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Metáfora

Renson Said
11 de agosto de 2020 - 08:00 p. m.

La senadora uribista Paloma Valencia compara a su jefe político, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, con Simón Bolívar. Ya antes lo había comparado, en cuadro colgado en la sala de su casa, con el Sagrado Corazón de Jesús, sin que los fieles católicos ni el Vaticano mismo, se pronunciaran por el tamaño de la herejía. Tampoco la Academia de Historia, ni el gobierno de Venezuela se pronunciaron por la comparación con Bolívar, del que dicho sea de paso, es el guerrillero más ilustre que ha tenido el país.

Ahora se ha vuelto habitual hacer ese tipo de comparaciones descabelladas con el hombre que tiene 1.200 hectáreas de su casa por cárcel, en un proceso que le sigue la Corte Suprema de Justicia por los presuntos delitos de soborno, compra de testigos y fraude procesal.

Pero Uribe no es Bolívar, ni Paloma Valencia es Manuelita Sáenz. Al margen de lo que pueda pensar doña Lina por tanta idolatría de Paloma hacia su marido, lo cierto es que el despalome de Paloma la deja desplumada para una fácil comparación con Juana la loca, de quien se decía, además de que estaba loca, que estaba poseída por el demonio. Una comparación fácil, por supuesto, pero injusta, porque Juana la loca, o mejor, la reina Juana I de Castilla, ocupa un lugar en la historia y ha motivado cientos de obras de arte de los últimos 500 años. Paloma, por el contrario, solo ocupa un escaño en el Senado de la república y un lugar hilarante en las redes sociales.

Sin embargo, no es la única que ve a Uribe Vélez como un redentor. Margarita Restrepo lo ve como un “Faro” y un “Libertador”. José Obdulio Gaviria, el antiguo comunista y simpatizante del EPL, quiere que Uribe gobierne “30 años como hizo la Falange en España con Franco”, según confiesa sin pudor en una entrevista del 2019.

Por su parte, Uribe Vélez disfruta que sus huevitos estén pronunciando sus primeras arengas. Pero no solo los pollitos (y al escribir la palabra “pollitos, el computador me corrige por “pillos”), el senador Gabriel Velasco Ocampo, también del Centro Democrático, asegura que las “ranitas y chicharras”, de su vecindario gritan “¡Uribe!, ¡Uribe!, ¡Uribe!”. Supongo que también lo hacen los lagartos como él, y los sapos y los elefantes y los micos y las águilas negras.

Se burlaban de Maduro porque hablaba con pajaritos. En el CD hablan con sapos y chicharras. Una vez, en el Congreso, le arrojaron a Uribe unos ratoncitos no se sabe hijos de quién, y Milla Romero bañó al senador con agua bendita porque, según ellos, se trataba de brujería: en el Congreso no puede haber lluvia de ratones. Hace poco más de 70 años hubo en la Cámara de representantes una balacera entre liberales y conservadores: murió un liberal, quedó herido un conservador, y todo como consecuencia de las tensiones desatadas por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Además de la balacera también ha llovido insultos: “sicario”, le grita Uribe a Petro. Y uno que otro empujón del senador Carlos Felipe Mejía, pero nunca había llovido ratoncitos.

Tal vez esa sea la metáfora que la vida misma andaba buscando. Porque Uribe Vélez no es Bolívar, ni tiene su grandeza ni su visión de Estado. Es el triste protagonista de la serie Matarife, que, cuando entra al Congreso, le llueven roedores.

 

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