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Cuando el racismo llega a casa

08 de junio de 2020 - 06:32 p. m.
Luis Fernando Castillo, conservacionista afrocolombiano.
Luis Fernando Castillo, conservacionista afrocolombiano.
Foto: Archivo Particular

Por: John Edward Myers * / Especial para El Espectador

La imagen me dejó estupefacto. Un policía blanco, Derek Chauvin, con la rodilla sobre el cuello del afroestadounidense George Floyd, esposado, boca abajo, sobre el suelo. La patrulla, que tenía placas de Minnesota, decía "Minneapolis Police". Mientras Chauvin se arrodillaba sobre Floyd, asfixiandolo, el policía mantenía una mano metida casualmente en el bolsillo del pantalón de su uniforme y sonreía levemente.

Minneapolis es la ciudad donde yo nací, donde viví hasta los 18 años y donde hoy en día viven mis papás y mi hermano Tommy. Para resumir mucha historia, de una forma muy imprecisa, lo que hoy en día es Minnesota era antes un gran territorio indígena, predominado por los Ojibwa y los Dakota. Después de varias guerras por el territorio, y una gran cantidad de masacres, Minnesota logró su independencia como Estado en 1858, tres años antes del comienzo de la guerra civil gringa. Durante el transcurso de los años, Minnesota empezó a desarrollarse como un país de Escandinavia, con impuestos altos, poca corrupción, políticas entre progresistas y socialistas, gente amable que dice “you `betcha” (claro que sí) y muy poca diversidad étnica.

La demografía empezó a cambiar después del movimiento de los derechos civiles y con la llegada de poblaciones afros y latinas de otras ciudades industriales del norte como Detroit y Chicago. Luego, Minneapolis, y en especial su área metropolitana, empezó a recibir grupos de refugiados políticos de Laos, Somalia, Etiopia y Eritrea. Digo todo esto para decir que, hasta cierto momento, vivimos con el imaginario y la ilusión de Minnesota como un bastión de multiculturalismo y tolerancia.

Esta ilusión cambió drásticamente, desde el 6 de julio del 2016, cuando el afroamericano Philando Castile fue fatalmente tiroteado por un oficial de la policía después de haber sido detenido en un suburbio de Saint Paul (ciudad gemela al lado de Minneapolis). Durante los años siguientes ha ocurrido una proliferación de eventos semejantes en Minnesota, y el resto del país, tal y como ocurrió en estos días con los casos de Ahmaud Arbery en Georgia y George Floyd en Minnesota.

Días después de la muerte de Floyd, hubo otro incidente en Central Park en Nueva York que involucró a Christian Cooper, un afroamericano, y a Amy Cooper (no relación), una mujer blanca. Según CNN, Amy Cooper estaba paseando a su perro mientras Christian Cooper observaba aves en “El Ramble,” una zona boscosa de Central Park llena de robles que en el mes de mayo es visitada por aves migratorias. Su disputa comenzó porque el perro no tenía correa, algo que va en contra de las reglas del Ramble.

“Estoy tomando una foto y llamando a la Policía”, dice Amy Cooper durante el encuentro. “Les diré que hay un hombre negro amenazando mi vida”.

Christian Cooper grabó este video y lo publicó en medios sociales donde se ha vuelto viral. Durante gran parte del video, él se mantiene silencioso mientras ella le dice frenéticamente a la Policía que él la está amenazando.

“Desafortunadamente vivimos en una era en la que ocurren casos como el de Ahmaud Arbery, en los cuales los hombres negros son vistos como objetivos, dijo Christian Cooper. “Esta mujer pensó que podía explotar eso para su ventaja, y yo no lo iba a permitir”. Amy Cooper fue despedida por su empleador Franklin-Templeton el mismo día del incidente.

Para poder reflexionar y tratar de entender el significado y las repercusiones de estos casos --no solo en mi país nativo sino también en Colombia, que es mi país adoptivo-- busqué a mi amigo y colega Luis Fernando Castillo Cortés.

Conozco a Fernando desde el 2013, cuando comenzamos a trabajar juntos en proyectos de conservación y aviturismo comunitario. Es nacido en la ciudad de Cali, un biólogo orgullosamente egresado de la Universidad del Valle y, por más de 25 años, ha liderado y desarrollado proyectos de conservación enfocados en las aves y sus hábitats. Actualmente, Fernando es el director ejecutivo de la Asociación Calidris que, bajo su liderazgo, se ha posicionado como una de las organizaciones más importantes en el ámbito de la conservación de las aves no solo en Colombia sino a nivel continental. Una buena parte de su carrera ha estado ligada al trabajo en las costas colombianas, especialmente las del Pacífico, en donde están sus raíces. Más que un científico, o un ávido pajarero, Fernando se define como un conservacionista interesado en la búsqueda de estrategias sociales que permitan encontrar un equilibrio entre las actividades antrópicas y la naturaleza.

Aquí esta la entrevista.

¿Cuál fue tu reacción al enterarte de los hechos que rodearon la muerte de George Floyd y tu percepción de los eventos que transcurrieron durante los siguientes días? ¿Cómo te sientes viendo las fotos y los videos de la muerte de George Floyd?

Mi primera reacción fue de asombro al ver las imágenes. Después, una lógica y natural indignación al saber que esta persona había sido asesinada por la acción de alguien que representaba la ley y el orden, pero que abusó de esa facultad. La sensación es de tristeza; no puede ser que se sigan presentando este tipo de situaciones. Es inaceptable, repudiable desde todo punto de vista. Te preguntas ¿hasta cuándo? No solo hasta cuándo estas personas abusarán de su poder y de la fuerza, sino, ¿hasta cuándo vamos a tolerar que esto siga sucediendo en Estados Unidos, en Latinoamérica, en Colombia? El trato discriminatorio es algo que se sigue dando, no solo basado en el color de piel o etnia, sino también por otras condiciones tales como clase socioeconómica, orientación sexual, género o incluso por tus inclinaciones políticas.

Pocos días después de la tragedia en Minneapolis hubo otro incidente racial en Nueva York, en Central Park, donde Christian Cooper estuvo relacionado. ¿Cómo reaccionaste frente a este evento? ¿Te identificas con él?

Fue inevitable pensar en eventos que me han sucedido. Claro, me identifico con Chris. A pesar de vivir en Cali, que es la ciudad colombiana con la mayor cantidad de población afrodescendiente, ser joven, negro, delgado y vestir de cierta forma te perfila como sospechoso de ser un delincuente. Para citar solo un caso, de hace algunos años, una tarde mientras esperaba frente a un banco a que llegara mi madre para hacer una transacción, precisamente en ese mismo banco (ella nunca llegaba puntual a sus citas), el guardia de seguridad llamó a la Policía y me describió como “un hombre negro que estaba afuera y parecía que tenía un arma”. Lógicamente llegó la Policía, me rodearon, me pidieron identificación, me registraron y me preguntaron por el arma que supuestamente yo tenía. No había nada. El asunto no pasó de ahí; ya estando dentro del banco fue cuando supe los detalles de lo sucedido. Son situaciones que te generan rabia y frustración, pero a las que te vas a acostumbrando en parte como mecanismo de defensa para evitar problemas mayores, total sabes que al final el perdedor serás tú.

Mientras tanto en Colombia, en el departamento de Cauca, desde que entramos en la cuarentena han asesinado a más de 30 líderes sociales. Estos actos, que son indignantes,no están generando las mismas reacciones por parte de la sociedad (tanto nacional como internacional.) ¿Por qué? ¿Es porque la violencia contra lideres sociales ya se ha vuelto pan de cada día en Colombia?

La situación con los líderes sociales no es nueva ni solo de la cuarentena; las denuncias se vienen haciendo desde hace ya un buen tiempo. La presión y estigmatización sobre ellos se ha agudizado en los últimos años, siendo más dramática después del último cambio de gobierno. Es vergonzoso, una vergüenza histórica que se suma a otras ya celebres vergüenzas como haber exterminado por completo a todo un partido político de izquierda o haber asesinado a candidatos presidenciales que representaban “una amenaza” para el orden establecido. Lo que viene sucediendo con los líderes sociales es algo que toda la sociedad colombiana debería estar rechazando con vehemencia y que las autoridades deberían haber abordado de manera seria y decidida. Lo más triste de todo es que estos hechos los están haciendo ver (medios de comunicación, autoridades) como “el problema de unas personas que hacen no sé qué cosas en unas zonas rurales del país” o peor aún, como que “algo hicieron para que le sucediera lo que le pasó”, es decir, se terminan justificando de alguna manera los hechos o, cuando menos, minimizándolos.

En los últimos años, la sociedad civil colombiana ha venido en un ejercicio de cohesión en busca de más y mejor democracia, no en torno a un partido político ni de un caudillo que lleve las banderas, sino alrededor de temas estructurales que son los que nos preocupan a todos y por los que pedimos cambios reales: justicia social, salud, respeto por la autonomía de los pueblos, valoración de la naturaleza, bienestar humano y, en ese proceso, los líderes sociales han tenido un rol clave para lograr avances desde las bases mismas, pero con este accionar han confrontado grupos que representan intereses políticos y económicos muy establecidos, en últimas, grupos que representan interés de poder, un poder dispuesto a todo para mantener la forma de hacer las cosas como hasta ahora se han venido haciendo.

Has recorrido un camino largo e importante trabajando para avanzar en la conservación de las aves y la biodiversidad en Colombia durante casi tres décadas. ¿Cómo te sientes en estos espacios (dominados historicamente por hombres blancos) como un líder afrocolombiano? ¿Te sientes solo o como un bicho raro?

Es una interesante pregunta que en mis casi 30 años de vida profesional nadie me había hecho. Evidentemente el campo de la conservación de la biodiversidad es mayoritariamente blanco. Por mi trabajo he tenido la oportunidad de participar en muchos espacios de discusión o de toma de decisión, tanto a nivel nacional como internacional, y normalmente soy el único afrodescendiente que hay, y eso no ha variado en los últimos 20 años. Cambia cuando se trata de espacios mucho más amplios geográficamente como el Congreso mundial de BirdLife, por la participación de África, pero si hablamos de lo nacional, o lo continental, nuestra representación es mínima. Para tener una respuesta hay que hilar un poco más fino y mirar hacia la academia; en los muchachos que estudian biología, ecología o áreas similares la situación se mantiene: afrodescendientes e indígenas son una minoría abrumadora. Lo irónico es que muchas de las áreas de interés para estas disciplinas son precisamente territorios en donde están asentadas estas comunidades.

Para mí la respuestas básicamente es una: exclusión. No porque las universidades no faciliten el acceso a esta población, sino porque esta población es mayoritariamente pobre y la educación es vista como una forma de mejora social y económica; entonces el muchacho que está luchando para llegar a la universidad y que su familia se la está jugando para apoyarlo, termina estudiando una carrera en la que puede tener más garantías de conseguir un trabajo rápido y con un pago aceptable. Si a esto le sumamos que la calidad de la educación durante la secundaria es dramáticamente desigual (si eres pobre o vives en la zona rural) el resultado es que muy pocas personas afrodescendientes e indígenas estudian carreras relacionadas con la conservación de la biodiversidad.

Tratando de conectar los puntos entre los eventos, sus causas principales y las reacciones que han generado, ¿consideras que el racismo es una pandemia para nuestra sociedad? ¿Lo sientes muy presente en tu día a día? ¿Qué hay que hacer para erradicarla? Entre tanta rabia y consternación en estos momentos, ¿ves oportunidades nuevas o razones para ser optimista o estamos jodidos?

Pienso que la discriminación y el racismo no son parte de nuestra impronta como sociedad, pero sí es algo muy arraigado y que se sustenta en un elemento básico que es el miedo: miedo a lo diferente, miedo a perder el dominio, miedo a ceder el poder. Desde luego que hemos avanzado, y se han logrado cambios importantes, pero aún falta camino por recorrer y eventos como los sucedidos en las últimas semanas nos recuerdan eso. Técnicamente hablando, el racismo puede ser considerado como una pandemia ya que cumple con los criterios que la OMS da para estas situaciones: que afecte a más de un continente y que los casos de cada país no sean importados sino generados localmente.

Aunque en Colombia no hemos tenido Ku Klux Klan, eso no quiere decir que no exista racismo, ni que este flagelo no lo hayamos padecido. La discriminación sigue presente, quizás con formas más sofisticas o sutiles; con eufemismos como decir “moreno”, "negrito" o “niche”, o en otros casos asumiendo posturas postizas para alardear de tolerancia y apertura de mente, siendo el padrino del hijo de la señora que arregla la casa o usando turbante y tomando viche durante el Petronio Alvarez.

En nuestro país no hemos tenido buses ni salas de espera que digan “exclusivo para blancos”. No, aquí te dicen con una sonrisa en la cara “el apartamento ya se alquiló, nosotros lo llamamos" o "estamos buscando otro perfil”. Los afroamericanos en Estados Unidos han luchado contra un enemigo visible al que pueden señalar o combatir; aquí en Colombia la cosa ha sido diferente, nuestra forma de ser y de tratar a los demás permite tirar la piedra y esconder la mano, haciendo muy difícil la posibilidad de identificar al autor. En Colombia se burlan e insultan al negro, al indígena o al campesino con palabras y con actitudes, pero celebramos frenéticamente los goles o sus triunfos deportivos. Cantan, bailan y se identifican con su cultura, pero ponen el grito en el cielo el día que su hija presenta a su novio negro o pobre. La discriminación es inconsistente, quizás, pero eso no le quita su crueldad.

La discriminación y el racismo son sinónimo de ignorancia. Hay una frase de don Miguel de Unamuno que me gusta y dice que el racismo se cura viajando. Para mí es una forma de decir que debemos ampliar lo que conocemos y darnos cuenta de que el mundo es más ancho de lo que imaginamos, y que uno de sus mayores encantos precisamente es su diversidad, aunque no todo lo compartamos, entendamos o disfrutemos.

El racismo y la discriminación son problemas frecuentes en todas las sociedades y la colombiana no es la excepción: Es un significativo avance que nuestra Constitución defina a Colombia como un país pluriétnico y multicultural, pero eso es solo letra; se requiere de tiempo, educación, voluntad política y acciones decididas para lograr una sociedad que reconozca y valore esas características.

Las políticas y la educación deberán estar orientadas a prevenir todo tipo de situaciones de racismo e intolerancia, educar en el respeto por el otro y la valoración de la diferencia, fomentar la inclusión de grupos minoritarios o históricamente marginados, mejorar y restructurar el sistema educativo para elevar la calidad del mismo, incluyendo el enfoque diferencial en zonas rurales o marginadas de nuestras ciudades en donde están asentadas mayoritariamente la comunidad afrodescendiente.

¿Qué te gustaría ver que pasara?

Me gustaría ver que, como grupo étnico, avanzáramos en la construcción de liderazgos y objetivos colectivos y que esto redundara en una mayor unión. No es promover un racismo a la inversa, es abogar por la búsqueda de un reconocimiento que permita visibilizar la deuda histórica que existe con el pueblo afrodescendiente y el importante legado que este ha hecho a la nación, más allá del consabido cliché de ser buenos deportista o bailarines; esto es algo que solo nosotros mismos debemos procurar, porque de otra forma no va a suceder.

* Politólogo, conservacionista y escritor estadounidense. Actualmente es el Director de Innovación Social de Conservación Internacional Colombia.

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