El Magazín Cultural

“ÁNIMA(L)”

El Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano presenta “Ánima(l)”, una exposición colectiva que nos hace pensar en las diferentes relaciones que se construyen entre los animales y el ser humano.

María Elvira Ardila
29 de noviembre de 2018 - 02:00 a. m.
“666”, de María Alejandra Fajardo.  / Cortesía
“666”, de María Alejandra Fajardo. / Cortesía

El título de la exposición es sugerente por su multiplicidad de lecturas. Por una parte, la etimología latina de ánima hace referencia al alma; por otra, el significado de animal indica una clasificación científica de los seres vivos. Al conjugar ambas posibilidades, la muestra pone en escena opuestos aparentemente irreconciliables y genera un debate creado en la modernidad con la premisa de la superioridad humana frente a los animales.

La propuesta curatorial realizada por Javier Gil, director de Artes Plásticas de la Facultad de Artes, reúne obras de artistas consagrados que interactúan con propuestas realizadas por estudiantes de arte y que son parte de un semillero de investigación. Encontramos obras de artistas como: Beatriz González, Mariana Dicker, José Alejandro Restrepo, Angélica María Zorrilla, Juan Carlos Arias, Boris Terán, Manuel Santana, Andrés García La Rota, Valentina Ruiz, Adriana Salazar, Antonio Diez, Juan Alberto Aguilar, Juan Camilo González, Magaly Rodríguez, María Alejandra Fajardo, Silvia Ramos, María Escolástica Yogari, Natalia Kempowsky, Camilo Perilla, Juan Manuel Parra, José Ruiz, Abel Rodríguez, Juan Sebastián Carvajalino y Laura Barreto.

El planteamiento de la exposición acentúa el antropocentrismo por medio de una aproximación cartesiana, en la que se incorpora el dualismo en la relación del ser humano con los animales. Bajo esta óptica, el hombre pasa a ser el señor y propietario de todas las formas de vida de la naturaleza y se niega categóricamente la existencia del alma de los animales. La versión distópica de esta dicotomía se observa, por ejemplo, en cómo hoy las multinacionales poseen las patentes de genes de especies y microorganismos que modifican a su conveniencia, o las maneras en las que los animales son vistos como máquinas vivientes y autómatas que son explotados, como ocurre en algunos criaderos de pollos, donde estos animales no llegan a divisar ni un ápice de sol durante su corta existencia. Esta distancia entre lo humano y lo animal también se refleja en la concepción del dolor, que se pierde frente a cualquier sufrimiento expresado por un animal. Frente a la enfermedad o el maltrato, los quejidos serían un ruido del mecanismo y no el dolor de un ser viviente. De ahí la necesidad de replantearse ese yo exacerbado y abusivo de la modernidad que sigue vigente.

Javier Gil observa esta dinámica entre lo humano y lo animal de la siguiente manera: “Históricamente, al menos en Occidente, el hombre se ha pensado por encima del resto de lo viviente. Desde ese antropocentrismo, el animal ha sido objeto de clasificaciones y diferenciaciones tendientes a objetivarlo, dominarlo e instrumentalizarlo. La perspectiva dicotómica que opone el hombre al animal se prolonga en otros dualismos, como cuerpo-alma, instinto-razón, logos-phoné, etcétera. Estas oposiciones no solo marcan una escisión interior del hombre, sino un afán de categorizar y jerarquizar lo animal para legitimar su dominio. Desde lo cognitivo, pedagógico, existencial y hasta en el habla cotidiana se incorporan estas posturas. Basta pensar en calificativos como “esa mujer es una perra”, “fulanito es un lagarto”, “no sea animal”, etcétera. La muestra se mueve desde el mito, lo chamánico, lo bíblico, el erotismo y la melancolía, pasando por el maltrato animal, el humor y la libertad. La curaduría rastrea diferentes formas de acercarnos a los animales y nos recuerda el ensayo de John Berger: “¿Por qué mirar a los animales?”, en el que subraya que “El hombre siempre mira desde la ignorancia y el miedo”. Frente a esta perspectiva, es necesario recurrir o generar otro tipo de miradas para revaluar y modificar ese tipo de relaciones jerárquicas. Por ejemplo, las comunidades indígenas proponen una visión mágica y animista entre los seres humanos y la naturaleza para mantener el equilibrio vital. Sin embargo, en el mundo contemporáneo en el que vivimos es probable que sea demasiado tarde para recuperar ese balance, basta ver la estadística de la extinción de muchas especies animales.

Igualmente, esta exposición nos invita a recorrerla desde otra perspectiva: desde la oposición al individualismo y también a pensar que los animales nos miran, muchas veces, con terror, pues somos la especie más hostil de la naturaleza. Mediante las transformaciones en criaturas mitad hombre, mitad animal (tecolote, jaguar, águila, coyote) se manifiesta la habilidad de los chamanes mexicanos de trascender su humanidad y representar e invocar la animalidad. El encuentro con estos seres míticos lo descubrimos en la animación y los dibujos de la joven artista María Alejandra Fajardo, quien recrea el mito cretense del laberinto del Minotauro. En la visión de Fajardo, Ariadna es quien entra al laberinto para fundirse con el ser híbrido y, pacientemente, Teseo la espera con el ovillo del hilo de oro que ella va dejando en el camino. Hallamos también los dibujos de don Abel Rodríguez, el sabio de las plantas, quien pertenece a la etnia nonuya, en el medio Caquetá. Igual, en los dibujos de Confucio Martínez, de la comunidad makurifore del Amazonas, o en los cuentos de María Escolástica, de la comunidad emberá-chamí en Antioquia, en los que podemos observar de manera holística la fauna y la flora presentes en toda su cosmovisión.

En la exposición también localizamos dos obras con referencias bíblicas. La primera es el video de Juan Carlos Arias, quien realiza una edición de filmes en torno al paraíso y sus habitantes: Adán y Eva, la relación de lo femenino con la serpiente, la expulsión del Edén y la domesticación del ser humano fuera del jardín. La segunda es la videoinstalación Tú fe te ha salvado, de José Alejandro Restrepo, en la que el artista toma el pasaje del Génesis en el que Dios le dice a Abraham que vaya a la montaña, llevando consigo a su hijo Isaac y lo sacrifique. Padre e hijo cabalgaron en un burro durante tres días, hasta llegar al lugar de la prueba. En dos monitores Restrepo presenta, por un lado, imágenes de un hombre afilando una motosierra, lo que se refiere en este caso a las prácticas usadas por el paramilitarismo. Por otro, en el segundo video, muestra un burro abandonado y solitario, tal vez el único sobreviviente de las masacres. Es decir que ni siquiera Isaac y su hijo se salvan de la violencia.

Las pulsiones sexuales y de muerte se ven enmarcadas en las obras de Mariana Dicker y Boris Terán. El enigmático ensayo visual de Mariana Dicker, en el que la artista hila imágenes que provienen de diferentes fuentes como el filme Into the Inferno, del director Werner Herzog, en el que los volcanes explotan, y que la artista asocia con la respiración de la Tierra y la conecta con algunos gestos, sobre todo los de salirse de sí, como éxtasis místicos o sexuales. También toma la imagen de la pintura neoclásica de Jean-Léon Gérôme, quien inmortalizó a Friné, la bella musa del escultor Praxíteles; Dicker la interviene, la rompe en pedazos, elimina los hombres que la juzgan y solo deja las siluetas y el fondo negro. Lo que aparece después de la manipulación se asemeja al fuego de los volcanes, lo que acerca la imagen a la danza de la muerte entre el torero y ese animal majestuoso de 500 kilos.

Dos esferas hechas con estiércol de vacas emiten el sonido de una grabación de los animales yendo al matadero de la Universidad Nacional. El artista percibe a los animales cuando están en las máquinas usadas en zootecnia para su aprovechamiento y consumo por parte de los humanos. Es una instalación de Boris Terán, quien se conecta con la muerte, el maltrato animal, la ética y la falta de humanidad. Su escrito relata de manera sensible cómo los animales hacen filas para morir de manera sistemática y cruda. Su instalación nos hace reflexionar sobre los derechos de los animales.

En la exposición también encontramos los exquisitos dibujos de Angélica Zorrilla, que pertenecen a “Dispares”, una serie que corresponde a una acuciosa investigación sobre la melancolía; una obra con una cercanía a algunos personajes de los cuentos de Kafka. Tigres, mantis religiosa, pájaros, peces que aparecen acompañados de objetos de uso del hombre, como cuerdas, orbes, clavos, etc. Esa mezcla entre animales y objetos crea una atmósfera de soledad y extrañamiento.

También hay un lugar para lo lúdico, el humor y lo esperanzador en la muestra: la pintura de Antonio Diez, un tigre de peluche con un collar con una calavera humana. La obra participativa y juguetona de Bestiarios y Vecindades, de Manuel Santana, crea un pequeño laboratorio para que el público piense y dibuje los extraños animales combinados y fantásticos que se fusionan entre sí.

Como en Sueño de una noche de verano, nos transformamos en animales para disfrutar y hacer una interferencia como seres humanos, unirnos a nuestras pulsiones animales y poder sentir la libertad, como en Cuaderno de libertad, obra de Beatriz González, en la que un saíno acompaña a un sargento de policía cuando es liberado de la pesadilla del secuestro por las Farc en el 2012. El cerdito fue su mascota, amigo y compañía en el horror de la pesadilla.

 

Por María Elvira Ardila

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar