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Pocos recursos para la cultura de Cundinamarca

Entre el comején y la burocracia sobreviven las casas de la cultura del departamente. Algunas, sin embargo, han alcanzado logros internacionales, como la banda municipal de Nocaima.

Paula Santana
31 de mayo de 2012 - 10:17 p. m.

El comején, ese insecto que se come la madera hasta dejarla como una cáscara hueca, invadió los soportes de la cubierta de la biblioteca municipal de Tibirita, al noreste de Cundinamarca, que funciona en la Casa de la Cultura José Ramón Saboga. Cientos de libros, cuatro computadores, una fotocopiadora y otros aparatos electrónicos que hacen parte de la dotación, se deterioran bajo el polvo y los residuos. Para Martha Martín, coordinadora de cultura, “el frío y el riesgo de que el techo se les caiga encima, ahuyenta a los visitantes, que toman los libros y salen corriendo”.

Las casas de la cultura, instituciones estratégicas creadas para promover la participación comunitaria y poner en marcha procesos de formación artística y cultural, deben responder a las necesidades de su territorio.

Aunque en Tibirita la escuela de formación en música se mantiene viva gracias a los 50 niños y jóvenes que pertenecen a la banda sinfónica, el Plan de Desarrollo presentado por el alcalde Gonzalo Rojas Calderón demuestra que “el 95% de los jóvenes del municipio opinan que no existen actividades constantes, ni el espacio adecuado para su sano esparcimiento”, y “el 75% de la población adulta afirma que la pérdida de identidad es uno de los problemas más graves”.

En la mayoría de los casos, las necesidades de las casas de la cultura en el departamento de Cundinamarca superan el presupuesto asignado por la Alcaldía Municipal correspondiente. Con los cerca de $55 millones que recibe anualmente el sector cultural en Tibirita por asignación directa, apenas se alcanzarían a cubrir los gastos de la restauración de la casa.

En el municipio de Arbeláez, ubicado a una hora y media de Bogotá, 60 hombres del frente 42 de las Farc, armados con cilindros de gas y granadas, atacaron las instalaciones de la Alcaldía, del comando de Policía, de Bancafé y de la Casa de la Cultura, el 19 de junio de 2001. Aunque la reconstrucción de la edificación encontró apoyo en la asesoría técnica del Ministerio de Cultura y en los recursos donados por la Red de Solidaridad, la obra, diez años después, todavía está por terminar.

Según un diagnóstico publicado en 2009 por el Ministerio de Cultura, que sirvió de base para formular las políticas vigentes para las casas de la cultura en todo el país, el 28% de las 832 casas encuestadas no conoce el presupuesto que se las ha asignado. Esto refleja, según el informe, “que el cargo de director o responsable de esta entidad no tiene autonomía frente a los recursos asignados y, por el contrario, obedece a los intereses del alcalde o de la persona de la que depende”.

Pero no todo son recursos. En Zipaquirá, donde al sector cultural le corresponde cerca del 2% del presupuesto total asignado para este año, Pedro Nel Rodríguez, coordinador de las escuelas de formación artística de la Casa de la Cultura, asegura que la clave está en la capacidad de gestión. “Hay que tener ganas, iniciativa, generar movimiento y lograr que la gente se apropie de los procesos culturales y artísticos”, afirma.

Pese a que el cobro de matrículas y mensualidades no representa mucho dinero para la institución, algunos municipios están avanzando en el proceso de consolidar las casas de la cultura como empresas culturales autosostenibles a partir de la generación de bienes y la oferta de servicios.

En el caso del municipio de Soacha, buscar financiación en el sector privado puede ser una solución. “Se apoya mucho el deporte, pero el presupuesto para la cultura sigue siendo muy reducido, por eso buscamos los recursos en otra parte y encontramos eco en algunas organizaciones que quieren fortalecer esos proyectos en el municipio”, comenta Ricardo Clavijo, director de Cultura, quien espera encontrar recursos para la construcción de escenarios e infraestructura.

Fue a través del apoyo de particulares y de empresas privadas que la Banda Sinfónica Municipal de Nocaima pudo participar el año pasado en el Certamen Internacional de Bandas en Valencia, España, siendo la única agrupación en representación de todo el continente americano. “Nocaima vive, respira con su banda. Cuando nosotros salimos a algún concurso, ya sabemos que hay una caravana de uno o dos kilómetros de carros, y pólvora, y mucha gente recibiendo a su banda. Se apropian de sus logros, porque son los logros del pueblo”, cuenta su director, el maestro Jesús Orielso Santiago.

Para la alcaldesa del municipio, Amparo Garzón Cifuentes, “el 8% del presupuesto reservado para el sector cultural este año es poco comparado con el cerca de 50% destinado a la guerra”. Aun así, la casa cuenta con capacidad de convocatoria y liderazgo para el ejercicio de sus responsabilidades con los procesos culturales de la jurisdicción.

A pesar de que las casas de la cultura en Cundinamarca tienen un impacto positivo sobre la población y el esfuerzo individual de sus líderes comunitarios fomenta el desarrollo cultural, hace falta un marco regulador que dinamice y oriente los aspectos relacionados con su funcionamiento y administración. La mayoría de los gestores detrás de estas instituciones trabajan con las uñas para levantar y sostener el proyecto cultural de sus municipios.

¿Qué es una casa de la cultura?

Según el gestor cultural Jairo Castrillón, “las casas de la cultura son instituciones municipales orientadas al fortalecimiento de la cultura de las comunidades desde procesos de pedagogía social”. Son espacios de participación ciudadana que protegen las expresiones culturales heredadas y heredables, la creación y producción de nuevas expresiones, el diálogo de las diferencias y diversidades y la formación no formal e informal. Las casas de la cultura se entienden entonces como entidades responsables de liderar los procesos culturales de su jurisdicción.

Por Paula Santana

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