Entre el caos y la esperanza

En el cementerio, centenares de personas se aglomeran para identificar los cuerpos de sus familiares muertos. En las afueras del hospital, otras esperan noticias alentadoras. Temen una nueva arremetida del río.

Hans Vargas Pardo
02 de abril de 2017 - 11:46 p. m.
Sobrevivientes de la tragedia alojados en un albergue  temporal, en Mocoa. / Gustavo Torrijos / El Espectador
Sobrevivientes de la tragedia alojados en un albergue temporal, en Mocoa. / Gustavo Torrijos / El Espectador
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

La carrera 9ª, la misma que se convierte en la vía que comunica a Mocoa con Pitalito, ha pasado a ser la ruta de refugio para los habitantes que lo perdieron todo en la noche del 31 de marzo, cuando tres ríos se salieron de su cauce e inundaron la capital de Putumayo, donde 17 de los 40 barrios del municipio resultaron afectados. (Vea: Mocoa, el día después de la tragedia).

Las casas, los establecimientos comerciales, talleres de mecánica, discotecas e incluso la parte externa de la estación de Policía sirvieron como nuevo hogar para los afectados. La tarde del sábado comenzó a caer y llegó la noche llena de incertidumbre, sin energía y sin agua. (Lea: Van 210 fallecidos en Mocoa, Fiscalía ya identificó 170 cuerpos).

Desde esta parte de Mocoa se podía observar el movimiento oscilante de cientos de pequeñas luces. En el centro de la tragedia —en las calles 11, 9ª, 8ª y 7ª—, en los barrios San Miguel, Progreso e Independencia, las únicas fuentes luminarias provenían de las motocicletas, los carros y de algunas plantas alimentadas con gasolina suministradas para encender unas cuantas bombillas. Es más, muchos habitantes sólo se nutrían de los destellos de las luces de los medios televisivos de comunicación que están en la zona.

Otros focos de luz alumbran varios caminos, por los que transitan personas que desean huir de Mocoa y se encuentran con un grupo que viene de otros municipios en busca de sus familiares y amigos. “No hay carretera y hay que ganar tiempo”, dice un hombre con dos maletas en sus hombros.

(Galería: Así vivió Mocoa el segundo día de la tragedia)

La noche es larga, espesa, y más cuando no se tienen mayores datos de lo que ha pasado con los familiares. Doña Alba Guzmán así lo siente. Según uno de los médicos del hospital José María Hernández, esta mujer de unos 45 años no ha dejado de llorar, pues aún no le han entregado el cadáver de su hijo y no sabe el paradero de uno de sus sobrinos. La mujer camina de un lado para otro y luego de muchas horas desfallece rendida en un rincón de la entrada al hospital. Dos mujeres están a su lado, la consuelan y le dan algo de comida.

Una noche amarga

Más que la falta de luz, de comida, de agua —que llega en carrotanques— y de otra cantidad de carencias, la noche del sábado en Mocoa tenía un olor a incertidumbre. Luis Gutiérrez, uno de los bomberos del municipio, señala que los habitantes no se fueron a dormir a sus casas. “En los barrios que no resultaron afectados, las personas permanecieron afuera de sus residencias, esperando, pues dicen que nada les asegura que los ríos no se vuelvan a enfurecer”.

Entre tanto, aunque las autoridades suspendieron en las horas de la noche las labores de búsqueda y rescate, por las condiciones de tiempo, algunos habitantes provistos de linternas proseguían la búsqueda. Antonio Cifuentes, un habitante del destruido barrio San Miguel, dijo que no perdía la esperanza. “Es que hay que ver si se salvan las cositas. Cómo es eso que nos vamos a quedar sin nada. Ese lodo tiene que ceder”.

En este barrio permanecen el campero marca Suzuki de color gris y el Chevrolet Spark GT de color verde, los mismos que aparecen en las imágenes de los noticieros de televisión. Sin embargo, nadie sabía nada de sus dueños. “Lo que pasa es que esos carros se los trajo el río hasta esta parte y terminaron estrellándose con las rocas que dejaron las aguas”, afirma un miembro del grupo de rescate de la Defensa Civil.

Precisamente esas piedras gigantes, que desde el cielo parecieran el producto de una lluvia de meteoritos, son la otra preocupación de los habitantes, pues dicen que la reconstrucción de la zona se va a demorar mucho. “Para eso tienen que meterle maquinaria bien pesada y destruir la piedra, porque de lo contrario, en donde se dejen, pueden ocurrir otras tragedias”, señala otro residente del sector, quien sólo se identificó como Fabio.

El alcalde de Mocoa, José Antonio Castro, tampoco durmió. Fuentes gubernamentales y de Policía dan cuenta de que el funcionario estuvo recorriendo, una y otra vez, los albergues temporales en los que se aloja a la gente, a niños, ancianos y hasta animales rescatados de entre el “mar de lodo y piedras”.

Hacia las 4:00 a.m. otro grupo de bomberos regresa a su cuartel. Cansados, con las ropas fragmentadas, comentan que esperan a las otras unidades prometidas por el Gobierno, las cuales darán un gran apoyo. “De Cali viene un grupo. Otros, del Huila, ya están haciendo presencia y dicen que muchos más van a ayudar. Los necesitamos”, dice Alberto Marín, un voluntario que sólo atina a lavar su cara en una cubeta de agua. “Ya me puse las dos camisas que tenía. Me toca usar la misma de ayer pues las otras que teníamos las entregamos a la gente, que no tenían ni con qué arroparse”.

En la madrugada también estaban rotando varias listas con los nombres de los menores de edad bajo la custodia de la Policía. Son cerca de 80 que al momento de la tragedia no estaban con sus padres o fueron rescatados de las aguas.

“Estamos brindando la ayuda necesaria a estos niños y esperamos que sus familiares puedan venir hasta este lugar para reclamarlos. Hay algunos menores que tienen familiares en otras poblaciones. A ellos es que hacemos el llamado”, destaca un funcionario de la Gobernación del Putumayo.

En el cementerio, a las 5:00 a.m., decenas de personas empiezan a hacer fila. La razón: identificar a los familiares que fallecieron y cuyos cuerpos serán entregados en el trascurso del día. “De mi casa se escaparon sólo mi sobrina y yo. Los otros miembros murieron. Esperamos que los podamos encontrar en este sitio, porque ayer en la morgue no nos dieron razón alguna”, señala Óscar Rodríguez.

Por Hans Vargas Pardo

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