Un cartel “de postín”: el domingo de toros en Bogotá

Juntar hoy a Sebastián Castella y Andrés Roca Rey en el momento artístico excepcional que viven los dos (al lado de un siempre sorprendente Juan de Castilla) corresponde de manera directa con la jerarquía de La Santamaría, al borde de sus 90 años de historia.

Víctor Diusabá Rojas / Especial para El Espectador
29 de febrero de 2020 - 02:00 a. m.
 Sebastian Castella  / Getty Images
Sebastian Castella / Getty Images

Sin exageraciones, la corrida del próximo domingo en La Santamaría —Sebastián Castella, Andrés Roca Rey y Juan de Castilla, con toros de Juan Bernardo Caicedo— se podría llamar “de postín”. No solo por lo que significa ese término: “lujoso”, “distinguido”, sino por lo que el tal “de postín” vale para el aficionado al mundo del toro bravo.

Y aunque quizás un adjetivo así comience a entrar en desuso, habría que decir que su aplicación no parecería ir bien con todos los ámbitos. Es decir, un Real Madrid vs. Barcelona es “un clásico”, una final de Grand Slam es “estelar”, o un concierto de Joaquín Sabina es “célebre”. Pero solo un cartel de toros puede ser “de postín”.

“Cartel”, en lo taurino, corresponde, como pasa con toda la fiesta, a una larga tradición y a una cuidada liturgia. Cartel es, en los toros, el anuncio oficial de la suma de todos los elementos que conforman el espectáculo como tal. Desde los protagonistas (toros y su procedencia; toreros y sus cuadrillas; autoridades que ejercen como tales y ratifican el carácter legal que tiene la fiesta, aparte del reglamento que ciñe todas sus decisiones) e, incluso, la imprescindible presencia de la banda de músicos y la perentoria compañía del buen tiempo.

En principio, los carteles eran voceados; luego, estampados en papel, terminaron puestos en tapias de pueblos y ciudades. Y casi enseguida, artistas de la época se inspiraron para dibujar sobre esos improvisados lienzos detalles de la fiesta de los toros y de sus entornos, hasta dar lugar a colecciones que hoy, a buena hora, se conservan y se exhiben.

Hoy, quizá por causa de la inmediatez o de exceso de pragmatismo, los carteles responden a otras estrategias, como medios de comunicación masiva y redes sociales. Este es el caso de cada tarde, que tiene su propia importancia, y en especial de aquellas que se pueden poner encima el título de “corrida de postín”. Como la de Castella, Roca Rey y Juan de Castilla, que es “de postín” porque:

Es un cartel capaz de juntar dos concepciones del toreo: la del francés Castella y la del peruano Roca Rey, capaces de decir que lo más importante no es lo que ya cosecharon (que es bastante), sino lo que pueden alcanzar en el futuro inmediato (en un mundo que, como el del toro, no tiene límites).

El uno, Castella, puede mirarse como un fenómeno de vigencia. Durante casi veinte años, desde su alternativa (Béziers, Francia, agosto de 2000) como matador de toros hasta la fecha, el francés se ha hecho lugar en todos los puntos del planeta taurino. Obvio, y para comenzar, en el sur de Francia, no sin que se le deje de exigir. Pero Castella es figura siempre presente en las plazas de primera categoría en España (con Madrid y Sevilla como puntos de partida). E igual se le reclama en México, Perú, Ecuador y Venezuela. Y no menos en Colombia, adonde llegó de niño como novillero para quedarse con lazos que pasan por su propia familia.

Sin embargo, los méritos que traen puesto a Castella para La Santamaría son otros. Este es el mejor Castella de todos los tiempos. Lo vieron Cali y Manizales en sus ferias recientes. Y lo atisbó Bogotá en la primera de abono del pasado 2 de febrero. Definir qué hay en esa versión actual es reunir madurez, firmeza, temple, mando, pausa, sitio, tiempos... y más cosas.

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Solo que eso sería nada más que una serie de facultades sueltas de no mediar algo más importante. Uno, la cabeza para someter, con base en esas capacidades, a sus toros. Y dos, Sebastián Castella se gusta para disfrutar, torea para él y, luego, para los demás. Es en ese punto donde los toreros pasan la línea del simple convencer para entrar en la trascendencia de lo natural. Esos son sus actuales terrenos, para fortuna propia y de quienes van a verlo.

Andrés Roca Rey también es presente. Quizás el de mayor impacto en estos tiempos mediáticos. Por fortuna, no hecho a punta de likes. Lo suyo ha sido cuajado suerte a suerte, toro a toro, feria a feria. Se podría decir que de forma meteórica, si no fuera porque eso se puede prestar para deducir que su campaña de estos intensos casi cinco años (Nimes, Francia, septiembre de 2015) como matador de toros responden más a la velocidad que a la importancia.

Como tampoco se llega a donde se ha sabido poner Andrés Roca Rey en el escalafón (más en el de la trascendencia que en el de los fríos números) a punta de estar en todos lados. Esa simultaneidad tiene una sola razón de ser: hay hambre de verlo. Y hay, enseguida, renovadas ganas de volverlo a ver. Por eso Roca Rey llena las plazas de gente que ya lo conoce bien. Y las llena con nuevos públicos. Con plena seguridad, no hay un torero contemporáneo que haya llevado más gente joven a los toros que él. Que ellos lo vean como un símbolo, ya sea de sus insatisfacciones o de sus ambiciones, tiene un significado para la fiesta, pero no menos para una sociedad que nos mira como un asunto decimonónico. Pero, ¿qué es Roca Rey? ¿Cuáles son las pautas de su revolución?

Roca Rey es, de entrada, un volcán en permanente erupción. E igual sería si hubiese querido incursionar en otra actividad. Desde chico, cuando le regalaron lo que más quería, una becerra para dar los primeros muletazos, no ha parado jamás. De ese motor de afición en procura de la perfección conoce bien su mentor de siempre, José Antonio Campuzano, su maestro y el de otros tantos, aparte de lo que dejó escrito en tinta y sangre en los ruedos donde actuó.

Aunque si de medir el golpe que el torero peruano le ha dado al tablero de la fiesta eso se puede evidenciar, primero, en que hoy es visto por las demás figuras de la época como el hombre a vencer, más aún en la medida en que siempre lo tendrán de por medio en las principales plazas, donde tiene ganado ese derecho. Además, Roca Rey es un torero al que se le puede acusar de haber puesto de acuerdo a varias generaciones, desde las más ortodoxas hasta las más abiertas a la hora de calificar sus expresiones artísticas.

Esa es la oportunidad, la de tener dos figuras, cada uno en su propia cumbre, obligados a hacer eso que también tienen los toros: una rivalidad sin medianías.

Pero falta la liebre, que salta sin aviso. Se llama Juan de Castilla. Valga decir, del barrio Castilla de Medellín. Es el niño travieso que ya, en más de una oportunidad, puesto como cierre de cartel, ha salido a hombros en Bogotá y Medellín, con Ponce y el propio Roca Rey como alternantes. Con todo por ganar, el torero colombiano sabe que esta es otra gran oportunidad de las pocas que se dan e imposibles de dejar pasar.

El cartel “de postín” está hecho, para colgar el “no hay billetes” que tanto llena de orgullo a todas las partes. Y para escribir otro capítulo de gloria en La Santamaría, a punto de sus noventa años de vida, colmada de eso, de carteles de lujo que la hicieron lo que es, la más importante del país y una de las de mayor jerarquía en la América taurina.

Por Víctor Diusabá Rojas / Especial para El Espectador

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