El Magazín Cultural

Cambiando el mundo una fiesta a la vez

Un viernes cualquiera en Bogotá se vuelve único por las personas que hacen fila en la carrera 15 con calle 93 para ingresar al Sutton Club.

María Alejandra Santamaría Vargas/@mariadorada
14 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.
Imagen de una de las escenas de lo que produce la cultura drag en Bogotá.  / El Gato Fotógrafo. Derechos reservados: Oh My Drag
Imagen de una de las escenas de lo que produce la cultura drag en Bogotá. / El Gato Fotógrafo. Derechos reservados: Oh My Drag

En el grupo que espera se siente un ambiente festivo y en la fila resaltan varias reinas, encaramadas en enormes tacones, cuyo maquillaje y atuendos reflejan dedicación y esmero para lograr verse así de regias. A los transeúntes les extraña ver vestidos y tacones en algunos hombres barbudos y otros cuantos musculosos, pero para el universo de una nueva fiesta del colectivo Oh My Drag, la extrañeza no existe.

Precisamente este grupo, conformado por los venezolanos Roberto Colmenares y Juan José Jiménez junto al colombiano Camilo Ramírez, le está dando una enorme ventana de visibilización a la cultura drag que ya existía en la ciudad y el país. Y con esto, están aportando a la aceptación de la diversidad sexual y al crecimiento de la tolerancia alrededor de las diferentes expresiones de género.

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Mi primer acercamiento al mundo de las drag queens fue a través de mi mejor amigo, quien casi como una religión veía un reality llamado Ru Paul’s Drag Race, en el que Ru Paul, la drag queen más famosa del mundo buscaba coronar a la reina más talentosa de EE.UU. Y esto implicaba a la reina que mejor se maquillara y transformara su cara y su cuerpo; la que más destacara en la creación de su vestuario y la que en tarima hiciera el mejor show, con un lipsync y baile impecables.

Yo no entendía muy bien su amor profundo por el programa y nunca imaginé la respuesta que me dio cuando le pregunté por qué era tan importante: porque lo hacía sentir parte de algo y tener un lugar en el mundo. Otra amiga, quien compartía esta misma religión de Ru Paul, me dio una respuesta similar: para ella, que nunca había encajado en los modelos cotidianos de feminidad, el programa le brindaba otras expresiones y otros modos de ser mujer con los que se sentía más identificada.

Sus respuestas me ayudaron a entender el amor que se mueve en la comunidad seguidora del drag, y tan inesperadas como fueron, ha sido el crecimiento y el impacto que las fiestas de Oh My Drag han tenido. La idea del colectivo en principio era ampliar el espectro de la rumba gay en la capital colombiana ofreciendo un show de gran calidad. Con esto querían, además, tumbar varios estereotipos establecidos alrededor de este tipo de fiesta: que era de música exclusivamente electrónica, que sólo se hacía en Chapinero y que el ambiente era denso y lleno de drogas.

Los integrantes de Oh My Drag sabían que existía un nicho que moría por ver a las reinas de Ru Paul’s presentarse. También sabían que en todos los países del continente ellas hacían shows constantemente, que Colombia era el único escenario que aún no les abría las puertas y que en la escena nacional había mucho talento para el drag como lo demuestran reinas como Mis Amigas Drag, Jano Von Skorpio y Venus Drag, por dar algunos ejemplos.

Contaron su idea en diferentes recintos hasta que el apoyo salió del lugar más inesperado: el Sutton Club, un bar heterosexual en el cual encontraron el espacio para realizar la primera fiesta el 5 de octubre de 2017, con Laganja Estranja como invitada especial. El pasado 13 de abril celebraron su cuarta edición con Violet Chachki, ganadora de la séptima temporada de Ru Paul’s, y continuarán en el mes de mayo con la visita de Manila Luzon, quien llega por primera vez a hacer una fiesta en Medellín.

Con el trabajo que han adelantado, Oh My Drag se ha convertido en un movimiento por la población LGBTI, pues más allá de las reinas y sus shows impecables, las fiestas se convierten en un espacio libre y seguro para que hombres se pongan sus mejores pelucas, se maquillen y vistan como se sientan más “extras”, y vayan a bailar como nunca. Estos hombres ya lo hacían antes del colectivo, pero tenían menos espacios de expresión o simplemente optaban por hacerlo “enclosetados” sin que nadie lo supiera, como me confirma Juan José Jiménez, uno de los miembros de Oh My Drag.

El acto de vestirse y expresarse como se quiere, así sólo sea por una fiesta, podría parecer superficial, pero constituye una pequeña e importante revolución en un mundo que busca normalizar las expresiones diversas. El mundo en el que es recurrente escuchar frases del tipo “apoyo a los gais pero que no sean maricones”, “los gais todo bien pero que no parezcan viejas”, “que no se maquillen”, “que no boten plumas”, y así mil más, que muestran que estamos dispuestos a aceptar lo diferente hasta el punto en que no nos choque demasiado.

Aja, la última drag queen que se presentó en una fiesta del colectivo, lo dijo. En su show expresó que, si por andar en tacones y falda le disparaban, moriría feliz, pues su posición ante el mundo siempre fue ser ella misma sin excusas. De igual modo felicitó a todas las drags que vio esa noche en Sutton y les dijo que continuaran haciendo lo suyo sin pedir perdón ni permiso.

Oh My Drag está generando un cambio. Lo está haciendo dando el espacio para mostrar que otras sexualidades y expresiones de género, que no encuentran más casillas que la libertad y el derecho de ser quienes queramos, son posibles, queridas, aclamadas y aceptadas. Si no ha ido a alguna de estas fiestas, dese la oportunidad, y compruebe cómo están aportando al amor y la aceptación en la ciudad y ahora, en el país. Quede como yo, impactadísima.

 

Por María Alejandra Santamaría Vargas/@mariadorada

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