Medellín, una ciudad entre violencias y resistencias

Martha Villa, directora de la Corporación Región, presentará este jueves en la capital antioqueña el producto de una investigación que busca construir un relato de ciudad a partir de la violencia que por años ha sufrido la ciudad. Entrevista.

Yorley Ruiz M.
14 de septiembre de 2017 - 05:02 a. m.
Marta Inés Villa, directora de Corporación Región. / Cortesía.
Marta Inés Villa, directora de Corporación Región. / Cortesía.

Las cifras varían pero los cálculos aproximados del Observatorio del Centro Nacional de Memoria Histórica y la Unidad para la Atención y la Reparación Integral de Víctimas, señalan que en Medellín, entre 1980 y 2014, el conflicto dejó por lo menos 132.529 víctimas. En últimas,  seis de cada 100 habitantes han tenido que sufrir de una u otra manera los rigores de la guerra.

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Una historia de dolor que fue investigada durante dos años, bajo el liderazgo de Martha Villa, directora de la Corporación Región,  que derivó en la construcción del libro ‘Medellín: memorias de una guerra urbana’ que será lanzado este jueves 14 de septiembre en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, investigación en la que también participaron  el Centro Nacional de Memoria Histórica,  el Ministerio del Interior, la Alcaldía de Medellín, la Universidad EAFIT y  la Universidad de Antioquia.

En entrevista con El Espectador, Villa explica las motivaciones para recabar en la historia de una de las ciudades que más ha sido golpeada por el conflicto y habla de la importancia de los procesos de reconstrucción social  para salir de la estigmatización.

¿Cómo surge la idea de hacer el libro?

Esta investigación nace ante la solicitud de la Alcaldía de Medellín, durante la administración de Aníbal Gaviria, en momentos en que se estaba pensando en Medellín como sujeto de reparación de víctimas. En ese entonces, se dio una discusión muy interesante sobre qué era lo que debía ser reparado en la ciudad, fue ahí cuando nos encontramos distintas versiones sobre el conflicto en la ciudad y  sobre cuál había sido dinámica.

Finalmente hemos visto que es imposible llegar a una discusión de qué es lo que hay que reparar si no tenemos un relato colectivo y común de qué es lo que nos ha pasado.

¿Qué métodos de recolección de información se utilizaron para la construcción de este relato de ciudad?

Nos dimos cuenta que hay una pluralidad en la voces, víctimas de secuestro, del exilio, de la persecución política. Y pensamos que no solo era necesario privilegiar estas voces, sino también consultar a la población en general porque percibimos que el tema de violencia  hace parte de una memoria colectiva. El porcentaje de pobladores que ha tenido una experiencia directa ha sido demasiado alta.

Hicimos un proyecto que contempla varias estrategias: talleres de memoria,  con los que se buscaba identificar la experiencia personal, construir una línea del tiempo colectiva y las formas de resistencia desde lo individual y lo colectivo.

Grupos focales con  periodistas, miembros de la fuerza pública, con exiliados, con militantes de la Unión Patriótica,  con profesores de la universidad de Antioquia, así como recorridos de memoria, por la ciudad y por el centro, donde se identificaron varias historias. También nos apoyamos en la revisión de archivos, prensa y fuentes oficiales.

En la ciudad se viven diferentes tipos de violencia, ¿en qué tipo de violencia está enfocada la investigación?

Hay muchos tipos de violencias. Lo que hacemos es una delimitación a las que están asociadas al conflicto armado, pero también hacemos alusión a unas violencias que no se definen como actores del conflicto armado porque no tienen un interés político como se suponen lo tienen los paramilitares y la guerrilla, pero que estuvieron asociados a este conflicto.

Aunque se supone que el narcotráfico no es un actor político, que no hace parte de esa confrontación, en el caso de Medellín y de Colombia, sí ha sido un actor determinante del conflicto armado, por las acciones que ha realizado y por las  relaciones que ha establecido con estos actores armados.

¿Podría decirse entonces que el detonante de la violencia en la ciudad es el narcotráfico?

Hay que entender el conflicto armado en la ciudad como la confluencia de un conjunto de acciones, de un conjunto de factores y actores, entre ellos el narcotráfico.  Es claro que no se puede entender el conflicto armado en Medellín sin el tráfico de estupefacientes porque fue un actor que detonó unas formas de victimización, un repertorio de violencias, pero tampoco se puede entender el conflicto armado de la ciudad sin la débil respuesta del Estado que no actuó con la contundencia que se requería.

Estos actores ilegales, respondieron a un vacío de liderazgo, de futuro, de perspectiva para un sector de la ciudad, no fue unicausal. La élite de esta ciudad perdió el rumbo.

¿Estaría Medellín condenada a la violencia?

No es una condena, lo que ha pasado en esta ciudad es una demostración de que no es una condena, de que la ciudad y la sociedad están en capacidad de revertir esta historia, de que no es un signo fatal al que estemos condenados, no.

Cuando hay diálogo social, cuando hay participación ciudadana, cuando hay actos creativos que intentan modificar esto y que hacen de esta situación una oportunidad, es posible. En este informe están las claves para comprender que esto no es algo trágico sino que es una situación que es totalmente revertirle y transformable si la sociedad decide hacerlo así.

En este proceso de reconstrucción social, ¿qué papel cumplió la comunidad?

Medellín resistió y fue capaz de sortear ese impacto tan grande de la violencia, gracias a la respuesta que la sociedad tuvo.  Gran parte de lo que pasó en los años noventa y de la capacidad que esta ciudad adquirió de análisis y de sortear esos impactos se vieron propiciados por el papel de la Consejería Presidencial para Medellín, los foros comunales, las acciones que se realizaron, los proyectos semilla, la intervención en determinados barrios, el tema de la visualización  de los jóvenes. Organizaciones sociales, comunitarias y de derechos humanos.

Hay un sector de la sociedad que ha sido indolente ante estos hechos y ante su sufrimiento, pero ha habido otro sector de la comunidad que se ha movilizado. En los años ochenta fueron muy importantes los comités de derechos humanos, las organizaciones que denunciaban lo que estaban sucediendo, que propusieron marchas, que promovieron el derecho a la vida, la pastoral social, las ONG que impulsaron esa consigna de ‘elige la vida, el respeto a la vida  como máxima en la sociedad’, eso fue muy importante. 

En esta construcción comunitaria, ¿qué papel cumplió la cultura?

Las acciones de las organizaciones culturales propusieron en los territorios alternativas concretas y específicas para resignificar el mundo de los jóvenes  y las posibilidades de vida de estas personas como el Festival de Poesía que permitió pensar que ‘estamos juntos para imaginar otras cosas’.

La cultura y la educación permiten la interpelación de valores y de la ética ciudadana, permite preguntarnos por el otro, por el bien.

Esta historia no es de extraterrestres, es de nosotros y es una invitación a mirar el futuro que podríamos tener.

¿Qué otros temas, cree usted, que se quedaron por fuera de esta investigación y que valdrían la pena ser mirados de cerca?

El tema de la justicia  amerita un trabajo a mayor profundidad porque hay muy poco avance en investigaciones jurídicas. Otro es el del periodismo, de los medios de comunicación, el rol al informar y al ser víctimas, creo que es un tema importante que enunciamos pero no profundizamos totalmente, y  el de la respuesta institucional local, del sector empresarial, entre otros.

¿Qué esperan se alcance con esta investigación? ¿Cuál es el paso que debe dar la ciudad?

Aspiramos que este informe, más que una última palabra, que establezca responsabilidades, es un informe que sirve de memoria colectiva, que está hecha de violencias y resistencias.

Es una oportunidad para que se vuelva a abrir el debate en la ciudad, nosotros creemos que  la ciudad se ha venido desde hace años cerrando a un diálogo social, a la conversación ciudadana, a la posibilidad de reconocer los problemas que realmente nos afectan y a la necesidad de entender que esto es un asunto de todos.

Creemos que hay unos insumos para que las nuevas generaciones de jóvenes activistas que también se están formando y también están haciendo una acción muy importante en la ciudad, que sepan que esta historia es larga y que hay un acumulado que se ha dado y que nos pertenece a todos como sociedad y comunidad.

Por Yorley Ruiz M.

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