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Tiendas comunitarias, la apuesta de alivio económico en Altaquer

Camilo Pardo Quintero / cpardo@elespectador.com
03 de junio de 2020 - 02:00 a. m.
En esta zona de Barbacoas viven 800 personas, divididas en indígenas awá, campesinos y afros.
En esta zona de Barbacoas viven 800 personas, divididas en indígenas awá, campesinos y afros.
Foto: Archivo particular

Barbacoas, Nariño, un municipio a menos de tres horas en carro de Pasto y muy cerca de Tumaco y de la frontera con Ecuador. Es un lugar privilegiado por su ubicación estratégica. Es una zona de suelo fértil y de comunidades pequeñas, pero con lazos sociales profundos que se han fortalecido en medio de las tragedias que les ha dejado el conflicto armado y compartiendo la sensación de que han estado históricamente marginados de las políticas departamentales y nacionales y del desarrollo socioeconómico.

Los habitantes del corregimiento de Altaquer, por ejemplo, una zona rural habitada por más de 800 personas entre campesinos, afros e indígenas awá, tuvieron que ver durante años cómo su territorio se convertía en campo de batalla por las constantes incursiones paramilitares y la presencia de la columna móvil Mariscal Antonio José de Sucre, de la antigua guerrilla de las Farc. Los grupos no son ahora los mismos, el conflicto ha mutado y ellos, los pobladores, siguen en la batalla de tratar de sobrevivir en una realidad que se transforma cada día y trae hoy nuevas preocupaciones.

Con una crisis sanitaria y una pandemia que ha exigido cambios profundos en el mundo entero, los habitantes de este corregimiento nariñense han encaminado sus esfuerzos en luchar contra el hambre a través del trabajo colectivo. Por eso crearon, desde la dirección de la Junta de Acción Comunal (JAC) de Altaquer, en asocio con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las tiendas comunitarias con las que buscan darse una mano entre ellos y dinamizar su economía a punta de solidaridad, variedad y precios que compitan en el mercado.

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Alena García, presidenta de la JAC, cuenta que en Barbacoas, y especialmente en Altaquer, antes de la pandemia dependían casi por completo de las importaciones desde Ecuador que, según sus cálculos, ocupaban el 80 % de sus despensas, entre la venta de huevos, arroz, productos de aseo y pasta, principalmente. “Ahora hay escasez de productos, la frontera está cerrada y nos encontramos en un momento en el que las tiendas de siempre han subido sus precios al doble o al triple. Por tal motivo nació nuestra tienda comunitaria, como un instrumento para mitigar los problemas. Queremos ofrecer calidad, bajo precio y dar nuestro granito de arena a la economía colombiana. Sabemos que se puede dinamizar poco a poco si promocionamos y adquirimos productos propios, que cultivamos acá o en su defecto traemos de Pasto”, enfatizó.

La primera piedra en este proyecto la puso el PNUD con un aporte inicial de $3 millones. A esto se le sumaron otro par de millones que entraron de ahorros particulares de la comunidad y de la JAC. Las tiendas comunitarias han avanzado a tal punto, que en las últimas semanas pasaron su sede de un pequeño salón comunal a orillas de la carretera, a una casa mejor establecida que cuenta con internet satelital.

Para Javier Pérez Burgos, gerente nacional del área de Reducción de Pobreza e Inequidad del PNUD, las tiendas comunitarias no solo ayudan en la reducción en los costos de la canasta básica, casi 35 % en las últimas dos semanas, sino que también fortalecen la red de proveeduría que generan estos mercados y aumentan el margen de utilidad (que a la fecha es superior al 3 % en valor neto). “En este orden de ideas, Javier Pérez también agregó que “dentro de Barbacoas pensamos en este proyecto como una iniciativa del plan de acción de los PDET, que es precisamente la reactivación económica. Después del conflicto, estos lugares se pueden convertir en nodos conectores de capacidades de asociatividad y en una excusa para el mejoramiento del saneamiento básico, con base en una mayor generación de ingresos”, detalló Pérez Burgos.

La idea, eso sí, es lograr un mayor apoyo administrativo que impulse de alguna forma el desarrollo económico de la zona. “A largo plazo queremos que la tienda comunitaria sea un pretexto para que la gente se vuelva a conectar con la tierra, las costumbres, y así nuestros cultivos de plátano, yuca, fríjol y chiro nos vuelvan menos dependientes del mercado externo, como el de Ecuador. Pero esto no lo lograremos si el Gobierno no nos voltea a mirar. Nuestra soledad es tal, que desde Ricaurte recibimos más ayudas que del mismo Barbacoas, que supuestamente es nuestra casa”, aseguró Katherin Rosero, gestora social y habitante de Barbacoas.

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Desde la Junta de Acción Comunal han insistido en que no se trata de crear conflictos con el sector de los tenderos, sino que por el contrario, se trata de ver en sus negocios comunitarios una oportunidad para ayudarse entre ellos, sin gastar más de la cuenta. “Esta iniciativa es local, porque queremos incentivar a las personas del corregimiento a perder el miedo y a amar sus propios productos. Después de los años del conflicto la gente ha cambiado y los campesinos retomaron la confianza en su trabajo luego de la firma del Acuerdo de Paz. La gente quiere vender, pero eso no se logra sin un buen trabajo articulado”, aseguró Alena García.

La participación indígena en el funcionamiento de las tiendas comunitarias de Altaquer también ha sido un eje transversal para que este proyecto sea inclusivo y ampliamente participativo. De acuerdo con Aura Melba López, lideresa awá en Ricaurte y Barbacoas, las asociaciones entre mujeres indígenas, principalmente, les han dado un enfoque solidario a estas actividades, en la medida que buscan que un porcentaje cercano al 50 % de las ventas vayan dirigidas a la población más vulnerable dentro del corregimiento: “Nuestra resistencia se evidencia con la alimentación propia; nos sostenemos con nuestros cultivos y con el pollo criollo, pero lo más importante, al finalizar el día, es que sabemos que el producto de ese trabajo servirá para que nos ayudemos recíprocamente”.

Por Camilo Pardo Quintero / cpardo@elespectador.com

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