Durante mucho tiempo colaboré con don Guillermo Cano, aprendí lecciones de honestidad, intercambié ideas, aprecie su firme criterio sobre la libertad de prensa, el respeto por los derechos humanos, su sexto sentido acerca del acontecer nacional, la rapidez al captar la noticia, su desprendimiento, valor, el compromiso de expresar opiniones francas en editoriales y columnas. (Vea el especial 30 años sin Guillermo Cano)
Ese día, como casi todos los días, desde la fecha en la cual decidió que reemplazara en el Consejo de Dirección a don Lucio Duzán, excelente periodista fallecido, en varias ocasiones conversamos telefónicamente, lo encontré inquieto, apesadumbrado por el asesinato de doña Amparo Hurtado de Paz, la corresponsal del diario en Miami, de su esposo y de su pequeña hija de diez años, en tragedia familiar que nos consternó. Él mismo, con respeto, redactó la noticia, la pulió, sopesó cada palabra, se ciñó a la información recibida, le expresé que, en mi concepto, nada debía agregar o quitar, saldría en la mañana siguiente, como ocurrió, solo que ni él ni yo alcanzamos a suponer que sería desplazada por la inmensa de “Asesinado el director de El Espectador” unida a la consigna de “Y seguimos adelante”.
Hacía unos meses había suspendido mis notas porque desempeñaba el cargo de magistrado de la Corte Suprema de Justicia en su reestructuración luego del holocausto. Él, en la tarde, indagó por la aparición de más amenazas a sus integrantes sucedido el asesinato del jurista Hernando Baquero Borda a finales de julio de 1986, preocupado por las mismas. Le dije que no tenía conocimiento de estas, pero como lo consigna el libro Tinta indeleble, aproveché para insistirle en que se cuidara, especialmente en sus desplazamientos. Me anotó: “Solo he recibido una sutil amenaza dentro de mi correspondencia, sin trascendencia. Creo que mi vida no corre peligro”. “Con la delicada situación actual y el editorial de respaldo al presidente Virgilio Barco en apoyo al restablecimiento de la extradición, las amenazas formales sobran”, manifesté.
Desconocía que, en breve, solo e inerme, en su pequeña camioneta Subaru emprendería el regreso a su hogar.
Acompañamos hasta la madrugada a su esposa Ana María, a sus hijos y familiares – dignos y estoicos– en la que fue su oficina. Los mafiosos fueron derrotados, la imagen de don Guillermo crece, su decencia y el recuerdo perduran, las autoridades no lo protegieron. Fue un colombiano bueno, periodista con principios y tradición. Si pensáramos como él, viviríamos en un país más justo e igualitario. Así lo expreso en este artículo conmemorativo.