El Magazín Cultural

Artista indígena purifica en ceremonia ancestral pinturas que hace en minutos

El pintor indígena ecuatoriano Cristóbal Ortega Maila purificó en el Templo de Sol sus obras, que realiza en cuestión de minutos, antes de lanzar su próxima exhibición en la Casa de la Cultura de Quito.

EFE
24 de septiembre de 2017 - 05:30 p. m.
El pintor indígena ecuatoriano Cristóbal Ortega Maila. /Archivo particular
El pintor indígena ecuatoriano Cristóbal Ortega Maila. /Archivo particular

Pequeños montones de pintura que riega en una mesa, y en los que apoya las palmas de sus manos o las yemas de sus dedos, se transforman en hermosos paisajes, rostros o figuras de animales en los blancos lienzos en los que concentra su arte.

Sin decir palabra, su ritual comienza casi tan pronto como termina: los rápidos movimientos de sus manos dejan al espectador ver trazos descomplicados, desordenados, casi como garabatos incomprensibles, que, gracias a la combinación de colores, líneas y la artística visión de Ortega Maila, se convierten en obras de arte.

Desde el público, José vio cómo el artista pasó su mano manchada de azul por la parte superior del lienzo, pero para cuando logró prender la cámara de su celular y cruzar la sala sorteando un par de mesas y otros espectadores, fue tarde: bajo esa mancha azul, aparecía ya un nevado, una montaña, dos indígenas, una llama, flores, árboles y un cóndor. Se conformó con posar para la foto.

Junto a esa escena reposaban varias de las creaciones que Ortega Maila expondrá durante dos meses, desde el próximo viernes, en la Casa de la Cultura, una retrospectiva en la que con 120 obras -treinta de ellas esculturas- recorrerá sus colecciones "En peligro de extinción", "Rostros y ancestros" y "Despertar de los espíritus", entre otras.

Obras de esas colecciones se exhiben hasta ese fin de semana en el Templo del Sol, una estructura que edificó a los pies del volcán Pululahua, a cerca de 3.000 metros sobre el nivel del mar, para realzar la cultura ancestral, y en la que hoy se reunieron decenas de indígenas para un ritual de purificación, limpia y agradecimiento que terminó en medio de una espesa neblina.

Al son de un tambor, que simboliza el latir de la tierra según explicaron a Efe, la ceremonia empezó con el agradecimiento a la naturaleza por la salud y por la fertilidad, siguió con la petición de perdón por los abusos que se cometen contra ella, y concluyó con la limpieza de posibles malas energías.
Cánticos, música y danza se entremezclaron en un escenario en el que había por el suelo frutas, granos, flores, fuego e incienso, y donde los hombres sabios pasaron manojos de distintas hierbas desde la cabeza a los pies de los presentes antes de escupir sobre ellos bocanadas de colonias y otros líquidos especiales para completar la limpieza energética.

"Cada vez que voy a exponer en cualquier parte del mundo siempre está mi ceremonia" para buscar buenas energías y prosperidad, dijo a Efe Ortega Maila, quien ha expuesto en Alemania, España, Francia, China, Colombia, Perú, Bolivia y prepara viaje a México y Estados Unidos.
Precisamente Estados Unidos fue el primer país al que viajó a los 20 años. Allí comercializó sus obras basadas en la dactilopintura y allí planea instalar un taller para avanzar en su trabajo a la par de sus actividades en Ecuador.

Nació pobre en dinero, pero su riqueza espiritual lo ha llevado lejos. Las carencias económicas esculpieron su carácter y pese a las adversidades no decayó, cuenta el autodidacta y menudo hombre de negros cabellos largos que le caen por los hombros en señal de "energía, de libertad", explica.
Padre de cuatro hijos -uno estudiante de arte-, se identifica con el cóndor pues es "libertad y fuerza, un animal sagrado que recibe toda la energía de la tierra y del cosmos", y con el puma, "porque es difícil de domar y muy ágil", dice con su rostro de facciones duras, pero con una mirada serena, profunda y dulce.

Descendiente de la cultura Kitu Kara, recuerda que vendió su primer cuadro a los 14 años cuando una señora lo vio pintando en la calle. Vivía en Quito, quería saber qué había tras las montañas y dejó su hogar con la pena enorme de ver llorar a su madre. Lo recuerda y se acongoja, incluso ahora, a sus casi 52 años.

En retrospectiva, "valió la pena salir": hubo alegrías, amor, tristeza, sabiduría, experiencia, cuenta quien recién llegado a EEUU, dice, se vio motivado a averiguar sobre la verdadera historia indígena.

Esa que "no está en los libros, (sino) en convivir, en visitar los templos, los grandes sitios que dejaron nuestros abuelos", explica quien, además de declararse soñador, se enorgullece ahora de sentirse como niño que rescata y goza de lo simple de la vida: ríe sin tapujos, comparte con generosidad, no se complica. 

Por EFE

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