El Magazín Cultural

Borges, el hombre que le dio forma a su tiempo

Ciento veinte años después del nacimiento de Jorge Luis Borges, nos adentramos en su íntima relación con la palabra “tiempo”.

Manuela Cano Pulido
24 de agosto de 2019 - 02:00 p. m.
Borges, cuyo nombre completo era Jorge Francisco Isidoro Luis, nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires y falleció el 14 de junio de 1986 en Ginebra (Suiza).  /AFP
Borges, cuyo nombre completo era Jorge Francisco Isidoro Luis, nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires y falleció el 14 de junio de 1986 en Ginebra (Suiza). /AFP

En 1921, Jorge Luis Borges regresó a Argentina. Volvió a pisar esas calles que había recorrido cuando tan solo era un bebé. Con unos pocos pasos recorría aquello que antes veía como interminable, y su atención ya no iba a esas casas que antes admiraba, sino a otros lugares que tenían una luz propia que antes no había podido divisar. Había estado separado de su tierra en Ginebra, en España y en otras partes de Europa por casi 17 años, cuando un viaje que pretendía durar unos cuantos meses, en cuanto operaban los ojos de su padre, se convirtió en una estadía eterna por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los relojes suizos y las travesías españolas marcaban los días y los años en que Borges estaría alejado de su país.

Cuando volvió a Buenos Aires, los espacios habían mutado y los tiempos no transcurrían como antes. En su autobiografía, Borges relataba que “aquello fue algo más que un regreso al hogar; fue un redescubrimiento. Fui capaz de ver a Buenos Aires con avidez y vehemencia porque había estado fuera mucho tiempo. La ciudad, no toda la ciudad, por supuesto, sino algunos pocos lugares que emocionalmente me significaban algo, inspiraron los poemas de mi primer libro: Fervor de Buenos Aires”. Su regreso, impactante, lo llevó a ver el tiempo de una manera distinta, y así lo puso en un espacio especial en la mayor parte de sus obras.

Si le interesa conocer más artículos sobre la vida y obra de Jorge Luis Borges, le recomendamos el siguiente texto: Jorge Luis Borges: entre la poesía y la ceguera

Desde entonces, el concepto del tiempo se convirtió en un elemento fundamental en sus reflexiones. Desde allí creía que podría comprender lo más esencial del ser humano. Por eso buscó abarcarlo desde todas sus posibilidades. Lo haría desde poemas, cuentos y ensayos. Géneros que, quizá, le abrieron la posibilidad como a ningún otro pensador de sumergirse en diversos lenguajes para descubrirlo de la manera más íntima y profunda posible. Desde la intimidad que le procuraba su pluma, pudo entrever los múltiples significados a los que aludía el tiempo y cómo este es paradójico, porque crea y acaba a la vez, Borges solo lo pudo atrapar desde la versatilidad de la literatura.

“El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”. Con esas palabras le dio sentido al concepto del tiempo en uno de sus poemas, El tiempo de Borges. En ese poema, sencillo y corto, hacía una apelación al tiempo como materia y esencia de él mismo como persona. El tiempo era Borges y Borges era tiempo. Era el fuego que se consumía, era un río que fluía y que así acababa con la persona. Pero también le daba forma y le escribía un destino. Borges comprendió que el tiempo lo constituía a él, y a todos los hombres, y que, por eso, nunca podrían escaparse de su cauce.

La literatura, como siempre en la vida del poeta, abriría la puerta y lo conectaría con su relación trascendental con la reflexión sobre el tiempo, aquella con la que había tenido sus primeros acercamientos a los cuatro años. De la mano de su institutriz inglesa y de su padre, educador, comprendería que la unión de las letras podía crear fantasías inimaginables, a las que les podía dar su propio significado. A través de ese proceso aprendería que podía sumergirse en otros tiempos y otros espacios tan solo haciendo un movimiento de sus manos que acababa con el suave ruido del paso de las páginas.

También le recomendamos: La endemoniada gramática de Borges

Esa sensación y ese sonido no lo abandonarían jamás. Ni en sus años de bibliotecario, ni en su labor de director de la Biblioteca Nacional de Argentina, ni mucho menos en sus años de vejez, ya prácticamente ciego. Los libros lo llevaban a vivir fantasías recurrentes en mundos que ya no eran su mundo; en universos que daban vueltas, que iban y venían con ritmos diferentes. Ritmos que lo llevarían a plantear que el tiempo no avanza en una forma lineal, sino que lo hace de manera cíclica.

Sobre la lectura diría, muchos años después: “Creo que la frase ‘lectura obligatoria’ es un contrasentido, la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¿Felicidad obligatoria? La felicidad también la buscamos”.

En la búsqueda de ese placer, la lectura, invertiría mucho de su tiempo, buscando el poder único del libro, esa “extensión de la memoria y de la imaginación”, como él mismo lo nombraría.

En los libros encontraba esa eternidad de la que mucho habló en sus escritos, porque allí las palabras y las ideas se inmortalizaban. Aunque era consciente de que el tiempo humano fluía como un río, y que su caudal era el que daba espacio a la acción del individuo, la escritura y el arte lo llevaban a creer en lo inagotable. Fue así que en 1936, cuando se desempeñaba como asistente de la biblioteca Miguel Cané, escribió en su conocido cuento “La biblioteca de Babel”: “Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana, la única, está por extinguirse y que la biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes precisos, inútil, incorruptible, secreta”.

Entonces, planteaba que los libros, las ideas y su magia durarían eternamente. Aunque siempre “alguno habrá que no leeremos nunca”, por nuestra propia humanidad y nuestra finitud. Argumentaba que si cualquier humano fuese inmortal (como tituló uno de sus cuentos), su vida no tendría ningún sentido.

Porque en un tiempo inagotable el ser humano tendría la facultad de aplazar todo infinitas veces y dejarlo siempre para después. En definitiva, esto lo llevaría a la inacción, a no cumplir ninguno de sus deseos o aspiraciones, y a dejar de soñar e imaginar. Pero Borges era consciente de su finitud, y de todos los que lo rodeaban, y sabía que el que construye su tiempo se construye a sí mismo.

Él se construyó a través de la literatura. Lo hizo a cada instante. Se inmortalizó en su poesía, en “Ausencia”, “El Golem”, “El enamorado”, “La lluvia”, “Ajedrez”. Lo hizo en sus cuentos, en “El Aleph”, “Funes el memorioso”, “Las ruinas circulares”, “El jardín de senderos que se bifurcan”, “La muerte y la brújula” y en todos los demás. Lo hizo, sin duda, en cada letra, y en cada idea.

Por eso, 120 años después de su nacimiento, lo seguimos leyendo y así, dándole vida a través de su obra. Seguimos entendiendo que Borges hizo su tiempo pensando sobre el tiempo, escribiendo sin parar y a través de su compromiso inagotable con la palabra.

Porque el arte es la única posibilidad de retorno, de vida eterna, porque siempre “la poesía vuelve como la aurora y el ocaso”, como lo escribió Borges en su Arte poética.

Por Manuela Cano Pulido

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar