Solángela Chacón, el poder del liderazgo

Hoy es el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Historia de una defensora de los derechos Lgtbi y fotos del “performance” de mujeres trans contra la violencia de género.

César A. Marín Cárdenas*
17 de mayo de 2020 - 01:00 a. m.
Con la escuela de fútbol Se Vale Soñar, Solángela ayuda a 40 niños y jóvenes en condiciones de vulnerabilidad. / Cortesía
Con la escuela de fútbol Se Vale Soñar, Solángela ayuda a 40 niños y jóvenes en condiciones de vulnerabilidad. / Cortesía

Solángela Chacón recuerda que a los nueve años, cuando vivía en Río de Oro, Cesar, le encantaban el trompo y las canicas e ignoraba a las muñecas. Muy pronto se empezó a preguntar por qué le llamaban la atención las niñas y no los niños. “Era una persona muy conservadora, católica, y era como si me cuestionara por qué me gustaban las personas del mismo sexo”, dice Solángela. No se conformó: “Por ahí dicen que para uno saber si le gustan las peras o las manzanas debe probar ambas cosas, y al hacerlo me gustó más con una mujer”.

En el municipio la señalaban por su orientación sexual. “A mi madre le hacían comentarios como ‘su hija, la machorra’. Tuvimos momentos de lágrimas y soledad por lo que decía la gente. En ocasiones, me iba sola a un cerro cercano al pueblo y me preguntaba por qué nací así, por qué soy así, por qué la gente me rechaza”. Otras mamás hacían que sus hijos le retirasen la amistad a Solángela. “Había mucha homofobia”, indica.

Al terminar el bachillerato, se desempeñó durante dos años como inspectora de Policía en un par de corregimientos. “Si tenía alguna novia, me tocaba a las escondidas porque, si no, le llegaban los chismes a mi familia; soy una persona sensible y no me gustan que me señalen ni que me hagan matoneo”. En 1995, cuando acabó aquel contrato, cansada también de los comentarios, decidió buscar nuevos horizontes en Bucaramanga. “Llegué al barrio José Antonio Galán, vía Chimitá, y empecé a empacar mora en la central de abastos. Por años, trabajé de dos de la madrugada a diez de la mañana, lo que agradezco porque me sirvió para mi alimentación y sustento”.

Y llegó el amor. Conoció a Ruby, su “piedra preciosa”, con la que lleva quince años de convivencia. “Ella tiene tres hijas y cuatro nietos, es una persona maravillosa, hermosa, humilde, un gran ser humano y la amo con toda intensidad”.

El desplazamiento forzado

Como cualquier pareja enamorada, en 2009, Solángela y Ruby viajaron a Río de Oro para que esta conociese sus raíces y al resto de la familia. Por poco les cuesta la felicidad. “Como ella es muy bonita físicamente, los integrantes de un grupo armado se enamoraron de ella y querían llevársela. Nos tocó salir literalmente corriendo de allá. Incluso en plena carrera Ruby resbaló por una pendiente con sus niñas y se lastimó las rodillas”, recuerda Solángela. “La situación fue tan delicada que nos fuimos directamente hacia Bogotá, porque decían que esas personas nos estaban siguiendo hasta Bucaramanga”.

Regresó a la Ciudad Bonita cuatro años después, con la mala fortuna de que una hija de Ruby presenció un infame episodio de violencia contra un familiar. Las amenazas no demoraron: “A las diez de la noche tocó salir para Bogotá, empacamos algunos alimentos en unos costales y arrancamos dejando cerrada la casita”. Cerca de un año duraron desplazadas en Bogotá. De esa época, agradece a la Unidad para las Víctimas por la terapia psicológica que le brindó a la niña de Ruby, afectada fuertemente por los recuerdos. Superada esa etapa y con los miedos endosados a Dios, volvieron a la capital santandereana.

Liderazgo y trabajo por los vulnerables

Allí conoció a una persona que, además de saber su historial de desplazamientos y otros agravios, vio en Solángela condición de líder. “Usted es lesbiana, ¿cierto? ¿Le gustaría representar ese enfoque en las mesas de participación de víctimas? ¡Tienes aptitudes, dale!”, le dijo su amiga. Al ver esa fe que depositaba en ella, Solángela vio la oportunidad de desclavarse del alma todos los señalamientos: desde 2015 ha sido elegida como representante de las mesas local de Bucaramanga y departamental de Santander.

“La Mesa Departamental de Víctimas de Santander es una de las que más hace incidencia a nivel nacional; soy defensora de derechos humanos y, por consiguiente, de los derechos de nosotras las víctimas. La experiencia acá ha sido muy importante, porque puedo desplegar mi capacidad de liderazgo y ponerla al servicio de los sobrevivientes del conflicto”, explica. Desde muy niña, Solángela tuvo espíritu solidario. “Siempre le daba la mano al más necesitado. Si tenía una manzana y había personas con hambre, yo la compartía; mi sensibilidad con los más vulnerables ha sido de siempre”, agrega.

Por eso, en 2014 creó la escuela de fútbol Se Vale Soñar, en la que cuarenta niños y jóvenes que no han podido ir al colegio o al filo de caer en las drogas se entrenan y compiten en torneos locales y regionales. “Hemos edificado la escuela de a poquito, pidiendo colaboración de balones allí, de mallas en otro lado… en fin, ha sido una lucha ardua para mantenerla en pie, pero todo eso vale la pena, porque estos niños necesitan ocupar su tiempo libre y qué mejor que a través del deporte”.

Con el orgullo y la alegría de servir a los demás, muestra el currículum de la escuela: dos subcampeonatos, varios trofeos, uniformes y reconocimientos. “Soy la directora técnica, formo la alineación antes de cada partido, dirijo desde la línea del campo y hago los cambios cuando el partido lo requiere”. Solángela también se la juega por El Sol de la Diversidad, una fundación que trabaja por niños en condición de vulnerabilidad, la comunidad Lgbti y personas mayores

A sus 54 años vive amañada en Bucaramanga, capital de un departamento que dio a luz a Manuela Beltrán y Antonia Santos, heroínas que lucharon por la libertad de una nación. “Esta ciudad es de mente muy abierta; no falta de pronto alguno que otro homofóbico, pero en términos generales la gente es respetuosa de la orientación sexual de las personas”.

Por el momento, la venta de arepas ocañeras y un negocio de bebidas, que atiende con su pareja, jalan la economía en esta época de pandemia. “Los ingresos han bajado bastante, pero seguimos adelante y esperamos continuar con nuestros emprendimientos”. Solángela seguirá luchando por su gran proyecto: un comedor comunitario para dar alimentación gratis a los niños de su barrio. Lo buscará de la mano de su amor Ruby, quizá sin darse cuenta de que, para muchos a su alrededor, se han convertido en heroínas de su propia vida.

*Periodista de la Unidad para las Víctimas.

Por César A. Marín Cárdenas*

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