“Mil colores para Vegalarga”

Esta iniciativa, creada por Edwin Rodríguez, se encarga de cambiar las balas por pinceles y les imprime vida, a través de la pintura, a las fachadas de las casas de las poblaciones víctimas del conflicto.

El Espectador
11 de noviembre de 2015 - 03:44 a. m.

La guerra no solo deja a su paso víctimas, dolor y miedo. Tras su llegada, la estética de las poblaciones que son azotadas por ésta también cambia. El gris y el negro se apoderan de las paredes que alguna vez fueron blancas y coloridas y los restos de granadas y cilindros bombas quedan regados en los parques, las calles y los jardines, recordándole a la gente aquellos episodios horrorosos.

Cambiarles la cara a estas comunidades que vivieron en carne propia el conflicto y llenarlas de colores para intentar devolverles un poco de vitalidad y alegría, se ha convertido en la misión de la organización Mil Colores para mi Pueblo, creada por Edwin Rodríguez, uno de los finalistas de Titanes Caracol, en la categoría de Gestos de Paz.

La primera zona que se convirtió en un verdadero laboratorio de creatividad y que cambió las balas por pinceles fue Vegalarga (Huila), que ha presenciado 25 tomas guerrilleras en la última década y de donde es oriundo Rodríguez. Un grupo de artistas, cineastas, grafiteros y escenógrafos capacitaron a los lugareños en temas como estética, identidad, herramientas reciclables y teoría del color. Así, lograron transformar 190 fachadas de sus casas con sus propias manos.

Algunas problemáticas como las tomas guerrilleras, la desmovilización y el desplazamiento forzado se vuelven temáticas para plasmar en las paredes. “La idea es fomentar la apropiación de los espacios y que no vuelvan a incurrir en patrones de violencia”, explica Rodríguez.

“Edwin llega con este proyecto y todo cambia, la gente se mete en el cuento de pintar las casas y llena de alegría, con trabajo colectivo”, afirma Marina Bahamón, habitante de Vegalarga.

A este municipio le siguieron Puerto Rey (Bolívar), con 200 casas pintadas; San Luis y Zipaquirá (Cundinamarca), con 490 viviendas, y Algeciras (Huila), donde se pintaron 490 fachadas. Este último pueblo no solo les dio vida a sus calles con colores, sino que logró unificarse y cerrar una brecha imaginaria que durante años marcó una rivalidad entre los habitantes de Paraíso Nuevo y los de Paraíso Viejo.

“Mi mayor alegría es saber que gente que no se saludaba y no se hablaba, a través de un proceso de pintura ahora se habla y cuenta una nueva historia”, dice Rodríguez. Su labor ha logrado, entre otras cosas, que familias desplazadas vuelvan a sus territorios y que los turistas se interesen por conocer más de la historia de los pueblos a través de sus viviendas.

Ana Varón, otra huilense, reconoce que esta iniciativa se ha convertido en un renacer, “un volver a acordarnos de que somos vecinos y que debemos integrarnos. Las paredes de mi casa cuentan que hay esperanza para este pueblo, oportunidad de salir adelante, que cada día que nos levantamos es un día nuevo”.

Cantantes, actores y presentadores de televisión han colaborado en campañas para recaudar fondos a través de subastas y eventos. Así como también ha colaborado el sector privado. El sueño es seguir llenando de color y que el color sea una excusa para seguir hablando de paz, reconciliación y memoria.

Por El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar