El Magazín Cultural

Carlos Hernando Escobar y Adriana Zambrano: dos caminos distintos, una misma pasión

Conozca cómo un instrumento musical fue capaz de ocasionar el encuentro entre dos personas cuyas posibilidades de haberse conocido eran bastante remotas. Esto sucedió durante las Clases Magistrales en el Cartagena XII Festival Internacional de Música.

David Luciano Buelvas
13 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
Wilfredo Amaya
Wilfredo Amaya

Cuando Hernando Escobar tenía ocho años fue llevado por su mamá al Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, donde fue conducido por una persona que le presentó los instrumentos que conforman una agrupación de gran formato, con el fin de que escogiera uno de su preferencia.

Al observar el oboe surgió un amor a primera vista. Sin embargo, cuando lo tomó entre sus manos se dio cuenta de que era muy grande para su estatura. En ese momento recibió la noticia de que no podía estudiarlo porque era muy pequeño, entonces decidió tocar violín, como su hermano mayor. Pasado un año se aburrió del instrumento de cuerda frotada y la familia lo cambió a un grupo de música folclórica llamado Luango de Venezuela, en el que pudo aprender mucho sobre la cultura musical venezolana, para luego, ya con diez años y después de haber crecido un poco, regresar al Sistema. Allí pudo tocar el oboe y empezó a construir las bases de su historia.

Por su parte, la cartagenera Adriana Zambrano Martínez debió hacer en su escuela una prueba de talento para pertenecer al grupo de música y después recibió la noticia de que había sido seleccionada y que debía escoger un instrumento musical. Con 11 años, se inclinó por el violín, como el resto de sus compañeros. El piano también le llamaba la atención, pero cuando llegó a la sección del oboe se enamoró literalmente de su sonido, tanto así, que seis años después aún no puede explicar lo que sucedió.

Actualmente, Carlos Hernando tiene 34 años, 17 más que Adriana. Son dos personas de diferentes contextos, con líneas temporales completamente distintas, pero por razones del destino han llegado a un instante en el que sus historias se encontraron. El lugar es el salón 227 del claustro San Agustín de la Universidad de Cartagena, dónde él se encuentra impartiendo una cátedra de oboe perteneciente al programa Clases Magistrales de la Fundación Salvi, entidad organizadora del Cartagena Festival Internacional de Música.

Adriana, que se graduó de bachillerato en el mes de diciembre de 2017, ingresó a las Clases Magistrales como estudiante activa pero no becaria, para lo cual debió superar una nueva audición frente a una terna arbitral a la cual califica como bastante exigente.

El oboísta caraqueño, pero criado en San Felipe, estado de Yaracuy, es un hombre totalmente descomplicado y sencillo, un ser humano muy cálido. Prefiere que no le digan maestro y escucha cualquier género musical; es amante de la torta de chocolate y disfruta haciendo felices a sus semejantes, encontrando en los detalles más pequeños de la cotidianidad los verdaderos placeres de la vida. Todas esas características personales las logra transportar a la pedagogía. Dramatiza lo que habla, asoma el llanto en sus ojos, brinda consejos, tararea, construye imágenes orales, muestra su lado paternal y, frecuentemente, con su acento venezolano, distensiona el estrés de sus aprendices con frases como: “¡Eso está buenísimo, loco! ¡Alárgalo como un chicle! ¡Yo tengo las mismas preocupaciones que tú!”.

El amor de estos dos personajes hacia su instrumento puede definirse con una sola palabra, indescriptible. Tan indescriptible como la sensación que se siente en una clase de oboe, en la que cada nota que sale de aquel instrumento de viento pareciera surcar desde los oídos para navegar por cada rinconcito del cuerpo y depositarse en el alma. Funciona como una terapia relajante. Si no ha escuchado un oboe, hágalo, así logrará entender por qué Hernando y Adriana se enamoraron del mismo instrumento en circunstancias distintas, pero a la vez similares.

Al final de la función, puede que Carlos Hernando Escobar aproveche los vientos que lo trajeron a esta tierra de la costa norte colombiana y viaje a Venezuela a visitar a su madre, o tal vez regrese a Berlín (Alemania), donde estudió y está radicado desde 2003. Allí ha cimentado su carrera musical como oboe solista al lado de las mejores sinfónicas del mundo, como la Münich Chamber, la Mahler Chamber, la Radio-Sinfonieorchester de Stuttgart y el Scharoun Ensemble Berlin.

Adriana Zambrano tendrá que construir su camino. De momento, después de superar una nueva audición, obtuvo una beca para estudiar música en la Universidad de Northwestern, en Estados Unidos. Ahora aprende inglés para superar la prueba Toefl en el mes de agosto y lograr hacer efectiva su beca. Su ilusión es convertirse en una de las mejores oboístas del mundo y algún día tener la dicha de tocar junto al francés François Leleux. Quizá en unos años podamos verla en alguno de los recintos más importantes de la música y, por qué no, cruzándose nuevamente con Hernando Escobar, pero esta vez en un escenario.

Por David Luciano Buelvas

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