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Támesis es Antioquia y Colombia

Una revisión de la novela 'Mi hermano el alcalde', de Fernando Vallejo.

Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador
13 de agosto de 2013 - 04:34 p. m.
Fernando Vallejo. /Archivo
Fernando Vallejo. /Archivo

La mejor crónica electoral que he leído se llama 'Mi hermano el alcalde' (Alfaguara), una de las novelas autobiográficas del escritor antioqueño Fernando Vallejo. Un retrato tragicómico de las costumbres políticas de este país. La obra está inspirada en Carlos, un Vallejo de fina estampa, generoso con los pobres y defensor de sus causas hasta pasar por "güevón".

En la vida real fue la primera autoridad del municipio de Támesis, Antioquia, por elección popular entre 1998 y 2001. En la ficción su historia se aplica a cualquier país, a cualquier departamento, a cualquier pueblo, a cualquier candidato. El pueblo que Vallejo dibuja en su libro, mal llamado Támesis porque es el nombre "de un simple río inglés que pasa por Londres", está encumbrado en las montañas; lleno de cafetales, platanares, naranjales y limonares; tiene una veintena de cascadas pedregosas y lo sobrevuelan aves de todos los colores. El escritor dirige un escuadrón de 200 loros verdes a través de los cuales describe la región, mientras van pregonando ¡Carlos! ¡Carlos! ¡Carlos! y puteando a terratenientes, mafiosos y guerrilleros como 'Tirofijo' que terminan bañados en mierda verde. Después !vinieron los paramilitares y les dieron chumbimba".

La Cascada es la finca que los Vallejo heredaron de don Aníbal Vallejo Álvarez, quien llegó a ser ministro y levantó los colegios y escuelas de la región sin que ninguna lleve su nombre. Fue amigo del "caudillo de los caudillos, el dios del Partido Conservador", Laureano Gómez. Así se llama la ascendente avenida principal de Támesis, por la que izan en 1998 a Andrés Pastrana, que va a lanzar allí su campaña a la Presidencia de la República, a prometer lo que no va a cumplir. "Se creía la paloma de la paz y terminó convertido en mierdita de paloma". Lección: "La democracia es una puta, el electorado una puta. Támesis otra, Colombia otra más".

Como a todo político a Carlos Vallejo "lo ataca el dengue del poder", abandona los cafetales de su finca a la suerte del mayordomo, de las fiestas, de "la roya y la broca, que son como el Partido Liberal y el Partido Conservador en Colombia", para convivir con "la era de la promiscuidad política". Recorrió el pueblo palmo a palmo, "vereda tras vereda tras vereda, promesas tras promesa tras promesa… promesas, promesas y promesas a raudal como espuma de las cascadas, que bajaban riéndose":

-¡Jua, jua, jua, jua!

Se vale de los favores de su amigo el párroco, del concubinato de la iglesia con la política para ganar indulgencias y devotos a punta de sermones y rezos en latín. El único candidato a alcalde del mundo que habla en latín y domina el púlpito. Todos le prometen su voto, desde tenderos, carniceros y verduleras hasta vagos, borrachos, marihuaneros, rateros y cuchilleros, que en la trama simbolizan la violencia de este país. Y no paran de pedirle plata: "Présteme, dotor, diez mil pesitos que estoy muy necesitado y tengo una mujer con siete hijos y esperando mellicitos y yo voy a votar por vusté", le decían con tufo de aguardiente. "Y el pobre Memo –el compañero de Carlos y alcalde cívico que hizo campaña con él- sacaba de una chuspa colgante de hippie que llevaba repleta de billetes de diez mil pesitos para lo que se ofreciera, uno p`al borrachito".

En campaña La Cascada es arrasada. Sólo queda el rastro de la chusma, excremento electorero y vómito de borrachos. "Papi (don Aníbal), qué bueno que te moriste y no viste en lo que quedó convertida tu finca. En el portón, donde empieza el camino de entrada al paraíso, rezaba en mármol el nombre de un sueño, La Cascada; el pueblo vil le cambió con un cuchillo la ese y la ce internas por una ge y leyó ahí nuestra deshonra y su obra: 'La Cagada'".

Carlos se vale de promesas como el "Megaproyecto Integrado de la Cuenca de Río Frío y del Distrito de Riego más grande del Centro de Colombia", con el que Támesis iba a generar diez mil empleos, e iba a venderle electricidad a Centroamérica y el Caribe. Como la iluminación con faroles de bronce antiguos, dejando un trecho a oscuras para que los enamorados se pudieran besar, el último tramo de la carretera para llegar al pueblo y que se llama Pensadero. Se deja tentar por "el calor convenenciero de la política", recibe besos de Judas. "Beso de político colombiano es picadura de araña, ponzoña de alacrán". "Los políticos colombianos son por esencia irreductibles traidores, y el electorado igual".

Lo comprueba en campaña cuando después de que se lo beben en La Cascada, se derrumba de un 90 por ciento de intención de voto en abril hasta la inminencia de la derrota el día de las elecciones, el último domingo de octubre, entre el día de brujas y el de los muertos. Los politiqueros profesionales falsifican planillas, compran jurados, logran que la gente vote dos veces. Pero Carlos, iluminado tal vez desde el monte de Cristo Rey, acude a las prostitutas, las monjas y los finados: "De no ser por esas sufridas y santas mujeres y el voto de los muertos mi hermano no habría llegado", cuenta Fernando Vallejo. Tras el conteo en las 38 mesas, gana de milagro. Logra 1.753 votos contra 1.703 de su oponente Alirio Hincapié. Apenas por 50 sufragios, incluido el voto de su fallecido padre.

-Irresponsable, descarado –le increpaba una de sus tantas hermanas-, conque sacando a papi a votar en unas elecciones fraudulentas.

- ¡Y qué! –respondía Carlos-. ¿Voy a dejar desperdiciar su cédula?

En uno de los muros blancos del cementerio de Támesis aparece pintada la siguiente frase: "Muerto: no dejes que otros decían por ti, vota". Firma la "campaña carlista". Vota hasta el médico partero que recibió en este mundo al propio candidato cuando nació.

Después, da fe el novelista, Carlos Vallejo actuó siempre "con la honradez que nos heredó mi padre". Intentó establecer sus propios mandamientos políticos de moralidad pública contra los mandamientos reales de la política, con los que ironiza Vallejo sobre la mala madre que es Colombia: "Cuando lleguen al poder embólsense lo que puedan y gástenselo en lo que sea: en putas, en yates, en compact discs. El que se haga elegir para bien del prójimo y no para el propio es un güevón. No te hagas elegir si no vas a robar, pendejo. Y que el pueblo trague polvo y coma mierda".

Esa lucha le cuesta caro a Carlos, el alcalde. Que si no lo mataba la guerrilla, lo mataban los paramilitares, que si no lo mataban los paramilitares lo mataba lo que quedaba del cartel de Medellín. No lo mataron por poco pero lo agobiaron con 150 tutelas. Ganó 143 y perdió siete. Le figuraron cuatro semanas de cárcel en el Comando de la Policía.

No construye la megahidroeléctrica, porque el gobierno nacional de Pastrana nunca cumple con la financiación, pero "a pesar de la maledicencia pueblerina, ha sido la mejor alcaldía que ha tenido pueblo alguno…". "Y ese ha sido el mayor aporte de mi hermano a Támesis, su mensaje moral, su lección, por sobre la hidroeléctrica misma y el mercado de abasto y las diez escuelas y llevar los computadores al pueblo y la reubicación de los vendedores ambulantes y la purificación del Río Claro y el asfaltado de la carretera y la iluminación de la carretera y la remodelación de la plaza y del cementerio". Támesis con sus casas de dos pisos de balcones de chambranas y sus tejados bermejos vuelve a ser un pueblo hermoso.

En 'Mi hermano el alcalde' Carlos termina quebrado y enfermo hasta que muere – en la vida real está vivo-. En La Cascada se robaron hasta las bacinillas bajo los catres. Los campesinos siguen igual o peor de pobres. Los ambulantes se toman de nuevo la plaza principal. Los politiqueros profesionales, “mamones de la teta pública”, "burgomaestres de pacotilla, alcaldes de la ilusión", vuelven al poder. Paras y guerrilleros siguen dándose bala, los mafiosos atesorando tierras.

Fernando Vallejo, el hermano novelista, pone en venta lo que queda de La Cascada y termina: "¡Pobre Colombia tan pobre aunque tan democrática!". "Colombia, mamita, no vas para ninguna parte. Eres un sueño vano, las ruinas de nada, un Támesis grande".

¿Realidad o ficción?

Por Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador

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