El Magazín Cultural

“Aprendí a oír el silencio de la adolescencia”: Alejandra Jaramillo Morales

“El canto del manatí”, sello editorial Loqueleo, es su nuevo libro dirigido a niños y niñas, un diálogo entre la naturaleza y lo urbano con la sabiduría indígena de por medio.

Nelson Fredy Padilla
27 de julio de 2019 - 03:45 a. m.
Alejandra Jaramillo insiste: “Hay que contar historias que conversen con esa realidad compleja en que viven los jóvenes”. / Cortesía
Alejandra Jaramillo insiste: “Hay que contar historias que conversen con esa realidad compleja en que viven los jóvenes”. / Cortesía

¿Por qué una escritora consagrada decidió escribir un libro para niños como “El canto del manatí”?

Porque con los años de escribir uno descubre que hay muchos destinos posibles en el lenguaje y, sobre todo, que dentro de uno palpitan distintas voces. Interlocutores diferentes. Y en ese sentido, desde hace un tiempo, descubrí que hay una pulsión en mí muy fuerte que me une al mundo adolescente, con los seres que están en ese primer estado de soledad y desazón, de no encontrar realmente lugar en el mundo.

¿Por qué escogió el tema indígena y lo dedicó al sabio muisca Tigua Nika Sua?

El tema de los muiscas para mí ha sido muy importante desde hace mucho tiempo, pero desde hace como 10 años empecé a trabajarlo y vivirlo más en serio. He estado en muchas ceremonias y he leído e investigado mucho sobre el tema, porque ahora estoy terminando un primer manuscrito de una novela sobre una muisca y una española en 1605, aquí en Santafé-Bacatá. Y El canto del manatí se lo dedico a Tigua Nika Sua porque con él he aprendido mucho sobre los muchos mundos de los muiscas. (Recomendado: Las cartas secretas de García Márquez y Guillermo Cano).

En la era digital, que usted ya exploró con éxito con la novela interactiva “Mandala”, ¿cómo captar la atención de niños que parecen solo tener tiempo para lo audiovisual?

Creo que hacer novela digital, una literatura que implique juego y retos, que implique movimiento, es importante para los niños, las niñas y los jóvenes, es un camino interesante para seguir explorando con la literatura. De todas maneras, me parece que no es posible dejar de contar historias como tal, solo en palabras y en ese sentido la búsqueda es que uno pueda crear voces y estructuras literarias que sigan siendo apasionantes y llamativas para los jóvenes. (Recomendado: El hilo de palabras de una maestría muy creativa).

Además, ¿cómo invitar al niño a acercarse a los misterios de la naturaleza, a los ríos, a los animales?

Los niños y las niñas urbanos contemporáneos están viviendo un gran terror de que el planeta se les va a acabar. Creo que ahí surge una necesidad de hablar de esos temas, de invitarlos a hacer miradas fuera del mundo urbano. Y para los niños y las niñas del campo también es importante que vean que su territorio tiene un lugar fundamental en lo que merece ser contado. La invitación es a vivir el mundo de la narración, a gozarse el camino que los pasos de los personajes les trazan. Ahí ya hay una manera de recorrer esos territorios.

Llama la atención el tono maternal de la narración, una charla entre la madre indígena y su hija que crece en la ciudad, para contar la historia de Buinaira y los gemelos Tanana y Tanene. ¿Confrontar la vida de los hijos de la ciudad con la de los ríos es su forma de revisar el desplazamiento indígena a las ciudades?

Para mí era muy importante pensar en esas relaciones que genera el desplazamiento. Creo que la migración es una condición de los seres humanos, y en este momento en Colombia ha sido una necesidad para los indígenas que han tenido que huir de sus regiones porque los están sacando los paramilitares y otros actores del conflicto. Y esas personas que tienen que dejar su lugar viven una suerte de negociación interior para comprender ese nuevo mundo. Y más entre generaciones que nacen en mundos tan diferentes. Por eso me gustó la voz de esa madre, que le entrega a la hija el mundo perdido y a la vez le intenta decir que algo del mundo de la hija forma parte de la nueva vida de la madre.

En esta obra, ¿qué tanto influyeron su experiencia y su lenguaje como profesora?

No lo sé, escribo desde la multiplicidad de seres que soy, entre esos la profesora, pero no puedo separarla. No puedo discernir esos lugares de enunciación. Son las mezclas de roles y vidas desde las que escribo. Sin orden, más bien conociéndome en la escritura misma.

Ya había escrito para niños-jóvenes con “Martina y la carta del monje Yukio”, la historia de una niña bogotana que va de vacaciones a Nueva York en un viaje donde termina de entender la relación de sus padres separados y la espiritualidad de un vecino sabio. En ese ejercicio, ¿qué aprendió que ahora pone al servicio del nuevo libro?

Escribiendo Martina aprendí a oír el silencio de la adolescencia. Y creo que para mi escritura posterior ha sido muy importante ese silencio. Y claro, me ayudó en El canto del manatí y en lo demás que he escrito.

Se arriesga con temas del mundo de hoy; en el caso de Martina, en paralelo con el fenómeno de la separación matrimonial y la emigración; en el caso del manatí con la cultura indígena, la biodiversidad y los chamanes. ¿Por qué temas de fondo para lectores pequeños cuando parecen más efectivos los livianos?

Creo que la literatura de lo que debe ocuparse es de lo de fondo. Debe hablar de lo que nadie quiere oír. La literatura es la aguafiestas de la sociedad, como el arte en general. El arte debe hacer ese tránsito por los temas más profundos y más difíciles de la sociedad, y de eso no están exentos nunca los niños y las niñas que lo viven desde que nacen. Por eso hay que contar historias que conversen con esa realidad compleja en que viven los jóvenes y no minimizar la comprensión del mundo que les atañe.

¿Hay un objetivo espiritual? Esta vez hacernos volver la cara hacia lo esencial, el origen de la vida, la búsqueda de la armonía, “comprender nuestro lugar en el mundo”.

No, no tengo objetivos de mensaje. Cuento lo que creo que debe contarse. Las historias que me gustan y que encuentro cómo contar. Lo que sí quisiera es que la pregunta que la novela se hace sobre el espíritu quede palpitando en los lectores y lectoras.

Ha publicado las novelas “La ciudad sitiada” (2006), “Acaso la muerte” (2011), “Mandala” (2016) y “Magnolias para una infiel” (2017). ¿Aquí cómo se desprendió o se apoyó en el método de novelista?

Es igual escribir una novela para adultos que una novela para niños. En los dos casos descubres una estructura, una manera de contar algo. Tienes una idea y das tumbos hasta que descubres cuál es esa voz que realmente funciona, la forma de contar, los tiempos, el tipo de imágenes y el lenguaje que buscas. Y eso lo haces en una novela para adultos o para adolescentes. Me nutrí de las novelas anteriores para escribir las de adolescentes y ahora las de adolescentes nutren las posteriores.

¿La técnica del cuento favorece más al libro infantil?, pregunto recordando que ha publicado tres libros de relatos: “Variaciones sobre un tema inasible” (2009), “Sin remitente” (2012) y “Las grietas” (2017), con el que ganó el Premio de la Cámara Comercio de Medellín y fue nominada al Iberoamericano García Márquez el año pasado.

Por ahora, para los adolescentes he escrito novela, no cuento. Tal vez algún día escriba cuentos para jóvenes. No lo sé. Lo claro es que escribir para adolescentes es un reto. Como escribir para cualquier lector. Y si es novela o es cuento no hay diferencia en la dificultad. Solo habría diferencia en que el cuento y la novela exigen gestos distintos de escritura. Lo verdaderamente importante es encontrar esa magia de la creación: la forma para contar. Y cuando me ha sucedido que las historias que voy a contar se ubican en esa voz adolescente, y desde ahí les habló a los y las jóvenes, me siento feliz. En esos momentos me encuentro ante un reto que me apasiona.

Por Nelson Fredy Padilla

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