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La vuelta del mundo I

El escritor y sociólogo que mejor conoce el conflicto colombiano reconstruye el surgimiento de las Farc hace 50 años. Hoy, de vuelta a Marquetalia.

Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador
27 de julio de 2014 - 02:00 a. m.
 La vereda de Marquetalia, que Álvaro Gómez estigmatizó como República Independiente en 1962. / Fotos: Cristian Garavito
La vereda de Marquetalia, que Álvaro Gómez estigmatizó como República Independiente en 1962. / Fotos: Cristian Garavito

Al sur del cerro de Pacandé, y a pocos kilómetros de la población de Saldaña, en la vía Espinal-Neiva, está el caserío de Castilla, donde desviamos hacia Coyaima por una vía secundaria a medio pavimentar. Hay trechos destapados y otros que se parecen a las calles de Bogotá. Es una región extremadamente seca y caliente que forma parte de lo que se conoció antiguamente como el Valle de las Tristezas. A mediados del siglo XVII, la Corona española creó los resguardos de Coyaima y Natagaima, que prácticamente desaparecieron durante la República, hasta que las luchas de Quintín Lame y Gonzalo Sánchez, en los años 20, lograron restaurarlos. La violencia de los 50 ensangrentó el territorio al mismo tiempo que se construía el distrito de riego del Saldaña para fomentar el cultivo de arroz, promovido por el Banco Mundial, por iniciativa de Lauchin Currie. Hoy existen en la zona 22 resguardos compuestos por 77 comunidades que suman 45.000 indígenas y se extienden en los municipios de Coyaima, Natagaima, Ortega, Chaparral y San Antonio.

En el pueblo de Coyaima comienza lo que se conoce como la “vuelta al mundo”: Ataco-Planadas-Rioblanco-Chaparral, una región levantada en armas contra los gobiernos de Ospina Pérez y Laureano Gómez, que fue en realidad la verdadera Marquetalia. Uno de sus epicentros más conocidos fue Gaitania y, con mayor precisión, la vereda de Marquetalia, que Álvaro Gómez estigmatizó como República Independiente en 1962. ¿Cómo es este territorio hoy, 50 años después de la ocupación militar por parte del Gobierno y de numerosos programas de recuperación social y económica? La gira comenzó en Ataco, un municipio donde se explota de manera artesanal el oro desde la Colonia y en el cual tienen puestos sus ojos las grandes mineras. La carretera está siendo rectificada y pavimentada por el Batallón Baraya, de ingenieros militares, en el marco de los programas de Consolidación Territorial que desde el gobierno de Uribe se adelantan en zonas guerrilleras. Cuando dos años atrás recorrí la zona, los soldados trabajaban con el fusil al hombro; hoy las obras son adelantadas por obreros civiles del consorcio HV-VNF, contratado por el Ejército Nacional. Un poco más arriba está la Mesa de Pole, donde confluyen los tempestuosos ríos de la cuenca alta del Saldaña: Rioblanco, Cambrín, Neme y Atá.

Las aguas del Saldaña alimentan el distrito de riego –Usosaldaña–, que fertiliza unas 35.000 hectáreas, lo que hace de la zona la principal productora de arroz del país. Desde hace varios años se habla en la región del proyecto Triángulo del Tolima –uno de cuyos impulsadores fue el ministro Andrés Felipe Arias–, que regaría 20.000 hectáreas de las zonas secas de Coyaima, Natagaima y Purificación, la gran mayoría tierras de resguardo indígena. Sin embargo, hay dudas sobre los verdaderos beneficiarios. Para el profesor Ángel María Caballero, los 30 metros cúbicos de agua que se sacarán del río se repartirán inequitativamente: 25 metros para las 8.000 hectáreas de los arroceros y cinco metros para los 12.000 usuarios restantes. Quizá por esa razón el presidente de la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima lo ha llamado el “Triángulo del Despojo”.

La carretera asciende a partir de la Mesa de Pole. Los trechos pavimentados son más frecuentes, la vía, más ancha y mejor señalizada. Al llegar a Planadas, la vegetación es otra: hay bosques de cámbulos –árboles que cambian sus hojas verdes por flores rojas– y parcelas cafeteras en plena cosecha. El municipio es el tercer productor de café del país –68.000 cargas– y fue otro de los epicentros de la guerra del sur de Tolima en los 50. En abril del presente año tuvo lugar un gran debate que enfrentó a pobladores con el Gobierno sobre la función y las verdaderas dimensiones de tres grandes proyectos hidroeléctricos en la cuenca del Saldaña: Hidroeléctrica del Neme, de 190 megavatios; Hidroplanadas sobre el Saldaña, con 50 megavatios, e Hidroandes, sobre el Atá, con 40 megavatios, obras que se sumarían a la que ya está en funcionamiento sobre el río Amoyá. El Gobierno defiende la obra como Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), que le permitiría a la Nación vender Bonos de Carbono a países desarrollados, según el Protocolo de Kioto. Con otras obras ya ha ganado 90 millones de dólares. Representantes de la región mostraron que los diseños presentados por la firma Cinetik S.A.S. eran calcados de otros proyectos. La población se alebrestó y terminó en una enorme manifestación pública de rechazo categórico contra las obras. También se construye, en el casco urbano, un gran aeropuerto que permitirá el transporte por avión de tropas a las bases militares de la región, una de las cuales –la más grande– está al lado mismo de la pista. El aeropuerto está en el mismo lugar donde Jesús María Oviedo, alias General Mariachi, siendo un colaborador del Ejército construyó el primero. Fue el autor del asesinato de su antiguo compañero de armas Charro Negro.

En el caserío Sur de Atá, donde fue fundado Planadas, comienza la trocha que lleva a Gaitania. Es un camino estrecho que en invierno se vuelve un barrizal y en verano un polvero. A medida que sube, los precipicios son más altos y más peligrosos, aunque sean lomas cultivadas con café, muchas sombreadas por cedro cafetero, cámbulo, flormorado, ocobos y guamos, que florecen en distintas épocas del año. Son pocos kilómetros que se recorren en tres horas.

Gaitania fue fundada en marzo de 1920, en un punto llamado San José de Huertas, como Colonia Penal y Agrícola del Sur de Atá, para recluir “vagos y perniciosos”, en particular contrabandistas de aguardiente y tabaco, la mayoría liberales. La colonia tenía una superficie de 2.500 hectáreas en café, fríjol, yuca, plátano y caña trabajadas por los presos para su alimentación. La zona era una selva cerrada, derribada en diez años, condición que atrajo a campesinos de los valles del Magdalena, desplazados por la ganadería y por el cultivo del arroz, y por colonos de Quindío –muchos de Génova, pueblo donde nació Manuel Marulanda– en busca de tierras frescas para el café, por el que se pagaba muy bien después de la Primera Guerra Mundial. Gaitania fue bautizada así en 1949, en honor de Jorge Eliécer Gaitán, y quemada dos veces: una en el año 50, por los chulavitas, y otra en el 53, por los liberales limpios, porque era territorio de los comunes comandados por el Mayor Lister, Charro Negro y Marulanda. El DAS tiene una foto –publicada en el libro de Diego Fernando Flórez, Buscando a Gaitania–, de Pedro Antonio Marín, Tirofijo, con uniforme militar, tomada en el pueblo en ese mismo año. Marulanda es una figura presente en la región. Se recuerda por su puntería, por su voz de mando, por ser un hábil esgrimista de machete, por sus enfrentamientos con Mariachi y porque junto con Charro Negro fueron los únicos que le salieron en unas fiestas al famoso toro el Barcino, de la canción de Villamil, que, por lo demás –cuentan–, no era negro sino atigrado. En Gaitania está también presente entre los colonos viejos el asesinato de Charro Negro, en enero de 1960, hecho trágico que llevó a Marulanda a tomar de nuevo las armas para nunca más dejarlas. Lo cuenta quien lo vio: “Hubo una discusión con tres fieles enviados por Mariachi a matarlo en que Charro decía: ‘Ustedes irrespetan la zona mía’, pero dejó la cosa y bajó a desayunar donde la señora Candelaria. De allí se dirigió a la droguería de don José Joaquín Sánchez y al salir fue atacado. Le dispararon por la espalda con balas de revólver”. Marulanda se refugió en la región formada por los tres ríos que forman el Atá: Guayabos, Yarumales y Támaro, que habían colonizado los comunes desde que Rojas Pinilla ilegalizó el Partido Comunista. “Eso lo tumbamos nosotros e hicimos buenas fincas”, recuerda Jaime Guaraca. Familiares de Tirofijo viven aún en la casa que él compró cuando era inspector de la carretera entre Gaitania y El Carmen, vía al Huila.

Gaitania es hoy un pueblo pujante con unos 12.000 habitantes, de los cuales 1.500 son indígenas nasas. Es un corregimiento de Planadas, aunque después de la Operación Marquetalia, en 1964, fue erigido municipio especial. Es el primer productor de café suave del Tolima y uno de los mayores cultivadores de fríjol. En la vereda El Jordán –donde Marulanda tuvo un comando– se creó hace 10 años la Asociación de Productores de Café Especial (Apcejor), que exporta el grano a Italia, Inglaterra y Estados Unidos, y hoy se vende en todas las tiendas de Juan Valdez. La cosecha de fríjol pasa de 3.000 toneladas anuales. Cada 15 días salen para Bogotá entre tres y cuatro toneladas de queso. Tiene un colegio nacional que se llamó General José Joaquín Matallana, en 1965, y luego Alberto Santofimio Botero. Hay un fuerte de la Brigada Móvil N° 8, perteneciente a la Fuerza de Tarea del Sur del Tolima, y una estación de Policía en la plaza principal. Hace un año fue hostigado el Ejército por las Farc. El corregimiento forma parte de la Zonas de Consolidación Territorial, que es una versión de la acción cívico-militar puesta al día para recuperar la soberanía y llevar a cabo proyectos de desarrollo. Es un instrumento de la guerra psicológica y por eso las obras siempre quedan a mitad de camino. La administración del organismo es repartida entre empleados civiles y altos mandos militares regionales. En Gaitania se dice que la consolidación se maneja como un semáforo. Al verde pertenecen las cabeceras municipales y los caseríos principales, donde la comunidad colabora con la Fuerza Pública y el Gobierno adelanta programas de desarrollo; al amarillo, las veredas por donde la guerrilla no pasa frecuentemente y se hace infraestructura básica –un aula escolar–, la acera de una calle, la banca de un parque, y al rojo, las veredas donde está presente la guerrilla y el Gobierno castiga porque la gente no colabora. La colaboración es un término para hablar de información de inteligencia. De las 32 veredas de Gaitania, cinco están en semáforo en amarillo, el resto, en rojo. Hay un consenso en los comerciantes prósperos: “Gaitania está hoy a la deriva. La guerrilla ya no tiene autoridad, aunque alguna gente todavía la busca para resolver problemas; la Policía se mantiene en el puesto y los militares salen a patrullar y no se meten con nadie”.

El tiempo y la distancia tienden a formar y a desfigurar la imagen de un lugar determinado del que se ha oído hablar. Marquetalia, por ejemplo, es la imagen misma de la guerra y del terror. Un ultramundo que, desde hace muchos años, yo he querido conocer y mostrar. La Marquetalia de la que poco se oye hablar es un municipio de Quindío al que Charro Negro quiso hacerle un homenaje bautizando con ese nombre el lugar donde desde mediados de los años 50, los comunes establecieron su comando. Pero Marquetalia también fue la región donde operaron las guerrillas del Bloque Sur del Tolima: desde Chaparral, en Tolima, hasta Palermo, Huila; y desde Belalcázar, Cauca, hasta Prado, también en Tolima.

Desde la plaza de Gaitania, Marquetalia es otra cosa: una vereda a donde no llega la línea. Es decir, a la que hay que ir a caballo o a pie. Encontrar quién me consiguiera la bestia y me orientara para llegar a la tan nombrada capital de la República Independiente de Marquetalia no fue fácil, hasta que me topé con el presidente de la junta de acción comunal de la vereda, que me acompañó y me guió, advirtiéndome que teníamos que salir “entre oscuro y claro”.

A las 5 de la mañana estábamos sentados en un viejo jeep ruso que nos llevaría hasta la finca La Arabia, donde nos esperaban nuestras cabalgaduras. Es un vehículo enrazado de tanque de guerra, construido por los soviéticos para invadir Afganistán, que ruge de tal manera que no necesita pito. Con sólo acelerar el motor dos veces el pueblo sabe que el carro está a punto de salir. En ese momento se llena: mujeres con sus criaturas, hombres enguayabados, andariegos buscando engancharse para recoger café, bultos de remesa, pimpinas con gasolina, un par de perros. Cuando el conductor engranó y aquel altar móvil comenzó a moverse con parsimonia, me sentí como debió sentirse Magallanes. Al pasar por la Brigada, que a esa hora tenía todavía los poderosos “reflectores perimetrales” encendidos, el chofer me comentó: “Ahora no están pidiendo recibos y dando permisos porque hasta hace un año todos teníamos que ir con los recibos de compra de cada una de las cosas que llevábamos. Un soldado revisaba la cantidad de sal, de aceite, de cualquier cosa que se llevara, y la chuleaba si era poca y conocida o la retenía si era mucha o no la conocía. Todo quedaba tirado en el piso. Después el comandante firmaba el visto bueno para pasar por el retén, donde teníamos que identificarnos y donde apuntaban la cédula y la hora de salida. Era la hora más que duraba el viaje. Dicen que desde que están conversando en Cuba ya no molestan tanto”.

 

Lea mañana la segunda entrega de esta historia.

Por Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador

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