cerca y que el proceso de diálogo tenía todavía temas grandes por resolver.

“S.O.S. por la tregua. Alertamos a nuestras fuerzas guerrilleras en todo el país sobre la grave situación. Desde el 20 de diciembre sectores guerreristas no han cesado en su empeño de sabotear la tregua unilateral y el proceso de paz, actuando desde la institucionalidad del Estado y desde el comando del Ejército en particular”, lee Bairon.

Es el comunicado que ese día leyeron los delegados de paz de las Farc en Cuba. El cese del fuego, ratificado esta semana, estaba en peligro: “Han habido (sic) desembarcos con frecuencia, bombardeos, asaltos a unidades que están en tregua, que están dedicadas al estudio, a hacer pedagogía para la paz, y han sido asaltadas. En este tiempo llevamos seis muertos, en este período de la tregua, hasta el día de antier, llegaron seis muertos, seis guerrilleros heridos, dos capturados; entonces eso indica que hay una agresión permanente, constante del Ejército contra nuestras unidades en todo el territorio nacional”, dice el comandante.

A desayunar. Cinco guerrilleros bajan al río, prenden las estufas de gasolina y empiezan a cocinar. A ranchar, como dicen ellos. Los demás van a visitar a Vicente, un guerrillero viejo que fue herido en los brazos en el último combate.

Dos mujeres llegan con platos llenos de sopa y varias arepas en una tapa de olla. “Para que vean que acá no comemos raíces como dice el Gobierno”, dice una de ellas y todos se ríen. Varios guerrilleros recogen la loza y los demás agarran sus armas y se bajan al patio. Van a limpiar el fierro. “El fusil es la vida dentro de la guerrilla”, dice Bairon. No es el comandante, sino un guerrillero raso que ingresó a las Farc cuando tenía 14. “Quería tener uno de estos al hombro”, dice, y cuenta que ha visitado a su familia y que le dice que no se salga de la guerrilla.

Evidencias del reclutamiento forzado de menores de edad. Esta semana las Farc se comprometieron en Cuba a no vincular menores de 17. Aquí todos, los que ranchan, los que van al frente de guerra, los que activan explosivos e interceptan comunicaciones, llegaron a la guerrilla antes de cumplir 18 años. Cambiarán los estatutos de este grupo que dicen que los mayores de 15 ya pueden ingresar, aunque Bairon habla de excepciones. “Por ejemplo, niños que han quedado huérfanos porque los paramilitares han acabado con toda su familia, nosotros no los podemos dejar abandonados a su suerte”.

A la pregunta de cómo se financian, responde: “Si en estas áreas hay ganadería, pues se les cobra impuesto a los grandes ganaderos; y si hay narcotraficantes, a los grandes narcotraficantes”. Y asegura: “Hay donaciones de empresarios, industriales que consideran que el proyecto revolucionario tiene validez, que es justo”.

En medio de las ramas se ven varios guerrilleros haciendo guardia para que sus compañeros puedan limpiar las armas. Mujeres y hombres desbaratan en segundos fusiles Galil o AK-47 y los limpian con dedicación. Los brillan con cepillos de dientes y bayetillas. Lo primero que aprende un guerrillero en el curso básico es a cuidar su fusil. Sabe que es su arma de defensa y su tabla de salvación.

Tras la limpieza de armas viene el almuerzo, que es una ración parecida al desayuno pero con más carne. Los mismos que cocinaron en la mañana lo hacen ahora, y nos llevan el plato a una improvisada mesa donde están Manuela y Federico, los otros dos comandantes de la compañía móvil.

Manuela es bogotana y hace rato dejó la capital para enrolarse en las filas de las Farc. Dice que tiene siete órdenes de captura, que es feminista aunque se maquilla, se tintura y carga depiladores entre la dotación, y que no le gusta hablar ante las cámaras. Sin embargo, cuando se decide, es contundente.

“Nosotros no pregonamos ni promovemos los abortos, sino que sabemos que no podemos quedar embarazadas; por lo tanto planificamos todas, pero planificamos como un derecho, planificamos como un deber de la organización”, dice sobre uno de los temas más polémicos en la guerrilla: la posibilidad de tener hijos.

Según ella, un embarazo se interrumpe en las Farc cuando es estrictamente necesario y hay ocasiones en las que las guerrilleras pueden tener a sus bebés. Dice que no quiere tener hijos porque no tiene el espíritu y porque lucha para que “las nuevas generaciones nazcan en una Colombia diferente”.

Federico, por su parte, es algo así como el ideólogo de la compañía móvil. Tiene ascendencia sobre la tropa y habla con un discurso monolítico y robusto. Dice, por ejemplo, que las Farc son un grupo político-militar y que por eso no se van a sentar en una mesa a negociar rendiciones o años de cárcel.

Cuando preguntamos sobre perdón, víctimas, entrega de armas, devolución de tierras y otros pecados de la guerrilla, afirma que los temas de La Habana se resuelven en La Habana. “Los camaradas que están allá tienen todo el apoyo de las Farc en su conjunto y en el momento en que se llegue a los acuerdos definirán la forma de hacerlo”.

Llega la “hora cultural”: un documental sobre los 43 estudiantes desaparecidos en México. Todos miran la proyección de un videobeam sobre una tela blanca en medio de la selva. Cuarenta minutos de video y una reflexión de Federico sobre la injerencia del imperialismo en América Latina.

La tarde va cayendo en el sur del Meta y es momento de irse. Los guerrilleros desarman el campamento en minutos y forman en el patio. Vuelven a contarse, como en la mañana, y emprenden la marcha. Nosotros, detrás, hacemos las últimas imágenes y buscamos la salida.

Bairon, Manuela, Federico, toda la compañía móvil Mariana Páez, dormirá esa noche en otro lugar de la selva. A las 5 y media apagarán todo; radios, linternas, cigarrillos, cualquier cosa que dé luz. Volverán a levantarse a las 4 y 50 de la mañana, a ranchar, a limpiar los fierros y a visitar a Vicente. Así, hasta que la guerra se los lleve o la paz les regale la oportunidad de hacer otra cosa.

ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

 

* Investigadores de “Los Informantes”.

Por FEDERICO BENITEZ y MARIO ZAMUDIO *

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