Publicidad

Vida cotidiana en la frontera antes del COVID-19 (a. C)

Renson Said
12 de mayo de 2020 - 12:30 a. m.

Hace tres meses ir al banco a realizar una transacción era engorroso: largas y tediosas filas al sol, a la sombra, bajo la lluvia, significaba perder media jornada laboral y subir el nivel de estrés. Nadie disfruta cuando va a pagar sus cuentas, aunque eso deje algo de tranquilidad. Nadie disfruta descubrir que le sobra mes al final del sueldo, aunque esa sea la condena de Sísifo: cargar sobre la espalda un mes de trabajo para pagar con ese sueldo lo impagable: los servicios suben, el desempleo aumenta, la informalidad estalla. La vida en la frontera antes del COVID-19 (a. C.), no se diferencia mucho de la del resto del país, pero aquí hay un ingrediente que no tienen otras ciudades: el contrabando une a todas las clases sociales de Cúcuta. Porque se puede ser millonario, o pobre, pero todos en algún momento han tenido que comprar o vender gasolina de contrabando. Y el que lo niegue que tire la primera pimpina. O el primer queso, el primer cartón de huevos, la primera libra carne. El contrabando de chatarra es lo único que hace que la dirigencia política del Táchira y Norte de Santander entablen un verdadero diálogo binacional. Un senador de la república de la región ha confesado varias veces que su formación académica se la debe al contrabando, porque su carrera universitaria la financió comprando productos en Venezuela que vendía en Cúcuta.

Un día normal en Cúcuta no comienza cuando sale el sol, sino cuando abren las casas de cambio. Y después de eso, la enorme estufa ardiente de la ciudad lanza sus vapores y su tufo cuando el hombre de la calle camina hacia el banco a pagar sus cuentas, caminando de prisa para no derretirse en la mitad del parque. Y muchas veces, lo que llega a la ventanilla es un charco humano que extiende un recibo.

-¡Qué calor tan arrecho!

Pero así ha sido toda la vida. Nos quejamos del calor, de la fila en el banco, de la fila en el Éxito, en las empresas de servicios públicos. Nos quejamos de los que se quejan porque se quejan. Y de los que no se quejan porque seguramente tienen firmado un contrato con la alcaldía.

Sale el sol, o sea, abre una casa de cambio, y ya hay una queja: o por que abrió tarde o porque no pagan el dólar al precio requerido. Luego viene ese tinto cerrero en vasito plástico del parque Santander que sabe a sudor de buseta, o a neumático licuado. Y si a uno no le da ahí mismo un zangoloteo estomacal, es porque venimos tomando ese pestífero cerrero desde los tiempos de la cometa y ya creamos anticuerpos.

Atravesar el centro de la ciudad antes del Covid era una experiencia extrema. Ir a un bar de la octava era como contener el hipo con una navaja en el cuello. La avenida novena, la calle sexta o el parque Mercedes, esos paraísos artificiales de los tiempos modernos constituyen una forma de ver el infierno en primera fila: cadáveres tristes gastando el salario mínimo en pequeñas gotas de amor sucio. Allí la vida se fuma y solo el humo deja huella en la crónica roja.

De noche, al llegar cansado a casa, Tarzán de la selva besa a Jane.

Vida cotidiana en la frontera d.C

Un amigo docente, al que llamaré Ángelo, me cuenta que el confinamiento lo tiene al borde de la locura. Se levanta temprano (como siempre), pero a lavar platos, y mientras los lava, piensa.

— Antes no pensaba — dice Ángelo. Hacía todo de manera mecánica: los informes de la universidad, las calificaciones, etc.

Ahora mi amigo tiene tiempo para ver el noticiero y lo comenta con su esposa. Ambos se indignan por las medidas del gobierno frente al Covid 19 y por el despilfarro de recursos. Aunque le gusta el tiempo que pasa en familia, extraña el trabajo, las clases presenciales y el estrés de la vida cotidiana. Ve con maravilla que el niño creció y es más hiperactivo que antes. Ha notado que su esposa arrastra los pies cuando camina y que a la puerta del baño hay que hacerle un ajuste en las bisagras. El perro se está quedando ciego.

Para Ángelo su hijo de 12 años es el universo comprimido. No sé el nombre del niño porque todos estos años, cuando Ángelo lo menciona, le dice “mi amor”.

— Anoche mi amor me hizo un dibujo.

Y muestra, con orgullo de padre, el dibujo de su amor. Y así ha sido siempre con el niño: mi amor para arriba y mi amor para abajo. El otro día, cuando ya se cumplían dos meses de encierro, llegó a mi casa desesperado. Era su primera salida de pico y cédula, y llegó hablando a mil revoluciones por segundo. Se quejó que su esposa le armó trifulca porque se lavó las manos en el lavadero, mientras ella cocinaba.

— Es que el lavadero me queda más cerca — le dijo Ángelo

— Pero el lavadero no es para eso; vaya al baño

— ¡Me las lavo aquí! — respondió Ángelo

— ¡Entonces no almuerza, cochino!

Y la pelea fue evolucionando hasta que estalló cuando el niño saltó en el mueble y rompió, sin querer, el brazo de madera. Ángelo lo castigó sin televisión y le alzó la voz. La esposa interviene en defensa del niño. Ángelo grita que no lo desautorice. El niño llora. La esposa tiene los ojos inyectados de sangre. Ángelo maldice. La esposa maldice. Los vecinos se asoman.

— Es que ese chino marica jode mucho — me dice Ángelo del niño. Y yo no sé en qué momento pasó de ser “mi amor” a “chino marica”.

Ahora Ángelo ve la salida al banco como un acontecimiento del carajo.

— Voy a pagar unos recibos, ¿necesita que le ayude en algo? — dice con una voz recuperada.

Le digo que no, que yo saldré mañana. Y me doy cuenta lo mucho que el encierro ha cambiado a mi amigo. Antes, él odiaba las filas en el banco, ahora las ve como una oportunidad maravillosa para pensar. Antes, caminar por la calle le parecía peligroso, ahora es un incansable explorador urbano. Antes odiaba ir de compras, ahora se detiene a comparar precios.

De noche, al llegar cansado a casa, Tarzán de la selva descubre que Jane está dormida, que el niño está dormido, que no hay comida hecha en la cocina. Y que alguien escondió el control remoto del televisor.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar